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Noche de sangre... por Leia-chan

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Notas del fanfic:

Hay un manga acerca de un tirano y un vampiro, donde el vampiro es cruelmente sodomizado... Bueno, aqui no hay un tirano y el vampiro no es cruelmente sodomizado...

Dedicado a mi madre virtual, Raion!!!! Love you, mom!!! Gracias por escucharme...

Notas del capitulo:

No sé que tanto sadomaso tenga, pero el shota sí tiene razón de ser... El vampirito parece muy joven...

Ricardo llegaba tarde del trabajo, como muchas veces. Estaba cansado y tenía el cuello adolorido de tanto estrés. Entró a su departamento, se quitó los zapatos y los acomodó al costado. Luego, dirigiéndose a la sala, aflojó su corbata y algunos botones de su camisa, para, como todos los días, descansar algunos minutos en su enorme sofá de cuero blanco, con los pies sobre la preciosa y moderna mesita de vidrio con algunas revistas de negocios encima y la televisión de dimensiones absurdas sintonizando un canal deportivo. Normalmente, se quedaba allí unos veinte minutos, mirando sin realmente ver a los presentadores que hacían de todo por vender su programación. Pero esa vez estaba tan cansado que incluso dormitó unos treinta minutos frente a la televisión, hasta que un comercial lo despertó con una música estridente.

Se levantó, entonces, soltando el aire lenta y pesadamente de sus pulmones. Tenía que darse un baño y luego ir a la cama. Arrastró los pies al cuarto de baño, pero una ligera incomodidad le impidió comenzar a desnudarse. Salió de vuelta y revisó que la puerta estuviera cerrada con llave. Luego, inspeccionó cada rincón de su departamento y aseguró las ventanas, sólo por si acaso. No se consideraba un obsesivo-compulsivo, pero sí tenía sus hábitos, en especial en las noches. Eso de quedarse dormido en el sofá antes de su ritual de inspección fue bastante inusual, pero lo atribuyó al cansancio.

Una vez que lo revisó todo, nuevamente se dirigió al baño, a darse una ducha. Le gustaba sentir el suave golpeteo de las gotas sobre su cuerpo, como un masaje, obviando el dolor propio de los masajes "relajantes". Pasó largo rato bajo el agua, con los ojos cerrados, sólo dejando que el líquido llevara consigo todas las tensiones del día. Cuando decidió que era suficiente, apagó el agua y pasó a secarse, tratando de hacer presión allí donde sentía más tensión. Se miró al espejo y no pudo evitar admirar su piel achocolatada. No había otra forma de describirlo. Y más de una vez habían elogiado sus brillantes ojos verdes, resaltando en su rostro de piel oscura. Sí, debía admitirlo. Pecaba de vanidad, pero tenía sus razones. Dándole una coqueta sonrisa a su reflejo, salió del baño, con una toalla anudada a la cintura. Sabía que estaba solo, pero el pudor siempre podía más con él.

En su habitación, sacó su ropa de cama y se vistió. Apartó las sábanas para acostarse y descansar, pero nuevamente esa molestia lo dominó y tuvo que volver a revisar puertas y ventanas y asegurarse de que se encontraba solo. Definitivamente, no era obsesivo, pero había cosas que no podía evitar como esa ansiedad que le provocaba la idea de ser victima de robo. No creía que fuera grave, en realidad, no lo era. Sólo lo inspeccionaba todo dos o tres veces antes de acostarse, nada serio... Cuando sus nervios se tranquilizaron, Ricardo por fin decidió acostarse y pronto, debido al cansancio, se quedó dormido.

A pesar de su ansiedad, Ricardo era una persona de sueño pesado. Una vez que conciliaba el sueño, apenas su insistente despertador podía arrancarlo de los brazos de Morfeo. Por eso se sorprendió al despertar súbitamente en medio de la noche. Su habitación estaba casi a oscuras, iluminada tenuemente por las luces de la calle y de los edificios aledaños. Él estaba acostumbrado a esa luz, así que aquello no pudo ser lo que lo despertó. Se dio vuelta, tratando de conciliar el sueño nuevamente. Debían ser las tres de la madrugada, así que aún podía dormir unas tres horas más. Y vaya que las deseaba. Tenía un día muy agitado por delante, otra vez, y necesitaba descansar. Pero, por más que intentaba, algo lo mantenía alerta. Se sentó entonces en la cama y lo vio. Un chico, un adolescente de unos quince o 16, vestido con nada más que una camisa blanca que le quedaba muy grande, parado al pie de su cama, lo miraba con una sonrisa torcida.

