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El ingrediente mágico por starsdust

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Afrodita proponía una condición a cambio del dato que Milo necesitaba para encontrar el árbol mágico del que le había hablado Shaka. En circunstancias normales, quizás Milo hubiera dudado más, pero en ese momento quería creer, así que respiró hondo y decidió confiar.

-¿Cuál es la condición?

-En la parte sur de la isla crece una variedad extraña de rosas azules -explicó Afrodita, y su rostro se suavizó con una expresión ensoñadora-. Son únicas. Quisiera que me trajeras algunas.

-Entendido... -acordó Milo. Dentro de todo, parecía bastante razonable.

-Cerca de ellas encontrarás lo que buscas.

Apenas tuvo su respuesta, Milo se retiró, y en el templo de Piscis, DeathMask miró a Afrodita con intriga.

-¿Es cierto lo del árbol? -preguntó.

-No sé, eso dicen... Lo importante es que realmente me gustan esas rosas... -respondió Afrodita con una sonrisa.

 

oOo

Lo siguiente que hizo Milo fue ir a ver a la persona que podría ayudarle a llegar a la isla más rápido que nadie. No era alguien que se caracterizara por tener una actitud entusiasta, pero haría lo posible para convencerlo.

-¿Estás diciendo que quieres que te teletransporte a la Isla de los Sanadores? -preguntó Mu.

No estaba muy convencido, a pesar de las explicaciones y ruegos de Milo, que había llegado para interrumpirlo en un momento en que quería tranquilidad.

-¡Por favor! Es porque quiero ayudar a Camus.

Mu se alejó un poco de Milo, que estaba pisándole los talones, e intentó hacerlo entrar en razón.

-Ya otros se están ocupando de eso, no tienes que preocuparte.

-Pero no puedo quedarme esperando sin hacer nada -replicó Milo-. Si tú no me ayudas iré por mi cuenta.

Aunque Milo lo hubiera dicho en tono de amenaza, Mu sonrió. La idea le parecía fantástica, de hecho. Significaba menos trabajo para él.

-Me parece bien. Hay botes que salen para allí no demasiado lejos. Un par de veces al día, si no me equivoco.

Después de un breve silencio que le hizo creer a Mu que por fin había logrado sacarse de encima a Milo, este apareció frente a él.

-¿Cómo, en serio no quieres ayudarme?

Viendo la decisión en la mirada de Milo, a Mu le quedó claro que no le sería fácil convencerlo de dejar de lado sus intenciones. Se quedaría allí hasta conseguir lo que buscaba.

-No sé si podría hacerlo bien... no domino del todo la teletransportación aún.

-¡Pero dicen que eres muy bueno!

La insistencia de Milo hizo que Mu llegara a la conclusión de que sería más problemático y tedioso negarse a cooperar que ceder.

-Está bien, lo tomaré como una práctica, pero no prometo nada.

Milo le agradeció efusivamente, y ambos se alejaron de las Doce Casas para que Mu pudiera utilizar su habilidad con mayor libertad. Era cierto que Mu no era aún un experto en utilizar la teletransportación, y Milo no tenía experiencia en viajar usando ese sistema tampoco. Pero aunque Mu le advirtiera que se sentiría raro, nada podría haber preparado al escorpiano para lo que vendría. Por un momento, mientras sentía que su cuerpo se desintegraba, sintió pánico.

Estaba siendo arrastrado por un remolino. Intentó respirar, pero no pudo. Cuando logró abrir los ojos, confundido, pudo ver muy poco; estaba rodeado por agua. Miró hacia arriba, desde donde llegaba el reflejo del sol, y nadó hasta la superficie, donde tomó una bocanada de aire desesperada. Estaba cerca de la orilla, a pesar de no poder hacer pie. Una sorpresiva ola enorme lo arrastró hacia la arena, y Milo no supo si sentirse agradecido o enojado.

Al menos parecía haber llegado al lugar correcto, pero salió del agua sin saber realmente adónde dirigirse. La vegetación de la isla era preciosa, y muy diferente a lo que estaba acostumbrado a ver. Caminó por un buen trecho sin que nadie se cruzara por su camino, hasta que se encontró con una persona que lo reconoció como santo dorado, aunque él no recordaba haberla visto antes. Se trataba de un sanador que residía en la isla. Aprovechó para preguntarle dónde estaba, y así descubrió que Mu lo había enviado aparentemente al norte de la isla, y no al sur.

