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Gesto por Shin Black

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Notas del fanfic:

Sanada y Yukimura le pertenecen a Konomi

Gesto

 

 

 

 

 

–GENICHIROU–

 

 

 

 

 

“Desde que era un niño repleto de ilusiones y esperanzas de la vida he querido hacer algo por alguien, no es que fuera una persona caritativa ni mucho menos, pero cuando uno está por cumplir veintiséis años, vive sólo en un departamento de tres ambientes y la vida parece que se te desliza entre los dedos como la arena, comienzas a tener esos pensamientos que te desnudan.”

 

 

 

No era un día medianamente especial, había salido del trabajo a las tres de la tarde, con su maleta de cuero negro, un traje de terciopelo oscuro y una camisa blanca, había comenzado a llover desde temprano a la mañana y aun seguía el mal tiempo que lo podía llegar a irritar. Su cabello cubierto por un pequeño sombrero que se lo sacaba antes de ingresar a su lugar de trabajo, mantenía totalmente seca su cabeza.

 

Llegó al auto rápidamente, encendió el motor y partiendo para su casa.

 

 

 

Su vida era aburrida y eso era lo que decían sus familiares, tuvo dos o tres novias con las cuales no había entablado una relación “íntima” o formal, no le interesaba y a decir verdad ni siquiera estaba enamorado de ellas, probablemente las tenía como quien pasa el tiempo con alguien o tiene una persona para hablar de sus problemas o charlar. Vivía sólo y jamás había convivido con nadie, apenas y recibía el llamado de su madre cada tres o cuatro meses y cuando iba a visitar a su familia era probable que nunca estén en el hogar, todos salían menos él.

 

No era que no se sintiera querido, realmente no le importaba, pero los años de soledad le estaban afectando demasiado, tal al punto que había comenzado a notar pequeñas arrugas en su frente a pesar de su joven edad. No era de cuidar mucho su rostro, más si su cuerpo, pues de joven practicaba deporte y entrenaba mucho en la formación de la musculatura, pero tantos años sin entrenar y descuidando su salud física le estaba pasando factura en más de una ocasión, fuera en el hecho de no tener el mismo equilibrio de antes o probablemente sentirse más cansado o agotado cada vez que caminaba de la casa al trabajo, tal el punto que a pesar de ser diez cuadras tenía que tomarse un taxi o usar su automóvil.

 

 

 

Al llegar a su departamento observó lo lúgubre que podía llegar a ser, nada mal para un soltero. Las paredes teñidas de un tono beige, con algunas marcas de humedad algo notorias pero cubiertas por algún retrato de su madre, su padre, su hermano y sobrinos. Ya tenía tres sobrinos, Sasuke, Ami y Shiro, los tres en esa “edad terrible”. Cada rara vez que visitaba a su hermano en la casa en el campo que solía tener, podía ver como Shiro, el más chiquito, corría por todos lados jugando con el perro, como Sasuke escuchaba música a todo volumen y Ami se vestía y maquillaba frente al espejo, haciéndose la top model.

 

La vida había cambiado y la suya más que nunca. Prendió el televisor mirando de solayo la noticia mientras se quitaba la chaqueta y la colgaba en el perchero, la voz de la locutora podía ser comparable con la de su madre, chillona y fuerte, tal al punto de que a pesar de estar varios metros del living la podía escuchar con claridad.

 

Se colocó ropa más cómoda e inmediatamente fue a la cocina por un refrigerio.

 

 

 

–Ahora pasamos a una historia de esperanza y lucha –escuchó Sanada los dichos de la conductora del noticiero.

 

 

 

Seguro ahora era el turno de las noticias que te conmovían hasta la lágrima, tal vez de un valiente cachorrito que salvó la vida de un bebé, o un anciano que a pesar de su edad logró terminar sus estudios en abogacía. ¡Dios sabía! Pero lo que admiraba de ello era la capacidad de reír o llorar que tenías cuando observabas las imágenes borrosas en la pantalla.

 

 

 

–Un joven que espera un trasplante de riñón. Seiichi Yukimura, un joven artista de veinte años hoy lucha en el sanatorio general de Kanagawa a la espera del órgano que pueda salvarle la vida.

 

 

 

Involuntariamente Genichirou se acercó al living para ver la pantalla, allí estaba el joven hombre de cabello azulado y largo, con ojos violáceos brillantes; aunque su mirada demostraba cansancio y desazón, sus ojos no dejaban de brillar con esperanza, esa esperanza de saber que pronto podría volver a su vida normal, que llegaría alguien que pueda  salvarlo de su agonía y dolor.

