Caminaba tranquilo por las calles de Harajuku, el clima era bastante agradable, por lo que había dejado el abrigo en casa y estaba con una camiseta fina y de manga corta.
La verdad es que soy un chico bastante normal, comparado con la variedad de estilos que uno puede ver aquí, y nunca pensé que me sentiría atraído por alguno de ellos hasta hoy. No me fijaba especialmente en ninguno de los que estaba sentado en la calle, hasta que lo vi. Primero pensé que era como cualquier otra de las chicas, hasta que me fijé en la forma de su mandíbula bastante cuadrada para ser la de una mujer. Su espalda ancha y torso amplio, en ese traje visual que le daba un marco perfecto a su rostro maquillado y sus ojos oscuros y autoritarios.
No estaba hablando con nadie, no parecía que fuese a hacerlo, sólo estaba allí parado, como embelesado con el paso del tiempo, eternamente taciturno. No me acerqué, ni pensaba hacerlo, sólo me paré en seco, sin poder quitarle los ojos de encima. ¿Qué hacer? Lo primero que se me vino a la mente fue que eramos muy distintos, pero también acababa de descubrir que su oscuro cabello le cubría una cicatriz en la mejilla izquierda. No lo esperaba, no lo había previsto, pero nuestras miradas se cruzaron en el aire, como si el destino hubiese tomado su rostro y lo hubiese obligado a mirarme.
Desvié la vista, pensando en continuar mi camino como si nada, pero la maldita curiosidad me hizo volver a girarme y seguía ahí, observando, analizándome. Me sentía incómodo, pero yo también lo analizaba, me lo estaba comiendo con los ojos. De repente se sonrió, como si leyese mi pensamiento, como si de pronto fuese a realizar alguna acción inesperada. Comencé a caminar en la dirección opuesta, pensé en voltear para ver si me seguía pero me resistí.
Fingí doblar en una esquina y me metí a un callejón. ¿Qué era lo que buscaba? No lo sabía, pero de todas formas tampoco pasó nada. Al contrario de lo que quizás esperaba, él simplemente siguió su camino. Lo seguí algunas calles pero decidí tomar el tren de regreso a casa.
Hacía ya varios meses que vivía solo, en un pequeño apartamento. No había tenido tiempo de relacionarme con los vecinos, y tampoco es como si alguna de las ancianitas del edificio me interesara en particular. Me limitaba a sólo vivir allí sin relacionarme con nadie.
El tren me dejaba a unas 5 calles del edificio, y era la caminata lo que me despejaba de la energía pesada que solía traer desde el colegio, el trabajo o, en este caso, un simple acto fallido.
Cuando llegué a la entrada no me esperaba lo que sucedería. Allí estaba él, apoyado con un poco de garbo sobre la pared, mirándome fijamente por debajo de sus largas pestañas.
- Parece que esto es el destino.- Dijo algo divertido.
- No creo en él, pero estas aquí ¿tienes algún motivo en particular?
- Vivo aquí.- Contestó como si fuese obvio.
- Nunca te había visto.- Dije restándole importancia.
- No me sorprende. Pero yo si te he visto.- Se sonrió de forma perversa mientras se acercaba- No he podido dejar de mirarte.
Me tomó sorpresivamente por el mentón y me beso, claro que no fue como cualquier primer beso. Fue el beso más húmedo y asfixiante de mi vida.
- Dame tus llaves.- Ordenó.
Se las dí, y me arrastró entre besos y caricias hasta mi departamento. ¿Acaso podía ser tan fácil acostarte con un extraño? Mi pregunta fue contestada en un instante, claro que si lo era. Sus manos, su cuerpo, todo de él era perfecto, era como si estuviese hecho para mi. Sus reacciones y movimientos, todo me llevaba a un frenesí inestable de insoportable placer.
Cuando desperté algunas horas después, no estaba allí, no había dejado una nota, ni siquiera sabía su nombre o su número de departamento. No es que me importara mucho, tampoco era que no me importase.
En ese momento no pensé que no verlo se volvería casi tan insoportable como el sádico placer que me había dado.
