La guitarra era el único objeto que podía vivir conmigo, aquella inmensa tristeza y felicidad a la vez.
-Quizás dos, son mejor que uno.- susurré recordando la canción que a él tanto le gustaba.
¿Por qué estaba tan lejos? Resoplé y miré por la ventana, encontrando tan solo el viejo y gris edificio, en el cual antaño le había visto. Donde por vez primera sentí que mi corazón tenía dueño. No desistí hasta que di con él...lo recuerdo y aún sonrío de manera estúpida...sobre todo al volver a sentir sobre mí, la mirada que fue la que me susurró al oído con una brisa matutina, yo también quiero estar contigo.
-Han dejado esto en mi puerta, según la dirección y el apartamento, es para ti.- dije entregándole una carta, que era mía.
-Oh se han...equivocado demasiado...- dijo de manera risueña, y no pude evitar sonreír de lado, no me cabía en la mente tanta perfección.- ¡Gracias!
-No hay de qué.- aseguré dándome la vuelta, mientras él cerraba la puerta de su apartamento.
Suspiré y volví a mi piso, mirando por la ventana, en la misma posición que ahora, con la guitarra, esperando...con el corazón latiendo a mil por hora, juro...que sentía como si fuese a escapárseme. Logré ver como las cortinas de aquella anhelada ventana se movían, dejando paso a la cabellera negra que se había apropiado indiscriminadamente de mi aliento.
Me miró.
Le miré.
Nuestras miradas se conectaron, y él sonrió, asintiendo con ternura, para luego dejar en su mano un beso, el cual sopló hacia mi ventana. Yo evité suspirar como el enamorado que era, y lo recibí, atrapándolo en la palma de la mía, y lo llevé a mi corazón.
Fue desde entonces que no logré quitarle de mi cabeza. Cada día y cada noche pienso en él. Recordando su partida, la cual yo no pude impedir. Mi corazón se encogió al recordar aquello, y mis ojos se empañaron un poco.
Un montón de cajas estaban siendo subidas a un enorme camión que rezaba en la parte de atrás, “MUDANZAS”. Fruncí el ceño, ¿nuevos vecinos? Hasta que mi vista dio con el moreno alto y esbelto que tanto adoraba en silencio. Le vi llevar unas sillas, y sentí como se caía mi alma al suelo. Él alzó la mirada en aquel instante, como si supiera de mi sufrimiento, y me dedicó una sonrisa triste, y un corazón con sus dedos.
Sequé una lágrima que rodaba por mi mejilla. ¿En qué momento había bajado la mirada? Suspiré y volví a fijarla en la ventana, sintiendo mi corazón dar un salto al ver aquella hermosa caligrafía plasmada en ese trozo de papel, sostenido por sus manos.
-“He vuelto, solo por ti”.