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Centuria III por zandaleesol

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Centuria III

Sol Sweet



1


Empezaba a amanecer y una suave claridad surgía del suelo y de los muros. La atmósfera se aclaraba y la oscuridad se desvanecía, aunque no voluntariamente. Las estrellas palidecían y un nuevo día avanzaba hacia los seres que habitaban Alcyone, la ciudad emplazada en el planeta Centuria III, conquistado por United Planet hacía ya mucho tiempo.


Lyekka no tenía una clara idea de cuánto tiempo había transcurrido desde que los cruceros estelares llegaran a Centuria III, buscando un nuevo mundo en donde vivir. Un planeta que fuese similar al suyo, que se había llamado Tierra. Según se contaba, había un planeta ubicado en un lejano sistema solar que había perecido y del que no quedaba ni el más mínimo vestigio. Los rumores decían que los propios habitantes del plantea llamado Tierra habían acabado con su vulnerable ecosistema hacía ya trescientos años y que durante todos ese tiempo debieron vivir a la deriva en el espacio, en busca de un nuevo lugar que tuviera condiciones similares a la de ese hermoso planeta azul que por causa de una explosión nuclear había quedado convertido en un planeta árido y sin vida.


Recientemente, Lyekka había tenido la oportunidad de conocer esta información, que era celosamente guardada en los archivos de Alcyone, ciudad donde estaba el gobierno central de Centuria III, nombre nuevo que le habían dado los humanos. Mucho tiempo atrás, antes de la llegada de los conquistadores, el mundo de Lyekka era un hermoso planeta llamado Santen.


Los habitantes aún se consideraban los de antes, siempre habían sido una raza pacifica, por tal razón a los humanos no les resultó difícil asentarse en ese planeta. Poco a poco United Planet fue tomando el control de ese mundo sin encontrar mayor oposición de parte de los residentes originales del planeta. Pero lo más grave que les había traído a los Santenianos la llegada de los humanos no había sido que tomaran el control del planeta, de las ciudades, sino el control de sus vidas. Lyekka, al igual que todos los de su raza, no era libre desde hacía mucho tiempo.


Pero la falta de libertad no tenía que ver con el hecho de que el poder lo ejercieran los humanos. Era un asunto más complejo, casi sin solución. Al poco tiempo de que llegaran los nuevos conquistadores, los habitantes originales del planeta comenzaron a cambiar. O mejor dicho a ser cambiados. ¿En qué había consistido ese cambio? Las tormentas solares siempre habían sido un grave problema para los Santenianos: podían durar mucho tiempo y cuando una ciudad era azotada por alguna podían transcurrir meses antes de que ellos lograran abandonar los refugios que habían construido bajo las ciudades.


Los recién llegados a Santen mostraron buena voluntad para con sus habitantes. Traían tecnología mucho más avanzada que la que poseían ellos y la ayuda que prestaron al planeta construyendo un escudo que lo protegiera de las tormentas solares fue lo que hizo que confiaran en ellos. Al principio la convivencia fue pacífica y la colaboración, recíproca. Los llegados del planeta “Tierra” aportaron importante tecnología que ayudaron mucho en el desarrollo científico y tecnológico de Santen.


Pero aquello no duró más que unas cuantas décadas. Después todo empezó a cambiar. Al comienzo el cambio fue tan leve que apenas era percibido. Casi nadie notaba que los “refugiados” poco a poco tomaban el control de todo.


Los Santenianos poseían características físicas similares a las humanas. Quizá tuvieran un antepasado común. Los habitantes naturales de Santen, ahora llamado Centuria III, eran de gran estatura y sus cuerpos eran fuertes y musculosos. La piel era de una albura extrema debido a las generaciones que debieron ocultarse en ciudades subterráneas por causa de las tormentas solares que azotaban al planeta. Los ojos de color violeta les daban a sus rostros un atractivo especial. Pero lo que los hacía realmente especiales era que en su raza no existían las hembras. Llegada a cierta edad, un Santeniano desarrollaba la capacidad de reproducirse por sí solo.


Pero eso también era algo que ya no sucedía. Desde que los humanos fueran tomando el control del planeta, al comienzo de forma sutil, luego de manera arbitraria e injusta, la población Santeniana comenzó a disminuir de manera alarmante. El motivo no era otro que aquella capacidad de auto reproducción había sido suprimida por parte de los humanos. Ellos ejercían el control sobre el crecimiento de la población originaria del planeta conquistado. La auto reproducción no existía, había sido suprimida mediante procedimientos complejos, y los Santenianos salían directamente del laboratorio. Aquello no era lo peor de todo: habían sido convertidos en seres que los humanos llamaban “neutros”.


Las nuevas generaciones de Santenianos creados en probetas eran seres sin voluntad ni sentimientos de ninguna clase. La capacidad de experimentar emociones les había sido suprimida. Las generaciones más antiguas también carecían de emociones y recuerdos de la vida anterior a la llegada de los humanos a su planeta.


2



Lyekka era un neutro como lo eran todos los de su planeta. Al menos eso era lo que se percibía. El crecimiento y desarrollo de los Santenianos era más acelerado que los de los humanos. Lyekka Acababa de cumplir doce años y ya era considerado un adulto dentro de su especie. Como sus congéneres, había nacido en un laboratorio y carecía de emociones. O al menos eso era lo que se suponía.