 

 

 

Aquellos pequeños gestos que demostraba en su mirada, en su cara, en su forma de gesticular mientras tenía un respirador en sus fosas nasales era lo que le llenaba los ojos. La voz del joven, melodiosa y repleta de angustia, sonaba como las de aquellas melodías celestiales que le permitían poder ver el cielo estrellado a pesar de las nubes. Gestos, simple gestos que al ojo ajeno no significaban algo, pero por diestra o siniestra a él le alcanzaban el corazón.

 

 

 

–Me gustaría poder vivir una vida normal, sin preocuparme por mis riñones enfermos –habló el muchacho a la cronista.

 

 

 

Genichirou apretó su mano con fuerza y los labios también. Negó con la cabeza e intentó que esa mirada pasiva que le reflejaba el televisor, no le impactara. Tomó el control, bajó el volumen y caminó hacia la cocina a preparar su almuerzo.

 

 

 

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Dos semanas, dos malditas semanas yendo a los médicos, haciéndose estudios de todo tipo y ¿por qué? ¿Por qué? Por esa maldita idea que le había cruzado su mente. “Me gustaría poder vivir una vida normal”, eran las palabras tan sabias de ese muchacho de la televisión, palabras y sueños que no podía concretar, pues a pesar de haber pasado tanto tiempo, aun seguía a la espera de aquel órgano que pudiera salvarlo.

 

Se preguntó que pasaría si alguien de su familia estuviera en ese estado ¿iría corriendo a donar el órgano aun a costa de su vida? ¿Les dejaría morir? Un hilo que pendiera entre la vida y la muerte, la agonía y la salud, el sufrimiento eterno y el bienestar.

 

 

 

Frunció el seño cuando se permitió tomar una cierta distancia hacia el hospital, repleto de cámaras y reporteros. Odiaba ese tipo de cosas.

 

Pasó disimuladamente por allí hasta ingresar al centro de salud y adentrarse hacia la zona de recepción, observando a una muchacha joven que se encontraba sentada revisando unos papeles. Según las noticias, duda o información que se quiera tener con respecto al donar órganos o sangre se debía hacer en la recepción de ese mismo lugar.

 

 

 

–Disculpe –habló con su voz gruesa el muchacho corpulento y de ojos miel–. Necesito información para donantes.

 

 

 

–¿Información? –La joven observó al muchacho, parecía de buena estructura física y buen estado de salud, por lo tanto sonrió y le pasó unos folletos–. ¿Se quiere hacer donante de órganos?

 

 

 

–Quisiera donar un riñón a Seiichi Yukimura –murmuró. La joven se sorprendió ante la respuesta.

 

 

 

–Pero usted sabe que no todos pueden donar un órgano, además, tenemos que hacer unas pruebas de compatibilidad y eso…… –se sintió nerviosa, la mirada del joven le aturdía un poco por la presión, pero se intentó relajar.

 

 

 

–Hágame todos los estudios que sean necesarios –nuevamente su mirada deslumbraba y a la vez mortificaba.

 

 

 

Inmediatamente tomó el teléfono de la recepción e invitó al muchacho a pasar por los pasillos a realizarse los estudios que fuesen necesarios para verificar que fueran compatibles.

 

No fue difícil, pues tenían el mismo tipo de sangre y eso ya era una ventaja sobre humana. Ahora, una semana después de esos análisis de compatibilidad, se necesitaba realizar la intervención, por lo que Sanada se sentía nervioso.

 

 

 

No podía morir ¿quién moría por un trasplante de riñón cuando se tenía dos? Bueno, no lo sabía, pero si pensaba en ello se pondría aun más nervioso.

 

Caminó por los pasillos hacia la sala de intervenciones, se sacó la ropa y se puso una bata verde que le habían indicado sería su vestimenta durante toda la operación. Se sentó en la silla y esperó unos minutos hasta que escuchó el sonido de ruedas arrastrándose. Ladeó el rostro y se atropelló con esa mirada llena de luz y esperanza, aquella que días atrás vio con melancolía a lo lejos, separados por la pantalla de un televisor, y que hoy se encontraba frente a él, apoyadose en un palo de metal con ruedas del cual colgaba la bolsa de sedante.

 

 

 

Aquellos dulces gestos.

 

 

 

–¿Tú eres mi donante? –preguntó con sus pocas fuerzas, seguramente los sedantes hacían bien su trabajo.

 

 

 

–Genichirou Sanada –se presentó, aunque no debía hacerlo.

 

 

 

Seiichi le tomó la mano pero se sostuvo con la otra para evitar caerse al piso. Genichirou lo contuvo en sus brazos y le miró, con una sonrisa en sus labios que desde el día que nació hasta la fecha, muy pocas veces fue mostrada.

