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El Rey por GirlOfSummer

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Notas del fanfic:

No mucho que agregar, espero que alguien lea. Gracias de antemano

El Rey

Elvis es el rey, ¿saben?. No hay ningún otro como él, ni lo habrá. Un dios, un dios rockero. Toda mi vida me he empeñado en lucir como él, desde que tengo memoria, desde que era un niño y bailaba “Zapatos de ante azul” al ritmo de los viejos vinilos de mi padre. Ahora tengo 22 años, y me peino con intrincado copete, como el primer Elvis, el de “Heartbreak Hotel”, el de antes del servicio militar, no como el Elvis de Las Vegas, no como el Elvis gordo que me entristece ver en viejas grabaciones. Ese Elvis es el saldo de todas las drogas y alcohol de años previos, los años que me gustan.

Y visto con jeans pegados, también, y con camisas a rayas, y mis brazos están llenos de tatuajes, eso no se lo copié al rey, claro, eso es porque me gusta contar mi historia por medio de mi piel. Se preguntarán qué clase de historia puede tener un chiquillo de 22 años. Pues una historia de fiestas hasta el amanecer, y drogas, muchas drogas, y alcohol, ríos de alcohol. De fiestas de pinchadiscos que son eso sólo de nombre, pues llegan y conectan su iPod y poner stoner rock mientras todos fuman marihuana. Kyuss es la banda sonora de cómo tomo whisky directo de la botella, y luego de ellos llegan otros y nos hacen bailar al ritmo de Black Lips. Me gustan los Black Lips, es rock como debe ser el rock. Y luego me insisten que yo ponga un poco de mi música, ya drogado y ebrio no sé ni qué demonios hago, y pongo a los Stray Cats y a Wau y los Arggghs!!!, pero siempre, siempre, pongo al menos una canción del rey.

Y las noches así transcurren, bailando surf, coreando una canción perdida de Pixies, brincando al ritmo de The Black Keys, armando el mosh pit con un buen riff de hard core y llorando con Joy Division. Porque Ian Curtis es un héroe, un héroe trágico del rock. Pero no es el rey. El rey es sólo Elvis.

Siempre estoy con Lara, mi novia. Siempre. Es buena chica, la mejor. Y se fuma un porro conmigo con esas bandas de stoner que tanto le gustan. Con esas afinaciones graves, como el sonido del tren. El ataque de sus guitarras es una estampida de elefantes blancos, cantan sobre el amor. Pero sobre el amor de verdad, el que es más sexo que sentimientos, el que te rompe corazón. También cantan sobre héroes trágicos, como Ian Curtis, como Elvis, el rey.

Lara, con su cabello mitad rojo, mitad negro, y sus camisetas negras, siempre negras, y ese collar que lleva a todos lados de tinte tribal. Con sus tatuajes en los brazos, como lo míos.

Somos parias. Todos lo somos a niveles diferentes. Pero nosotros lo somos a un nivel insospechado. Nunca me he sentido completamente funcional en sociedad, y por eso me identifico con esta gente. Porque me tatúo calaveras y diablos tocando el contrabajo.

Lara es buena chica, la mejor.

Alonso, su hermano toca la batería en lo que supuestamente es mi banda. Los Scooby Doos. No pretendo ser famoso, y no creo que lo seamos algún día. Pero Alonso... él sí va a ser grande, es un Keith Moon rockabillero, un Bonzo heroinómano con la complexión de Iggy Pop. Alto y de copete como el mío, pero mirada muy triste. Va a ser grande si no se mata, o lo matan. Es mi mejor amigo. Un hombre de pocas palabras, pero cuando habla, es artero.

Todo el tiempo, desde que lo conozco, Alonso me había hablado de Tristán. Sólo de ese personaje lo he escuchado expresarse tan bien. Inteligente y amante de la música eran las principales cualidades que resaltaba. Pero Tristán se fue antes que yo conociera a Alonso, y mi amigo no es alguien que guste conservar fotos, así que no tenía idea de cómo era ese otro gran amigo.

Hasta esa noche.

Era una bodega, y la fiesta a penas comenzaba. Los acordes de bandas de garage resonaban en las bocinas, llegué con Lara, Alonso dijo que nos alcanzaría en el lugar, me encogí de hombros y le advertí, so pena de muerte, que más le valiera llegar a la fiesta. Con una mueca similar a una sonrisa me dijo que me fuera al carajo, que nunca dudara de él, que llegaría.