Cuando había alcanzado la edad adulta, en Lyekka se había desatado un fenómeno muy extraño. Era el primero en generaciones de los de su raza que comenzó a cuestionar su mundo. No era un “neutro” cualquiera, era diferente: había adquirido la extraña capacidad de recordar un pasado que en realidad no había vivido, pero que sentía como si fuese totalmente real.


Cuando dormía, venían a él extrañas visiones de un planeta muy diferente al que veía estando despierto. Contemplaba a los de su raza desplazarse con total libertad; sus rostros eran diferentes, extrañas muecas se dibujaban en las bocas de los Santenianos. Lyekka despertaba casi todas las noches atormentado por todo aquello que no lograba comprender. Las visiones le provocaban sensaciones que no conseguía explicarse. Su corazón latía con prisa. El fenómeno era tan raro para él que no tenía con quien compartirlo; lo único que podía hacer era callarlo y vivir día tras día haciendo las mismas tareas.


Lyekka era un custodio más en el edificio del Parlamento de Centuria III. Su única tarea diaria era revisar los pases de quienes llegaban hasta ese lugar, desde donde los humanos ejercían el gobierno sobre un planeta que no les pertenecía y que habían usurpado arbitrariamente.


3



Rygel Johns tuvo que pasar varios días comiendo y durmiendo miserablemente. La misión (que tenía que llevar a cabo en la parte más inhóspita de las tres lunas que orbitaban alrededor de Centuria III, y la menos explorada por los cruceros) había resultado todo un desastre. Los sensores simplemente habían fallado: su nave se había topado con una inesperada nebulosa.


Hacía tiempo que Johns ya no estaba muy animado y no comprendía muy bien el por qué. Sólo su instintito de soldado rígido, formado en la academia de United Planet, le obligaba a no renunciar a esa vida de la que estaba cansado. Su increíble intuición le hacía saber lo que sucedía a su lado y quizá más lejos. Todo lo veía y lo sentía: los colores, los sonidos, el aroma de las personas, los rasgos de los seres y las cosas, y todo aquello que se unía en él. Sabía que de cierto modo eso le hacía crecer. ¿Para qué? No lo sabía con certeza, pero deseaba que su vida llegara a tener un significado especial.


En él todo quedaba y nada se iba. Las lágrimas, las risas, las palabras duras y las palabras tiernas. Sus ademanes tranquilos y otras veces sus gestos violentos. La piedad que sentía por unos y la cólera que le inspiraban otros… A menudo se preguntaba si debía quedarse donde estaba y esperar… ¿Esperar qué? En realidad esperar nada, nada definido: sólo esperar… esperar a que pasara el tiempo.


Todos los humanos esperaban algo, o casi todos, pensaba Rygel Johns. Esperaban esto, lo otro, cosas que a él le parecían ridículas o majestuosas. Esperaban lo cierto o lo falso, lo pequeño o lo grande, lo que vendría y lo que no. Lo que podría llegar o no llegar, lo que merecían y no merecían. Los humanos de Centuria III vivían y morían esperando sin que, en ocasiones, nada de lo que esperaban llegara. Sólo la muerte, que era siempre —y según decían— inesperada. Nadie decía al morir: “no, no es esto lo que esperaba”. No, nadie la había recibido y había callado, conforme con ella.


Rygel sabía de los humanos que ya no esperaban y otros que, esperando, lo hacían a medias. Cómo él. Ya no confiaba en el porvenir, tal vez sólo por inercia ponía algo de su parte para que algo sucediera en su vida. Sabía de otros que se esforzaban como él. Algunos incluso mentían, robaban y asesinaban: con eso sólo lograban ensuciar lo que esperaban recibir en sus vidas.


El no había sentido nada que le impulsara a hacer una cosa u otra; si era un soldado más de United Planet era porque lo creía necesario: era una forma de vida, la única que había conocido. Necesidad… de ella nacían todas sus acciones. Pero no esperaba nada, sabía que nadie importante lo esperaba. Su madre había muerto siendo él apenas un niño. A esas alturas de su vida, Rygel no tenía esperanzas. Sólo le bastaba con vivir.


Aquella mañana Rygel despertó pensando: no me quedaré para siempre aquí. Apenas comprendió que ese pensamiento era ya un claro indicio de que su “necesidad” estaba tomando una forma más definida. En la academia de United Planet desde temprano les inculcaban a los estudiantes que el hombre no se queda en ningún sitio. Siempre se marcha, alguna vez para no regresar.


Estos pensamientos bullían en el cerebro de Rygel. Pensó que alguna vez él debía marcharse de Centuria III. Marcharse… esa idea parecía casi una orden, una consigna, un deseo, una ilusión y hasta podía ser una esperanza. El que desea marcharse no necesita nada más que una oportunidad para hacerlo.


4



Aún era temprano y no mucha gente transitaba por las calles de Alcyone. Las pocas personas con as que se topaba lo miraban con algo parecido a la curiosidad, pero sin mayor interés. Tal parecía que su apariencia seguía siendo extraña para los humanos, que a pesar de los años transcurridos, no lograban acostumbrase a los Santenianos. Lyekka comprendía que su aspecto era casi un espectáculo para ellos y eso le causaba una sensación que no podía definir. Era un “neutro” impedido de sentir emociones.


