Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Efectos colaterales por chibiichigo

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Disclaimer: Masashi Kishimoto

Notas del capitulo:

Hace mucho que no subía algo de corte social, pero hoy me decidí a tocar el tema porque existen cosas que me parecen inaceptables. Aclaro primeramente que esto no va encaminado a ser una postura política ni a satanizar a nadie. Mi opinión es mía, personal y reservada por lo que no quiero tocarla en algo tan ambiguo como un fanfic. Ya, si en algún punto les interesa, me la preguntan y todos contentos. 

ADVERTENCIA ALTAMENTE IMPORTANTE: La historia tiene un trasfondo real, y bajo ningún concepto pretendo ofender a las familias que estén pasando por una situación así. Lo que busco con esta historia es rendir un tributo a aquellos civiles mexicanos (y de otros países que "luchan contra el narco" usando la violencia y no la educación) muertos por negligencia o accidente. Por favor, no lo tomen como una ofensa, que es lo último que quiero hacer. 

Efectos colaterales

 

No sé, y quizás nunca sabré, por qué los humanos se empeñan tan obstinadamente en cubrir sus errores. Por qué hacen parecer un villano a un simple espectador desafortunado y sostener su teoría con uñas y dientes, sin importar los daños que causen a los demás. Tal vez así sean, o tristemente seamos, las personas. Tan rastreras como para justificar nuestros logros en la desgracia de los demás, y tan reacios a abrir los ojos que tejemos una especie de velo subrepticio para creernos nuestra propia mentira. Y todo esto se intensifica cuando hablamos de una guerra, porque ahí todos queremos sentirnos seguros y ver enemigos donde no los hay. Las mentiras se llegan a convertir, sin previo aviso, en una soga. Lo único que cambia es si nos asimos de ella para no hundirnos o nos la colocan en el cuello, sólo para tirarnos del banquillo.

Pero, no nos confundamos, que no todo en la naturaleza del llamado homo-sapiens (que de sapiente no tiene ni la primera letra) es tan deplorable. Digo, si nos enfocamos al colmo de lo rastrero dentro del colectivo humano, tomemos en cuenta que existen los cuentos de hadas. Sí, esas asquerosas y melosas historias sobre príncipes convertidos en rana—o al revés, da enteramente lo mismo—y estúpidos “Y vivieron felices por siempre”, donde se asume que el por siempre dura más que la vuelta a la página vacía y a la contraportada.  Ésos son, probablemente, lo más terrible de los humanos, las bazofias que construyen para evadir la verdad.

Siguiendo un poco la línea, y para nada enorgulleciéndome de ser una persona, intentaré hacer de mi relato algo parecido a un cuento de hadas… sin hadas o final feliz.

Mi nombre es Gaara. No tengo que decir nada relevante sobre mí, salvo que no me agrada la gente, ni el sol, ni los espacios abiertos, ni la estupidez, ni las mujeres, ni los babuinos, ni los dibujos animados.  Tengo una especie de patología con la verdad, lo cual implica una innegable aversión por las mentiras, en especial por ésas que cuesta trabajo vislumbrar.  Fuera de eso, soy un estudiante como cualquier otro. Tengo—tenía— una pareja a la cual no busqué, sino que nos encontramos por caprichos del destino. Él, Sasuke Uchiha, debería ser el príncipe homosexual de esta historia pero lo considero un poco más complejo que aquel hombre montado en un caballo blanco que vence a la bruja. De hecho, su deseo primordial era hacerle justicia a esos pobres seres condenados a la satanización y a la privación de todos sus bienes… Sí, el príncipe azul se convirtió en un abogado con traje de manera paradójica pero retorcidamente dulce.

En un inicio no nos acercamos por una atracción, sino porque nos detestábamos y nuestro instinto de competencia nos exhortaba a vencernos mutuamente. Yo a él, raro en mí, lo veía como un igual, y podía distinguir en su mirada sagaz un elemento en el que yo me reconocía. Sasuke Uchiha era lo suficientemente listo como para ser un digno rival en mi trastocada psique. Así que comenzó esa lucha, fiel y consentida por parte de ambos, tan empecinados por erigirnos como el campeón que nos terminamos aliando para dominar áreas del conocimiento en que no estábamos tan instruidos.

