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La adorable amada por chibiichigo

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Soy dueña de mis pies, mis manos y mis palabras. Kishimoto es dueño de la marca Naruto. 

Notas del capitulo:

Espero que les guste. Es algo que salió de manera totalmente casual, pero que me encantó escribir. 

La adorable amada

Por: chibiichigo

 

Su adorable amada lucía sus blondos mechones con gracia, moviéndose distraídamente de un lado a otro, alborozados. Reflejaba los rayos del sol, esos mismos que parecía haberse prendido con un broquel en la cabeza. Era un cabello que sólo podía adjetivar como despampanante.

Su adorable amada poseía unos labios carnosos, del color de los botones de rosas, que lo seducían cada vez que por ellos escapaba un suspiro o una dulce palabra. Y eran esos mismos labios los que le obligaban a fruncir el ceño cada vez que una mordacidad o un agravio dejaban traslucir que no era tan frágil como él se empecinaba en creer. Sin embargo, eran más los ratos afables que obtenía de la contemplación de esas carnosidades. El sonido más deleitable que jamás podía haber escuchado, exclusivo de aquella boca que lo hipnotizaba, era ese sutil y callado intento por recobrar el aire cada vez que la besaba, o con cada gemido ahogado mientras hacían el amor.

Su adorable amada era dueña de unas manos tersas y delgadas, con dedos alargados y finos que, más que ser artistas, parecían arte. Una escultura creada por el más exquisito fabricante de manos, o por el mismo Dios presa de un arrebato de perfeccionismo. Aquellas manos eran creadoras, hacedoras de una belleza sutil y explosiva que corrompía todo lo que estaba a su alcance para transformarlo en algo nuevo, y que igualmente podían trazarlo a él que al resto del mundo, cambiando los significados de todas las cosas durante el breve periodo de una eternidad. O destruirlo, arañarlo y destrozarlo hasta dejarlo de vuelta en el más completo caos. Porque eran así, indomables, irreverentes, voluntariosas y siempre prestas a la acción.

Su adorable amada iluminaba el mundo con un par de hermosos zafiros enmarcados por dos rieles de largas pestañas que se agitaban como si bailaran un Foxtrot al compás del viento. Eso le confería, siempre, un brillo particular que daba la impresión de que pensaba y desacreditaba al mismo tiempo esos pensamientos. Porque para esos ojos no había nada más digno que ver lo efímero del arte. Salvo él, y se lo había dicho de viva voz, porque contrario a su gusto habitual, él no era más que una roca inamovible y serena, siempre expectante del curso de la vida,  apenas distinguible de una escultura por sus largos mechones de cabello oscuro.

Su adorable amada era tan cambiante como el océano que guardaba en sus ojos. Frente a su familia política solía ser recatada, discreta y observante silenciosa de la mirada inquisidora que le profería su hermano menor. Parecía que él siempre buscaba desentrañarla, saber qué universo se ocultaba tras los rubios hilos de su amada. Eso a él le incomodaba, lo dejaba sin saber cómo actuar, sin embargo, se asombraba de igual manera de la facultad con la que su adorable amada se mimetizaba con los ruidos de la casa y rehuía la mirada oscura que la acribillaba. Así era como terminaba las tardes con su madre, que jamás había visto mujer más digna de su primogénito que aquella. La quería por nuera, lo mismo que su padre.

Más de una vez, su madre le había sugerido convertir a su adorable amada en una esposa, pero él se había negado en redondo. A una amada como ella no se le podía extirpar de manera tan vil su libertad sin volverla loca. Si le pedía matrimonio pasaría de tener la ligereza y la explosividad de una amante a ser tan estable y perene como aquellas que por causa de un papel mueren al lado de un hombre al que dejaron de querer mucho tiempo. No, él no podía hacerlo.

Una de las cosas que más le gustaban de su adorable amada era, precisamente, el espíritu indomable de un caballo de las praderas. Con ella siempre estaba expuesto a lo desconocido, a lo peligroso; pero no eso no le inspiraba miedo. A lo único que le tenía miedo, miedo de verdad, era a que el secreto que guardaban su amada y él se fuera como agua entre las manos. Porque su madre no podía saberlo, tampoco su padre que tanta estima le guardaba a la fémina…

Nadie podía saber que su adorable amada tenía, en realidad, algo no muy femenino en la entrepierna, que despertaba todo el ímpetu viril que él tenía para darle. No podían saber que justo en medio de esos muslos firmes y torneados, yacía el hombre más bello que jamás había visto jamás. El que jugaba a ponerse faldas sólo porque encontraba más placer enmarcando sus facciones poco viriles en ropas que acentuaran su beldad, confundiendo así a los hombres que le buscaban, con ningún afán más que el de reírse de ellos.

Deidara era así. Su adorable amada, un varón de suaves rasgos que gustaba de travestirse. Su secreto, su perdición, su pasión más secreta. Deidara era suyo, tan suyo como su propia fugacidad le permitía ser. 

Notas finales:

Espero que les haya gustado, pequeñas criaturas del señor, y que hayan llegado hasta el final xDD

Apreciaría que me dejaran un comentario, que son gratis y siempre me hacen sonreír y quererlos más. Además, los invito a saber cómo es todo Desde mi ficción que es mi LJ donde coloco mis impresiones sobre los escritos. 

Saludos y piensen que hoy es el ombligo de la semana (: 


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