Las horas fueron pasando entre que Milo tomó el camino correcto y fue en busca del lugar que Afrodita le había señalado. Cuando el sol se ponía, Milo empezaba a creer que todo había sido una gran broma. Agotado, se acostó sobre el suelo para descansar bajo la copa de un imponente árbol. Se sentía desganado y malhumorado, pero todo cambió cuando tuvo el impulso de mirar hacia arriba, y allí las vio.

En la cima del árbol crecían unas manzanas que incluso desde donde estaba podía notar que eran enormes. Ese no era un manzano normal, por eso no lo había notado antes. Era gigante. Era imposible alcanzar las frutas sin subirse a él. Tuvo la seguridad de que era el árbol que buscaba. Trepó por el tronco y ascendió hasta dar con una fruta que le pareciera adecuada. Una vez que la tuvo en sus manos, se tomó un instante para admirar el paisaje, y no muy lejos de allí pudo ver un rosal donde las flores eran de un sorprendente color azul, tal como había dicho Afrodita. Sonrió. El viaje había valido la pena.

Después de bajar del árbol e ir por algunas de las rosas tal como había prometido, Milo llamó a Mu telepáticamente, para hacerle saber que estaba listo para volver. Tampoco estaba demasiado acostumbrado a utilizar ese método de comunicación, así que le tomó varios intentos. Cuando tuvo éxito, la respuesta llegó en la forma del mismo remolino que lo había llevado a la isla, y poco después apareció en el territorio del santuario, sintiéndose un poco mareado. Mu lo esperaba en las cercanías. Se veía un poco ansioso, algo no muy común en él.

-¿Estás bien? -preguntó el ariano, acercándose.

-Sí. Excepto que casi me ahogo cuando me enviaste a la isla. Además de que me mandaste al norte, no al sur -refunfuñó Milo.

-Ah... pero te dije que no era un experto aún -se disculpó Mu.

-Está bien... gracias por ayudarme -concedió Milo. Se sentía todavía bastante aturdido por el agitado viaje, así que nada más atinó a caminar en dirección a las escaleras que daban a los templos, sin querer demorarse más hablando con Mu.

Mientras subía los escalones, fue despejándose y recobrando su energía. Ahora tenía algo con lo que podría ayudar a Camus. Y esta vez estaba decidido a entrar a su cuarto sin ser descubierto, para poder entregárselo.

oOo


Al llegar a Acuario era ya de noche. Observó un buen rato el movimiento en la parte residencial antes de decidirse a actuar. Conocía a los sirvientes, y sabía cuáles eran más cuidadosos.

En el momento que consideró correcto, se movió con rapidez a través de las sombras y escaló por la pared hasta llegar a la ventana de Camus. Había calculado bien. No había ningún adulto en la habitación, que estaba poco iluminada. Camus leía un libro recostado en la cama, pero miró hacia la ventana cuando escuchó que lo llamaban.

-¡Camus! -susurró Milo.

-¿Milo...? ¿Qué haces aquí? ¡Vete! -exclamó Camus, sin moverse de donde estaba.

-¿Eh? Pero vine a verte...

Sin entender el porqué de la actitud de Camus, Milo entró a la habitación, pero eso pareció molestar todavía más al otro, que retrocedió hasta ocultarse en las sombras de una de las esquinas del cuarto.

-No puedes verme. Tienes que irte.

-Pero te traje algo para que te mejores...

-¿De qué estás hablando...?

La pregunta de Camus disparó una reacción en cadena de pensamientos, y de pronto Milo se dio cuenta de que algo le faltaba. No traía consigo ninguna de las cosas que había conseguido en la isla.

-No puede ser... -musitó-. ¿Las olvidé...?

-Mira, Milo, no importa. Vete de una vez. ¿No entiendes lo que te digo? No puedes estar aquí.

-Pero Camus... -No tuvo tiempo de terminar la frase. Una corriente fría lo empujó hacia atrás.

-Diamond Dust!

Antes de poder darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Milo estaba afuera de vuelta.

-¿Estás bien? ¡Perdón! -gritó Camus desde la ventana, aunque de todos modos Milo no tuvo chance de contestar antes de que la cerrara.

Todo había ocurrido tan rápido que Milo ni siquiera había tenido tiempo de enfadarse. No podía creer que una vez que hubiera logrado llegar hasta Camus no tuviera encima lo que necesitaba. ¿Acaso se le había caído en algún lugar? ¿Por qué Camus lo había echado tan rudamente?

Desconcertado, volvió a bajar las escaleras. Era tarde, estaba desorientado y tenía sueño. Se arrastró hacia la cama y durmió hasta que lo despertaron al día siguiente. A la mañana siguiente, todas las aventuras del día anterior parecían un sueño en sus recuerdos.