Al principio, pensó que era un sueño. Había revisado una y otra vez las puertas y ventanas y había activado el sistema de seguridad muchas veces. Además, estaba en un quinto piso... No era posible que se haya colado. Pero el chico se veía bastante real, con sus cabellos de un castaño claro y sus grandes ojos cafés, casi rojos, mirándolos con algo muy parecido a la lujuria, aunque Ricardo prefirió no pensar en ello. Su pálida piel parecía refulgir en la semioscuridad del recinto. El chico lanzó una risita traviesa al ver la estupefacción del hombre frente a él y sólo entonces Ricardo notó que se había quedado mucho tiempo estudiando al chiquillo.

-      ¿Qué...? ¿Quién eres? ¿Cómo entraste...? ¿Qué...? - las preguntas se agolpaban en la boca y en la mente de Ricardo, pero el chico no parecía dispuesto a contestar ninguna de ellas.

Ricardo hizo el ademán de levantarse y... Quién sabe, tal vez sacar al chico a patadas, o arrancarle las respuestas a golpes. Pero antes de poder siquiera apartar las sábanas, el joven ya se encontraba sobre él, inmovilizando sus manos a ambos lados de su cabeza. Y lo hizo todo sin que Ricardo pudiera siquiera verlo moverse. El rostro del otro estaba a centímetros del suyo y Ricardo no podía apartar los ojos de ese par de rubíes que tenía en frente. Porque sus ojos pasaron de cafés a rojos en ese mismo instante y la sonrisa de gato se ensanchó, mostrando unos colmillos finos y afilados, cosa que Ricardo no veía, hipnotizado por los ojos. El joven se sentó sobre su vientre y Ricardo se asombró al no ser casi ningún peso sobre él. El chico era terriblemente delgado. Sus caderas se deslizaron más hacía atrás, hasta que quedaron sobre la ingle de Ricardo.

Algo le decía a Ricardo que debía luchar y apartar al chiquillo. Era cierto que le gustaban los hombres, pero eso no significaba que estaba dispuesto a tener sexo con un menor de edad y asumir las consecuencias legales del hecho. Pero seguía viéndolo a esos ojos de color tan raro... Sólo cuando el chico comenzó a levantar sus manos sobre su cabeza, para sostener ambas muñecas con una sola de sus manos y con la otra sacar un pañuelo de quien sabe dónde, que Ricardo comenzó a forcejear, pensando que sería fácil librarse de alguien tan pequeño. Pero el chico tenía una fuerza increíble, además de una velocidad increíble, y antes de procesar todo lo que sucedía, Ricardo ya estaba maniatado a la cama, a merced del extraño joven que se había aparecido en su habitación.

El hombre sentía algo de vergüenza por verse sometido tan fácilmente por un chico al que doblaba en edad y masa muscular, pero el calorcillo que se formaba bajo los ligeros bóxers con los que dormía no le permitía analizar la situación desde ese punto. En realidad, todos los pensamientos de Ricardo comenzaban y chocaban contra una pared que limitaba su razonamiento. Lo único en lo que Ricardo podía concentrarse era en la presión sobre su entrepierna y en el ligero vaivén que había tomado el chico con la intención de crear fricción y... bueno, despertarlo por completo. Ricardo veía embelesado como el joven se movía sensualmente sobre él, con aquella sonrisa maldita que no se borraba de su rostro. Sus ojos rubíes lo miraban con un aire de superioridad y hambre que lo atemorizaba y excitaba a la vez.