Tendría 2 o 3 cervezas encima cuando al girarme vi a Lara platicando con su amiga, una chica baja de estatura y algo rechoncha, pero con unos senos nada despreciables. Siempre vestía escote, supongo que sabía de su encanto, y siempre llevaba botas y estoperoles, y siempre exigía una canción de Dead Kennedys o Black Flag, pero si mal no recuerdo, tenía debilidad por Judas Priest.

Sonreí y miré hacía la pequeña puerta que daba acceso al lugar. Lucía muy pequeña, me puse a pensar que si aquel lugar se incendiaba o algo todos moriríamos adentro, nadie iba a poder escapar de ese sitio. La puerta me embrujó, pensando en nuestra terrible muerte consumidos por el fuego y las drogas. Sobre todo las drogas. Y vi entrar a Alonso acompañado. Acompañado.

Thor había bajado de Asgard. Venía a castigarnos. Venía a repartir justicia con su mazo. Y nos miraba despreciativo con sus ojos tan azules como los del hielo en Noruega. De momento no supe si era alucinación por el alcohol o qué, pero no podía ser, no había bebido tanto y aún no me tomaba la primera anfetamina de la noche. Algo dentro de mi hizo clic, ese no era un dios venido del Valhalla, ese que venía junto a Alonso era Tristán.

Tenía expresión de hastío, las manos en los bolsillos de su pantalón negro, camiseta negra, cabello rubio tan lacio y reluciente que podía ser de una súper modelo. Sus ojos eran melancólicos, y azules, un joven Varg Vikernes, así de atormentado lucía, así de cautivo, así de dañado y sociópata. Así de genial, así de incendiario. Sólo le faltaba la antorcha para iniciar el fuego en una iglesia románica. Y su piel era de mármol.

Nunca había visto a un sujeto así. O nunca le había puesto tanta atención a un sujeto así.

Alonso se acercó a mi, y me lo presentó. Tristán, como al que a su nombre va ligado el apellido Tzara. Lara lo abrazó por el cuello y él esbozó una sonrisa tímida, y le dijo algo sobre que era bueno volver a verla. Luego me miró con algo similar al odio, lo pude traducir como celos, yo era el que le había quitado a Alonso, y temí, ese sujeto era enorme, más alto que el propio Alonso, manzana de la discordia en esa disputa sin Paris como intermediario. Maldije a Éride.

Los cuatro platicamos, pero Tristán no dejaba de verme, receloso, temí a su furia de dios nórdico, a su castigo divino. Pero traté de ignorarlo, traté de seguir la plática. Un par de minutos más tarde Lara había regresado con su amiga, y Alonso se había encontrado con una ex novia, me dejaron sólo con el vikingo que parecía dispuesto a romperme la espalda. Un silencio incómodo se produjo entre ambos mientras la música, algo que identifiqué como crust punk, seguía a nuestro al rededor, con canciones furiosas, de coros combativos, que escupen sangre, que te inspiran a dar un puñetazo al primero que se te ponga en frente, saben como es eso, ¿lo saben, no?, música cargada de furia, pero yo tenía en frente a ese sujeto enorme, jamás me hubiera atrevido a soltarte un golpe, porque no tendría oportunidad, porque a pesar de mi apariencia nunca he sido fanático de la violencia (tan contrario a Alonso). Pero sobre todo porque no pude visualizar la perfección de ese rostro ario manchada por el rojo pegajoso de la sangre.

─¿Y tú, de dónde conoces a Alonso? ─me soltó con voz grave, profunda como tumba, alzando el mentón con desdén.

─De la escuela ─respondí.

Él asintió y miró a un lado con aburrimiento. Lo entendí, lo estaba aburriendo, no lo culpo, nunca he sido un sujeto muy interesante. Lo imité metiendo mis manos a los bolsillos de mi pantalón y moviendo mi pie al ritmo de la batería de aquella canción, esa batería tan característica del crust punk, con su beat redoblado.