 

Brillaron los ojos violáceos con una profunda intensidad, mientras la droga hacía su trabajo en su cuerpo y lo debilitaba lentamente.

 

 

 

–Cuando despiertes, tendrás una vida normal…….

 

 

 

Fue lo último que oyó Seiichi Yukimura ese día.

 

 

 

 

 

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–SEIICHI–

 

 

 

 

 

Desde pequeño siempre quise ser normal, poder comer lo que quisiera, tener salud y poder correr junto a mis amigos. La enfermedad me iba consumiendo hasta que se dieron cuenta que mis riñones estaban enfermos y por lo tanto me afectaba en todo mi cuerpo. Somatizaba mi dolor psíquico por medio de mis débiles piernas y brazos, apenas podía moverme de la cama en algunas ocasiones por la medicación que me daba.

 

 

 

Quería morir, pero mi familia quería que viva.

 

 

 

Mi sentido de vida se había perdido un día mirando la ventana y viendo que la gente no se interesaba por nadie más que por ella misma, que no miraba a su hermano, a su compañero, y que sólo se preocupaba por su bienestar.

 

¿Qué podía esperar entonces? Tenía un riñón enfermo y un cuerpo débil, no tenía esperanzas, hasta que llegó “él”.

 

 

 

Tomó un bote de pintura celeste y caminó por los pasillos. Llevaba una playera azul manga larga y unos shorts de jeans. Pisaba con tranquilidad toda aquella tela sucia en el suelo, se preparaba para decorar una de las habitaciones del fondo. Luego de pintar y que se seque, se encargaría de ver cual sería el color de cortinas correctas para ese cuarto y con que los llenaría.

 

 

 

Apoyó el pote en el suelo  y suspiró. Con lentitud se sacó el anillo de boda y lo miró a tras luz, iluminado por el enorme ventanal. Era dorado, el más hermoso que hubiera visto en toda su vida, lo había recibido también el día más feliz de su existencia  y por lo pronto, había dado ese plus de sentido que necesitaba para seguir viviendo.

 

 

 

–Pintura, pinceles, tengo todo listo –habló Seiichi respirando profundamente antes de comenzar a decorar su casa.

 

 

 

–Seiichi, ¿qué hago con éste mueble? –habló una persona mientras arrastraba un escritorio de esa misma habitación.

 

 

 

–Ponlo en el cuarto de al lado –habló.

 

 

 

Esa casa necesitaba más vida, su vida.

 

 

 

–De acuerdo….. –respiró Genichirou y colocó ambas manos en su cintura para tirar su cabeza hacia atrás.

 

 

 

–¿Te ayudo? –preguntó Seiichi.

 

 

 

–No, no, ocúpate de las paredes –dijo el muchacho que había recuperado su musculatura.

 

 

 

Pasaron tres meses antes de que Seiichi le diera el si frente a toda su familia, el casamiento entre Genichirou Sanada y Seiichi Yukimura no había sido algo que realmente fuera inesperado. Con casi treinta años, y dos años y medio de noviazgo, el moreno al fin había decidido que realmente necesitaba una compañía. Seiichi era todo lo que él alguna vez hubiera querido para su futuro, un muchacho dulce, gentil, pero con carácter; que con una mirada lo entendía todo y lo sabía todo, que con un abrazo, un beso, una noche de pasión lo convencía de hacer cosas que nunca creyó hacer, sea como el hecho de vender su departamento, comprar una casa, adoptar un cachorrito o hasta casarse.

 

 

 

No llevaban mucho de casados, pero si llevaban tiempo de conocerse, lo suficiente como para saber lo que pensaba el otro.

 

Seiichi había decido que compren una pequeña casa en Tokyo, con un enorme jardín, dos habitaciones extras para sus hijos y una linda sala de estar. Claro, todo lo decoraría él, no por nada Seiichi Yukimura era uno de los grandes artistas y decoradores de interiores que tenía Japón.

 

 

 

–¿Necesitas algo más? –preguntó Genichirou antes de dejar a Seiichi hacer su magia.

 

 

 

–Sí, necesito…..

 

 

 

Sólo bastó un gesto para saber lo que necesitaba. Antes de que el menor tomara la brocha para comenzar a pintar, Genichirou lo arrinconó en la pared y le besó con aquella pasión que había sentido desde el momento en que lo vio por la pantalla, o aun más, desde que se vieron en la sala donde se unieron para toda la vida.

 

 

 

“Un gesto tuyo me hizo amarte…

 

 

 

Y un gesto mío……te devolvió la vida…” Genichirou Sanada.

 

 

 

 

 

FIN

Notas finales:

Espero que les haya gustado.


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