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Videocassette por chibiichigo

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Notas del capitulo:

La verdad es que no planeaba subir el capítulo tan pronto, pero estoy seca y no se me ocurrió nada más que darle a una persona que quiero muchísimo: Nox.

¡Feliz cumpleaños, belleza! Perdón por no haber sido más ingeniosa, pero te dedico esto con todo mi corazón. Ya se verá si después se me ocurre algo más. Que te mereces el mundo, uvita preciosa. 

Capítulo 2. Stop

 

Se removió un poco entre las sábanas, intentando encontrar una posición que aminorara el punzante dolor de su zona baja. Aquella sensación, tan amarga como deliciosa, no hacían más que recordarle las consecuencias de poner en tela de juicio la masculinidad de un ególatra fetichista como Sasuke Uchiha.

Abrió los ojos con pesadez y notó el espacio vacío en el sitio de su amante, al tiempo que aguzaba el oído para percibir claramente el sonido del agua de la regadera. Agradeció aquello y, con esfuerzos, se incorporó del lecho. Caminó con lentitud y molestia hasta donde estaban sus ropas y se vistió para regresar a su apartamento.

—¿Te veré mañana? — preguntó Sasuke, saliendo del baño apenas envuelto en una toalla, al tiempo que Gaara hacía el amago de cruzar el umbral de la pieza.

—Si no me rompiste hoy el esfínter—lo miró de la misma forma vacía, carente siquiera de interés y se giró para proseguir su camino. Deseaba llegar a su casa lo más pronto que pudiera.

 

Jamás se había engañado ni a sí mismo ni a Sasuke. Ambos sabían que lo que los unía era el mero placer carnal, el puro placer hedonista que los orillaba a estar juntos y a probar definiciones alternativas del placer que, trágicamente, en sociedades tan negadas a la novedad como en la que vivían causaban escándalo.  Era sólo eso lo que los unía: el placer enfermo de transgredir los principios que les había inculcado la sociedad.

No había amor. No había cariño. No había interés en ningún otro ámbito que no fuese el sexo. Y ambos lo sabían y disfrutaban de ese materialismo que los eximía de cualquier clase de sentimiento. Porque a ninguno de los dos les gustaban las palabras suaves o las conversaciones que revelan parte del interior de un alma roída, tampoco las absurdas intenciones de estar al lado de alguien por más tiempo del estrictamente necesario ni las frases trilladas de un afecto que nadie sentía en realidad. Pero, sobre todo, les aterraba la sensación de estar comprometidos con algo y tener que ceder parte de su independencia libertina.

Por  eso se limitaban a esos encuentros regulares, donde ambos pasaban de ser los estudiantes, los hijos, los hermanos, los alumnos  a ser los últimos retazos de Sodoma y Gomorra.  No había intercambio de palabras fuera de las que se apegaban a aquel juego entre las sábanas, ni siquiera la promesa de verse después o la certidumbre de no volverse a encontrar nunca más. Y ambos sabían que cualquier cosa podía ocurrir, que cada encuentro podía ser el último, que atravesando la puerta volverían a adquirir sus identidades regulares y no sentirían siquiera la necesidad de hablar con el otro. Se ocultarían en las máscaras de oropimente indiferencia y sus vidas volverían a la monotonía.

Y, sin embargo, continuaban ahí, entregándose, tan sólo en cuerpo, unas horas el uno al otro. Si pasado y sin presente, y mucho menos un futuro. Vivían el instante de una relación que no iba a lugar alguno porque fuera de la cama eran ambos desconocidos. Eran sólo encuentros por placer destinados a repetirse hasta el hastío de alguna de las partes.

 

 

 

La mañana siguiente llegó con la misma monotonía de siempre. Un dolor punzante en su entrada era el único registro de que la noche anterior no había sido un sueño húmedo, sino la orgásmica realidad efímera. Y era momento de seguir con su vida, olvidándose  de su extraña relación con el de mechas oscuras.