 

“La adquisición de cualquier conocimiento es siempre útil al intelecto, que sabrá descartar lo malo y conservar lo bueno” solía decir con toda la seguridad que tiene el que engendra tales frases. Está de más decir que sólo la había tomado prestada de Da Vinci, pero la recitaba con tal presteza que parecía propia. A su favor, debo aclarar, el príncipe (o abogado, como prefieran) aplicaba muchísimo mejor la frase que su creador, porque el único amor que tuvo siempre Sasuke, muy por encima de todas las personas y de todas las cosas, fue el conocimiento. Yo, en cambio, siempre amé la verdad, y la consideré—mentira, la sigo considerando—mi amante más fiel en las noches de insomnio y aburrimiento, pero para alcanzarla tuve que adquirir noción de muchas cosas y profundizarlas al grado de separar el mito de las realidades.

Pero bueno, basta ya de irme por la tangente en este relato. Como en todo buen cuento de hadas, existió algo similar a un beso de verdadero amor y una huída al castillo para disfrutar del “Felices para siempre” con letras adornadas.

Cuando Sasuke y yo tomamos la decisión de venir a vivir al castillo, un apartamento angustiosamente pequeño a un par de calles de la universidad y gobernar nuestro reino de 45 metros cuadrados, lo hicimos por algo muy similar al amor. Sexo.  Y no nos arrepentimos de habernos inclinado por ello, ya que también desarrollamos sentido de familiaridad, afecto y… todo el resto de las cosas que se supone se adquieren en una relación, aunque claro, con un toque macabro que siempre nos atrajo y obsesionó a los dos. Nos amábamos a nuestra incomprensible manera. Punto.

Tristemente, el “por siempre” tiende a ser demasiado rápido o demasiado interminable, y ese nimio detalle no lo comprendí hasta que el libro se cerró.

—Llegaré tarde hoy, no me esperes despierto— me dijo el viernes por la mañana, mientras se estiraba  y hacía esfuerzos sobrehumanos por incorporarse de la cama. Por mucho que se esforzaba en negarlo, siempre le fue imposible abrir los ojos cuando el despertador sonaba la primera vez, y más después de una noche sin dormir.

—Bien—refunfuñé mientras me giraba del otro lado para seguir durmiendo. Si hay algo que odio es que exista el esbozo de una conversación cuando yo estoy oficialmente dormido, en especial si la noche anterior estuve en vela. Ninguno de los dos habíamos logrado conciliar el sueño debido a nuestros proyectos y exámenes. Sí, qué asquerosa y poco prometedora resulta la vida de  dos universitarios.

—Me quedaré con Shikamaru en la biblioteca para afinar los detalles del examen de…— me tapé los oídos con la almohada. Por mi mente seguían volando fechas y lugares de los conflictos de Oriente Medio, así que ninguna otra pieza de información era requerida.

—No me interesa. Cállate.

Seguramente, casi puedo jurarlo, el muy cretino del Uchiha se mofó de mi actitud. Lo dejé pasar.

 

Durante el día no supe nada de él. Era parte del plan maestro que habíamos ideado en algún momento de ideas retorcidas. Vivíamos juntos. Dormíamos juntos. Nos acostábamos juntos. Era necesario que tuviésemos espacios separados el resto del día, así fuese sólo para platicar de trivialidades por la noche y amenizar nuestro departamento, que salvo la música de Schubert y aquellas pláticas insulsas, estaba en silencio inquebrantable.

Yo tenía que estudiar para las pruebas que se avecinaban. Era lo más importante que tenía qué hacer, lo que me robaba las pocas horas de sueño que logro tener gracias a la obscena carga de trabajo y a mi problema de insomnio. Ahora que lo miro en perspectiva, es una total bobería digna de cualquier mozalbete, pero en aquel momento, cuando mi vida tenía la proporción necesaria de equilibrio y rutina, sonaba tremendamente lógico. Estaba en aquella empresa cuando mi móvil sonó.

—¿Qué quieres?

—Qué horrible manera de contestarle a tu hermana. Quiero que Sasuke y tú vengan a comer hoy a la casa.

—No… Gracias.

—¿Por qué?

—Estoy ocupado.

—Vamos…

Tengo que aceptar que después de ese diálogo me perdí dentro de la propia vorágine de mi conversación, que se extendió hasta lograr mi muerte cerebral. Y, como siempre, terminé cediendo ante las boberías de Temari.

Le envié un mensaje a Sasuke, para ver si deseaba acompañarme a la increíblemente aburrida reunión familiar o engraparse la mano contra la puerta de la casa. La respuesta era obvia incluso antes de formular la pregunta, y por suerte a mí me quedaban muchas grapas.