Como cada mañana, Lyekka llegaba antes de la salida del sol para cumplir con su trabajo de todos los días. Los neutros realizaban las tareas más tediosas, aquellas sin mayor importancia. Eran considerados un poco más que los androides que utilizaban los humanos para los quehaceres domésticos. Después de que el visor láser aprobara su identidad, se encaminó junto con otros neutros hacia su puesto de trabajo. Ese sería otro día más en que entregaría pases a los visitantes que venían a las instalaciones administrativas de United Planet.


Vestía una túnica blanca que ocultaba todo su cuerpo y sólo dejaba su cabeza al descubierto. Lyekka no sabía si el no poseer cabello en la cabeza era una característica propia de su gente o una consecuencia tras pasar tantas generaciones ocultos bajo la tierra para sobrevivir a las tormentas solares.


Ocupó su puesto de trabajo, tras un mostrador, y comenzó a entregar las credenciales que permitían a los visitantes acceder a las dependencias de United Planet. Lyekka no lo sabía, pero esa mañana sería diferente de todas las mañanas de su vida. Su pacífica existencia como un neutro más de Santen estaba a punto de cambiar.


5



Rygel Johns debía presentarse ante el Comisario Pretor para explicar los motivos por los que su reciente misión a la luna Derderian había fracasado. Como soldado jefe de la misión, debía responder ante su superior. El Comisario Pretor de su escuadrón, según había oído, no era en absoluto un hombre comprensivo. Era posible que su permanencia en la fuerza armada de United Planet estuviera a punto de acabar. …l había sido un buen soldado y siempre había cumplido sus obligaciones más allá de las expectativas. Esperaba que eso fuese tomado en cuenta durante su entrevista.


Le habían permitido ser acompañado por uno de sus subalternos como testigo de los hechos que debía exponer ante el Comisario Pretor.


—Te agradezco que me acompañes, Dwan, eres el único de mi grupo que no se acobardó —dijo Rygel al hombre alto de y piel oscura que caminaba a su lado con prisa.

—El fracaso no fue tu culpa, los sensores de nebulosas fallaron —respondió Dwan con una sonrisa conciliadora.

—Fallaron, pero todos creen que fui yo quien indicó mal las coordenadas y que por eso nos atrapó la maldita nebulosa —dijo Rygel.

—Debes tranquilizarte, todos podemos fallar alguna vez, aunque estoy convencido de que no fue error tuyo.

—Ojalá el Pretor piense como tú. Si me expulsan de la fuerza, lo aceptaré.

—Definitivamente exageras, Johns. El fallo en una misión no es motivo de expulsión. Tendrías que quebrantar alguna ley Centuriana para que hicieran algo así —dijo Dwan con tono tranquilizador.

—Eso es imposible, no creo que tenga la oportunidad de hacerlo —respondió Johns seriamente.

—Es cierto. Tenemos una buena vida aquí en Centuria, ¿qué podría motivar a un humano a romper una ley?

—Nada —concordó Johns.


Los dos hombres llegaron a la entrada principal del edificio y abordaron uno de los tantos ascensores de los que salían y entraban tanto humanos como “neutros”.


—No imaginaba que United Planet empleara en sus instalaciones a tantos “neutros”. Están por todas partes, definitivamente no me agradan —comentó Dwan mientras subían en el ascensor acristalado que les dejaba ver la panorámica de todo el edificio.


Rygel ni se molestó en contestar.


—¿A ti no te molesta que sean tantos y estén por todas partes?

—¿Por qué iba a molestarme? Son neutros, no significan ningún problema para nosotros. Al contrario, llevan a cabo los trabajos más aburridos.

—Es cierto, pero de todos modos son tan extraños. Su apariencia es… No sé como decirlo, creo que desagradable, ese color de piel tan blanca y qué decir de la falta de cabello…

—Tal parece que les has prestado bastante atención después de todo —dijo Rygel con una sonrisa —. A veces me he topado con alguno por ahí, pero en realidad jamás los he mirado. No sé, supongo que el saber que carecen de emociones me hace verlos como… Nada. Para mí es como si fueran invisibles.


Finalmente, la puerta del ascensor se abrió y los dos soldados de uniforme negro se encaminaron por el pasillo que llevaba a las oficinas de los Comisarios Pretores.


6



Como cada mañana, Lyekka estaba sentado ante el mesón, atento para recibir las credenciales de los que visitaban a los Pretores, que siempre eran humanos. Levantó la mirada y vio acercarse a dos hombres vestidos con los uniformes propios de los soldados de United Planet. No se veían soldados en el edificio muy a menudo. Quieto, esperó hasta que los dos hombres estuvieron frente a él, separados sólo por el mesón que se extendía entre ellos.