─También sé que eres novio de Lara ─me dijo, otra vez con aquella voz altanera. Sólo faltaba que él siempre hubiese estado enamorado de mi novia, y yo fuera el maldito bastardo que le quitó todo en su ausencia. ¿Para qué se largaba?, no era mi culpa─. La quiero como a una hermana... ─dijo después y eso sonó a una especie de amenaza, lo miré y luego me encogí de hombros.

A nosotros se acercó uno de los organizadores de la fiesta, Santana, todo mundo conocía a Santana, todo mundo era amigo de Santana; Santana era el chico más popular del que yo tuviera memoria, moreno y apuesto. Quién sabe cómo conseguía esas horribles bodegas, y ese audio precario, y armaba las fiestas, y aunque no conocía a alguien que bailara mejor que él, y me refiero a bailar en serio, a bailar salsa y esas cosas, nos permitía poner nuestra música de guitarras, y él también lo disfrutaba, y a pesar que nunca dejó de bailar, luego lo podía ver por los pasillos de la escuela escuchando música de guitarras, música con distorsión, tarareando canciones de Melvins y Sonic Youth. Cantaba a todo pulmón “My Mathematical Mind” de Spoon.

─¿Cerveza? ─llevaba en cada mano una botella de cerveza obscura, supongo que no le gustaba ver a la gente con las manos vacías. Asentí y me dio una de las botellas, sin preguntar, le dio la otra a Tristán y luego se marchó gritando algo como que era hora de algo de noise pop. Esa era su debilidad, el noise pop.

Destapé la cerveza, era de esas abre fácil y antes de poderle dar un trago sentí a Tristán a mi lado chocando su botella con la mía.

─Si les haces daño a esos dos, te mato ─me dijo, era su brindis, tal vez su tregua. Me dio gusto que ésta llegara antes que la guerra, que estaba destinado a perder.

Luego de eso todo fue más fácil, digo, en comparación a los minutos previos. Hablamos de música, era un terreno relativamente seguro.

─Me gusta la música, la fuerza, ¿sabes? ─me dijo─, no las letras estúpidas sobre satán, o sobre supremacía racial, o sobre homofobia y machismo ─hablaba del metal, del black metal─, me gusta cómo visten, y su imaginería, sus riffs, su mitología, incluso cuando hablan de muerte y tristeza, pero no toda la demás basura ─explicó.

─Claro ─asentí comprendiendo. Seguí preguntando, era mejor que regresar al silencio incómodo aderezado por música a todo volumen─. Elvis es el rey, ¿sabes? ─fue mi turno de hablar.

De pronto los dos nos estábamos riendo, y bromeando, y criticando a dos o tres ridículos de la fiesta que hacían todo por llamar la atención.

─Mira eso, es patético ─me dijo, íbamos en nuestra tercera cerveza tomada en compañía del otro─, creen que sus canciones de tres riffs pueden salvar al mundo ─señaló a un tipo con rastas y con corbata a cuadros blancos y negros, con tirantes y una playera de Elmo, sí, el de Plaza Sésamo─. No te ofendas ─después me dijo, sonreí, claro, el ska como el rockabilly era música de tres acordes, pero todo lo demás era diferente.

─No me ofendo, tienes razón ─estuve de acuerdo, y nos soltamos a reír cuando el tipo se subió a poner su música. Uno que otro menos radical que nosotros se puso a bailar.

─No soporto esto, salgamos de aquí ─Tristán ofreció, yo tampoco soportaba mucho rato de ska, así que lo seguí, busqué con la mirada a Lara, seguía con su amiga, ajena a la música, y a Alonso, quien estaba desaparecido, supuse que se estaba reconciliando con su ex.

Salimos a la calle, hacía frío, eran las 4 de la madrugada aproximadamente, a lo lejos, en una vía rápida se escuchaba sirenas de ambulancias pasar a toda velocidad, consecuencia de un fin de semana reinado por fiestas, más al sur la de los niños ricos en residencias, más al centro la de los barrios, las del rock rupestre y pegamento inhalado.

Miramos la calle obscura, en la acera de enfrente estaba mi auto. Mi auto, algo que podía llamar mío, era una carcacha, pero era el auto que yo siempre había deseado, un Chevrolet Bel Air 1953, estaba en ruinas todavía pero había jurado que lo dejaría como nuevo, orgulloso, recién salido de la agencia. Caminé hacia él por instinto.