Comida hoy con Temari a las tres, ¿vienes?”

“No”

Ésa era la magia de los mensajes de texto. Me ahorraban la cháchara inútil de intentar convencer al inflexible Uchiha y agilizaban nuestras decisiones. ¡Oh, la magia de la tecnología!

Me dirigí, con resignación y mala leche, a casa de mi hermana. No es que no me gustara pasar tiempo con ella y su marido veinte años mayor, sino que detestaba los  comentarios ofensivos que de vez en cuando Baki liberaba en contra mía o de la homosexualidad (que terminaba siendo en contra mía, de todas formas). Algunas veces yo le devolvía tan amables comentarios con frases cargadas de agradable y reconfortante sarcasmo, y de ahí se derivaban los silencios incómodos que mi hermana, invariablemente, cubría con pastel o café. Por eso yo acostumbro reservarme mi derecho de réplica, Temari es una cocinera lo suficientemente decadente como para hacerme temer por mi integridad física a base de postres. O lo que ella considera tal.

—¿Escuchaste lo de la balacera del narco hace unos días?

Yo, evidentemente, no sabía nada. Ni quería saber. No viene a colación, o mejor dicho, no quiero ventilar mi opinión sobre temas políticos o sobre la no tan eficaz manera de combatir el crimen, pero puedo resumir que no apruebo los métodos primitivos e ineptos que utilizan para “la guerra”.  Sin embargo, asentí a lo que preguntó mi hermana.

—Sí, dicen que mataron a varios de los de tu bando— se mofó Baki. Temari le miró con reproche y yo lo ignoré.

—La inseguridad está creciendo mucho. Es una odisea salir de tu casa y regresar vivo por la noche— apunté, sin tener en cuenta que aquello que había salido de mi boca podía ser considerado una epifanía. De haberlo sabido…

 

 

Volví a la casa y me lancé a la cama para descansar. No esperaba a mi novio hasta pasadas las dos o tres de la madrugada, y eso si no se quedaba a dormir en la universidad. Saqué mi celular y le llamé, sin más motivo que escuchar su voz pastosa y hastiada de leer.

—Diga…

—Ya llegué a la casa, ¿te vas a quedar mucho rato en la escuela todavía?

—Sí, un poco.

—Dale… Entonces me despido—parecía presionado por terminar la llamada, así que yo me dispuse a colgar.

—Sí, buenas noches. Ah, y Gaara—se quedó esperando en la línea—…te quiero.

Colgó.

Lo acepto. Jamás en la vida habría pensado que esas palabras pudiesen salir de la boca de un príncipe-abogado de apellido Uchiha. Quedé un tanto descolocado, pero no le di importancia. Y me fui a dormir.

 

 

Una seguidilla de estruendos me despertó. Era noche, extremadamente tarde y me percaté de que Sasuke no estaba todavía en la cama, cosa que activó un sistema prácticamente en desuso en mí que se llama angustia. Y esa noche rayaba la paranoia. Pero ¿cómo no, si lo que se escuchaba era un tiroteo? Busqué mi celular y me metí al baño.

El número que usted marcó no existe o se encuentra fuera del área de servicio. Le sugerimos marcar más tarde.

Joder. Maldita mujer del teléfono, ¿quién era ella para negarme hablar con mi novio? Bueno, pero no era ése el mejor momento para perder la cabeza. Lo más seguro era que se hubiese acabado la batería y que mi paranoia estuviese urdiendo una historia con base en factores aislados. Sí, seguro era eso.

No volví, sin embargo, a pegar ojo en toda la noche. Esperaba que la puerta se abriera y pudiese beberme la sangre del desconsiderado que no había tomado un teléfono para decir “estoy bien”. El momento nunca llegó.

Prendí la televisión para paliar un poco la angustia, y enterarme por qué habían disparado en plena calle. Corrección, el motivo lo sabía porque era el de siempre: narcotráfico. Lo único que quería saber era el número de muertos esta ocasión… Necesitaba sentir que se estaba haciendo algo para combatir las drogas, aunque la manera no me agradaba.

“Hoy por la madrugada se registró un enfrentamiento armado entre un grupo del narcotráfico contra el Ejército. En el tiroteo, ubicado a las afueras de una prestigiosa universidad, murieron dos sicarios que portaban armas ilegales y paquetes de cocaína y marihuana. No se registran daños.”

