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Condenada Vida... por Dark_Elric

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Notas del fanfic:

Fullmetal Alchemist (Hagane no Rekinjutsushi) no me pertenece sino a su creadora: Hiromu Arakawa.

 

¿Sólo para volver a ver mi rostro en un estanque muerto, lleno de hojas muertas, en un jardín estéril, me detuve después de tanto tiempo en la pequeña ciudad de Múnich? Cuando iba hacía allí, no pensaba en otro motivo que éste.

¿Cuánto tiempo había pasado? Verdaderamente eso ya no me importaba; solo quería regresar... y recordar...

Volviendo del mar y de las grandes ciudades de la costa, sentía el deseo de los sitios ocultos, de las calles estrechas, de los muros silenciosos y un poco ennegrecidos por la lluvia. Sabía que iba a encontrar todo eso en la pequeña ciudad donde maestros de clásicas barbas y trajes negros desgastados me habían enseñado, durante cinco años, las ciencias más antiguas, como los principios de la química, la Alquimia; ciencia que actualmente ya no es utilizada en lo científico por sus absurdas "teorías o leyes equivalentes":

"Existe una ley en la ciencia de la alquimia, ciencia que estudia la composición de los materiales. Con ella puedes convertir simple metal en reluciente oro. La alquimia está sujeta a las leyes de la naturaleza. No puedes ganar algo sin sacrificar nada a cambio del mismo valor; es la ley del intercambio equivalente. La gente no puede ganar nada sin sacrificar nada a cambio. No es solo la ley de la alquimia, es la ley de la verdad del mundo"

Siempre el mismo relato, nunca cambiaba; todos los antiguos científicos lo repetían como si fuera un típico padrenuestro en la religión cristiana; cada quien tenía su creencia pero yo no, solo era un ateo que creía en sí mismo y en lo que me rodeaba.

A menudo recordaba a Múnich como mi hogar, tan sola en medio de la llanura, como una exiliada (siempre pensé que también hay ciudades desterradas de su propia patria): sin río, sin torres ni campanarios, casi sin árboles; pero calma y resignada en torno al gran palacio de los monjes religiosos y sus extraños cultos, más extraños que cualquiera otra religión; en el que prácticamente vivían y morían. En las calles, cada cien pasos, hay un pozo, y junto cada pozo, una fuente, y sobre cada fuente, un guerrero de terracota pintado de azul y rojo pálido; esto se debía a la clases burguesas de la alta sociedad, muchas de ellas tenían en sus escudos de casta estos colores: rojo, que como casi en la mayoría representaba, sangre derramada y; el azul dependía de cada quién, agua, cielo o libertad, entre muchas otras posibilidades.

Otra vez como de costumbre, me hallaba perdido en medio de mi laberíntica mente. Pretendía mirar por la ventanilla del tren, pero siempre era lo mismo; mis pensamientos me llevaban a un mundo de inconscientes recuerdos e ideas relacionadas con la ciencia. También en medio de todo eso, estaba él;  siempre a mi lado en cualquier momento, era inevitable...  cada segundo que pasaba, escuchaba su monosilábico nombre dentro de mí: Roy.

"Pero,  ¿Por qué no podía dejar de pensar en él?"

Era mi pareja, mi prometido, mi novio, todo en mi vida... o por lo menos eso creía yo y dejaba que todos lo vieran de esa forma.

En pocas palabras, mi vida era Roy y la ciencia; lo demás eran un gran espacio en blanco que jamás se completaría... un espacio en blanco que no puede ser ocupado por una infancia oscura ni recuerdos disfrazados que ocultan toda la realidad.

El atardecer de ese día llegaba desapercibidamente para cualquier pasajero de ese tren,  incluyéndome, miraba el aire de mi alrededor, miraba el vacío... todo era interesante para dejarme inconsciente  otros minutos más. Muchos de ellos apreciaban los diversos colores del cielo y la cálida brisa que le era ofrecida a cualquiera que estuviera cerca de una ventanilla. Faltaba, por lo menos, media hora para llegar a la estación de trenes, según mi plateado y estropeado reloj de bolsillo que tenía un delicado relieve en su tapa, una serpiente o dragón depende de quién lo vea.

Sentado, con las manos sobre mis rodillas y todos mis mechones rubios cubriéndome la cara, cualquiera pensaría que soy un loco, que cambia de emociones y expresiones cada segundo que pasa. Y bueno...  eso en cierta forma lo era; había caminado por todo ese vagón muchas veces que perdí la cuenta; había acomodado mi maleta más de diez veces y; había abierto la ventanilla muchas veces más que todo lo anterior... una persona impaciente o loca...

 

-Joven -llamó un señor blanquecino muy anciano uniformado con esos trajes de inspectores del tren, en este caso, era negro.

-Joven -repitió con más insistencia y esta vez tomando de los hombros de un pasajero que según su parecer estaba en otro mundo.

-¿Eh? - reaccionó un pelirubio con la mirada perdida

-Hemos llegado a la estación de Múnich hace más de dos horas. Tenemos que pedirle que por favor descienda del tren. - habló el inspector con cortesía y sumo respeto.

- Si... -respondió cabizbajo mientras se intentaba levantar del asiento -  ¿Dos horas? -preguntó con exaltación.

-Así es. ¿Lo ayudo con la maleta, Joven? -otra vez, su cordialidad demostraba que ese señor era refinado en sus modales.

-C-claro. - dijo en voz baja mientras se levantaba y alzaba entre sus brazos su sobretodo negro que combinaba con el resto de su ropa.

El inspector sostenía con algo de dificultad la valija del joven, nunca se había imaginado que pesara más de lo que aparentaba, se ayudaba con sus dos manos y la poca fuerza que poseía. El otro por su cuenta estaba atrás, aún permanecía en su mundo, caminaba lentamente detrás del uniformado. Ambos bajaron del vagón. El pelirubio quedó fascinado con solo ver la estación: sus faroles característicos que alumbraban todo a su paso;  los bancos blancos que estaban al lado de un puesto de diarios del dueño de la estación y; la vieja construcción que en su pared frontal tenía colgado un gran reloj, que igual que antes, no funcionaba. Sus manecillas apenas se movían con el soplar del viento.

Él que sostenía la maleta, dejó la misma al lado del rubio que otra vez soñaba despierto.

"No cambió nada. Tan solo algunos retoques, pero todo es exactamente igual"

Cuando se disponía a seguir, una brusca y helada ráfaga de viento, lo estremeció y meció sus mechones rubios de un lado a otro. Se volteó para ver si alguien, por lo menos, un alma, estaba en esa estación pero no, estaba solo en aquel lugar que ahora se tornaba desolado.

-Debo dejar de escapar de la realidad. -Dijo mientras se agachaba a tomar su valija que estaba detrás de él - Ya es de noche... y ni siquiera lo note.

Caminó sin rumbo fijo fuera de la estación de trenes, dejando la luminosidad de los faroles por la silenciosa oscuridad de las calles de la ciudad.

"Así es... una persona impaciente o loca... no se comportaría como yo lo hago... una persona ausente, que no se siente de este mundo, de esta realidad, lo haría."

Sus pasos eran desiguales, unos más largos que otros, con pequeñas pausas y pensamientos nostálgicos; hacían que él aún se mantuviera despierto. Su figura lentamente se perdía en medio de las sombras pero aún así, caminaba... sin rumbo.

 


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