La mente de Ricardo se volvió todo calor y sangre, sin entender el por qué. El chico se inclinó sobre él y se dirigió directo a su cuello, lamiendo la piel morena, palpando sus venas y arterias, hasta que, en un sorprendente arrebato, lo mordió con fuerza, llegando a romper la piel y perforar algunos vasos secundarios. Ricardo gimió de dolor, pero la excitación no menguó, sino que se hizo más intensa. "Demonios, soy un puto masoquista", pensó en uno de esos flashes de cordura que pronto se apagó al sentir un frío extraño en la zona del cuello, donde el chico aún no se despegaba de su piel. Cuando al fin se separó, lanzó un gemido de satisfacción y parecía más excitado que al principio. Le lanzó una mirada feroz a Ricardo que lo hizo temblar de pies a cabeza. El joven volvió a inclinarse para llenar de besos y lamidas la región de su clavícula, mientras sus manos acariciaban los costados de su cuerpo con cierta rudeza.

Ricardo podía sentir que sus uñas llegaban a rasgar su piel y su cálida sangre abandonaba su cuerpo de a poco. Más mordidas y besos fueron repartidos por su pecho, el chico lamía con devoción la sangre que salía a ratos con una mirada de vicio que sacaba de quicio a Ricardo. Quería desesperadamente tener las manos libres para acariciar a ese chico que restregaba sus caderas insistentemente contra la dureza bajo sus bóxers. Y lo único que Ricardo podía hacer era deshacerse en gemidos y jadeos mientras el otro hacía de las suyas con su cuerpo. El chico siguió bajando, jugueteando con la región del ombligo, metiendo y sacando la lengua, sacándole risitas entre los jadeos y gemidos. Pronto, fue más abajo hasta llegar al borde de su prenda intima. Ricardo puso todo su empeño en incorporarse levemente para ver como el chico bajaba la ropa utilizando los dientes y las largas uñas de sus finas y delicadas manos.

Su miembro dio un salto al verse liberado, pero el chico no se detuvo hasta despojarlo por completo de sus bóxers y lanzar la húmeda prenda a un rincón olvidado de la oscura habitación. Abriéndole un poco las piernas, fue subiendo hacía la ingle, trazando un camino de besos húmedos en el interior de su muslo derecho, mientras en el izquierdo, la uña del  dedo índice marcó una larga herida de la cual comenzó a brotar un poco de sangre. Sangre que pronto terminó en la lengua del chico.

En más de una ocasión, una idea coherente trataba de abrirse paso a través de la neblina de la lujuria y el placer, pero todo intentó murió, de alguna forma u otra, cuando el chico concentró sus atenciones en el enhiesto pene que reclamaba hacia ratos un poco de cariño. Ricardo sentía que podía correrse allí mismo, con el conjunto de lamidas, succiones y sensualmente amenazadores raspones de los colmillos sobre su sensible anatomía. Es más, más de una bien se sintió al borde del clímax, pero el joven parecía presentirlo y con una malvada sonrisa se alejaba, apretando con fuerza la base de su órgano sexual frenando el flujo del líquido. Ricardo gemía frustrado, pero pronto se veía recompensado por las ardorosas atenciones del niño. En un momento dado, el chico se incorporó, gimiendo seductoramente, y se peinó los cabellos hacia atrás, más bien, los estiró hacia atrás.

-      Dios, hueles tan bien... - murmuró, su voz era casi un gruñido de tanta excitación; se levantó sobre la cama, para despojarse de la camisa blanca que era lo único que lo vestía. Su cuerpo imberbe, delgado y pálido parecía brillar en medio de la oscuridad de su habitación. Sus tetillas erectas parecían llamarlo a gritos, pedían ser besadas, lamidas y succionadas con fruición. Lo que más deseaba Ricardo en ese momento, era tener las manos libres para tomar a ese chico y arrancarle todo tipo de alaridos de placer. Nuevamente, un gemido, más bien un gruñido de frustración abandonó su garganta y el chiquillo volvió a reír malditamente como adivinando sus deseos sin cumplir. Lo miró, más bien lo estudió de arriba abajo, con sus ojos rojizos, así como Ricardo estudiaba cada centímetro de aquella delicada figura. Su cintura estrecha que se redondeaba en las caderas, con el blanco pene erguido y sus largas piernas de mármol que moría por acariciar...

