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LA CORTE DE LOS MILAGROS. por Whisperyuki

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Notas del capitulo:

Hola,espero que esten bien.

Disculpen la tardanza y ojalá les guste.

 

 

 

-¡Inaceptable! ¡Realmente es inaceptable!- Bramó Alastor Moody, hombre maduro de de aspecto dantesco,  y encargado de la seguridad de la comuna.  Dando una violenta palmada, puntualizando lo dicho en la mesa que servía de estrado, donde el Consejo de la comunidad sentado a su alrededor discutían sobre el recién llegado.

Los cuchicheos pulularon como insectos ante esa aseveración por toda la gruta de las laberínticas entrañas de la tierra,   en el cual  todas aquellas  almas sobrevivían.  Se juntaron intranquilas  por la inclusión deliberada de un joven extraño en sus humildes vidas hace cinco noches y cuatro día, sintiendo con ello como si la espada de Damocles pendiera sobre sus cabezas. El debate sobre el destino del chico los tenía ansiosos, esperando que el buen juicio del Jefe evitara que la espada se tornara literal y sesgara sus vidas.

Convenientemente aquel socavón se ambientó  para la asamblea, con una modesta  plataforma, montado el estrado (para el Consejo) y llenándolo la parte baja de bancas de gruesa y vieja madera.  Igual que sucedía para un  juicio, una celebración… o alguna ejecución. Aunque de igual no estaba del todo lleno, de cualquier manera todos se enterarían del asunto, estuvieran o no presentes, como ocurría siempre.

-Alastor, amigo mío, creo que tu enojo está injustificado.- Habló Albus Dumbledore, el más anciano y el Jefe  de los cuatro que formaban El Consejo.

-¿Injustificado dices?- Soltó otro puñetazo tal, que las jarras de metal  encima de la mesa bailotearon sobre su eje, derramando su líquido. –Ese…mocoso inconsciente-casi se mordió la lengua para evitar  soltar la palabrota que quemaba en su lengua, solo por la dura mirada de advertencia del anciano-trajo a un extraño a nuestro refugio. Quién sabe si es un enviado de ese bastardo.- Escupió al suelo, lleno de asco de solo pensar en ese hombre, innombrable por todas las atrocidades que había y seguía cometiendo.

-Veo- habló Minerva  McGonagall, mujer ya entrada en años, la única fémina del consejo-que tus delirios de persecución  ya llegaron a términos escandalosos, Alastor.  -Dio un largo suspiro-Si hubieras visto al muchacho.-meneó la cabeza, rememorando la improvista visita que le hizo. En cierta medida curiosa por los chismes que había escuchado  –Nadie en su sano juicio se haría semejante daño, menos para perseguir a supuestos muertos y fantasmas, lo que se supone que somos todos los que estamos aquí confinados.   

-Pues puede ser que lo haya hecho sobre amenaza.- Alastor no daría su brazo a torcer.-Tal vez tomaron a su familia de rehén y lo golpearon para darle más realismo a su farsa.

-Basta Alastor.- El silencio reinó ante la orden del anciano- Si mi memoria no me falla (y espero, Dios mediante, que así sea) la mayoría de nosotros llegamos igual, o de manera diferente aquí, buscando un refugio.

-Y por lo mismo hablo ahora. Por nuestra  la seguridad de nuestro refugio debemos deshacernos de él cuanto antes. Aún esta inconsciente y no  se enterara de nada, pensará que fue una alucinación y no podrá decirle a nadie sobre el grupo.

-No es un perro muerto, Alastor – Minerva le riñó -Sí lo moviéramos y le dejáramos a las puertas de un dispensario y se diera el milagro que lo atendieran, no soportaría  el traslado  ¿Acaso quieres matarlo?

-Mejor él que nosotros.

-¡Alastor!-

 -Tranquila Minerva- apaciguó  Dumbledore- Ya escuche sus puntos, solo falta una opinión ¿A ti que te parece Mundungus? Entrecruzó sus largos dedos, esperando.

Alastor azotó por enésima vez la mesa, disconforme por el rumbo que tomaba el asunto. Se cruzó de brazos y se sentó en el banquillo dispuesto para él, rezando que la razón (su razón) se impusiera  sobre las cabezas huecas del consejo, lo que dudaba, la verdad.

Mundungus Fletcher, hombre pequeño y andrajoso, era el último, y quizás el menos esperado, miembro del Consejo. Su reputación no era la mejor, pero era quien se encargaba del manejo del mercado negro. Permitiendo que la  comunidad sobreviviera con algo más que mendigar y  los pequeños hurtos,  al mercar productos de elaboración propia sin levantar sospechas de su origen.

