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Decisión Final por kitsune gin

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Notas del fanfic:

1942, una cita entre dos viejos amigos, en la Escuela de Fisica de Copenhaguen, terminaría por cambiar al mundo tal y como lo conocemos.

Música usada? Eric's song, de Viena Teng. Una letra realmente ajustada al fic

http://www.youtube.com/watch?v=rc6maCBAAnU

Video de base;

http://www.youtube.com/watch?v=sL0Vui8TrI4&NR=1

más la obra original de Frayn...

Notas del capitulo:

Dedicado a Aphrodita sama -aunque éste no es su fic de cumpleaños- por animarme a publicarlo.

 

Decisión Final

Werner sopló sobre sus dedos, helados, ajustándose la boina. La Denmark Schöolen und Fisik lucía tétrica, abandonada, oscurecida por la guerra. Encendió su pipa y se ajustó los lentes ¿Llegaría? Suspiró, cerrando los ojos.

Alguien tocaba un piano destartalado, en alguno de los tenebrosos salones. Llegaría, tendría que llegar...

Maldito bastardo, perro judío circunciso... ¿tenías que irte con ella? Margueritta era sólo nuestra amiga y los americanos te compraron. Podría haberte protegido bajo mi piel, ¿sabes?
¿Tienes una puta idea, Niels Henryk David -¿por qué David, por qué un nombre que te delataba judío?- de cuánto te amaba, desde entonces, desde antes?


Werner se mordió la lengua. No debía pensar así. No podía. Werner no se consideraba nazi; él simplemente era lo que era, un científico. El ser alemán no pasaba de ser una mera circunstancia; Niels también era como él. Su igual. Su contraparte.

Werner era la razón pura...y terminó descubriendo que no había razones verdaderas atrás de las cosas, dándole las bases a Bert Einstein para su dichosa "Relatividad". Niels era pasión en cascadas y su descubrimiento estabilizó la estructura que los mismos griegos habían propuesto, hacía ya diez mil años...

Una contradicción perfecta y por lo mismo, complementaria. Increíblemente bella, como eso de que la Naturaleza imita al Arte y ellos eran artistas, no sólo científicos. Y hombres. De carne y hueso y pasión y sudor y emociones y dolor...



Su amistad comenzó como un reto de ecuaciones sobre el pizarrón de Schrödinger -sí, el del gato- uno escribiendo casi encima del otro; el delgado y rubio y alto Werner contra la espalda del no menos alto Niels -no menos bello- judío de cabellos negros y sueltos como los de un poeta.

¿En qué momento ese ballet de tizas sobre la pizarra se convirtió en manos ansiosas de poseer no sólo la mente del otro sino el todo del otro?

¿Ojospielbocamanosdedosperfumesalivasexo?

¿En qué momento ese ballet comenzó a ser acompañado por el piano de Margueritta y Niels, mirando tanto hacia ella como a la pizarra?

Werner se sintió aplastado al notarlo. Margueritta era hermosa y dulce. Era paciente, inteligente y terca. Y su madre era norteamericana. Cuando la guerra comenzó...no, desde antes, cuando toda la plana científica de la Berliner que no era "aria y de raza pura"  tuvo que renunciar, los tres convinieron en que lo mejor para Niels, era Margue y un futuro en América...

De hecho, Werner fué el primero en aconsejarlo; aunque Niels fuera danés de nacimiento, no lo respetarían si se quedaba en la Berliner. Llevaba en su sangre la marca del pueblo de Dios o del diablo y no era menos ario -menos bello- que Werner mismo. Y eso, en la Alemania nazi, era un pecado más que mortal. Y Werner lo quería vivo, a cualquier costo.

Ahora, en esa tarde fría, volvería a verlo y sus manos no temblaban a causa del frío... toda la piel le ardía, a la vez, como si tuviera fiebre ¿Cabe la dulzura de una ecuación en una boca? Sí, si se trataba de Niels quien la enunciaba... lo que él dijera, estaba bien.

Werner se frotó las sienes, recomponiéndose. Por Dios, ya no eran los mismos chicos y ¡la guerra los había distanciado tanto!

Los dos sabían a la perfección cómo conseguir la masa crítica y el arma terrible que su alumno, Bob Oppenheimer, ya estaba armando en algún lugar de Nuevo México. Y a los dos sólo les faltaba una ecuación, la que definiría en qué momento, la masa se convertiría en energía y todo se iría al demonio.

Los dos eran pacifistas. Los dos sabían que ese inmenso poder podía usarse para la paz. Ninguno tenía forma de demostrarlo mas que con el arma definitiva. Ninguno quería la horrenda responsabilidad ni la sangre en el rostro, de los que iban a morir, necesariamente, en la isla de prueba, fuera ésta Londres o Japón...

La sonrisa de Margue, en el pasillo oscuro de la universidad iluminó a Werner, porque era precedente a la larga melena negra y los ojos devoradores de Niels. Mirarlo y tirarse a sus brazos fue salir de un congelador, aterido y tieso, al mismo desierto, derritiéndose uno en otro. A ello, siguieron los chistes, las bromas antiguas, las sonrisas y el salón de Schrödinger, donde todo había empezado...



Como en una obra bien orquestada, Margue quitó la polvorienta cubierta del piano y comenzó a tocar, mientras Werner y Niels se enzarzaban en su viejo y abandonado ballet, rondando ahora la precisión del uranio 235.