Su mirada se posó primero en el de menor estatura; su piel era morena y tenía el ceño fruncido. El hombre volvió el rostro hacia un lado para evitar verlo. Pero a Lyekka esto no le molestaba, aquello era más tolerable que ser observado siempre como un bicho raro. Posó su vista tranquila en el otro hombre de mayor estatura. Por un instante, sus ojos se conectaron con los de ese humano. Poseían un color azul intenso y esto le provocó una sensación extraña: los ojos de ese humano tenían el color azul que venía en las extrañas visiones que tenía mientras dormía y que le eran inexplicables.


Una especie de intranquilidad afectó a Lyekka y pareció que el humano se percató de ello; en su frente se dibujó una línea y los ojos azules lo miraron de una forma extraña. Jamás un humano se había fijado en él y mucho menos lo había observado como lo hacía éste. Algo se retorció en sus entrañas. Su piel, que por naturaleza era fría, pareció aumentar su temperatura en apenas un segundo.


—Mi nombre es Rygel Johns, tengo una cita con el Pretor Burkel.


Lyekka asintió con la cabeza y desvió sus ojos, pues jamás había creído posible lo que ese humano le estaba haciendo sentir con sólo una mirada.


—Sí, señor. Su nombre está en la lista, pero necesito su credencial.


Rygel, le extendió a Lyekka su credencial y lo mismo hizo Dwan.


—Por favor, vengan conmigo, señores. El Pretor Burkel les espera.


Los dos soldados siguieron a Lyekka a través de un pasillo largo y angosto. El neutro se detuvo frente a una puerta y luego se volvió hacia los dos hombres.


—Pueden entrar. Les recuerdo que antes de abandonar las instalaciones de United Planet deben regresarme sus credenciales.


Dwan ni se molestó en responderle. Pero Rygel movió la cabeza en señal de afirmación. Lyekka abrió la puerta y Dwan, que deseaba alejarse cuanto antes del neutro, fue el primero en entrar., Sin embargo, Rygel Johns le dirigió una mirada intensa. Nunca antes había mirado a un neutro con atención. En apenas una fracción de segundo se preguntó si todos ellos tendrían los ojos de ese color violeta y si las facciones de todos ellos eran tan armoniosas. Un sentimiento parecido al desconcierto se reflejó en su rostro. La mirada cohibida que le devolvió Lyekka le recordó que mirar a un neutro de esa forma era totalmente incorrecto. No supo por qué, pero le fue imposible no bajar el rostro.


Lyekka pareció comprenderlo y también experimentó una sensación extraña. Pero no era algo desagradable, sino gratificante: a cada segundo el calor de su cuerpo, que siempre había sido naturalmente frío, no hacía más que aumentar.


7



La entrevista con el Pretor Burkel fue más satisfactoria de lo que Rygel había esperado. Sus exitosas misiones anteriores le predisponían favorablemente a los ojos de United Planet. Al terminar sus explicaciones, quedó establecido que el fallo de su misión a la luna Derderian había sido algo fortuito. Salió de la oficina con su compañero Dwan, sonriendo alegremente. …ste lanzó la credencial sobre el mesón sin siquiera dirigirle una mirada al neutro y salió rápidamente, apremiando a que Rygel para que se diera prisa.


A Rygel no le sorprendió la actitud de su compañero, pero él no actuó de la misma forma. Dwan ya había cruzado la puerta cuando él se acercó al mesón mientras se quitaba los guantes; luego tomó la credencial y se la tendió a Lyekka.


—Lo siento, mi compañero tiene un carácter algo complicado —se disculpó Rygel.


Nuevamente, Lyekka se sentía sorprendido por la actitud de ese humano. Lo miró tímidamente.


—Dijiste que debíamos regresarte la credencial —repuso Rygel con una leve sonrisa.

—Sí, señor —respondió el neutro, invadido por un cúmulo se sensaciones.

—¿No vas a tomarla? —preguntó Rygel mientras sostenía la credencial en su mano.


Lentamente, Lyekka extendió su alba mano y tomó la credencial. Un gran impacto lo sacudió cuando el humano rozó su mano con un gesto suave, casi imperceptible. Sus ojos color violeta se posaron con miedo y asombro en los azules de Rygel.


—Me gustaría saber cómo te llamas —dijo Rygel.


El calor en el cuerpo de Lyekka había aumentado de forma alarmante. Apenas podía pensar con claridad.


—Lyekka —respondió casi en un susurro.


Rygel sonrió complacido.


—Es un nombre hermoso. Yo me llamo Rygel Johns, aunque creo que ya lo sabes.


El neutro se limitó a asentir con la cabeza mientras sus ojos ya no sabían hacia dónde mirar para evitar esa mirada azul intensa que le hacía temblar.


—Bueno, ya tengo que irme… fue un placer conocerte, Lyekka —dijo Rygel, sabiendo que se estaba demorando mucho… pero lo cierto era que algo que no podía definir ni mucho menos comprender, le tenía pegado en el piso, impidiéndole marcharse.


Lyekka quería decirle algo a ese humano. Sabía que esa sería la única vez que tendría la oportunidad, pero su cerebro estaba como embotado a causa de la impresión.


—Adiós —se despidió Rygel al final y se volteó para marcharse. De pronto se detuvo y volvió a mirar al neutro—. No sé si todos los de tu raza tienen los ojos color violeta, pero te juro que serán los tuyos los que recordaré por siempre.


