Junta tu frente a la mía y enlaza tu mano, y haz juramentos que mañana ya habrás roto.
Paul Verlaine
No se sentía culpable.
En la noche fría de ese año, había ganado una batalla, un compañero, un recuerdo que no le pertenecía pero que a pesar de todo seguía siendo tan amargo como la mirada turbia que tenia ese hombre cada vez que caía en sus brazos, por las noches, sediento de algo de calor que le hiciera soldar las heridas que se le habían quedado ,profundas, hirientes, demasiado inflamadas para que un simple año pudieran hacerlas desaparecer del todo.
En esos años no había habido orgullo....seguía la misma prepotencia de siempre, la misma sed de victorias que se saciaba con conquistas que no eran las que mas deseaba, se quedaban quietas en su memoria, mientras bajaba el arma y sonreía para si mismo, ante la soledad, ante el peso de un imperio viejo que se da cuenta que las viejas glorias no siempre se ven hermosas cuando se oxidan.
Y el no se sentía culpable.
No sentia ninguna culpa en aquello que hacían cada noche, aquello que prevalecia durante el día, en aquello que repetían tantas veces, que el velo del placer y la muerte parecía demasiado fino en las sombras, en que las lágrimas y el dolor eran tapados por la anestesia de la lujuria.
Momentos en que ese hombre se perdía en la carne, dejando sus lágrimas junto con el calor de un cuerpo ajeno que no era el que soñaba, pero que era el que le reconfortaba todas las noches, y le hacia de esas largas horas en camas de seda, un giro doble con una llave invisible para guardar las bestias que asolaban su corazón.
Esa noche,aquella primera noche, no hubo pasión, no hubo amor, no hubo ni una pizca de esas novelas que leía a veces bajo la sombra de un olivo mientras contemplaba como cambiaba el mundo; esa noche solo estaba el, triunfante, con una sonrisa de lastima hacia la persona que se derrumbaba delante suyo, aun con demasiadas lágrimas dentro para no intentar sacarlas fuera, aun con las manos cargadas de recuerdo, y el corazón con algunos hilos que no querían huir de la gran historia que el mismo se había tejido sin conocer siquiera el final.
Aquella noche, mientras le quitaba las prendas mojadas y manchadas de barro, sangre y malos recuerdos, sonrió.
Cuando se perdió en ese cuerpo fino y dulce que se estremecía ante esos labios vacíos , comprendio por que el vicio de la carne era de sus preferidos, y por que no se sentía culpable de haber roto tantas cosas para conseguir ese pequeño fragmento.
Aquella vez que lo tuvo entre sus piernas, mientras la mirada verde aun estaba llena de vacío y perdida,mareada con sentimientos confusos que creyó placer ,sucumbió
Sucumbieron esos labios, que le besaron con angustia, robándole el aire, queriendo imaginar que esos labios no eran los suyos, imaginando que el cuerpo que se fundía con el suyo propio, era el que había visto crecer y aun tenia bien grabado entre sus dedos, en su retina, en la fina línea que dejan los besos en la comisura de los labios...
Pero no era así.
Cuando abrió lo ojos y noto como el mundo se volvía pequeño al igual que su corazón. Sedio.
Se dejo emborrachar por el éxtasis mientras ese hombre cogía todo lo que alguna vez le perteneció a el, todo lo que siempre le pertenecería, y que otro ahora mismo disfrutaba sin permiso, llevándose todas las sombras de su cuerpo con unos dedos rápidos,ágiles, expertos,quien pudiera seguirlo le parecía una elegante bailarina que da piruetas cada vez que su cuerpo se estremecía ante las caricias;robándole todo el aire de sus pulmones con unos besos que no eran tan dulces, le sabían fríos, expertos, pero llenaban de la sensacion que deja el olvido de las viejas leyendas.
En aquella noche de 1785 cuando abrió los ojos y vio una mirada azul que le recorría al completo, deseo quedarse allí por un momento, morir en ese instante, despertar de una mala pesadilla, en la que al despertar , todo estaría lleno de luz, la ciudad de los héroes se despertaría con el fulgor del sol que lucia por esos lares, y el, el vendría corriendo hacia el y le haría ver por que estaba allí, por que vivía, por que el mar se hacia un simple charco si era para volver a verle.
Pero no fue así, las manos conocidas y extrañas a la vez le aferraron en un cuerpo que olia y sabia diferente, en un calor ajeno que no recomfortaba el alma pero calentaba el cuerpo, fue entonces cuando, sucumbió.
Como lo haría tantas veces mientras pasara el tiempo, dejando que la anestesia del placer cegara la locura que dejan los corazones heridos por vestigios de guerras que jamas se pudieron ganar.