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LA CORTE DE LOS MILAGROS. por Whisperyuki

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Notas del capitulo:

Como el mundo puede cambiar en segundos, como puede la vida de un ser vivo dar un giro tan inesperadamente y a veces de forma tan indeseada que nos trastoca todo.

El descolorido color sin definición del techo era  lo que Severus había visto al despertar ya hace días. Ese hecho se había repetido día tras día sin mutar ni un ápice.

Pero hoy, Severus tuvo que cambiar su rutina de quedarse recostado en el catre de la supuesta enfermería donde aseguraban que se encontraba, ignorando vehemente todo lo que transcurría alrededor suyo. La mujer que atendía el solitario lugar había declarado que se encontraba ya en estado para levantarse, y eso era lo que tenía que hacer. Tenía una audiencia con Albus Dumbledore, como sí él supiera quien era el bendito hombre.

-Anda muchacho, -la enfermera le urgió, mientras  le quitaba las vendas de su cabeza y revisaba su mano rota; él aún se hallaba recostado- que Albus no puede esperarte más, ya espero por ti muchos días.-  Le  entregó  una muda de ropa limpia, un paño y una pastilla de jabón. –Allá- señaló a un costado de la carpa, unos tablones de vieja madera en vertical formaban un cubículo en la esquina– te deje un balde de agua limpia. Ve a asearte y ponte presentable. Date prisa.- Luego desapareció llevando consigo los vendajes usados y sucios.

Se sentó en la orilla del catre, sus músculos estaban entumecidos y adoloridos. Su cabeza, libre de vendajes, punzaba de dolor, pero no igual como recordaba que le dolía antes, como si la estuvieran machacando una y otra vez contra  rocas. Movió tentativamente los dedos de su mano rota, el dolor recorrió su brazo en forma de un calambre, expandiéndose  hasta llegar a su columna, una terrible comezón también le aquejó.

No debió hacer eso.

Se quedó quieto hasta que el dolor disminuyó hasta desaparecer. Se levantó poco a poco, tomó la ropa y el jabón  y se dirigió al improvisado baño. Entró y lo vio, no era gran cosa, solo había un banquillo para sentarse si es que se cansaba mientras se duchaba, un gancho para colgar su  ropa y el paño para secarse y el balde de humeante agua caliente y un cántaro. Bueno, era más de lo que acostumbraba, en su casa tenía que ir a bañarse al río, inclusive si el tiempo era frío. Cerró la puerta, se quitó lo único que llevaba puesto, una camisola, con dificultad y la colgó. Jaló el banquillo y se sentó en el, tomó el cántaro y vertió una buena cantidad de agua sobre su cabeza evitando mojar su mano dañada y con vendaje nuevo.

Mientras lentamente se lavaba, Severus se puso pensativo. Estaba desconcertado, pero más que eso, se encontraba realmente frustrado por el rumbo tan retorcido que había tomado su vida.

Recordaba que  se encontraba listo para sus exequias en un apestoso callejón. Pero al parecer, no era aún su tiempo de entregar su cuerpo a la tierra como alimento para gusanos cuando cerró sus ojos. El olor a podredumbre había sido sustituido por el olor a septicemia  que lo inundaba todo, sus fosas nasales, su cabeza y su boca. Era tan penetrante que sintió su cerebro  sumergido en un balde de ese líquido. Su pecho subía y bajaba, su corazón latía suavemente, casi imperceptible.

Que decepción.

Estaba vivo. Con lo que él tan resignadamente había aceptado su fallida muerte.

Vertió más agua sobre su cabeza, aclarándose el jabón y su mente. Tragó un poco del agua espumosa sin querer, trayéndole un pequeño recuerdo.

Una cálida mano que se posó en su mejilla cuando movió su boca reseca y sedienta. Una gasa empapada en agua se posó en su boca al momento, calmando su sed.

 No pudo distinguir quien había sido la persona,  todo en ese momento fue tan oscuro, pero se había sentido tan reconfortado por aquel gesto tan amable, tan pequeño, que fue eso lo que lo motivó abrir de nuevo sus ojos. Cuando lo hizo, se encontró en un lugar desconocido que resultó una enfermería; rodeado de gente desconocida que lo miraba  con odio, como si fuera el enviado del diablo.

Terminó de ducharse, así que se secó el  cuerpo con el paño y con cuidado secó su cabeza. Titiritó un poco por el aire frío tocando su piel tibia a causa del agua. Con dificultad empezó a vestirse.

-¿Estás ahí?- La pregunta vino de detrás de la puerta. La femenina voz pertenecía a la linda chica pelirroja que le sonreía y le hablaba amablemente cada día mientras lo atendía, a pesar que él nunca respondía. Era la  única que no lo miraba mal-¿Quieres que te ayude?- Antes de contestar, la puerta fue abierta por la chica, que lo miraba sorprendida. Debía lucir patéticamente confundido parado allí a medio vestir. Maldición, esa no era la clase de impresión que le gustaba dar. Negó levemente, evitando arriesgarse a moverse violentamente y provocarse dolor innecesario.

