A sus diecisiete años, Edward Elric era un ejemplo para la sociedad, el alquimista del pueblo, un alma bondadosa dispuesta a ayudar al más débil, aquel que había vendido su infancia al poder de la milicia por salvar a su hermano y dispuesto a lo que fuera por pagar el pecado con el que cargaba. Admirado por los adultos y ejemplo a seguir para los más jóvenes, el gran alquimista de acero, después de años de búsqueda ininterrumpida, por fin, había descubierto el gran enigma detrás de la aclamada y codiciada Piedra Filosofal, coronándose como el alquimista más talentoso de los últimos tiempos aparte del más joven. Había ya recuperado el cuerpo de su hermano y su pierna; aunque no había podido recuperar su brazo, dicho evento era algo nunca antes visto en la historia de la humanidad lo cual lo había puesto en la cima, una figura sumamente respetada entre los ciudadanos de Amestris. Ícono de la perseverancia, ejemplificaba la perfección.
Los años y el trabajo duro no habían pasado en vano por el joven Elric, la generosa madre naturaleza lo había dotado con una belleza excepcional, aparte de que lo había premiado con algunos centímetros extra dándole una estatura decente, aquellos años donde “pequeño” era el mejor adjetivo para describir al alquimista de acero habían cambiado para darle paso a “hermoso” e incluso “sexy” entre el género femenino. Su cuerpo delgado pero bien formado y ligeramente musculoso a causa del riguroso entrenamiento militar y su porte elegante acompañado de su largo y sedoso cabello dorado comparado solamente con el oro en su más puro estado, sus delicadas facciones y sus enormes, expresivos y hermosos ojos a juego con su cabello lo hacían parecer un ser celestial. Lo que remarcaba su ya mencionada perfección.
Pero, tras esa hermosa máscara y brillante sonrisa yacía un ser completamente distinto, un ser cruel y despiadado marcado por la guerra. Detrás de esa actitud valiente y desafiante, una criatura indefensa y aterrorizada se ocultaba entre las sombras escondiéndose de la culpa que día a día lo carcomía. Sus noches llenas de espantosas pesadillas plagadas de muerte, el olor a sangre y cuerpos putrefactos lo perseguían sin descanso, la traición y el dolor lo jalaban a un abismo oscuro y terrible. La soledad inundaba su ya dañada alma privándolo de sentimientos positivos, el odio corría por sus infectadas venas intoxicándolo como un veneno letal, matándolo lentamente desde a dentro.
Desde los doce años, incluso un poco antes, su vida había sido una oda a la miseria, después de la muerte de su madre y la transmutación fallida, el karma había hecho de su existencia un infierno terrenal, la culpa lo carcomía, su vida era regida por la desesperación; ya no pensaba, sólo actuaba siguiendo su instinto, no le importaba lo que tuviera que hacer para llegar a su objetivo y, ahora que lo había conseguido, el oscuro ser que había albergado en sus entrañas por tantos años, se había apoderado de él convirtiéndolo en un ser despreciable. Un demonio en el cuerpo de un ángel.
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Después que Alphonse recuperó su cuerpo, los hermanos Elric se habían distanciado bastante. A pesar de la insistencia de Alphonse por ser parte de la milicia, Edward lo amaba demasiado como para que condenara de nuevo su alma, así que después de muchos gritos y peleas, el pequeño Elric había sido obligado a permanecer en su natal Rizembul donde ayudaba a Pinako y Winry con el negocio de automail, mientras Edward seguía pagando su deuda de vida con los militares. Aunque al principio había sido duro separarse, con el tiempo se fueron acostumbrando a la lejanía. Las llamadas diarias de los primeros días se habían ido convirtiendo en semanales, quincenales y, ahora que Alphonse mantenía una relación sentimental con Winry, se reducían a cumpleaños, días festivos y alguna visita esporádica.
De repente Edward Elric sin apenas darse cuenta, había perdido a lo único que tenía. Se había quedado completamente solo. Había perdido su motivación, su razón de vivir y por primera vez en su vida se sentía desamparado.