Antes de obtener alguna respuesta, Rygel se volteó y salió con rapidez, como si tuviera miedo de sí mismo.


8



Pasaron varios días desde que conociera al neutro de nombre Lyekka. Tras el fallo de su última misión a la luna Derderian, Rygel obtuvo un permiso para descansar. Generalmente esas eran oportunidades que aprovechaba para divertirse y relajarse un poco. Sin embargo, ahora de un modo muy extraño, había evitado el contacto con las personas. Se había pasado los días encerrado en su apartamento, pensando en Lyekka. Pese a saber que no era algo correcto ni lógico, no podía evitarlo: aquellos ojos violetas se habían vuelto casi una obsesión.


Varias veces tuvo la intención de acercarse otra vez hasta el edificio de United Planet, pero no había ningún motivo para hacerlo, al menos no uno racional. Por otra parte, era riesgoso para su carrera de soldado el involucrarse con un Santeniano. Aunque no había ley que lo prohibiera expresamente, cosas como esa no sucedían. La condición de “neutros” de aquellos seres tan distintos de los humanos se suponía que les impedía sentir emociones y, por lo tanto, también despertarlas en otros.


Pero esas diferencias eran justamente las que habían despertado sensaciones muy extrañas en Rygel. Aún recordaba el calor que había percibido en la suave piel de las manos albas de Lyekka. Durante esos días, estando en su cama, no podía dejar de pensar en cómo sería acariciar esa piel casi transparente y tan suave. Imágenes sensuales invadían su mente al pensar en ese neutro tendido en su cama, siendo aplastado por su peso; la masculinidad de su entrepierna reclamaba satisfacción, la satisfacción de descubrir qué era aquello que hacía tan especial y diferente a Lyekka del resto de los “neutros”.


9



Lyekka seguía cumpliendo su rutina de forma inquebrantable. Cada mañana llegaba a la misma hora y realizaba su trabajo como se esperaba que lo hiciera. Nadie que lo observara podía sospechar que algo inquietaba la mente de ese ser incapaz de emocionarse. Al cabo de unos días, Lyekka había comprendido y aceptado que tenía sentimientos por ese humano, Rygel Johns. Había interactuado con ese hombre justo en el momento preciso; algo había comenzado a cambiar en él antes y ese encuentro había intensificado esos cambios.


No creía ser capaz de seguir su existencia de ese modo al que lo había predestinado la misma raza a la que pertenecía Rygel. Nunca más.


10



A medida que se acercaba a su lugar de destino, el temblor de su cuerpo se acrecentaba. Su cerebro trabajaba a un ritmo vertiginoso, imaginando miles de situaciones que podían suceder. Lamentablemente, todas peligrosas. Pero ya no podía retroceder, lo que se proponía era algo sin precedentes entre los de su raza; sólo se dejaba llevar por las emociones que Rygel le había despertado.


Cubierto por una túnica negra de pies a cabeza que ocultaba su calidad de “neutro”, tomó el ascensor hasta el piso donde vivía Rygel Johns. Cuando por fin se encontró ante la puerta, cotejó por tercera vez que el número fuese correcto, levantó su mano temblorosa y la posó en el mecanismo lector de huellas.


11



Rygel caminaba hacia la cocina. Acababa de salir de la ducha, iba descalzo y vestía apenas un batín. La voz metálica de la computadora resonó en sus oídos anunciando que un visitante desconocido estaba frente a su puerta. Arrugó el ceño, confundido, y volteó a ver la hora que marcaba el reloj de pared. Más de las nueve de la noche. No era hora para visitas en una ciudad como Alcyone, donde sus habitantes se recluían al instante en que aparecían sus tres lunas en el cielo.


Como soldado bien adiestrado, tomó su arma del estante arrimado a la pared junto a la puerta. Abrió sin cautela, apuntándole de inmediato al visitante inoportuno.


—¿Quién es y qué desea? —preguntó con voz cortante. Aunque no podía verle el rostro, pudo percibir el miedo en aquel desconocido y eso le hizo bajar un poco su arma.

—Soy… Lyekka, señor, ¿me recuerda?


Rygel se quedó estático sin poder dar crédito a lo que sucedía. Ahí, frente a su puerta, estaba ese ser, ese maravilloso ser en el que había pensando día y noche durante las dos últimas semanas.


—¿Lyekka? ¿Realmente eres tú?


El aludido no tuvo tiempo de responder, Rygel reaccionó en un segundo y, alargando la mano, tomó al “neutro” por el brazo y lo introdujo en el apartamento. Cerró luego la puerta con seguro y depositó el arma en el mismo lugar que ocupaba antes.


—Ni en mil años hubiese imaginado que eras tú quien llamaba a mi puerta —dijo Rygel, sorprendido.

—Lo comprendo, señor, es completamente inusual y…

—¿Cómo me has encontrado? —interrumpió Rygel.

—La computadora central de United Planet me proporcionó su dirección —respondió Lyekka con voz tímida.


Rygel sonrió complacido.


—Entiendo —dijo Rygel, y enseguida agregó—: ¿Podrías descubrirte el rostro?


Lyekka obedeció al instante, sin atreverse a mirar a Rygel a los ojos.