La chica asintió, sin decir nada, debió entender su turbación.-Muy bien, entonces  te espero afuera. Te llevaré con Albus- cerró la puerta y Severus pudo terminarse de vestir.

Albus esto, Albus aquello. A Severus le empezaba intrigar quien era el hombre ¿Sería el dueño del lugar? Sí ese fuera el caso, tendría que hablar con él para poder largarse del allí. No quería estar un minuto más, en un lugar donde visiblemente no era bien recibido.

Severus salió ya listo. Paso a paso  alcanzó a la chica que lo esperaba en la entrada de la carpa. ¿Por qué era una carpa? Eso no lo había meditado hasta ahora.

-Mi nombre es Lily ¿Cuál es el tuyo?- La chica dijo, esperando una respuesta, como todos los días que lo atendía y el permanecía tercamente callado.

-Severus-Respondió por fin sin ser grosero. La chica era testarudamente amable, hablándole siempre, pero eso no justificaba tratarla mal, además que el odiaba maltratar a las mujeres. Podía decirle eso sin revelar más de él,  de todos modos él ya se iba.

Ambos comenzaron a caminar juntos. El pelinegro nada más salir notó algo extraño: el exterior era oscuro, iluminado con antorchas, como si fuera de noche, pero parecía una cueva…no, una catacumba.  Hasta donde sus ojos podían divisar estaba lleno de pequeñas tiendas de campaña y casuchas de madera desvencija. Un terrapleno  se veía al fondo.- ¿Dónde estamos?- preguntó intrigado.

-No soy quien para decírtelo. Necesitas hablar con Albus, él te aclarara lo que quieras saber.- La pelirroja respondió evasiva.

Un gran silencio incomodo se posó sobre ellos. Severus lo prefirió así, después de todo ¿Qué tipo de conversación podían tener? ¿El clima? ¿Chismes? ¿Cómo había terminado así? No gracias. Bendita chica que era oportunamente considerada. Por  cierto ¿La gente no vestía extraño? Como si todos fueran pordioseros, además lo miraban raro y murmuraban a su paso. Se revolvió incomodo por la atención no pedida.

A su paso se atravesó un hombre mayor muy bizarro, no tenía una pierna, usaba  cayado,  estaba lleno su rostro de cicatrices y sin temor a equivocarse le faltaba un ojo a juzgar por el parche, sin mencionar parte de su  nariz. Este los detuvo, le miró de forma escrutadora, con su bastón golpeó su brazo herido provocándole dolor, hizo una mueca despectiva –Te vigilare- gruñó  y luego se fue rengueando.

-¿Qué diablos le pasa?- El pelinegro se sostuvo su brazo, sus dientes castañeando por el dolor, la punta de su lengua hormigueaba por soltar un mordaz comentario al fenómeno, pero este ya estaba bastante alejado para escucharlo.

-Ignóralo, Alastor es algo…aprensivo.- Se disculpó la pelirroja por el hombre, retomando la caminata.

-Aprensivo…como sí yo tuviera la culpa de su paranoia.- Los nervios de Severus se crisparon, le estaban ocultando algo. Quería indagar más, pero las únicas personas que conocía (la enfermera y la pelirroja) se cerraban a sus preguntas.

- Mira, ya llegamos.- Frente suyo una casa de madera se erguía. Era, a su juicio, la única construcción medianamente decente por allí. -Tendrás que entrar solo, pero te esperaré afuera ¿Esta bien?- Lily le rodeó y lo empujó dentro del caserón. Era tan extraño, a donde quiera que volteara  había libros apilados y cosas extrañas, formando corredores, estaba pobremente iluminado, de seguro para evitar algún derrame y por consiguiente, un incendio. Camino por el laberintico lugar, temiendo tocar o rozar cualquier cosa por temor a provocar una avalancha de objetos. Viró a la izquierda y se topó con una puerta abierta, era el único lugar donde la luz fulguraba intensamente. La traspasó adentrándose  a un despacho lleno de más libros, y en medio del cuarto, un anciano se encontraba sentado tras una mesa. Sus dedos entrecruzados delante de su rostro bonachón y sabio, sus codos apoyados al costado de un libro abierto sobre la mesa. Exhibía una barba  llena, larga y blanca. Severus no se dejó engañar por la sonrisa que le regalaba el hombre y el brillo de simpatía que brillaba en sus ojos azules tras unas gafas. El hombre despedía un aura poderosa que le provocaba respetarlo más por eso, que por los venerables años que llevaba a cuestas.

Sin lugar a dudas, este hombre era el tan mencionado Albus Dumbledore.

-Bienvenido a mi humilde morada, muchacho. Es bueno verte de pie y recuperado.- Albus con su palma le convido a sentarse en un banquillo con cojín. Severus se sentó sin dejar de ver al hombre.

