Y si te como a besos, tal vez
la noche sea mas corta, no lo sé
yo solo no me basto, quédate
y lléname su espacio, quédate.
Laura no está, de Neck (o Nek, no tengo idea).
Veronal
Por: Eruka
Naruto se había marchado.
Se había ido hacía muchísimo, dejándolo solo, luego de hacer mierda su vida y de despojarlo de lo único que le hubiera gustado conservar: su amor. Lo había dejado en la postrimería de su pasión, retorciéndose en la mierda de su cuerpo muriéndose de dolor y soledad. Se había marchado y ahora seguramente estaría retorciéndose en lo brazos de otro; de otro al que sí amara todo lo que lo que había dejado de amarlo a él.
—Dame más duro, Sasuke—pidió la criatura obscena que tenía bajo su cuerpo, contoneándose lujuriosamente bajo su cuerpo y mirándolo con tanto deseo en los ojos de azul intenso que creyó por un momento verlo a él en sus ojos.
—Vale—aceptó de forma poco concordante a la situación. Sin embargo, cuando logró que su pareja se corriera y se largara (lo más importante), pudo entender que la tregua que se había prometido por aquella noche no era ahora mismo más que un barato recuerdo.
Cuando Naruto se había ido, desgarrándole en el proceso el corazón, sabía muy bien que nunca más podría querer a nadie. Sabía, incluso cuando tuvo la primera cita después de tres años de creer que un milagro traería a Naruto de regreso, que no podría besar a nadie sin desear que la cara sedosa y de cálida textura que sostendría en sus manos fuera de la persona que más amaba, de aquella que lo había sumido en una desesperación tan agónica que tenía la certeza de nunca poder superarla. También lo sabía cuando se acostó con la primera chica que le presentó su madre, que jamás nadie lo haría disfrutar tanto como disfrutaba follando con Naruto.
Naruto, Naruto, Naruto.
Se había ido y a él le llegaría la muerte antes de que volviera. Él podía jugar todo el tiempo que quisiera al príncipe triste que va a un bar a buscar princesa, podía coger con esa princesa toda la noche si quería, incluso podía imaginarse durante el clímax que Naruto no había existido alguna vez, pero la única verdad era que apenas el alba despuntara, el rubio ocuparía sus pensamientos y no existiría en el mundo nada más que sus ojos de cielo limpio y perfecto, su cabello de dorado sol y sus labios capaces de llevarlo hasta el infierno y luego regresarlo a la tierra, deseoso de regresar y arder por siempre.
Y Naruto, Naruto, Naruto, porque no había nada más que él.
Naruto, que luego de pasar con él casi seis años, de prometerle amarlo para siempre, de tomarle las manos y jurarle por su vida que no lo dejaría jamás, se había ido para no regresar nunca, sin dejarle siquiera una sola nota que explicara su repentina huída, aquel al que amaba tanto que cuando se había marchado simplemente había quedado algo viscoso, sanguinolento y famélico en el sitio donde alguna vez había estado un vigoroso corazón que latía cada día por su rubio.
—Yo tenía un novio muy guapo—comentó en el bar de aquella ocasión. El pelirrojo lo observó con curiosidad respetuosa, aunque era obvio que no le interesaba en lo más mínimo un antiguo novio.
—¿Terminaron hace poco?—interrogó con irritada cortesía.
—Muy poco—mintió. Siempre era muy poco, porque la pérdida dolía tanto como en el momento en que fue hecha. Quizás eran ya doce años, pero daría igual si fueran sesenta.
—Así que sólo buscas tema conmigo para olvidarle, ¿no?—repentinamente, la voz del pelirrojo cuyo nombre había olvidado sonaba interesada y divertida.
—Lo lamento—respondió. Se había encontrado antes con tipos y tipas como él, que consideraban un reto hacerle olvidar a su ex. Él solía aceptar siempre, no tanto por creer que lo lograrían, sino porque durante los minutos que duraba el acto sexual, era casi siempre capaz de bloquearse.
Bloquearse, pero no olvidar.
—Me acabas de llamar Naruto, cabrón—El taheño lo miraba furioso desde sus ojos de agua calmada, que no eran ni la mitad de bonitos que los de Naruto. Lo hizo a un lado, impaciente, y comenzó a vestirse ante su mirada perdida. No quería que el bermejo se marchara, quería que se quedara a hacerle compañía en esa noche en que se cumplían doce años exactos desde que Naruto lo había dejado—¿No quieres pedirme que me quede?
Sí quería, incluso se lo podría rogar y lamerle las suelas con tal de que lo hiciera, pero sabía con tanta obviedad que en aquella piel de porcelana no encontraría el aroma cítrico de Naruto, que estuvo a punto de gritarle que se largara. Sabía que podía tirarse al pelirrojo, que podría hacerlo disfrutar como nadie, pero también sabía que no podría hacer que el blondo dejara de torturas su cansada mente.
—Quiero pedírtelo—admitió—pero no lo haré porque no lograrás que lo olvide—
Sasuke podía buscar a Naruto en cualquier ser humano del planeta, pero la única verdad es que no lo iba a encontrar jamás más que en el propio cuerpo del áureo. Y Naruto no iba a volver, porque se quedaría para siempre amando a su hermano mayor, y él tendría que seguir conformándose con las cartas de éste, que le pedía de mil maneras perdón y, a cambio, le aseguraba que Naruto estaba bien.
Naruto no está, Naruto se fue, y él tendría que seguir buscando sus ojos en los de cualquiera que lo sedujera con la promesa de hacerlo olvidar por una noche.
Y cuando amaneciera podría seguir aferrándose a su recuerdo.