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Proyecto Trauma por rayito de luz

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Notas del capitulo:

¡Hola mis queridos lectores! 

 

Hace demasiado tiempo que no actualizaba, lo sé. Lo lamento, pero mis tiempos no son como cuando iba a la secundaria. Pensé en eliminar esta historia, pero no pude, por lo que decidí continuarla.

 

Prometí que la terminaría, y lo cumpliré. 

 

Disfruten de la lectura.

 

Prince of tennis no me pertenece.

Aquella mañana, Kaoru no se sintió muy bien. Su estómago le dolía y en el pecho sentía una opresión. ¿Un nuevo jugo de Inui, quizá? ¿O pescaría a Fuji devorando el cuello a Eiji-sempai, otra vez? Si tenía suerte, podría evitar la escena acaramelada de Oishi con Taka-san detrás de los árboles de la escuela. Incluso, su pequeño cachorro Canela, lo miraba con sus ojos diciéndole: “¡No vayas a la escuela, Kao-chan! Quédate conmigo, ¡nos divertiremos!”. Golpeándose la frente con su mano para despejar su mente, decidió que era sano para su salud mental ignorar aquellos extraños pensamientos dementes.

Se vistió para realizar sus ejercicios matutinos. Comenzó a correr con tranquilidad, o al menos, intentar encontrarla, porque creía sentir una presencia observándolo fijamente. Mordiéndose los labios, resolvió que esa mañana estaba paranoico por los próximos exámenes y por la molesta psicóloga que los acosaba a cada oportunidad con alguna clase de charla espiritual o preguntas inquietantes.

Aún recordaba la suya…

 

— ¡Kaoru Kaidoh! — gritó en pleno pasillo atorado de alumnos desesperaos por llegar a la cafetería y obtener alimentos medianamente comestibles para llenar sus estómagos y mantenerlos despiertos —. Quiero hablar contigo, Kaidoh-kun.

Kaoru se acercó mirando a los chismosos fieramente, logrando espantarlos.

— Buenos días, Ishida-san — respetuosamente se inclinó.

— Ah, qué tierno eres — tomó una mejilla sonrosada por la vergüenza y estiró con entusiasmo —. ¡Tu piel es suave como la de un bebé!

Para el joven, aquello fue como un golpe de Taka-san elevado a la potencia mil a su orgullo.

— ¿Para qué necesitaba mi…?

— ¡Sí, cierto! Por poco lo olvido — rió tontamente. El estudiante quería ahorcarla, estaba perdiendo tiempo, valiosos minutos imprescindibles para escapar de Inui quien lo acosaba para que probase sus nuevos venenos, es decir, “jugos de dudosa procedencia” —. Tengo una pregunta muy importante, es sobre Fuji Syusuke. 

Sintió su respiración cortarse.

Si amaba su vida — cosa que hacía —, no hablaría mal del santo Fuji cuya mente era una red de desquiciados propósitos con fines destructivos y con una fuerte actitud obsesiva y posesiva hacia sus objetos de afecto — en la cúspide estaba Eiji seguido muy de cerca por Yuuta, su cámara y el cactus que mimaba como a una mascota —. Muy pocos, poquísimos especímenes humanos podían aspirar para, al menos, llegar a la categoría “esclavo” de la pirámide afectiva del prodigio.

— “Con mi silencio estaré asegurando mi vida…” — parpadeó para calmarse —. Bien…

— Una compañera de su curso, afirma que Fuji-kun colocó en su mochila un oso de peluche decapitado con clavos en todo su cuerpo con algunas larvas dentro de él por relleno — inició la conversación con una estimulante introducción —. Usted es unos de sus amigos del club, por lo que pensé que quizá, sabría si es normal en él esa clase de comportamientos.

Kaoru preparó un discurso para salir de la incómoda y terrorífica situación.

— Fshhh… 

— ¿Disculpe?

— Fshhh… — susurró —. No.

— ¿Podría repetir sus murmullos y siseos más altos, por favor?

