Te veo caminar hacia mí, tu figura delicada, etérea, como si en cualquier momento fueras a desvanecerte. Me observas, tus ojos acuosos luchan por contener las lágrimas que amenazan con derramarse. Me observas en silencio mientras yo te observo.
De pie, e inmóvil. Mis ropas desgarradas y mi cuerpo cubierto de heridas lacerantes. Mis manos laxas caen a mis costados teñidas de sangre. No es mía, pertenece a aquellos que han muerto bajo ellas. El recuerdo de sus gritos agónicos y sus patéticas suplicas, me hacen ensanchar mi sonrisa. Y tú… tú cada luces más abatida. A cada paso que das pareciera que tu corazón se desmorona.
Avanzas despacio pero con paso firme. Y yo te espero inmóvil e impasible.
—Lo siento. —Puedo leer en tus labios. Y tu triste mirada atraviesa mi cuerpo y apuñala aquel resquicio de lo que fuese mi alma. Y por un momento la sonrisa se borra de mi rostro. Me has herido sin tocarme.
Un parpadeo, y estás a un par de pasos, tan cerca que puedo oler el perfume que desprende tu piel. Si estirara mis manos podría tocarte. Mancharte con la sangre en mis manos, ensuciar tus pulcras ropas.
—Lo siento— susurras y esta vez las lágrimas escapan de tus ojos. Y yo ensanchó mi sonrisa en un vano intento de ocultar las heridas que tus lágrimas causan en mi interior.
—Lo siento. —Repites y acabas lentamente conmigo, que finjo inútilmente ser inmune a tu llanto.
Mi sonrisa casi ha desaparecido y apenas logro curvar los labios en una tosca mueca.
—Lo siento. —Salen de tu boca esas palabras lacerantes, y tus labios tiemblan después de pronunciarlas.
Me has hecho retroceder un paso, cuando alzando las manos en mi dirección has intentado tocarme. Me he acobardado frente a una frágil figura vestida de blanco. Se ha acobardado la bestia que detrás suyo tiene los cuerpos sin vida de sus cientos de víctimas inocentes y cazadores aguerridos.
Finalmente me has tomado por los antebrazos, y con eso has logrado paralizarme.
—Lo siento. —Repites esas crueles palabras. Y tus manos rodean mi espalda. Siento tu cuerpo pegarse junto al mío. Y observo tus inmaculadas ropas ser manchadas con la prueba de mis pecados. Puedo sentir el ligero temblor de tu cuerpo.
—Lo siento. —Me susurras al oído y tus manos, convertidas en filosas dagas atraviesan mi pecho. Temblorosas e inseguras han arrancado mi corazón, que aún separado de mi cuerpo sigue latiendo en tus pálidas manos, manchadas ahora por mi sucia sangre.
—Lo siento. —Repites nuevamente, sin saber que esas palabras hieren más que tus dedos horadando mi pecho.
Sostienes mi cuerpo que se desvanece lentamente, perdiendo aquel líquido carmesí que lo mantiene con vida.
—Yo no… —Te respondo finalmente, y una sonrisa se dibuja en mis labios. Cierro los ojos pues no soporto ver tu mirada llena de arrepentimiento.
Sostienes mi cuerpo junto al tuyo, y yo me mantengo inmóvil, aunque deseo sujetarte fuertemente. Si lo hago manchare tu alma más de lo que ya lo he hecho.
—Corta mi cabeza y quema mis restos. —He dicho aquello con voz carente de sentimientos.
Has caído en llanto incontrolable, y tu cuerpo tiembla sin cesar. Me abrazas con fuerza y cada sollozo y cada lágrima duele más que la herida en mi pecho y los cortes en mi cuerpo.
No hay tiempo, lo sabes. Si no acabas pronto con esto no habrá otra oportunidad. Te has levantado con cuidado me has dejado en el suelo que se ha teñido de carmesí. En silencioso llanto has desenfundado la espada que descansaba en tu cadera y de un tajo inseguro has separado de mi cuerpo la cabeza.
Y has caído de rodillas derrotada, dando alaridos de dolor. Sujetando la testa de la bestia entre tus manos. Y mis ojos cerrados se mantienen, por que aún puedo escucharte, pero me niego a mirarte. Acaba conmigo ahora, antes que me decida a matarte.r32;r32;Y en un instante todo ha acabado, has matado a la bestia que amenazaba con acabar con el mundo. A la bestia que se dejó vencer por amor, aquella que te ha entregado el secreto de su fuerza. A la que has amado, la que te ama. Nunca te lo he dicho con palabras, pero mi cabeza cercenada sobre tu regazo, es prueba irrefutable de ello.
Y mis restos convertidos en cenizas flotan con la brisa de la tarde. Y el mundo está de fiesta, la bestia ha muerto, el mundo descansa en paz. Y tú te has convertido en su salvadora. Y sintiendo que te desgarran el alma observas mis cenizas esparcirse por el cielo. Y parece que vislumbras mi silueta a los lejos, y observas mi sonrisa, aquella que te pertenece sólo a ti, y mi mirada sin odio ni sedienta de sangre, ni gritos de terror. La que te profería un retorcido amor