No se sentía ni mal ni bien por ello. Eso habría significado decir que le interesaba, y nada distaba más de aquella ilusión. A decir verdad, lo que pudiese pasar al segundo siguiente, involucrara al Uchiha o no, se la traía enteramente floja. Lo que más importaba era vivir esos momentos de orgasmos continuos y bajo ningún pretexto desear  sincerarse con alguien más.

 

Asistió a sus clases, como de costumbre y charló – o mejor expresado: escuchó la charla – de un par de personas que parecían precisar de su conocimiento sobre alguna intrascendencia que a él le parecía demasiado fútil como para gastar su saliva.  Todo parecía normal, grisáceo y efímero, una colección de momentos que se sucedían unos a otros en orden aleatorio y que daban la ilusión de continuarse.

No habló con Sasuke ese día, ni se lo encontró por los pasillos en ninguna ocasión. Pudo leer en silencio el libro que había sacado de la biblioteca, sin ser interrumpido por el moreno, por lo menos físicamente, aunque su mente divagaba con frecuencia acerca de la noche anterior y sus ojos miraba de cuando en cuando a su alrededor, buscando infructuosamente sus negros pozos. Aquello era tan atípico como incómodo; no le agradaba la idea de encontrarse dedicándole pensamientos a nadie que no fuese él cuando debía ponerse a otra actividad, ni siquiera cuando esas alusiones iban todas dirigidas a una cama, látigos y amarras.

Se sacudió la cabeza y cerró el conjunto de letras. Le resultaba más que obvio que, por lo menos mientras tuviera el ano destrozado y punzándole con vehemencia, la imagen del que le sodomizaba no se iría, por mucho que eso le molestase. Finalmente, no existía ningún otro motivo que le impulsase a pensar en él.

 

 

No volvió a saber del Uchiha sino hasta un par de días después, cuando la molestia al sentarse se había difuminado hasta volverse imperceptible, al igual que su recuerdo. No había pensado más en él, ni lo había contemplado en su precaria concepción del Universo. Fuera de la cama, su mundo no involucraba mechones negros, ni estaba entre sus planes agregarlos. Él vivía en relativa calma sintiéndose un ser exclusivo, independiente de toda la masa humana que lo envolvía y de la que rehuía tanto como a las enfermedades venéreas, y totalmente libre de hacer o no hacer con su tiempo lo que considerase. Alienado por convicción de todos los que consideraba inferiores. Único y pensante entre todos los que lo rodeaban, sabía que no necesitaba incluir a nadie en su existir. Y por ello no lo hacía.

En aquella ocasión, un encuentro posiblemente organizado por el Destino, un demonio interno de todo ser que se jactara de pensar negaba, no hubo mucho intercambio de palabras, tampoco contacto físico o alguna alusión sutil al hedonismo que experimentaban por la noche en la casa de alguno.  Fue casi como un primer encuentro de dos colegas que han pasado años sin verse, sin resquicio de complicidad o de familiaridad, sin palabras soeces que marcaban la pauta del complejo estado en que ambos estaban inmiscuidos y que lo relegaba todo a lo impersonal.

Se colocó en la fila de fotocopiado, sumido en unos pensamientos tan raquíticos que le daban sensación de vacío. Era como si su cabeza estuviese en blanco y él, totalmente abstraído por la situación no fuese capaz de volver al mundo real.

—Una copia de éste y dos de éste otro.

Aquella voz lo hizo regresar  de su letargo durante breves segundos, aunque no había prestado suficiente atención como para reconocer al emisor. Sin embargo, estaba seguro de que lo conocía, y dudaba que hubiese voces tan parecidas. Se encogió de hombros discretamente, aceptando que incluso si se tratase de la persona que él creía, no tenía nada qué decirle. Salvo quizás que necesitaba follar, pero aquello no lo sugeriría en una fila de fotocopiado.

Optó por internarse de nuevo en pensamientos un tanto más relevantes que su necesidad apremiante por sexo. Quería pasar desapercibido. Nunca había sido bueno para entablar conversaciones triviales, y menos cuando lo creía tan innecesario. Sólo compartía cama con él cuando tenía ganas, pero no existía siquiera un interés en común, así que fuera de ese aspecto, ni siquiera valía el intercambio verbal.