Cerrando sus ojos, con voz seria y segura dijo:

— Fuji-sempai es un estudiante modelo y un gran amigo. En el tenis, es considerado un prodigio; un rival de temer. En cuanto como persona, es un ciudadano modelo. Ayuda a las personas cuyos gatitos están en altos árboles y a las ancianitas para que crucen la calle, me ayuda con los deberes cuando le pido ser mi tutor y es un gran, pero gran amigo… Fshhh.

— Ya veo, ¡Fuji-kun es admirable! — sonrió —. Gracias por su ayuda, Kaidoh-kun. Hablaré seriamente con esta alumna por andar injuriando a personas con nobles actitudes que hacen del mundo un lugar mejor.

Al verla retirarse, Kaoru estuvo tentado a sacar de su bolsillo, el papelito que Fuji les había dado a todos los titulares. Era una “descripción” de su persona que, ante cualquier caso necesario, debían de decirlo como si fuera una oración sagrada. Con las rodillas aún temblándole, se lamentó por la venganza que seguramente su sempai le proporcionaría a la chica.

— “Eso le pasa por andar seduciendo a Eiji-sempai… Fshhh” — decidió borrar a Kikumaru de su cabeza por protección.

Había hecho lo que toda persona cuerda y con ánimos de seguir existiendo debía si ansiaba regresar a su casa con todos sus miembros intactos.

 

 Decidió que ya era suficiente por hoy. Extrañamente, observó que sus cincuenta vueltas estaban hechas en tiempo record. Con calma, se dirigió hasta su casa, debía de bañarse y prepararse para las clases y la práctica que seguro hoy sería intensa, pues Tezuka estaba con un humor de mil demonios.

No quería ni siquiera imaginarse por qué. Suficiente tenía con el romance de Fuji, el secretito entre Oishi y Taka-san y el molesto de Momoshiro gritando a los cuatro vientos su hazaña con el maldito video.

 

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Caminando tranquilamente, se preguntó por decimosexta vez si era correcto ir a la institución. Podría decirle a su madre que no se sentía bien, que en medio del camino comenzó a marearse.

— Fshhh… — se quedó quieto, listo para volverse.

Pero sentía unos penetrantes ojos taladrándole la nuca, hasta podía sentir la respiración de un extraño en su oído. ¡Incluso podía afirmar que una mano ajena sostenía la suya…!

— ¡I-Inui-sempai! Fshhh — tembló ligeramente.

— Kaoru — susurró su nombre con una perversa sonrisa que al instante desapareció —. Vamos, llegaremos tarde.

— Eh, s-sí.

Kaoru lo pensó mejor, debería haberse quedado en casa.

 

/*/ /*/ /*/

 

Martes.

Un día en que los alumnos comenzaban a despertarse del fin de semana. En el aire, la palabra “examen” rondaba. Por esa razón, con ojos desorbitados y muecas de temor, algunos repasaban a velocidades que Ichigo Kurosaki envidiaría, otros le rezaban a la suerte y los escasos jóvenes que no sudaban ni una gota por haber estudiado, eran colocados en la lista negra de muchos.

El director Matsuda se preguntó si su vocación era enseñar. Y sí, desgraciadamente lo afirmó. La literatura era lo que amaba y cultivar las mentes juveniles con espíritus encendidos para aprender y reflexionar lo que adoraba. Si tan sólo su trabajo fuese fácil… y su vida.

Descartando esos pensamientos, decidió ir a su oficina y prepararse una taza de café mientras revisaba los papeles que demandaban su atención.

Si tan solo…

— ¿Director…? — un niño de primer año lo miraba con sorpresa.

— ¿Si? — no esperaba ser abordado por alguno de los anima-estudiantes.

— ¡Oh! — se giró y fue corriendo hasta otros grupito de chicos que estaba cerca de las puertas de la entrada al edificio —. ¡Es hombre!

— ¡Te lo dije! — respondió un castaño —. Mis dos años de experiencia me decían que teníamos un director y no una directora.

— Horio, ¿por qué no lo dijiste antes? — si mal no recordaba Matsuda, ésa era la loca del cabello del tal “Príncipe Ryoma”.

Sintiéndose más miserable, apresuró sus pasos.

— Al menos ahora me conocen… — masculló con molestia. ¡Casi cuatro años en el puesto y nadie lo conocía! ¿Qué nadie lo escuchaba en las actividades que el colegio hacía?