─Buen auto ─Tristán me dijo, lo pude escuchar mejor ahora que la música estaba amortiguada por las paredes del lugar─, un clásico.

─Muy raro encontrar uno estos días ─dije fatuo, poseedor de ese diamante en bruto, de esa reliquia de la ingeniería automotriz, de ese testigo de los 50, mis amados 50. Con sus defensas aún llenas de oxido, y la pintura aún maltratada, pero con el motor cien por ciento funcional, con la tapicería rasgada, pero con un estéreo que siempre toca a Elvis, siempre, porque es el rey, y porque es mi máquina del tiempo, porque viajo a los 50, mis amados 50.

Tristán aventó la botella de cerveza hacía la acera. “Crash”, un gran “crash” inundó la calle y capturó mi atención, me giré para verlo, aparté los ojos de mi auto y vi a Tristán agachado mirando el montón de cristales color ámbar que antes fueron la botella. No supe qué estaba pasando.

─¿Estás bien? ─pregunté sinceramente preocupado.

─Javier ─me llamó por mi nombre, ¿le había dicho mi nombre?, no lo recuerdo, pero al escucharlo pronunciarlo con tanta claridad un extraño escalofrío recorrió mi espalda. Alzó la mirada, nuevamente era el Thor castigador, frío como los hielos eternos de Siberia, y caminó hacía mi, sus botas, enormes y pesadas sonaron sobre el pavimento mojado y me hice hacía atrás, topándome con mi Chevy Bel Air destartalado, acorralado, me iba a golpear, pude sentirlo, tal vez no estaba de acuerdo con toda la basura del black metal, pero no cabía duda que era igual de violento que esa música. Cerré los ojos esperando el primer golpe.

Lo que sentí fue su mano sobre mi mejilla. Su mano era enorme, y fría. Abrí los ojos y lo tenía a escasos centímetros de mi, su nariz, respingada y perfecta, casi rozando con la mía. Agucé el oído y en la fiesta había dejado de sonar ska y ahora un grito punk enmarcaba lo que afuera sucedía. Mi primer beso con Tristán fue musicalizado por Les Savy Fav. El art punk fue la banda sonora de ese momento tan extraño.

Se separó de mi y me vio con una desolación tal que me rompió el corazón en ese instante. No quise verlo así, me desesperó verlo así, lo tomé por el cuello de la camiseta y lo atraje hacía mi. Ahora lo había besado yo. No sé por qué. No sé por qué si Lara estaba dentro, mi novia, una gran chica, la mejor, con cabello rojo y negro y su stoner rock.

“Let's get out of here” sonaba, Les Savy Fav no paraban, y esa misma frase sólo se me ocurrió decir.

─Larguémonos de aquí.

Sin más palabras ambos nos subimos a mi auto y conduje. Iban a dar las 5, y no soporté el silencio, puse esa estación que tanto me gustaba, ponían jazz y a Schönberg. Había soul, me encantaba escuchar soul en las madrugadas, los Four Tops le cantaban al amor perdido de “Bernadette”, como el Pànic Orfila de Kiko Amat.

─Ve hacía allá ─me señaló una calle─, da vuelta ahí ─me indicó y fue un alivio, porque yo estaba manejado a lo estúpido, sin rumbo. Llegamos a un fraccionamiento modesto, me indicó dónde aparcar y yo hice caso. Abrió una casa con una llave propia.

─Aquí me estoy quedando ─me dijo y abrió la puerta, era un apartamento vacío, sólo había un pequeño sistema de audio en el piso, un refrigerador pequeño en la cocina y un colchón mullido en una de las recámaras.

Caminó al refrigerador y sacó cervezas. De lata, de esas que toman en las calles sin pavimentar del norte, de envase rojo y sabor ligero. Cerveza clara. Tomamos un par de cervezas y en aquel pequeño sistema de audio puso un disco de John Coltrane, algo neutral, me dijo. Nos sentamos en la orilla del colchón y de pronto lo escuché reír, lo miré buscando una explicación.

─Odio a los de tu tipo, ¿sabes? ─me dijo y finalmente me dedicó una mirada─, punks ─remató con desprecio.

─Rockabillero ─le aclaré y su risa se acentuó, risa a la que yo no tardé en unirme. Qué más daba, yo podía escuchar a Lady Gaga y no importaba. Ese tipo era hermoso, así nada más.