—No esperaba encontrarte aquí.

Levantó la vista despacio, sin saber si aquel comentario se refería a él o a cualquier otro compañero de clases. No pareció sorprendido cuando los oscuros ojos de Sasuke encontraron los suyos, ni tampoco emocionado o ansioso. Para él era un simple encuentro, o al menos eso era lo que su logos quería creer. Por desgracia, su pathos no parecía tan dispuesto a compaginar su forma de percibir.

—Yo tampoco.

Sintió el atípico impulso de decir algo más, no muy elaborado pero que reflejara la disposición que tenía por utilizar un nuevo consolador que había adquirido. No obstante, calló. El moreno carraspeó un poco, como si buscase en su pequeño repertorio las palabras precisas para no matar la naciente conversación.

—Hace tiempo que no te veo...

—He estado ocupado.

—Hoy por la noche…—enarcó una ceja, esperando que las palabras faltantes se llenaran en la mente del taheño sin que él tuviera que intervenir.

Se veía tan imponente, tan capaz de hacerlo gritar y de sodomizarlo hasta el cansancio… Quería que esos fuertes brazos lo apresaran y lo hiciesen sentir como siempre, al límite de su capacidad. Deseaba romper todas las normas con él.

—De acuerdo—se encogió de hombros y volteó la vista a la fila, restándole importancia a cualquier pensamiento sexual que pudiese experimentar frente al azabache. Sentía una presión en los pantalones, y su miembro henchido y punzante… Sólo esperaba que el otro no  notara su erguida entrepierna.

—Me voy. Tengo clases— comentó Sasuke elevando sus copias hasta dejarlas a la vista. Gaara asintió, sin prestarle más atención a aquel comentario casual que a su creciente y erecto problema.

No se percató del cuerpo de su interlocutor acercándosele y rozando con disimulo la tela de su entrepierna, tomando las precauciones debidas para que nadie lo mirara. Un espasmo le recorrió la espina dorsal de improviso mientras su ano se contrajo involuntariamente, impidiéndole razonar con su cabeza más grande.

—Espero que te mantengas así hasta la noche…—comentó finalmente el Uchiha entre dientes y desapareció en el pasillo.

“Joder” —fue lo único que atinó a pensar, con un poco de entusiasmo por la perspectiva de su noche.

 

 

Su imaginación había vagado todo el día entre las sábanas de una habitación oscura, impidiéndole entablar una conexión con el mundo exterior ajeno a Sasuke—o mejor dicho al sexo con Sasuke—y eso lo había impulsado a darse más prisa de lo habitual antes del encuentro. Metió la llave en la cerradura del apartamento convenido, sabiendo que llegaba con antelación a la cita. Dudo un momento si pasar o esperar la media hora que faltaba del otro lado de la puerta, pero optó por la segunda opción. Finalmente, si el moreno le había entregado copia de las llaves de su domicilio era para que las utilizara.

La puerta se abrió al instante, y él entró. Fue en aquel momento cuando consideró que presionar el timbre habría sido un buen indicador de su llegada, pero ya de nada valía pensar en esas cosas. Lo más probable, de todas formas, era que el ébano no estuviera. Dio un par de pasos al interior y, raro en él, procuró hacer un poco de ruido. De esa forma haría patente su entrada en caso de que el Uchiha estuviese ahí.

—Llegas temprano— contestó el dueño de la casa, asomando sus largos mechones desde la cocina.

Por un momento, la escena le pareció tan familiar como extraña, casi de la misma manera que si llevaran años de matrimonio o de vida juntos. Y la impresión que tenía agolpada en el pecho se intensificó. Como un revolotear cálido, o una contracción en la boca del estómago.

—Sí, lo lamento— se excusó, sentándose en la periquera delante de la barra de la cocina. Desde ahí podía ver que la actividad que el hombre desempeñaba era lavar los platos, y lo hacía con tal esmero y pulcritud que habrían enorgullecido a cualquiera que amase la limpieza tan patológicamente como él lo hacía. Incluso los desinfectaba con un spray al terminar, justo como él lo hacía.

—¿Lo lamentas?

