Acabo de llegar a la biblioteca, he suspendido varias materias, no me gusta nada la escuela, y éste es mi primer día de estudio. Traigo conmigo mi portátil y un ejemplar de preparación de una de mis asignaturas. Abro el libro y me dispongo a estudiarlo con presteza y realmente concentrado.
No pasan más de cinco minutos cuando lo cierro y enciendo mi ordenador. Con una sonrisa pienso que ya continuaré mañana, para ser el primer día ya he hecho suficiente. Rápidamente agacho la cabeza alicaído y pienso que yo no sirvo para estudiar. Bueno, me da igual, no voy a pensar en eso ahora mismo.
Hoy está realmente el día muy aburrido en la biblioteca –mucho más de lo normal–. Estamos la bibliotecaria, dos señores mayores y yo, todos con ordenadores. Normal que la conexión vaya tan lenta. Nunca se pasa por aquí ninguna persona joven, ¿así como me van a entrar ganas de estudiar?
Se escucha como alguien abre la puerta y una mano aparece, agarrando el borde de la puerta. Levanto la cabeza, como siempre hago cuando entra una persona, es curiosidad. Y espero.
Desasosiego.
Un chico joven, de mi edad, de pelo oscuro y tez pálida, se deja ver en la entrada de la biblioteca. Lo miro durante un momento y un escalofrío recorre mi cuerpo. Una piedra ha caído en mi estómago y un fuerte sentimiento ha llegado a mi corazón.
Bajo la cabeza ipso facto. ¿Me ha mirado? No estoy seguro. La vuelvo a levantar levemente y observo por el rabillo del ojo como camina en la otra dirección y se sienta en la mesa más alejada de mí. Mierda. Mira que hay asientos, y que yo soy el único chico joven, y sin embargo se ha sentado en el lugar más lejano posible.
No quitar ojo.
Encima de todo, se ha sentado de espaldas a mí, solo puedo ver un poco de la camisa azul que cubre su espalda y su cabello negro con unos cascos tapando sus orejas. Ya me he olvidado de lo que estaba haciendo con el ordenador, ¿qué era? ¿Jugaba al buscaminas? Creo que ahora mismo tengo cosas más interesantes que hacer.
No puedo evitar seguir mirándole. Lo hago sin ningún disimulo, después de todo, ¿qué más me da que se den cuenta de algo dos ancianos? Observo como se mueve ligeramente en la silla, ¿estará incómodo?
Gira su cabeza, ¡está girando su cabeza! Me mira directamente a los ojos, no puedo impedirlo y agacho nuevamente la cabeza avergonzado, enfocando la mirada hacia mi ordenador como si llevara todo el rato haciendo lo mismo. Mi cara me arde.
Caída.
El chico se levanta, recoge sus cosas y se empieza a acercar hacia mí. Parece que se va a ir, no le habrá gustado la biblioteca. Un momento, un momento, un momento, continúa su recorrido en mi dirección, coge una silla en mi misma mesa, justo al lado de mí, y se sienta. Mi corazón late a mil por hora, ¿por qué está haciendo todo esto?
No hago más que mirarle fugazmente, estoy seguro que se da cuenta, pero es que no puedo evitarlo, es tan guapo, al final acabará tachándome de loco, seguro.
En uno de mis vistazos él atrapa mi mirada y me brinda una media sonrisa. Bajo mi cabeza corriendo, ¿me habré puesto rojo? Espero que no.
–Hola, soy Sasuke, ¿cómo te llamas? –me susurra acercándose a mí.
–¿Yo? Ehm... Yo me llamo Naruto –le respondo mientras subo mi mirada pero sin continuar el movimiento con la cabeza. Debo parecer muy estúpido.
–Naruto, bonito nombre –me confiesa con aire distraído.
Creo que me he enamorado.
Los tres pasos hacia la locura.