SOY REBELDE por Alhen Lawliet

En una casa como cualquier otra, una familia estaba reunida para la cena. El sonido constante del telefono interrumpió el momento. El padre, se diriguió a contestar la llamada.
 
- ¿Hola?
 
El padre escuchó atento cada palabra. Después de finalizada la llamada, colgó el telefono y se diriguió a la mesa, donde su hijo y esposa se encontraban sentados. La dama le preguntó a su marido sobre la llamada.
 
- Y ¿bien? ¿Quién era?
 
Mantuvo su mirada centrada en sus manos, que se encontraban unidas formando extrañas formas, quizás por nerviosismo, quizás para mantener su mente ocupada. El hombre, serio y con una mirada severa, respondió con enojo mientras observaba al joven muchacho, de cabellos negros cual ébano y ojos profundos como pozos que parecían guardar algún secreto tan celosamente, su piel era tan blanca como la nieve, vestía una camisa blanca de mangas largas, pantalones azules, halgo gastados. Toda su ropa era holgada, casí parecía de una talla grande para la anatomía de aquel jovencito de mirada triste y aire despreocupado.
 
- Era la escuela, llamó para informar que llevas siete faltas. ¿Por qué no has asistido a la escuela?
 
Ambos padres miraron al chico con un semblante inquisidor, el muchacho, lejos de intimidarse ante tal gesto tan solo los retó.
 
- ¿Qué les importa? Es mi vida y hago con ella lo que quiera.
 
El padre, pareciendo envejecer de repente, aumentandose en su joven rostro algunos signos de vejéz, arrugó el rostro, haciendo que el bigote fino se moviera al compás de la boca, culpando a su hermosa y tambien joven esposa de la conducta altanera de su hijo adolescente.
 
- Todo es culpa tuya, si no lo consintieras demasiado.
 
La mujer, visiblemente enfadada por tal aseveración, arrugando su bello rostro de facciones aniñadas para tranformarse en el de una mujer fría, regresó al marido el comentario.
 
- ¿Ahora resulta que soy yo la culpable? En tal caso, creo que tú eres el culpable, siendo un padre irresponsable.
 
La discución se hizo presente, acalorada y con cada segundo pasando, tornandose más y más agresiva. Las voces se alzaban y la tensión aumentaba. Pronto comenzaron a gritarse mútuamente, a atacarse, se reclamaban y culpaban de la conducta del hijo.
 
Pronto, el muchacho se hartó de aquella discución y con una mueca de desagrado, se levantó de la mesa para irse a su habitación, escuchando aún los incesantes gritos de su progenitores. Abrió la puerta y al estar adentro de la fría habitación, la azota.
 
Caminó a pasos lentos hasta su cama y ahí, se recostó de golpe, mirando hacia el techo, pensando. Se sentía tan solo, tan ignorado. Tenía en su pecho atrapado esa sensación de querer gritar pero halgo lo ostruía, impidiendole que sus gritos de ayuda llegaran hasta sus padres. Se sentía en un habismo que lentamente lo consumia, lo envolvía entre las tinieblas de las que deseaba escapar, más, sentía que fieras sombras lo arrastraban aún contra su voluntad.
 
Era tanto su dolor, su rencor, las ganas de gritar. Pensaba y pensaba. Giró su cabeza a un costado, dirigiendo su vista hasta el cristal de la ventana, viendo a los pajarillos volando felices y libres. Así es como él quería estar, volando feliz y libre, libre de todas aquellas amarguras. No podía conciliar la trnaquilidad, negandose a creer que sus padres fueran incapaces de escuchar sus súplicas, que lo sacaran de aquel lugar donde las almas mueren y sufren en eternidad.
 
Su corazón se encogía. A su mente acudió la única solución encontrada, se levantó de la cama y caminó hasta la ventana, mirando el exterior, añorando poder tocar aquella libertad, aquel aire puro de penas y agonias, aquel aire que no contenía soledad. Ansiaba tanto aquella libertad, en verdad la deseaba.
 
Su mirada se tornaba cada segundo más triste, más apagada. Su vida siempre fue solitaria, sin amigos, sin apoyo, sin amor. Envidiaba a todas aquellas personas que eran felices, deseando muchas veces tener aquella felicidad, deseando arrancarla de aquellas gentes, poseerla para así poder saber lo que se sentía tener aquella dicha, tan solo por un segundo cuando menos. Anhelaba tener amor, amistad, quería ser escuchado y comprendido, más, nadie, nadie quería escucharlo, se tapaban los oídos con sus propias voces.
 
Al final, se encaminó hasta su mueble, abriendo cajon por cajon hasta dar con aquello que había estado guardando por tanto tiempo, esperando que no llegara jamáz ocación para usarlo, pero... no era escuchado, no era querido, solo ignorado y odiado. Siempre silenciado, sin que lo tomaran en cuenta. Tomó entre sus pálidas manos aquel frasco con contenido fatal. La miró por segundos, sintiendo su corazón latir, escuchando su propia respiración.
 
Irónicamente ya no escuchaba nada más que sus propios latidos y respiración intensificados por el momento. Se acercó a su cama, sentandose y abriendo el frasco para mirarlo una última vez y beberlo de golpe. Se recostó lentamente mientras sentía que su mundo se apagaba, viendo sombras y más sombras, hasta que sus ojos se cerraron. De su mano, aquel frasquito cayó al suelo haciendose mil pedazos, dejando esparcir por toda la habitación su sonido en ecos. La vida de Elle Lawliet se apagó, rompiendose fragil como el cristal de aquella botella cuyo contenido era un veneno.