La extrañeza estoica con la que el azabache impostó la frase lo obligó a encogerse de hombros, como quien  no quiere la cosa. Sí, lo lamentaba desde el fondo de su retorcido ser, pero no tenía palabras claras para explicarse. Lamentaba haber irrumpido en la intimidad del Uchiha de manera tan drástica, de no haber sido tan avispado como para mantenerse del otro lado de la puerta hasta que todo estuviese dispuesto para el hedonista encuentro de las pieles. Se sentía un intruso al mismo tiempo que sentía que todo era excesivamente normal, y eso lo descolocaba.

Volteó a ver la estancia en un intento errático de escapar a su incomodidad. Nunca, en todo el tiempo que llevaban fornicando en ese departamento, había tenido tiempo o ganas de ver lo que contenía. La decoración era bastante minimalista, con un estante al final que contenía muchos libros y discos compactos. Se acercó un poco para verlo todo, aprovechando que el moreno seguía acomodando un par de cosas en la cocina. La muerte feliz  de Camus, Bajo la rueda  y Demian de Hesse,  El príncipe de Maquiavelo, el Necronomicón, Platón, Nietzsche, Poe, Lovecraft, Wilde…

 Sintió un pinchazo extraño mientras escrutaba los títulos. Todo era algo que él poseía y que había leído más de una vez. Decidió pasar a los gustos musicales, que esperaba no fueran una sorpresa tan desquiciante como la de los libros. Pero, para su desgracia, lo fue. Eran prácticamente una copia fiel a su no particularmente amplio repertorio, sólo diferenciado por un par de discos con música clásica de Beethoven.

Regresó a la periquera, con una sensación de lo más anormal mientras reflexionaba en todo lo que acababa de ver. No sólo lo dejaba sin saber cómo reaccionar aquella similitud en gustos, sino que lograba sacar a relucir su mala leche. Era un atentado a todas las certezas que él enarbolaba en su vida.

—Me alegra que llegaras temprano— Sasuke cortó con su reflexión sobre las similitudes que tenían de golpe, sumergiéndolo en un beso que erraba entre lo tímido y lo agresivo. Al principio se quedó quieto, sin saber cómo reaccionar. Lo comenzaba a irritar su voz serena y lujuriosa,  el roce que ejercían las telas de su ropa y la reacción de su piel ante el contacto, y no lograba discernir el porqué de tan radical cambio. Una sensación de angustia opresiva se marcó en sus pulmones, que clamaban espacio dentro de la claustrofobia que acababa de desarrollar, pero no quería pensar en eso. Todas y cada una de las fibras de su cuerpo le exigían sexo, así que tenía que dejarse llevar por la corriente que ejercía el ébano en él. Y comenzó a concentrarse en los besos y la lucha de ambas lenguas por el control absoluto mientras variaban la intensidad para confundir al contrario; en toda la gama de sensaciones que explotaban en su cavidad mientras gozaba con el intercambio de lujuria impartida.

Pronto perdió el hilo de sus pensamientos, cual velero atormentado por la violencia del huracán, sucumbiendo ante el oleaje que no podría detener. Así era el Uchiha, como un tifón, incontenible y al que sólo podía rendirse sin mayor lucha. Lo ponía extático, rebosante de un  deseo sexual  que podía transpirar por cada uno de sus poros, al más mínimo roce.

Sintió poco a poco cómo se iba yendo la carga de angustia y el sentimiento de su pecho se disminuía hasta casi desaparecer. En ese momento sólo quería sentir, tener sexo como una bestia famélica, percibir todos los pequeños roces que tenía con la ropa del más alto y percibir sus dedos colándose por su espalda pálida y con lunares. Le apretaba el pantalón ya que su miembro se henchía con total aplomo. Sólo quería que la mano que estaba posada en su entrepierna lo sacara de la prisión de tela que tenía, pero el moreno se tomaba su tiempo, aumentando su excitación a cada momento. Lo tocaba con la yema de sus dedos, jugaba con él en una especie de rictus secreto cuyo código sólo él conocía bien. Y mientras, él sentía cómo perdía toda noción de sí y despojaba de la camisa a su contrario.