Sin embargo, en cuanto tomó conciencia de que todo había sido real, despertó del todo. No podía ser que hubiera perdido la manzana y las flores. No podía ser que hubiera ido hasta la isla para nada. Tenían que estar en alguna parte, y las encontraría.

Se pasó el resto del día buscándolas en cada parte del camino que había recorrido, pero no le dijo nada a Mu al respecto. Sería demasiada humillación confesarle que había perdido lo que él le había ayudado a ir a buscar. Después del infructuoso recorrido, decidió ir a contarle a Shaka lo sucedido, ya que aquello había sido su idea.

-Qué lástima que se te haya perdido -lamentó Shaka, ofreciéndole otro de sus extraños tés-. Me hubiera gustado tocar esa manzana. Pero no recuerdo ni siquiera haber olido ninguna fruta o flor cuando pasaste por mi templo ayer...

-Entonces debe de habérseme caído antes de Virgo... No es justo... Además, no entiendo por qué Camus me trató tan mal. Ni siquiera quiso escucharme.

-Considerando que te habían prohibido verlo, quizás deberías haberle hecho llegar la manzana a través de alguien más. Es decir, si no la hubieras perdido.

-¡No me lo recuerdes! -exclamó Milo-. ¿Qué debería hacer?

-Quizás sí sería bueno que hablaras con Mu.

-Se va a burlar de mí...

-Lo dudo. Mu no es esa clase de persona -acotó Shaka. Milo sabía que era cierto, pero aún así la idea no le resultaba muy atractiva. Escondió la cara entre sus manos.

-No quiero ir a hablar con él ahora...

-Es tu decisión.

 

oOo


Decidió darse un día más de plazo para encontrar lo que había perdido. Si al final del segundo día no había tenido éxito, iría con Mu y le pediría ayuda. Quizás tuviera que volver a la isla, aunque ahora la idea de ir en barco no le parecía tan terrible, por más que le tomara más tiempo.

Finalmente, se dio por vencido. Las flores y la manzana no aparecían por ninguna parte, así que Milo supo que había llegado la hora de ir a Aries, por más que le pesara hacerlo. Entró prácticamente arrastrando los pies. Cada paso que daba le costaba más. Milo pensaba que quizás fuera el peso de la vergüenza.

Al encontrarse con Mu, notó enseguida que él tampoco parecía muy feliz por su visita, pero Milo fue directo al punto.

-Vine a hablar sobre lo que fui a buscar a la isla.

-Ah, eso -susurró Mu, bajando la cabeza-. Sí. ¡Perdón!

Milo, que no esperaba esa respuesta, se quedó en blanco.

-¿Eh?

Hablando en una voz baja y apurada, Mu comenzó a justificarse.

-Estabas enojado cuando volviste de la isla, pero no me dijiste nada... esperaba que volvieras a pedirme explicaciones... Tienes razón de estar enojado... ¡Pero es que cuando dije que aún no dominaba la teletransportación dije la verdad!

-¿A qué te refieres?

Creyendo que estaba siendo presionado para dar una disculpa, Mu miró a Milo a los ojos y dijo lo que creía que él quería escuchar.

-¡Perdón por perder las cosas que traías de la isla!

-¿Cómo? ¿Pero cómo? -La cara de asombro de Milo era cómica, pero Mu estaba demasiado preocupado por dar una buena explicación como para notarlo.

-Sé que traías algo, pero me concentré en traerte de vuelta a ti y esas otras cosas se perdieron en el camino...

Por fin Milo estaba entendiendo a qué se refería Mu, pero no podía dar crédito a lo que escuchaba.

-¿Estás diciendo que fuiste tú que las perdiste?

Enredado en su propia parte del malentendido, Mu tampoco terminaba de entender.

-¿No es eso de lo que venías a hablar?

-¡Pensé que yo las había perdido! ¿Pero cómo pudiste haberlas perdido?

-Eran demasiadas cosas a la vez -se excusó Mu, encogiéndose de hombros. Parte de él lamentaba haber hablado antes de tiempo. Podría haberse ahorrado un disgusto, pero ahora no había vuelta atrás.

-¿Pero qué pasa con las cosas que se pierden, entonces? -preguntó Milo. Tenía en su mente la imagen de un mar de cosas perdidas por causa de teletransportaciones mal realizadas flotando en algún rincón del universo.

-No sé... podrían estar en cualquier otra parte... o haberse perdido para siempre...

-¿Cómo puedes hablar de eso tan a la ligera?