—Esto es sorprendente, tú en mi casa…

—Quisiera explicarle el motivo por el que estoy aquí, señor —respondió Lyekka con voz turbada.


El tono de su voz y la alteración evidente del “neutro” no hicieron más que incrementar los sentimientos con los que Rygel había combatido durante esos días. Sin pensarlo siquiera, se acercó precipitadamente a Lyekka y lo sujetó por la cintura.


—Esto es maravilloso, desde que te conocí no he logrado sacarte de mis pensamientos —dijo Rygel con tono dulce.


Lo único Lyekka que pudo hacer fue mirarlo, estupefacto. No podía creer que ese humano también pensara en él.


—Yo… señor… —balbuceó el “neutro”.

—Por favor, llámame por mi nombre —pidió Rygel.

—Rygel —susurró Lyekka mientras comenzaba a temblar, sin dejar de mirar los ojos azules que se clavaban en los suyos.

—¿Estás aquí porque también has pensado en mí y deseabas verme tanto como yo a ti?

—Sí… no sé como pudo suceder, pero desde el primer momento provocaste en mí algo tan increíble… Aquel día que rozaste mi mano, algo dentro de mí… cambió, no sé cómo explicarlo, se supone que mi raza está incapacitada para experimentar emociones.

—Lyekka, no sé nada sobre tu raza, ni de ti. Para mí los “neutros” no significaban nada, simplemente no existían. Pero desde ese día en United Planet eso cambió por completo. No puedes imaginar todo lo que he experimentado con sólo recordar tus ojos, la suavidad de tu piel. ¡Oh Lyekka, he soñado contigo! ¡Te he deseado tanto! Como nunca en mi vida deseé a nadie.


Lyekka, que no sabía nada de sentimientos, cerró los ojos, estremecido por ese abrazo avasallante y lleno de necesidad con que Rygel lo apretaba. Las sensaciones eran profundas. El aliento del humano quemando en su oído, el aroma de su cabello húmedo, la ligera aspereza de esa mejilla que se pegaba a la suya, hacían bullir su cuerpo ya excesivamente acalorado.


—No entiendo lo que sucede, pero no me importa… sólo quiero sentir —dijo Lyekka, pegándose más intensamente al cuerpo del humano.


Rygel percibió su cuerpo enardecido. Necesitaba a Lyekka de otra forma y ya no se controló. Buscó los labios de aquel ser de piel nívea que ardía al punto casi de quemar la suya. Comprendía que era el primer beso de Lyekka y controló su ímpetu. Lo besó con cuidado, lentamente, mordiendo, luego succionando con suavidad. Los gemidos suaves que escuchó lo excitaron al punto de provocarle temor de no lograr dominarse. Jamás había experimentado la pasión a ese nivel, su corazón latía desbocado en su pecho y sintió como su masculinidad crecía. Dejó de besar los labios del joven “neutro” y lo miró a los ojos una vez más.


—Lyekka… quiero hacerte el amor —susurró Rygel.

—No entiendo a qué te refieres...

—Hacer el amor significa que dos cuerpos se unen como si fuesen uno solo.

—¿Cómo sucede eso? —preguntó Lyekka con una inocencia que Rygel adoró.

—Tengo entendido que la anatomía de ustedes es similar a la nuestra, temo que al explicártelo con palabras no lo comprendas… déjame enseñarte cómo se hace el amor.

—Hasta ahora sólo he sentido algo muy agradable, me ha gustado todo lo que has hecho.

—Te juro que hacer el amor te gustará mucho más.

En el rostro de Lyekka se dibujó una sonrisa.

—Entonces hazme el amor, Rygel.


12



Rygel depositó con cuidado a Lyekka en su cama. La luz en la habitación era tenue, perfecta para el momento. Se despojó de su batín, dejando su cuerpo al desnudo y sintió con placer los ojos de Lyekka posarse sobre él, curiosos y llenos de deseo. Se acercó lentamente y se recostó junto a él, cuya mirada parecía haber intensificado ese color que tanto había cautivado a Rygel.


Con suavidad, fue despojando a Lyekka de su sencilla vestimenta hasta que finalmente sus ojos pudieron admirar las formas masculinas del joven neutro. Eran similares a las suyas, salvo por un asombroso detalle que dejó sin habla a Rygel.


—¿Qué sucede? —preguntó con nerviosismo Lyekka.

—Eres… hermafrodita —susurró con asombro Rygel.


Lyekka miró con asombro y confusión al hombre junto a él.


—No entiendo a qué te refieres.


Rygel levantó la vista hacia el rostro preocupado de Lyekka. Le sonrió para tranquilizarlo.


—Significa que tienes sexo masculino y a la vez femenino.

—¿Femenino? —preguntó Lyekka, confuso —. Eso es imposible, hace cientos de generaciones que los Santenianos perdimos esa característica, por eso somos creados en laboratorios.

—¿De verdad? Pues no sé que ha sucedido contigo, pero lo que estoy viendo es bastante evidente.

—Seguramente te parezco repugnante —dijo el joven “neutro” con azoramiento.

—No. Jamás pienses algo semejante, esto te hace especial para mí. Incluso eres especial para los de tu raza, si perdieron esta característica hace cientos de años, como dices.

—No entiendo qué me ha sucedido.