Y entonces, Werner lo descubrió.

—¿De qué tamaño calculaste la bomba?

Niels lo miró a los ojos, deteniendo su muñeca sobre la pizarra; Werner se sintió ahogar.

—De cincuenta toneladas...

La risa del nazi fue histérica ¡No podía ser! ¡Niels jamás se equivocaba!

Y, en un instante, Werner se dio cuenta de que era ÉL quien tenía en sus manos el destino del mundo, no Niels, no Oppenheimer ni tampoco Einstein. Con una ternura agresiva, se soltó del judío -judío, judío, por qué naciste judío, sollozó su alma- y derivó Fi.

Entonces, Niels lo vio. La curva de desintegración del isótopo, que haría que el Uranio 235 se convirtiera en Uranio 238, con dos electrones inestables que lo convertirían en Plutonio... lo cual disminuiría la necesaria masa crítica de setenta toneladas a poco menos de cuatro tazas.

En un momento, Werner le dio la clave para que la isla destruida fuera Japón -por los americanos, el país de Bohr ahora- y no Londres -amenazada por los alemanes.

¿Era un traidor?

Sí. A su patria natal, a sus convicciones pacifistas, a su negación a llenarse las manos de sangre. Quien lanzara primero la bomba, ése ganaría la guerra; ambas partes tenían la posibilidad. Sólo que...



Sólo que, en un mundo gobernado por los nazis, ángeles perfectos como Niels no tendrían cabida y eso, era insoportable para el corazón y la mente de Werner, una imposibilidad capaz de alterar todas sus constantes y no, no podía permitirlo.

¿Fue una decisión irracional? No del todo. Todas las guerras tienen muertos inocentes... y Werner no quería que Niels fuera uno de ellos.


Lo miró sonreír. Lo miró alegrarse. Lo miró abrazar a Margueritte. Y, cuando por fin llegó la pregunta de parte de su amigo-hermano-amante, Werner adoptó la helada postura de siempre, ajustándose los anteojos y encendiendo la pipa

—No soy un traidor...

Margue no comprendió. Niels sintió... y supo.

Su último abrazo fue eso, precisamente.


Cuando Werner escuchó en la radio, secuestrado por los ingleses en el búnker de Birmingham, sobre el ataque de Hiroshima, suspiró internamente, frente a la histeria de Otto Hahn

-¡Maldito! ¡Fué tu culpa! ¡Nos has manchado las manos de sangre!- y se arrancó la corbata y trató de suicidarse ahí mismo.

Y Heisenberg y Weiszacker y Börn, peleando a manotazos para impedirlo, las lágrimas de Hahn toda esa noche horrenda...

Sí, ellos perderían la guerra. Sí, había matado a miles de japoneses y ayudado a aterrar al mundo. Sí, había cargado la cruz sobre su fiel alumno Oppenheimer.

Pero a la vez, había dado el chance de que un mundo donde Niels pudiera existir, se concretara.

Y eso, desde la primera vez que sus manos se habían tocado sobre la pizarra hasta el último acorde del piano de Margue, era lo que importaba.

Niels nunca habló. Werner tampoco.

No se podía acusar de traición a ninguno de los dos; uno, por verse con el jefe científico de la Alemania nazi, el otro, por citarse con uno de los "judíos comunistas, esa plaga" más notorios junto con Bert Einstein...

Sólo eran dos amigos -no, mucho más- que habían tenido la desgracia de dar  -o tomar- una decisión que finalizara la guerra.

Eso no impidió que, a espaldas de Heisenberg, todos lo llamaran "ese traidor". O los americanos -a los que ayudó a ganar- escupieran en el piso cuando él pasaba o lo dejaran con la mano extendida.

Muchos años más tarde, en Munich, Werner se dedicaba a morir, decentemente, laureado con premios Nobel y homenajes, como padre de la Indeterminación y la cuántica. Alguien -un médico- le relató lo que ocurría; un norteamericano estaba escribiendo la relación de su entrevista con Niels, en aquella helada tarde en Copenhaguen.


Werner sonrió. Nadie sabría jamás -tal vez Dios...y él no era creyente- cuál había sido la razón de su decisión final. Y ya no le importaba lo que pensaran o dijeran de él; Niels había estado a salvo, como él quería.

Recargó la cabeza sobre la almohada y descansó los ojos, esperando que todo terminara.

El ángel de cabellos negros y piel tostada, invisible al resto, igualmente esperó a que dejara de respirar, para poder llevárselo, dormido aún

"Fuiste un tonto, ¿sabes?"

"Tal vez perdí la objetividad. Bert diría que todo es relativo... y el tonto fuiste tú"

El ángel sonrió.

"Me parece que eso, lo tendremos que comprobar sobre un pizarrón, profesor..."

Las inaudibles risas se sintieron como una brisa helada. El día, afuera, comenzaba a oscurecer...

 

Notas finales:

Bueno. Si habéis llegado hasta aquí, en verdad me interesan vuestros reviews, así sea sólo uno o se trate de un ataque. Esta es una historia que tiene más trazos de realidad de lo que parece; a la fecha, NO SABEMOS por qué Werner le dijo a Niels cómo debía calcular correctamente la masa crítica. Este fic es mi conclusión personal. Mil gracias por su paciencia y lectura. Y no olvidéis los reviews, por favor; generalmente no los solicito. Esta vez, tengo razones.

Namasté

Kitsune Gin.


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