 -¿Gustas un caramelo de limón?- ofreció mientras revolvía entre todo el lío que tenía sobre la mesa, buscando la dulcera. El chico negó, sin despegar sus ojos del anciano. Albus ante la negativa dejó la búsqueda en paz.

-Bien, bien. En primer lugar, supongo que ya sabes quién soy, aun así me presento. Soy Albus Dumbledore, mi  muchacho, y quisiera saber tu nombre para saber con quién trato.

-Severus Snape.-respondió Severus, sentado muy rígido, sus manos cruzadas en su regazo, mostrándose completamente apacible, pero por dentro estaba completamente nervioso.

-¿Snape? Mmm, ¿De casualidad eres pariente Eileen Snape?

-Prince- corrigió Severus. El odiaba con todo el corazón llevar el apellido de su padre, aunque no podía evitar llevarlo, pero su mamá sí, aunque temiera hacerlo. Severus se permitía ese gesto de rebeldía porque no solo no solo separaba a su mamá de lo que la había convertido su padre, sino que también decía que el nunca aceptaría el legado de su  padre.

-Por supuesto. Una encantadora mujer.- Reconoció el anciano.

El tono condescendiente de Dumbledore molestó a Severus.- Bueno, me gustaría quedarme a platicar aquí sobre como conoce a mi madre y todo eso, pero me gustaría irme. Tal vez en otra ocasión podamos reunirnos y charlar sobre ella.- Obvio, esa charla nunca sucedería.

-Oh mi muchacho, me temo que eso no es posible.

-Mire, sé que nada es gratis en esta vida. Y supongo que por cuidarme quiere una retribución, pero déjeme decirle que no tengo dinero y si quiere su pago tengo que buscar trabajo primero para poder pagarle.

-No Severus, eso no es el problema.-intervino Albus.

-Le prometo que no escaparé de mi responsabilidad, solo quiero que me deje marchar.

-Permíteme. No negaré que me alegra y complace escuchar eso. Habla muy bien de ti. Pero  no puedo permitirte ir de este lugar…

-Mire, tal vez piense que sé la labor de mi madre, pero no es así. No podría ayudar en nada en su local- Severus mintió, claro que su madre, a escondidas, le había enseñado sus conocimientos de curandera, bien podría trabajar allí mismo para pagar, pero algo dentro de sí le urgía por escapar de ese lugar, no importaba sí debía mentir aunque no le gustara.-De nada le servirá llevarme a los guardias para que me encierren, así menos podría pagarle.

-Severus. Ese no es el caso. Necesitas escucharme atentamente. Sé que no tienes dinero y eso no importa, nosotros no cobramos por los servicios a los miembros de nuestra comunidad. Eso no es el problema. Estimo que recuerdas tu accidente- Esa no era una pregunta, era una afirmación- Pues bien, un miembro de nuestro grupo te encontró y te trajo aquí.- Albus miró seriamente al chico, quien le miraba sin pestañear- Este lugar no es cualquier lugar, supongo que nunca has escuchado hablar de la Corte de los milagros.

El joven negó. En su vida había escuchado semejante ridículo nombre ¿La Corte de los Milagros? Por favor. Lo que fuera que se hubieran fumado, bebido o tragado estos tipos por favor, que dejaran de consumirlo.

-Verás mi querido muchacho. Este lugar es un refugio secreto para todas aquellas almas que no pueden llevar una vida fuera de aquí,  por ser perseguidos, exiliados o simplemente ignorados. Como comprenderás, algunas personas del exterior darían lo que fuera por saber dónde encontrar a sus enemigos y…deshacerse de ellos. No podemos dejar que nada ni nadie se entere.

Los ojos de Severus estaban desorbitados ¿Había oído bien?

Pero  no puedo permitirte ir de este lugar.

No podemos dejar que nada ni nadie se entere.

No es posible.

El pelinegro le negó a su cuerpo moverse, a pesar de sentirse completamente aterrado.-Quiere decir…quiere decir que va a matarme.

¿Por qué? ¿Por qué le habían salvado la vida si luego se la iban a quitar? Ilógico y cruel.

-Mi muchacho. Eso no será así- tranquilizó el anciano- Seré sincero contigo. La idea sí fue considerada, pero fue descartada, después de todo, tú no pediste ser traído aquí. Digamos, fue un error ajeno a ti y no era justo que tú lo pagaras. Pero a consideración del bienestar de nuestra comunidad solo hay una condición para que permanezcas con vida.

-¿Cuál?

-No podrás abandonar este lugar…jamás.

Severus por poco se va de espaldas ¿Había escuchado bien? ¿Debía permanecer dentro de donde fuera que estuviera para siempre? No era difícil deducir que pasaría sí se negaba

¿Por qué era tan sádico el destino con él?  Le había negado  el encierro eterno de  la fría tumba para terminar dentro de un lugar peor.

Una media vida, como la que había llevado desde que recordaba. Oculto, temeroso, condicionando su existencia a los deseos de alguien más.

No quería eso, no más.

Notas finales:

Gracias por leer.

 

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