Rygel miró el rostro pálido de Lyekka y guardó silencio por un instante. Tenía una leve sospecha de lo que ocurría.


—¿Lyekka, qué edad tienes?

—Cumplí doce años el mes pasado.

—¡¿Qué?! ¿Doce has dicho? ¡Pero si eres un niño!


Lyekka sonrió comprensivo.


—Los Santenianos alcanzamos la edad adulta a los doce años. Desde que somos creados en series en los laboratorios humanos eso no ha cambiado, sigue siendo como lo ha sido por cientos de generaciones.

—No cabe ninguna duda de que son seres asombrosos. Me siento tan ignorante con respecto a ti.

—Puedo ilustrarte en algunas cosas que sí sé sobre nuestra raza, si quieres.

—Hazlo, quiero conocerte.

—Muchas información de cómo era nuestra especie antes de que comenzaran las tormentas solares se ha perdido, se han conservado sólo historias contadas de padres a hijos en la época en que vivíamos en los subterráneos, pero ya casi nadie las recuerda.

—Eso fue mucho antes de que llegáramos nosotros.

—Sí, muchas generaciones antes. Santen era un planeta hermoso. La característica más especial era que toda la vegetación era de color violeta, el agua era azul. Azul como tus ojos, Rygel.

—¿Cómo sabes todo eso? Se supone que esa información se ha perdido.

—No lo sé. Mientras duermo vienen a mí visiones de un planeta hermoso. Sé que es Santen porque veo sus tres lunas. Veo cómo era la vida antes de las tormentas solares, antes de que todo se convirtiera en un páramo y nuestra especie debiera ocultarse en construcciones subterráneas para sobrevivir al calor que acabó con todo la belleza de este planeta. A través de las generaciones, nuestra piel fue perdiendo su color y se volvió así de pálida debido a la falta de luz.

—Siempre tuve la impresión de que la piel de ustedes era fría, pero me equivoqué —repuso Rygel.

—No estabas equivocado. Nuestra piel es fría, la temperatura de nuestro cuerpo siempre se enfría.

—Pero, tú no lo eres. Tu piel arde como un fuego maravilloso.

—Nunca había experimentado calor en mi piel. Sucedió por primera vez aquel día en que rozaste mi mano.

—¿Estás diciendo que yo provoqué ese cambio en ti?

—Creo que los cambios llegaron con el hecho de convertirme en adulto, pero sé que ha sucedido algo más. Muchos de los míos llegan a la misma edad y no muestras cambios. Creo que soy una anomalía.

—Una anomalía maravillosa —susurró Rygel, acercando sus labios a los de Lyekka.


Lyekka se dejó besar y respondió sólo con su instinto. La temperatura de su cuerpo, que había comenzado a aumentar poco a poco, ahora era un incendio sin control. Sensaciones extrañas golpeaban en la parte baja de su vientre.


13



Rygel no sabía cómo funcionaría el cuerpo de Lyekka. El órgano masculino del “neutro” respondía a la estimulación de su mano, levantándose con ímpetu. Además, su órgano femenino, que estaba unos centímetros más abajo, también lo hacía: poco a poco, una humedad viscosa fue lubricando aquella entrada virginal. Rygel dio gracias a todo lo existente por ese momento, aquella era la experiencia más extraordinaria de su vida. Su masculinidad se alzaba endurecida como un mástil.


La misma sustancia viscosa que humedecía el órgano femenino de Lyekka le sirvió como lubricante para el órgano masculino que también clamaba sus atenciones. Con fuerza deslizó su mano derecha a través del miembro endurecido de Lyekka, arrancándole gemidos de placer, mientras que su mano libre exploró con delicadeza su entrada, preparándola para la penetración. Era la experiencia más alucinante de su vida.


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Lyekka sentía que desfallecía con las caricias de las manos de Rygel. Esos suaves toques en la parte más íntima y secreta de su cuerpo le provocaban sensaciones maravillosas que jamás creyó que experimentaría. No imaginaba qué vendría después, pero estaba seguro de que sería maravilloso. Rygel le había dicho que hacer el amor significaba unir sus cuerpos como si fuesen uno solo… él ya se sentía unido al humano en plenitud.


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Sin dejar su tarea de masajear el miembro endurecido de Lyekka, Rygel acomodó el propio entre las piernas del joven neutro. Los gemidos suaves que llegaban a su oído lo enardecieron mucho más. Lentamente fue introduciendo su miembro en el interior húmedo y quemante de su compañero. Lyekka reaccionó arqueando su espalda. Rygel aguardó un instante para continuar y cuando lo percibió más adaptado a su invasión, fue empujando lentamente hasta que se encontró completamente dentro del neutro.


Embistió suavemente en un comienzo, mientras su mano no abandonaba la tarea de masajear aquel miembro masculino que también necesitaba de sus mimos.


El nivel de la pasión fue creciendo gradualmente a medida que ambos se relajaban y ya formaban un solo cuerpo.


Lyekka estaba alucinado con tales sensaciones que jamás creyó que su cuerpo podría experimentar. Dio gracias por su existencia. Gracias por encontrar a Rygel, el humano que le estaba haciendo vivir el momento más sublime y extraordinario. Cada segundo de su vida había valido la pena.