-Baa, por mi hagan lo que quieran. –Se echó sobre la mesa, queriendo dormir – A mí ni me va ni me viene. Con que el muchacho sepa hacer algo de provecho; pero eso no lo sabremos hasta que despierte, sí es que despierta.

Minerva le dio una mirada severa, pero se abstuvo de hacer comentario alguno.

-Gracias por tu opinión, Mundungus- no se podía esperar más de aquel hombre.

Dumbledore se levantó de su asiento, había confirmado su decisión, solo faltaba transmitirla.

- Cuando llegamos aquí, ya hace varios años,  tuvimos que aprender a confiar en nosotros. -Se dirigió a los presentes.- No fue fácil, tantas formas distintas de pensar, tantas heridas que sanar y tanto dolor que menguar. Parecía imposible que la coexistencia se diera, aun así  la convivencia se dio  y con ella se formamos lazos, algunos de amistad, otros de amor. Todos dieron fruto, en camaradería, en familias. –Le lanzó una mirada significativa a los presentes que escuchaban sus palabras con absoluto respeto por ser el líder - Pero eso no quiere decir que no podamos o debamos confiar en nadie más. En su momento nosotros también necesitamos una mano y nos la dieron ¿Por qué no hacerlo con este joven que necesita de nosotros ahora? ¿Por qué no darle seguridad? Por lo tanto, el chico se quedara, así se protegerá nuestro secreto y le estaremos dando la oportunidad de vivir al muchacho.-respiró profundo y continuó- Solo se le permitirá salir al exterior cuando demuestre ser digno de confianza. De lo contrario, nunca saldrá.-terminó en tono sombrío.

Recibió aplausos entusiastas satisfechos por la salomónica decisión, no se podía esperar menos del anciano Jefe.

-Siendo todo, es hora de…

-Momento Albus- alzó la voz Moody- Solo hemos decido sobre el destino del comatoso, pero no de quien armo todo este jaleo.- Señaló acusadoramente a Sirius, quien estaba sentado en una banca frontal al estrado, junto a sus tres inseparables amigos y la pelirroja Evans.

Muchas cabezas se movieron asintiendo a la propuesta.

 - Propongo que se le dé un castigo,  como ejemplo para que esto no se vuelva a repetir.

-Moody, me parece que es una mala propuesta.-Replicó Minerva alterada.- Entonces tendríamos como resultado el olvido de la compasión por nuestros semejantes,  por temor a un castigo.

-Discúlpame Minerva-objeto el guarda- Este le enseñara a los miembros a no tomar decisiones egoístas, ni precipitadas.- Puntualizó- Además, esto no es solo por traer al bulto, es por desobedecer las órdenes. –Sonrió de manera mordaz- Para empezar violó el toque de queda ¿Quieres que enumere las reglas que ha quebrantado? –Alzó su mano empuñando su bastón de soporte, ya que era cojo, pidiendo apoyo- ¿Quién está conmigo?

Recibió un alud de gritos de apoyo. Todo el mundo alguna vez había roto el toque, más nadie quería hacer evidente su desobediencia y menos provocar el enfado de Moody. Y sí alguien tenía que ser el chivo expiatorio y ser el modelo de justicia, mejor que fuera la oveja más descarriada del rebaño.

-¿Ves? El pueblo ha hablado- Alastor palmeó satisfecho su muslo, sus ojos brillaban satisfechos por la mínima victoria obtenida.

Dumbledore suspiró cansino. Les dio una mirada a los miembros del consejo, quienes no le dejaban de observar, esperando por su resolución. Luego miro a Sirius, que a pesar de lucir tranquilo, su  pie derecho tamborilero delataba su inquietud.

-Qué se le den doce latigazos de castigo. -Sentenció después de largos minutos, ganándose la aprobación de su gente. -Pero que quede claro una cosa, no se le castiga por ayudar a su prójimo, se le castiga por la desobediencia de las reglas.- Aplacó los desbordados ánimos tras sus palabras – Llamen a Argus para que aplique la condena y preparen todo.

 Prestos, varios hombres fueron por el hombre que fungía en aquellas ocasiones como “verdugo”, quien se había abstenido de asistir, alegando que no tenía ningún caso hacerlo si no requerían de sus servicios.

Dumbledore bajo del estrado junto con Minerva, permitiendo así que el poste para la ejecución de la disciplina  fuera colocado, bajo la supervisión de Alastor. Mundungus simplemente había desaparecido al no tener más que hacer allí.

-Albus ¿En serio lo permitirás?- preguntó la mujer.

El anciano asintió con pesar. Particularmente no era proclive a tomar o permitir estas medidas, más no había tenido otra opción. 

Mientras tanto, el ahora condenado permanecía impávido, sin ser abandonado por sus amigos en ningún momento.