A Milo le asombraba que Mu se viera tan tranquilo como siempre. Si creía que el perder objetos durante la teletransportación era un gran problema, de seguro no lo demostraba con su actitud.

-Pero al menos tú estás aquí, ¿no?

Esa afirmación hizo que Milo se inquietara, más que tranquilizarse. Un millón de posibilidades cruzaron su cabeza, y ninguna de ellas era agradable. ¿Podría alguien perder una parte del cuerpo al ser teletransportado? ¿O qué tal si terminaba siendo deformado por el proceso? ¿O si desaparecía para nunca más volver?

-¿Qué, eso que le pasó a los objetos podría haberme pasado a mí también?

Al escuchar eso, por primera vez Mu pareció preocupado. Reparó en que Milo no se veía bien, y la sombra de una duda apareció en su mente.

-¿Estás bien? Milo...

-¿Me hiciste algo? ¿Pudiste haberme rearmado diferente o algo?

-¡No, claro que no! ¡Sé teletransportar personas! Puedo equivocarme de lugar todavía a veces, pero no lastimar a alguien...

-¿Estás seguro?

Mu estaba seguro, pero el flujo de la conversación había llevado a que se encendiera una alarma en él. Vio a Milo temblar, y de pronto comenzó a pensar que quizás sí podría equivocarse con una persona de la misma manera que con un objeto. Quizás había cometido un terrible error.

-Espera aquí -ordenó Mu, corriendo hacia la salida de su templo.

Obedientemente, y porque no tenía otra opción, Milo esperó allí. Tenía sueño. Se envolvió en su capa y se recostó contra una pared. No era muy cómodo, pero era mejor que nada. Quería dormir.

Despertó sintiendo que estaba apoyado contra algo más mullido. Eran los brazos de alguien, y pronto reconoció su cosmos. Era Saga. Escuchó también la voz de Mu, que sonaba extrañamente angustiada.

-Puede que sea mi culpa. Lo teletransporté, y... quizás le haya hecho daño sin querer. Tenemos que llamar a mi maestro, quizás él sepa qué hacer...

-Mu, no llores -decía Saga-. No creo que hayas sido tú.

-Perdón... -murmuraba Mu.

-No, de veras. Es solamente fiebre. Creo que sé lo que tiene, y no tiene nada que ver contigo.

-¿Saga? -dijo Milo con voz adormilada-. ¿Puedo ver a Camus ya?

-Te llevaré a la cama -respondió Saga. Acomodó a Milo en sus brazos, acarició la cabeza de Mu intentando calmarlo y suspiró. No podía enojarse con ninguno de ellos. Si se comportaban como niños pequeños a veces, era porque eso era exactamente lo que eran en realidad.

oOo



Cuando Milo volvió a despertar del todo, estaba en su propia cama. Tenía frío y estaba agotado, pero Saga estaba en la habitación, y eso era suficiente para hacerlo sentir mejor. Allí llegó la explicación que tanto había buscado.

-¿Sarampión? -preguntó Milo, repitiendo la palabra que Saga acababa de pronunciar.

-Sí. Es una enfermedad muy contagiosa, por eso no queríamos que vieras a Camus...

Tenía sentido, pero él no había querido entender aunque hubieran intentado explicarle antes. Y considerando su terquedad, si pasara de nuevo probablemente actuaría de la misma manera. Se acurrucó entre las sábanas, y entrecerró los ojos, pero volvió a abrirlos cuando escuchó el ruido de la puerta. Al ver quién había entrado, dio un grito de sorpresa.

-¡Camus!

Cruzado de brazos, Camus se acercó a la cama. Tenía leves rastros de pequeñas manchas en la piel, algo que Milo no había podido ver cuando había ido a visitarlo.

-Idiota. Por eso te dije que no quería verte...

-Pero ahora tú estás aquí, ¿eso no es peligroso? -dijo Milo, escondiéndose bajo las sábanas.

-Solamente se puede tener una vez, y ya me curé.

-La mayoría de los otros ya lo han tenido -intervino Saga-. Por eso Aiolia podía estar en contacto con él y tú no. De todas maneras no es grave, y es mejor que lo tengas ahora y no cuando seas más grande.

-¿No hubiera sido más fácil dejar que me contagiara desde un principio, entonces? -reprochó Milo, asomándose desde abajo de las sábanas.

-Sigue siendo una enfermedad, no sería justo exponer a un niño de esa manera.