Su autoestima cayó más de lo que ya estaba.

Con pesar, tomó su amargo café. “Como mi vida”, pensó. Suspiró: mejor hacer el trabajo.

— ¡Directooooooor! — la puerta de su oficina fue brutalmente abierta de una patada.

— ¿¡I-Ishida-san!? — era joven y ya tenía problemas cardiovasculares —. ¿¡Por qué entró de esa forma!?

— Bueno, como usted verá, mis manos están ocupadas — sostenía una caja con un cartelito que rezaba: “Octavo año”.

—… Ah.

— ¿No recuerda que comenzaríamos hoy con los videos de octavo año? — le dijo mientras se sentaba en el sillón de cuero negro y seleccionaba el afortunado que inauguraría con su “muy educativo” aporte.

— Por supuesto, ¿por qué habría de olvidar este hecho tan trascendental de mi vida? — con rostro inexpresivo y odiándose por contratar gente con referencias dudosas, se sentó al lado de la mujer con una libreta que no contenía más de tres palabras: “Odio mi vida”.

Con curiosidad, quiso saber qué anotaba la mujer con tanto esmero.

— Lo sabrá cuando le entregue mi informe final — lo miró con una sonrisa perturbadora a la vez que cubría sus notas.  

“Creo… que debería salir corriendo, mientras pueda…” — pensó mortificado, pero no lo hizo.

 

 

Dejando los pensamientos negativos y recuperando su compostura, introdujo el video que Ishida le había dado. Dejó su libretita en el escritorio (¿Para qué usarla?) con un café cargado, muy cargado, se concentró en la pantalla. Por las dudas, sus calmantes estaban en su maletín.

 

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La pared nunca le pareció tan hermosa. ¿Por qué tenía que sucederle aquello a él? ¡Sólo quería jugar tenis!

— Por favor, Kaidoh-kun. — Ishida estaba sentada en una silla frente de él con una expresión de profunda preocupación —. Necesitamos que respondas las preguntas con la mayor sinceridad posible. Queremos ayudarle.

— Fshhh...

— Kaidoh-kun, por favor, dígame algo.

— Fshhh — estaba muy nervioso como para mentir. Realmente no entendía nada.

— ¿Ha estado todo bien en su hogar?

— Fshhh… s-sí.

— ¿Alguien en el colegio lo molesta?

— ¿Fshhh?

— ¡Díganos, por favor!

— F-Fshhh…

Matsuda-san ya tenía un tic en su ojo derecho. Las manos le temblaban y no dejaba de sudar. ¡Uno de sus alumnos…!

— Kaidoh-kun, necesito algo más que siseos confundidos.

— Y-Yo…

— ¡Al grano! — el director se acercó y señaló el televisor —. ¡Lo sabemos todo!

— ¿Q-Qué?

— Puede confiar en nosotros— Ritsuko le sonrió maternalmente.

Aún perdido sobre lo que debía confesar, miró la pantalla.

¡Su video!

Detrás de él, en cada momento, una sombra lo seguía. Era un hombre que en cada toma, estaba ahí, asechándolo. Por un momento, el resplandor de unos lentes lo iluminaron.

— I-Inui-sempai — murmuró sonrojado.

¡Oh, diablos!

— Con que Inui es el nombre del acosador.

— ¿Inui?

Matsuda palideció. Inui Sadaharu era un estudiante de noveno año. Su brillante y un poco maníaco alumno era…

— Fshhh… — Kaoru estaba en pánico, ¿qué debía hacer? ¡Ni siquiera sabía que su sempai estaba observándolo cuando realizó el video!

— Kaidoh-kun, ¿lo conoces?

— Fshhh…

Kaoru asintió, por el bien del equipo, debía de sacrificarse.

— I-Inui-sempai es… m-mi… n-novio… fshhh — balbuceó.

 

“Inui-sempai… usted me las pagará… ¡muy caro, fshhh!” 

 

 

Notas finales:

Espero les haya gustado.

 

No importa el tiempo que me tome, terminaré esta historia.

 

Cuídense, besos :)

 

Rayito de Luz


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