-Sirius, recuerdo que mencionaste que Dumbledore haría lo posible para evitar que te castigaran ¿Qué paso?-Preguntó James Potter, de todos los amigos de Sirius el más cercano y poseedor de un cabello negro  y ojos avellana, al igual que una miopía que le obligaba el uso de anteojos.

El mencionado joven asintió, no estaba acuerdo de que el anciano  hizo lo necesario para evitarlo, pero al menos se lo había advertido.

-D-deberías escapar - Peter Petigrew, su tercer mejor amigo, un regordete muchacho de pajizo cabello le sugirió, temblando por lo que iba a ocurrir.

-No lo haré- negó vehemente, el no era ningún cobarde.

El cadalso no era más que el mismo  aglomerado de troncos atados con cuerdas que se usó junto el estrado hace nada, solo se  elevó  del suelo un poco más,  lo suficiente para que el público pudiera obtener una buena vista de la que arriba del entarimado pasaba. En el centro, un grueso poste  de roble  sobresalía.

-Andando muchacho- un tosco hombre  tomó el brazo de Black, jalándolo para que subiera de una buena vez, además de evitar que escapara.

-¡Espere por favor!- pidió Remus al hombre, quien asintió sabiendo que podía confiar en el muchacho de ojos dorados y no intentaría nada extraño, más permaneció  muy cerca, alerta.

-Sirius-Remus puso en la mano de su amigo disimuladamente un frasquito de un líquido ambarino- bébelo, mitigará el dolor.

-Gracias Remus, pero no lo necesito- regresó el vial a su dueño.

-Pero Sirius-

Sirius negó, dejando claro que no insistiera más.

El hombre que lo estaba esperando rápidamente  lo subió a empellones al entarimado, como temiendo que saliera corriendo en cualquier momento ¡Ja! ¿Qué creía? ¿Qué era un miedica huiría  a esconderse bajo las faldas de su mami? Tsk, ni que fuera como ellos.

Uno de los rapaces que se apresuró a preparar el castigo, ya que tenían  cuentas pendientes  con el condenado, se acercó e intentó arrebatarle la camisa, ganándose un violento manotazo haciéndolo caer  al suelo.

Con toda su dignidad, Black levantó su barbilla,  con un completo aire de majestuosidad que desmentía sus supuestos orígenes arrabaleros. No permitiría que lo humillaran más, así que se despojó de su camisa por sí mismo. Se la arrojó  a Peter, que la dobló y guardó como si se tratara de la más grande reliquia.

Un abuelo se acercó, dándole unas palmaditas de consuelo en la mejilla- Buena la hiciste muchacho. Ahora pagaras por algo que todos hemos hecho alguna vez- le regañó, más no había burla en sus palabras-Extiende tus manos, las ataré.

Sus manos fueron atadas, pero al contrario de lo que esperaba, el amarre no era fuerte, dándole cierta libertad de movimiento.

-Suficientes marcas dejaran los latigazos, muchacho.-Explicó el anciano- No necesitaras marcas extras en tus manos también.

Maniatado fue llevado frente al poste donde se le inmovilizaría, dejándolo a la merced del suplicio.

-Híncate muchacho-le sugirió el anciano.

-No lo hare.

-Muchacho, yo sé lo que te digo. – La voz del hombre se quebró momentáneamente- El dolor doblará tus rodillas y te hará caer.

Una nueva negativa del adolescente dio por terminada aquella discusión.

-Allá tu muchacho, allá tú- el anciano ató la cuerda que sobró al amarrarle las manos al poste.

 Todo estaba listo.

Impasible y sin siquiera pestañear, Sirius vio la sonrisa torcida de Argus Filch, un decrepito cascarrabias, quien tenía el “honor” de ser tanto el celador de la transitoria cárcel, así como el verdugo sí se le requería. Éste se tomó su tiempo en subir a la plataforma, jugueteando con el látigo en su mano, renqueando mientras se situada tras él, examinando a conciencia su espalda, calculando la fuerza y el lugar exacto  en donde la “lengua” de cuero besaría su piel.

-Ya empieza, maldita sea- exigió Sirius- Tengo una cita y no quiero perder el tiempo contigo, maldito pervertido.

Sintiéndose ofendido,  en un raudo  movimiento Filch desenrolló  el chicote. Su mano se alzó sobre su cabeza, formando una parábola con la dura cuerda bífida del látigo, bajando con violencia y velocidad impresionante cayó cual relámpago sobre la espalda desnuda, dejando rojiza la piel y un escalofriante siseo que retumbo igual que el trueno, siempre  después del rayo.

Once veces más su dorso fue azotado, cada vez  siendo más dolorosa que su predecesora, rasgando su carne y sacando el precioso liquido carmesí de sus abiertas heridas.