-¡No soy cualquier niño! -exclamó Milo. Saga contuvo la risa. La manera en que Milo se había tomado aquello como una ofensa le causaba gracia. Milo seguía siendo igual de enérgico, incluso ahora. Era un buen síntoma.

-¿Te quedarás un rato aquí con él entonces, Camus? -preguntó Saga, parándose para dejar su lugar junto a la cama.

-Sí -dijo Camus con toda seriedad-. Me aseguraré de que descanse.

Así, Saga los dejó solos. Camus se sentía un poco culpable por haber contagiado a Milo, y Milo enojado por haberse metido en tantos problemas, así que hubo silencio por un par de minutos, hasta que Milo habló.

-¿Por qué Shaka no me dijo nada de esto? -La pregunta no iba dirigida a Camus sino que era una reflexión en voz alta, pero igualmente Camus respondió.

-Porque no sabía, seguramente. Se la pasa en su templo meditando sobre la vida, y por eso a veces saca conclusiones complicadas para cosas que en realidad son sencillas.

-No es justo, todo lo que hice fue para nada... -gruñó Milo-. Estoy cansado.

Camus se sentó a los pies de la cama, miró a Milo de reojo y sonrió.

-Duerme... -sugirió. Milo devolvió la sonrisa. En realidad tenía muchas cosas que contar, pero el cansancio le estaba ganando la partida. Se preguntó vagamente dónde habrían terminado las flores y la manzana, y qué sería de ellas ahora, pero esos pensamientos dieron lugar al sueño, al que terminó rindiéndose.


oOo

En la misma habitación, más de diez años después, Milo era despertado por los rayos de sol que entraban a través de la ventana. Recordó que Camus se había quedado a dormir allí la noche anterior, y recorrió la habitación con la mirada, buscándolo. Cuando no lo encontró, salió de la cama sin molestarse en cubrir su cuerpo desnudo.

Encontró a Camus en la habitación contigua, disfrutando de un prolijo desayuno.

-Ponte algo encima, Milo -dijo su compañero, meneando la cabeza pero con una sonrisa en los labios.

-¿Por qué? -preguntó Milo, sentándose a su lado-. No es nada que no hayas visto antes.

-Está bien, haz lo que quieras -concedió Camus, sin querer alargar el tema. Dejó que Milo le robara un beso que se demoró más de lo calculado, pero decidió que estaba bien así. Se tomó su tiempo para recorrerlo y saborearlo, pero recordó algo más, y se detuvo antes de llegar al punto en que no hubiera vuelta atrás-. Espera. Tengo algo que mostrarte.

Entre decepcionado y curioso, Milo vio cómo Camus salía de la habitación, para volver con un monumental fruto rojo en sus manos.

-¿Y eso...?

-Lo encontré esta mañana en la puerta del templo, y nadie supo decirme de dónde había salido. Nunca había visto una manzana tan grande... Me recuerda a algo que me habías contado una vez cuando éramos pequeños, acerca de una isla a la que fuiste.

Milo estaba pensando justamente lo mismo. Tomó la gigantesca manzana y la examinó cuidadosamente, sin poder creer lo que veía. Era probable que su memoria estuviera jugándole una mala pasada, pero podía jurar que, por más absurdo que fuera, esa fruta era la misma de sus recuerdos...

 

oOo


Unos templos más abajo, en Tauro, el día había comenzado igual que siempre, excepto por un detalle diferente. Frente a su templo, Aldebarán había encontrado un ramillete de extrañas rosas azules. Las levantó con delicadeza; nunca había visto nada igual. Preguntó entre los sirvientes si alguno había visto a alguien dejarlas allí, pero nadie sabía nada.

Al percibir el aroma delicioso que desprendían, creyó escuchar la voz traviesa de Mu colándose en su cabeza, aunque Mu estaba lejos, y quizás no fuera más que su imaginación.

"¿Será que acaso tienes un admirador secreto?"

Aldebarán rió. No sabía de dónde podrían haber venido esas flores, pero buscó un lugar donde colocarlas y no volvió a pensar en el tema. Al final de cuentas, no todo tenía por qué tener una explicación.


Fin.

Notas finales:

Y así termina, con Aldebarán resultando más beneficiado que todos XD Mi idea era no hacer un fic serio, sino uno que fuera sobre cómo todos pueden equivocarse (y más en este caso que eran niños), porque no hubo quien no metiera la pata en esta historia.

Gracias por leer y en especial a quienes comentaron ^^ Freya adivinó la razón por la que Aiolia podía ver a Camus y Milo no xD A propósito, contesté la pregunta sobre "Juego sucio" en la sección de mi diario en mi página.

Saludos ^^


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