Me volvió a besar, pero estaba vez no había sido tomado por sorpresa, y correspondí. Qué más daba, qué más daba. Después me mataría por haberle hecho daño a Lara. Me empujó para recostarme, y me dejé, qué más daba, podía morir mañana con una línea de cocaína de pésima calidad o de un balazo en un asalto fallido en la tienda de abarrotes donde trabajaba. Me besó el cuello... qué más daba.

─Odio a los de tu tipo ─me dijo al oído─, que no son maricas y se dejan besar por mi.

Lo abracé y lo tomé por los cabellos de la nuca.

─Ninguno es marica ─le respondí, cómo lo íbamos a ser con la apariencia que nos cargábamos, sólo nos gustamos, sólo eso, más maricas eran algunos que golpean a sus mujeres, o que roban, o que matan, o que tienen a sus pueblos en miseria, esos son maricas, no nosotros por dejarnos besar por otro varón.

Rió contra mi piel y se incorporó. Se quitó la camiseta, su torso era más blanco si eso se podía, y delgado, tenía tatuajes de cruces vikingas y un águila bicéfala en el pecho, ya me había dicho que no creía en la basura de supremacía racial, así que no pregunté. Luego me quitó a mi la camiseta, mis diablos bailando con contrabajos y mis chicas pin up adornado mis brazos, Dita Von Teese posando sexy en mi espalda. Yo era diferente, yo era más corpulento, más musculoso y me gustó la diferencia entre ambos.

No podía creer lo que estaba sucediendo, y lo que iba a suceder, pero... qué más daba. Toda mi vida la había vivido bajo esa consigna, “qué más daba” como estandarte de guerra, porque si no fuera así, tal vez sería un gris oficinista.

Creí, por un segundo, que me tocaba someterme a mi, y no iba a negarme, no con aquello tan avanzado, no con las ganas que tenía de sentirlo cerca. Se desabrochó los pantalones negros, se quitó las botas, luego el pantalón, luego los bóxers y se puso de espaldas, su espalda adornada por un cráneo que viene de ultratumba a atormentarnos, y entendí, rápido entendí. Lo imité y también me quité el resto de la ropa.

─Métemela ─nada quedaba del Thor que impone, ahí, así, diciendo eso, sonó a súplica, y los dioses, todos sabemos, no suplican.

Lo tomé por las caderas, huesudas y marcadas, introduje mi erección en él. Nunca había tenido una sensación similar, el sexo con Lara no era nada comparado a esto. Lo escuché quejarse a penas la punta estaba dentro.

─¿Te lastimé? ─pregunté de inmediato y negó con la cabeza.

─Sigue ─pidió y asentí. Seguí introduciéndome, cada milímetro era una explosión de placer. Cuando finalmente estuve dentro seguía el suplicio de meter y sacar.

El ritmo lo marcaba yo, pero Tristán se acopló de inmediato. Lo escuchaba quejarse, pero sus quejidos eran dulces, y lo escuchaba pedir por más. Yo estaba dispuesto a darle más. Llevé una de mis manos a su erección, creí que era lo justo, creí que llegar ambos juntos al orgasmo era lo mejor. Sus gemidos me indicaron que estaba en lo correcto.

Somos hombres rudos, él puede matarnos a todos con su mazo, con su justicia divina, hijo de Odín, puede matarnos a todos con sus antorchas y su frío como el de Noruega. Yo puedo romperle un taco de billar a cualquiera que se ponga en mi camino. Somos hombres rudos, no maricas.

Lara y Alonso, quién sabe, como quién sabe qué pasará con Tristán. Si se va, si se queda. No sé. John Coltrane nos arrulla y nos destruye con “A love supreme”. El vikingo en mi regazo acaricia mi copete despeinado, como el de Elvis, porque Elvis es el rey, ¿saben?

FIN

 

Notas finales:

Cuenta la leyenda que cuando Josh Homme formaba parte de Kyuss, banda seminal del stoner rock, afinaba su guitarra con el sonido del tren, sin saber estaba afinando en Do, y de ahí surge el sonido característico del género, más grave de lo usual.

[Me gustaría saber que va a pasar con Javier y Tristán, y continuar esta historia, pero no]


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