Su único apremio era desnudarlo, tener para su deleite ese vientre trabajado y esas nalgas torneadas y turgentes. Necesitaba entrar en él o sufrir de alguna intromisión para liberarse, desprenderse de todo lo que le aquejaba… dejar escapar por medio de su sexo toda la energía que guardaba para el momento.

Sintió las manos de Sasuke en sus pantalones, apretando sus nalgas, que  sufrían ya de espasmos por la excitación y por la creciente ansia. Era delicioso ese roce, tan brutal y tan intenso que no daban cabida más que al placer absoluto, libre de todo prejuicio. Y pronto, esas manos encontraron el camino del cautivo, de aquel recluso que ansiaba la libertad para hacer, pensar o sentir lo que fuera.

Un jadeo ahogado escapó de la boca del taheño al sentir cómo los dedos del otro se posaban y hacían círculos en su punta, ya mojada. Podía explotar ahí mismo, sintiendo el frío contacto y teniendo como vista el cuerpo casi desnudo de su pareja. Eso era lo más cercano que podía estar al Nirvana o al paraíso, porque podía tenerlo cuando deseara.

Su piel recorrió centímetro a centímetro la del Uchiha, mientras sus pantalones caían al suelo, derrotando así la última barrera. Ahora sí, podían jugar a ser uno, despistar a Eros durante la noche… Y ya no había marcha atrás.

 

 

—Ya no puedo más…— el cuerpo del moreno cayó de lleno en la cama, a su lado. Ambos gemían y sentían el rocío de sus sudores impregnar la habitación. Ésa había sido, por mucho, la mejor de las sesiones que habían tenido. Totalmente cargada de ira, de rencores y de pasión, sin reservas de ninguna índole.  

—Qué poco aguantas— mintió, intentando acompasar su respiración. Él también estaba agotado, pero su orgullo le impedía mostrarlo, sin importar que el otro sonriera socarronamente por su mentira. Se dedicó a mirar al techo de la habitación, rendido al orgasmo que acababa de culminar.

Eso era algo que Gaara disfrutaba enormemente de su amante. Buscaba satisfacerlo en las maneras más retorcidas y poco convencionales que sabía y jamás parecía menguar en sus intentos por llevarlo al límite de sus sentidos. No había nadie como él en materia sexual, que comprendiera y conociera tanto como él sobre sus más secretos placeres.

Giró la cabeza hacia el buró, intentando marginar al grado de la normalidad los fuegos artificiales que poco a poco dejaban de estallar en su cuerpo.  Y, mientras él recobraba el dominio sobre  sí, percibió cómo el sentimiento que había tenido en la estancia volvía, ahora con renovados bríos. Era molesto, intenso y desgarrador.  Lo hastiaba.

—Me marcho— anunció mientras se ponía de pie, descolocando al par de ojos negros que lo escrutaban, todavía impregnado del rocío de ambos cuerpos.

—¿Te veré mañana? — preguntó, todavía desde la cama.

—No.

No quiso decir nada, era por demás. Ahora comprendía más claramente lo que experimentaba, esa extraña sensación que se acrecentaba en su interior cuando su libido no lo sobrepasaba. Había querido engañarse y creer que fuera de la cama no había nada, ningún mundo en común o tema de conversación, pero era exactamente al contrario. Se podía identificar de tal manera en Sasuke que se sentía agredido. Pocas eran las diferencias que tenían, y eso lo volvía lo suficientemente monótono como para no generarle más impresión. O causarle demasiado recelo.

Se vistió en silencio, recobrando su compostura habitual y salió del apartamento. Prefería desaparecer en aquel momento del territorio enemigo. Quería conservar como único vínculo la noche de sexo más satisfactoria de su vida. Nada más.

—Adiós— musitó, con las manos en los bolsillos.

Notas finales:

Bien, espero que les haya gustado. 

Me encuentro deseosa por saber sus impresiones de la historia...

Kissus,

c.

 

Nota: Ya saben, mi LJ es la respuesta a cualquier pregunta sobre éste y otros fics. 

¡Felicidades de nuevo, preciosa!


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