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Al fin Roy Mustang tenía lo que siempre había anhelado, después de años y años de trabajo duro y entrega, la placa en su escritorio rezaba el ostentoso título de Führer. Había llegado a la cima, el gran alquimista de fuego. Parecía que la vida después de muchos años por fin lo había recompensado, éxito, dinero, mujeres ¿qué más podría pedir? Pero a Roy Mustang le faltaba algo, más bien le faltaba alguien.
Desde la primera vez que lo vio, en ese entonces teniente coronel Mustang, sabía que Edward Elric era especial. Los ojos del pequeño despertaban un sentimiento cálido dentro de él, la determinación, la madurez que presentaba a sus escasos once años le dijeron que desde ese día, él sería el responsable de ese niño, que lo ayudaría a recuperar el cuerpo de su hermano. Un sentimiento de responsabilidad y comprensión se apodero de él, le extendió la mano y le abrió las puertas de la milicia.
A lo largo de los años el sentimiento que despertaba en él el pequeño se fue transformando, fue mutando a algo más profundo, primero protección, luego cariño y admiración. Aunque siempre se mostraba hostil con el alquimista de acero, Roy lo quería, era como un hijo para él, al principio. Con los años el niño que había rescatado en el pequeño Rizembul había dado paso a un hermoso joven y con él un nuevo y profundo sentimiento. Roy Mustang amaba a Edward Elric.
El gran Führer, la máxima autoridad militar estaba enamorado de Edward Elric, el alquimista de acero, un niño y lo peor de todo un hombre. Lo cual lo convertía en un desviado, en un depravado, un enfermo, ¿cómo demonios había ocurrido eso? ¿Cómo carajo lo había permitido? ¿Por qué? Teniendo tantas mujeres a sus pies, mujeres hermosas de todas clases sociales ¿por qué mierda se había enamorado de acero? ¿Desde cuándo? No lo sabía, lo único que sabía era que lo amaba, lo amaba desde lo más profundo de su ser, tan profundo que dolía. Un dolor devastador que desgarraba sus entrañas y lo mataba lentamente desde adentro. Cada día era una agonía, pensar que nunca podría tenerlo, verle todos los malditos días de su existencia y no poder tocarlo, porque estaba mal.
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La guerra y el sufrimiento habían marcado el alma del mayor de los Elric, había dejado de ser el pequeño inocente que todos pensaban hace mucho tiempo, había visto tantas cosas durante sus viajes, cosas malas, sucias e inimaginables, cosas que habían dejado huella en su vida y lo habían hecho prácticamente inmune al sufrimiento humano pero a la vez le habían enseñado mucho, había aprendido a ser más perceptivo y aunque no lo demostrara él sabía demasiadas cosas. Cosas terribles, que sólo el dolor te puede enseñar. La sexualidad y lo que conlleva fue una de las muchas cosas que aprendió de la peor manera posible. Aprendió que el sexo era un gran negocio, una necesidad primaria al cual le podía sacar mucho jugo. Sexo por información, gran negocio. Al principio lo hacía por necesidad, un sacrificio humillante y doloroso, pero con el tiempo aprendió a manipular a las personas. Edward se sabía bello y deseado, carne joven y valiosa. Aprendió a sacarle provecho, usar sus encantos para conseguir lo que quería o necesitaba. No le importaba el género o la condición, sexo era sexo y él necesitaba devolverle su cuerpo a su hermano. Se convirtió en la puta más codiciada del mercado. Él sabía que estaba mal pero tenía lo que quería y nada más importaba.
Edward sabía cuando alguien le deseaba, lo había visto incontables veces. Pero se llevo una enorme y para nada desagradable sorpresa cuando descubrió que el bastardo que tenía por jefe era otro de los miles que babeaban por su perfecto culo. Y como buen hijo de puta que era iba a sacar provecho de ello. Una oportunidad así no se desaprovechaba.