El chico lanzó un gemido de aprobación y se mordió el labio inferior, para luego acomodarse mejor sobre Ricardo y comenzar a descender, lenta y tortuosamente, apuntando el grueso miembro del hombre a su apretada entrada. Cuando la punta se abrió paso a través del anillo de carne, el chico volvió a gemir algo adolorido y apoyó sus manos sobre el magullado pecho de Ricardo, donde las heridas ya habían dejado de sangre. Y, a medida que descendía más y más, empalándose con ese palpitante pedazo de carne, las uñas del chico volvían a abrir más heridas sobre la piel del Ricardo. Pero Ricardo ya no sentía dolor, o más bien, confundía el dolor entre el mar de placer que sentía al verse acogido por las cálidas paredes del muchacho.

Cuando al fin se hubo sentado por completo, el muchacho tiró la cabeza hacia atrás, lanzando un sonido de satisfacción y se quedó quieto, como admirando la sensación de saberse lleno. Ricardo, impaciente, movió cuanto pudo las caderas hacia arriba, sacando al chico de su éxtasis, para meterlo en otro, cuando comenzó el vaivén de embestidas, al principio lentas y profundas, para luego hacerse frenéticas y ansiosas. El chico se deshacía en gemidos de placer, a veces, tomando como apoyo el torso de Ricardo, clavándole las uñas para levantarse más alto y arremeter con más fuerza hacia abajo. Con una mano volvió a peinarse los cabellos, dejando sobre su rostro las manchas rojas de la sangre del hombre. El muchacho parecía desesperado, como si necesitara más y más, y Ricardo en un acopio de fuerza inaudita, logró zafarse de sus ataduras y se incorporó, tomando al chico por sorpresa.

Lo tomó con fuerza de las caderas y aumentó la intensidad de las embestidas, mientras llenaba su blanco cuello de besos y marcas. Ahora sí, el chico parecía más que satisfecho y lanzaba gritos de placer, anunciando que pronto terminaría. Ricardo también se sentía al límite, extasiado y algo cansado de tanto esfuerzo y perdida de sangre, por lo que los movimientos se volvieron brutales casi violentos. Ambos gemían desesperados por llegar al final. El chico se abrazó a Ricardo y volvió a clavar sus colmillos en su cuello, bebiendo la sangre del hombre, mientras Ricardo sintió un frío líquido mojar su abdomen. Al mismo tiempo, sintiendo ya que las fuerzas se le iban, se vació en el interior del chico, dejando que toda su conciencia sea adsorbida por el pequeño.

Ricardo caía lentamente sobre las sábanas, exhausto y con el chico aún pegado a su cuello. Algo le decía que estaba muriendo, pero estaba demasiado cansado para hacer algo al respecto. Y justo cuando las luces se apagaban, escuchó una suave voz que le decía "Fue muy divertido... Hagámoslo de nuevo cuando salgas del hospital", y todo se volvió silencio y oscuridad.

...

Lo siguiente que supo Ricardo era que estaba en un hospital, en donde le reponían la sangre que perdió esa extraña noche. El reporte oficial era que entraron a robar el departamento de Ricardo. Lo sometieron y lo violaron, dejándolo casi muerto. Una llamada anónima avisó a los policías del suceso. Lo extraño es que los ladrones no se llevaron nada y que Ricardo no recordaba precisamente haber sido sometido... Aunque tampoco quería hablar del chico y sus colmillos y la increíblemente placentera sesión de sexo. Tal vez, solo soñó eso y su mente decidió reemplazar los recuerdos traumáticos por esa escena... Quizás...

...

Unos días después, le dieron de alta en el hospital y Ricardo volvió a su solitario departamento que olía a cerrado. Se sacó los zapatos y los acomodó al costado. No tenía corbata, así que solo se desabotonó la camisa y se dirigió a la sala... Donde un chico de piel increíblemente pálida y vestido sólo con una enorme camisa blanca lo recibió con una sonrisa torcida...

Aquello no había sido un sueño...

Gracias al cielo...

Notas finales:

Bien, espero que les haya gustado...


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