Curioso
Por: chibiichigo
Es curioso.
Algunas veces crees que conoces a la persona con quien estás, digo, no por nada decides estar con ella, formar un lazo… Pero te das cuenta de que no es así. Vemos a quien queremos ver, no a esa persona que nos saluda y se deja atisbar entre gestos y frases. Podemos idealizar incluso a quien tenemos en frente, sin estar enamorados, viendo sus defectos—idealizándolos, si se puede—, creyendo que podemos comprenderlo, ayudarlo. Cuando quien verdaderamente necesita ayuda es uno mismo.
Es curioso.
Podemos creer que alguien nos quiere, bebernos el amor que nos da como si estuviésemos constantemente famélicos por ese afecto. Necesitar ser necesitados, creernos queridos, a pesar de saber que no es así. Pero luego, la realidad te cae con su peso aplastante y te recuerda que no fuiste especial. Que fuiste uno más, y eso si fuiste en realidad alguien digno de ser mencionado, de ser recordado.
Y te aferras. Te aferras con uñas y dientes a tu mentira, mientras sientes cómo se desmorona entre tus dedos, pero que eres aún demasiado ingenuo para aceptar. Quieres creer en las palabras que tú mismo repites como un karma, pensando que, igual que si fuera un conjuro mágico, si dices las palabras precisas en el momento adecuado, todo se hará realidad.
Es curioso. Muy curioso.
Cuando te das cuenta de tu realidad, no estás triste, ni nostálgico. Sencillamente estás, vagando entre los grises, procurando encontrar un matiz en el cual sumergirte. Porque, en primera instancia no te sientes mártir, ni víctima, tampoco victimario. No sientes en absoluto y sientes cómo te vuelves el espectador de tu vida…
Pero luego te llega ese baldazo de agua fría. Ese reconocimiento de que en realidad no eres más que otra persona, uno más de todo el montón de personas únicas y especiales que adornan el mundo. No te sientes más tú, no te sientes de él… no te sientes nada, pero a la vez te sabes todo. El abandonado, el indigente, el solitario, el patético, el no correspondido… ¿Pero es verdad? Porque, para estar abandonado primero se necesita ser parte de algo, y comienzas a comprender que tú nunca le perteneciste, y que, por consiguiente, él nunca te perteneció. Sabías que no era tuyo, pero te pertenecía… Vivía en ti.
Es curioso.
Cada vez que pierdes el rumbo, pretendes una sonrisa. No quieres que se te note ese desamor, ni que tus ojos amenazan con soltar todas esas lágrimas que tú no quieres soltar. Pretendes ser feliz, enérgico, incapaz de quebrarte frente a todos los que confían en ti, pero ¿tú confías en ti? Porque no dejas de repetirte que él se fue a buscar su camino. Un camino en el que no estás tú. Un camino tan lleno de espinas que sabes que morirá al final… Porque sólo sabes recordarte que lo perdiste, que fallaste, que no eres suficientemente bueno para lograrlo. Y tu sonrisa sigue pareciendo sincera, tal vez incluso lo sea, pero sigue mintiéndoles a los demás.
¿Por qué les quieres ocultar lo que ocurre? Tú no le tienes miedo a que te rechacen, a que te digan que eres un perdedor. Eso lo han hecho siempre. A lo que le temes es a que te compadezcan, a que se mantengan a tu lado y te suelten frasecillas como “te comprendo”, cuando sabes que la verdad es que ellos no comprenden nada. No saben que lo amaste, ni que lo hubieses seguido al fin del mundo si te lo pedía. No saben que soñaste con vivir tu vida junto a él, amarlo pese a todas las cosas, queriéndolo por sus virtudes, pero amándolo por sus exacerbados defectos.
Y la pregunta no te deja de dar vueltas. ¿Qué fuiste para él? ¿Te quiso? ¿Se daría cuenta si murieses hoy? ¿Le importaría no haberte conocido? ¿Has sido para él algo más que un lastre, alguien a quien se está por mera lástima? Odias no poder encontrar sentido a tus propias interrogantes, pero a la vez sentirlas tan a flor de piel que te quema el sólo recordarlas.
Es curioso.
Quieres no caerte, pero lo haces sólo para volverte a levantar. Porque no sabes si eres suficientemente fuerte como para lidiar con la ausencia, pero por primera vez quieres creer en ti. Ya no buscas su aprobación, pero quisieras que estuviese a tu lado… Que te viera y te devolviera por lo menos las migajas del amor que le profesas. Pero en este momento no es posible. Tienes que encontrarlo, y para eso encontrarte a ti. Sí, a ese tú que tenías escondido en el cajón de las cosas que no recuerdas. Sólo así podrás sentirte lo suficientemente fuerte como para salir adelante, para escalar las montañas más altas y para pelear contra Dios mismo si es necesario.
Porque, dentro de ti, sabes que no lo buscas para recuperar lo que eran, lo que habían sido o lo que creías que fueron. Ya no lo quieres para ti ni para nadie más. Lo que te impulsa es el neceser que tienes por respuestas, respuestas a las preguntas que tienes miedo de formularte a ti mismo. Ésas que sólo él puede contestar. Ésas que no quieres, pero necesitas, escuchar.
Es curioso.
Te aferras a un recuerdo trucado, a una ilusión de algún mago primerizo. Ya no buscas a una persona, sino que intentas ahuyentar tu pasado, sustituirlo por un futuro que no llegará. Disfrutas de tus propios engaños. Sabes que sólo así podrás llegar al final.
¿O, no, Naruto?