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Rygel ya no podía más, ni física ni emocionalmente. Lo que estaba viviendo rompía sus esquemas. Esas creencias ensambladas en su mente desde que tenía uso de razón, caían una a una con cada embestida que le hacía llegar más profundamente al interior del muchacho Santeniano, mal llamado “neutro” por su incapacidad para sentir. Los gemidos ardientes y dulces de Lyekka no sólo le decían que sentía intensamente, sino que además le llevaba a él mismo a una locura sin control. Lyekka había despertado sus sentidos adormecidos, proscritos en razón de su única realidad: la de ser un soldado ejemplar de United Planet.


Había creído que no debía desear ni esperar nada, sólo cumplir con su deber de soldado. Ese había sido el único motivo de su vida, pero Lyekka, este ser extraño y maravilloso, derrumbaba todo ese enfático mundo de obligaciones y deberes que también le habían convertido en un ser sin emociones. …l había sido un “humano” carente de humanidad.


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Rygel culminó con un gemido gutural. Su cuerpo se estremeció y se agitó varias veces hasta que finalmente le llegó la relajación. Lyekka llegó al final unos segundos después, contorsionando su cuerpo y gimiendo a causa de un doble orgasmo. Rygel se regodeó placenteramente al observar ese cuerpo sacudirse en repetidas ocasiones, satisfecho de ser responsable de aquel despertar sexual del joven Santeniano. La respiración de Lyekka era agitada y su piel nívea brillaba satinada con la humedad. Finalmente, el contacto íntimo terminó.


Rygel se recostó sobre su hombro derecho, con el rostro vuelto hacia Lyekka. El joven neutro, aún agitado, lo imitó. Las miradas azul y violeta se conectaron otra vez, con los ojos llenos de algo indefinible.


—Entonces, esto es lo que los humanos llaman hacer el amor —dijo Lyekka con voz suave, mientras su mano tersa acariciaba el cabello de Rygel.

—Lyekka, acabo de comprender que en realidad yo nunca había hecho el amor.


El joven Santeniano le miró sin comprender.


—Nunca nadie me hizo sentir tan intensamente como tú. No existen palabras para explicarlo, sólo sé que esta es la primera vez que hago el amor. Te amo y necesito que tú también me ames. Me has hecho sentir vivo por primera vez en mi vida.

—Tú también me has hecho sentir vivo, Rygel. Todo lo que me haces sentir es tan asombroso —dijo el joven neutro—, enséñame a amarte.

—¿Yo? No, Lyekka, no es necesario que yo te enseñe nada, tú sabes del amor mucho más que yo. Tú sientes y vibras mucho más que nosotros los humanos.

—Pero me importa lo que tú sientes.

—Yo siento que te amo y que te amaré toda mi vida. No sé cómo será nuestra vida… soy un soldado de United Planet y tú eres un “neutro”, considerado por los de mi raza como un ser sin sentimientos. Hemos sido tan arrogantes al creer que somos superiores por nuestra capacidad de sentir, y en realidad somos los seres más fríos que existen en el universo. Hemos sido desde siempre los que han carecido de sentimientos. Llevamos a nuestro propio planeta a la destrucción, jamás apreciamos su belleza y lo vital que era para nuestra sobrevivencia. Llegamos aquí, a su planeta, fingiendo ayudarlos para luego despojarlos de sus derechos y gobernarlos sin tener derecho a hacerlo. Durante generaciones los hemos relegado y obligado a servirnos como esclavos.


Los ojos de Lyekka se llenaron de agua. No entendía porqué escuchar a Rygel decir todo eso le provocaba un dolor que hacía que sus ojos ardieran.


—Nunca he pensado de eso modo, nunca he visto a los humanos así como los describes. Aunque he visto la indiferencia de ustedes hacia nosotros, esa aversión me causaban dolor, pero no lo comprendía.

—Estás en todo tu derecho al sentir eso. Pero te juro que eso cambiará. No sé cómo, pero juntos lo cambiaremos. Hemos dado el primer paso, el más difícil. Fuimos capaces de mirarnos y ver algo más el uno en el otro, más que un “neutro” y un humano.

—¿Crees que otros humanos serán capaces de ver lo que tú has visto en mí, en otros de mi raza?

—Sí. Porque nosotros les mostraremos a todos que es posible. No digo que a todos les suceda como a nosotros, que lleguen a enamorarse, pero lograr que los humanos dejen de verlos como lo hacen ahora, será un gran cambio.

—Me da mucho miedo, Rygel.

—No temas, porque yo estoy contigo y te amo. Tú serás mi fuerza e inspiración.

—Y tú la mía —respondió el joven Santeniano.


Aún quedaba mucha noche por delante para amarse y la aprovecharían a plenitud. La luz del siguiente día iluminaría el camino de un nuevo comienzo. Juntos iniciarían una vida nueva, una vida que les traería muchos desafíos y pocas certezas, pero la más importante de las convicciones ya había llegado a sus vidas: el amor que los había unido y al que nunca renunciarían. El sueño recién comenzaba y les llenaba el corazón de una dicha sin igual. El destino los había unido y ellos jamás desoirían sus mandatos.


FIN

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