Bufé extrañado al ver la pared de mí casa de estudios en la televisión. Parecía demasiado irreal, casi onírico. ¿Qué diantres estaban haciendo grupos armados en medio de la ciudad? Voy de acuerdo en que uno no elije el lugar idóneo para matarse a tiros, y que llegado el momento uno huye a cualquier lugar, pero me hizo sentir demasiado inseguro. Parte de mi pared se había desquebrajado.

Salí a la universidad para buscar a mi novio, pero nadie me podía dar razón de él. El rector había informado que no habían existido daños o alteraciones en la institución, por lo que las clases seguirían su curso normal. Según las autoridades, los muertos habían sido los sicarios, los “malos” del cuento de hadas, sin daños colaterales a civiles. Sin embargo, todos los alumnos lucían asustados, demasiado alertas como para salir corriendo en cualquier momento y lo suficientemente atarantados como para no percatarse de su derredor. No faltaba tampoco aquel que quisiera hacer una protesta por irrupción federal en propiedad privada, o que recitara la carta de los Derechos Humanos en voz alta, sin entender de llenos su contenido. Yo estaba de acuerdo con ellos, claro que sí, pero tenía un asunto más apremiante qué dilucidar. ¿Dónde estaba Sasuke?

 

Fue un día cargado de angustia y pánico, pero no de los que se expresan con aspavientos, sino del que te deja congelado, sumido en un tiempo-espacio diferente al del resto del mundo. Me sentía bajo el agua, sin escuchar más que cosas distorsionadas y con la sola finalidad de refugiarme en los brazos del idiota que me tenía en esas paupérrimas condiciones. El momento no llegó.

Era ya muy noche cuando me llamaron. Eran de la rectoría de la universidad y solicitaban hablar de inmediato con algún familiar de Sasuke.

—Soy su novio— un nudo se formó en mi garganta, pero logré desaparecerlo antes de que fuera notorio.

—Señor Sabaku, lamento mucho lo que tengo que decirle…

¿Qué? Eso no era posible. A los que habían matado eran sicarios armados y con droga, cosa que Sasuke no era. Él era un buen estudiante, el mejor, si cabe aclarar. Era un buen hijo, un buen hermano y un amante espectacular. No era un traficante de ninguna de esas mierdas asquerosas. Sasuke Uchiha era el príncipe de este cuento de hadas, y en un buen cuento los buenos  sobreviven y los malos perecen. Pero no al revés, o por lo menos el bueno moría con el título que le tocaba y no era mancillado su buen nombre con un título como sicario.

Por eso dije que los cuentos de hadas son lo peor que existe. Sólo sirven para evadirnos de nuestra propia y decadente realidad, pero nada más. Y en el mundo no hay sapos que se hacen príncipes, ni castillos en las nubes; aquí a los inocentes los matan con bandera de culpables, les roban incluso su dignidad cuando acaban con sus tarjetas y modifican los informes periciales. Todos se empeñan en cubrir sus errores y volverlos mentiras, colocándoles la soga al cuello a los otros para no hundirse ellos. En los cuentos de hadas sin hadas, los príncipes se quedan sin pareja, a los buenos los aniquilan y los malos continúan en las andadas gracias a la poca eficiencia que tienen los defensores de la patria. Pero, claro, en una guerra, no importa cuántos inocentes mueran o cuántas vidas se destruyan, todo sigue siendo un mezquino efecto colateral.

 

Notas finales:

A ver, gente, si llegaron hasta aquí quiero decirles que, por nuestro bien, hay que entender que las pérdidas civiles no son un efecto colateral. Lo que se muere son personas como nosotros que ni la deben ni la temen, pero se paran en un lugar desafortunado. No digo que esto sea realidad en TODOS los casos, pero es obvio que existe y que son enmascarados. 

No les pido nada, ni les incito a la acción sino a la reflexión que es lo que nos falta hacer. Si los puños lo arreglaran todo, no tendríamos cerebro.

Repito que esta historia es sólo mi opinión y no tengo como finalidad hacer una crítica elaborada y pensante, sino profundizar en el aspecto social y humano. 

 

INFORMACIÓN: Como les dije, esto tiene un contexto histórico real. Hablo del asesinato y difamación de dos alumnos y compañeros estudiantes en la ciudad de Monterrey el 19 de marzo de 2010. Un caso de negligencia que acabó con dos alumnos de excelencia. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).