Ni una vez, ni una,  fue posible arrancar un gemido de los labios de Sirius. Permanecían obstinadamente juntos, negándoles a aquellos hombres deleitarse con su suplicio.

Los jadeos del Filch al dar el último azote fue lo único que resonó en el socavón.

Dándoles una bofetada en la cara al demostrarles que pese al castigo, nunca lo doblegarían, Sirius después de ser fustigado  estiró sus brazos, desperezando sus dormidos músculos y bajó por su propio pie como si lo ocurrido fuese nada.

Las mujeres gimotearon y los hombres bufaron indignados por la arrogancia del muchacho.

**************************************************

Sirius era orgulloso, pero había veces que serlo le pasaba la factura ¿Por qué no escuchó al abuelo? Ahora, las fuerzas que uso para aguantar cual roca y que sus rodillas no cedieran   al dolor  le hubieran sido de gran ayuda para poder llegar a la enfermería.

Sus brazos fueron tomados, al igual que las perneras de su pantalón, poniendo su cuerpo horizontal y ser llevado como balancín, uno bastante chueco.

-Al paso que vas, llegaras dentro de tres días a la enfermería-Dijo uno de los atacantes, que resulto ser James, su amigo.

Peter, como siempre, asintió a las palabras del de lentes, como si estas fueran irrefutables.

-Pues perdona, utilicé toda mi velocidad para alejarme de esos inmundos, me dan más náuseas ver sus caras que limpiar la fosa séptica-

-Y por ello te perdiste la cara de idiota de Moody y los otros - se mofó Peter, orondo  de su amigo.

-Lástima-

-Sí, lástima-

Se largaron a reír los tres, aunque Sirius se le escapó un gemido de dolor.

En la enfermería, los esperaban Lily y Remus, la primera por ser una de las ayudantes de madame Pomfrey, así que lo asistiría, y el otro por obvias razones.

Fue depositado en un camastro boca abajo, Remus le tomó de la mandíbula, inmovilizándolo y le vació en la boca el líquido que antes le ofreció, tapando su nariz y obligándolo a que bebiera sin peros de más.  La pelirroja puso manos a la obra mientras tanto. Agua y emplastos se turnaron sobre su espalda, limpiándola y sanándola con precisión.

-Aaauuggh- se quejó mientras las delicadas manos de la chica circulaban vendas sobre su espalda y torso, cubriendo las heridas.

-Vamos Black, aguantaste más que esto hace rato,  así que no te quejes- le dijo Lily mientras aplicaba más fuerza, o de lo contrario la venda se zafaría.

 -No pensé que el viejo Dumbledore te mandara los doce latigazos-Peter tembló mientras hablaba en un rincón, apostado junto con James allí, bajo la consigna de ser botados si se estorbaban en la enfermería.

Lily bufó- Serás corto.

-Peter- habló Remus- Lo hizo por su bien.- Remus permanecía cerca, acercándole y quitando lo que Lily requiriera.

-¿Cómo que por su bien?- James se sulfuró por semejante afirmación.

-Repito, serán cortos- Lily terminó de atar las vendas– ¿No vieron como Moody alentó a los hombres?-Les señaló con su mano, sosteniendo un rollo de la venda sin usar – Si Dumbledore se hubiera negado, Moody hubiera montado un tumulto y con el apoyo de todos los hombres se habría hecho un juicio.

-Habrían comparecido supuestamente todos los que te  han visto en una falta, Sirius,- habló Remus, aportando más a la explicación de la pelirroja- y bien sabemos que aunque presten juramento de decir la verdad, muchos de los que tienen algo en tu contra  iban a aprovechar la oportunidad, y por consiguiente no hubieran sido doce latigazos de pena.

  Sirius tragó saliva por la perspectiva. -Pues bien, ya aprendí mi lección- adolorido, se irguió, quedándose sentado en la camilla, se había mareado.-No vuelvo a hacer caridad.

-Y todo por ese- James se cruzó de brazos, viendo mal al “bulto”.

Peter se acercó a la camilla donde estaba el chico, viéndolo con detenimiento. Pestañeó varias veces, confundido.

-Chicos-les llamó a los presentes.

-¿Qué pasa, Peter?- preguntó hastiado Sirius, su cabeza empezaba a dolerle y se sentía mareado.

-Creo que el bulto acaba de abrir los ojos.

Notas finales:

Gracias por su paciencia.

En verdad, me apena tanto tardarme, una gran disculpa.

¡Ah, una aclaración! Ambos tienen la misma edad, nada más que las distintas circunstancias de la vida les han afectado de diferente manera.

Sobre el castigo, tome las referencias sobre los castigos impuestos en los barcos británicos.


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