Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Buscando vida por Schatten

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Basado en una historia real, en mi historia, pero está adaptada a las circunstancias (cambiando nombres, escenas, etc).

No es mi intensión molestar a nadie, esto es solo una historia. No busco crear conflictos ni debates, simplemente busco distenderme de mi propio mundo y al mismo tiempo, dejar que otros lo hagan también.

Desde ya les agradezco de corazón si se pasan a leerla y los invito a dejarme su opinión con respecto a ella, si no les apetece, pues no me molesto.

Escribir es mi pasatiempo, mi vía de descarga y si los entretiene, con eso estoy feliz.

En fin, los dejo. ¡Espero que la disfruten!

Notas del capitulo:

Muchísimas gracias a Arukxa, mi beta reader, para ayudarme a corregirlo. ¡Du bist der beste!

 

Uno de los primeros recuerdos que tengo es cuando mi mamá me llevaba a casa de mi abuelo, mis dos padres trabajaban por eso no tenía a nadie con quien quedarme en las mañanas más que con mi abuelo materno y sus dos perros. Fue una tarde de verano en la que todo comenzó, recuerdo que las cigarras cantaban a pleno y que había poco movimiento en la calle por el calor que rebotaba del cemento. No lo sabía, pero ése sería el último día en donde mi vida sería la de un niño “normal”.

 

Todo había sido simple a primeras de la mañana, yo me quedaba adentro jugando con mis pequeños ladrillos de plástico en el suelo del pasillo, armando naves espaciales, robots destructores y más naves para combatir a los robots, mientras escuchaba a lo lejos una radio encendida con noticias y a veces un poco de música (tango por supuesto, que era lo que más amaba mi abuelo), hacía mucho ruido porque mi abuelo siempre le subía el volumen para escucharla estuviera donde estuviese, yo a esas alturas me había acostumbrado, con unos cinco años de lo mismo uno termina simplemente aceptándolo.

 

De repente mi abuelo me llamó desde afuera y yo, como siempre obediente, me levanté y fui en su búsqueda. Lo encontré al lado de una pequeña piscina que había armado para mí, estaba con una manguera llenándola de agua con la otra mano apoyada en la cintura justo en donde tenía los pantalones esos antiguos y feos que siempre solía usar. Muy contento fui hasta él preguntándole si podía meterme y como él respondió que sí con un movimiento de cabeza y una sonrisa, fui hasta su habitación en donde estaba el bolso con mi muda de ropa que mi mamá siempre me dejaba para que pudiera cambiarme si algo pasaba con mi otra ropa en mi estadía diaria. Estaba muy contento, por fin mi abuelo había armado la piscina y podría meterme a ella para jugar un rato mientras me refrescaba, a mí siempre me había gustado mucho el agua y el tenerla ahí pura y exclusivamente para mí me hacía sentir el niño más afortunado.

 

Entre la emoción y la torpeza, no encontraba el pantalón que usaba para meterme al agua, por eso llegó Domingo, mi abuelo, a ayudarme a encontrarlo. Me ayudó también a desvestirme como otras tantas veces, pero esa vez no fue igual. Quizás ahora que lo analizo sé que no fue igual, sé que no fue normal, no pensé que así todo iba a empezar, bueno, no pensé que algo así podía existir aunque ahora ya lo sé. Nunca entendía qué era lo que pasaba, porqué me hacía esas cosas, simplemente era un niño, aún tenía inocencia, aún creía en los grandes y les hacía caso… quizás si hubiese sido un poco rebelde para ese entonces las cosas habrían sido diferentes, pero con el tiempo comenzaba a comprenderlo poco a poco. Claro, ¿cómo no comprenderlo cuando te dicen cosas que no debes escuchar?

 

Me tocaba con prudencia, disimulando que nada pasaba, pero ahora sé que no era así. No sé porqué fue precisamente ese día en el que comenzó a pasar sus manos por zonas en donde no debía, pero fue así como todo empezó. Caricias discretas que con el tiempo dejaron de serlo, besos cortos que después fueron más íntimos, abrazos que con el pasar del tiempo duraban más y relatos que no eran adecuados para un niño de cinco años. Incómodo fui aceptando el hecho de porque él me decía que estaba bien así lo era, y leal a la palabra “es nuestro secreto” no dije nada aunque cada vez me costaba más guardarlo y aceptar todo lo que me decía. No fue sino hasta que una mañana me llevó hasta su habitación y me colocó desnudo en su cama que comprendí que tenía miedo de él, no sólo incomodidad. Tenía miedo de oponerme a él, de preguntar al resto si todos hacían esas cosas o de simplemente abrir la boca, ¿qué pasaba si lo decía, me castigarían?

 

Como era de esperarse, llegó el tiempo también en que no sólo tenía que dejarme hacer. Aún sigo recordando como si fuera ayer la imagen de cuando me miraba tocarlo y yo le decía que no quería. Naturalmente atinaba a alejar mi mano de su miembro pero él se ponía molesto y me obligaba a hacerlo. Yo sabía que mi mamá decía que era de mala educación tocarse “tus partes”, pero esas no eran mías, así que ¿qué se suponía que tenía que hacer? Además, él era mi abuelo, y mi mamá siempre me decía que tenía que hacerle caso. Y así empezó a obligarme a hacer más cosas.

 

Cuando estaba en casa no hacía sino más que pensar en eso, en lo que me tocaba al otro día, y al siguiente y al siguiente. De repente no me daba hambre, no me daban ganas de jugar, de hablar ni de bañarme. La oscuridad comenzó a asustarme, creía que podía salir mi abuelo de cualquier rincón y eso me aterraba porque no quería volver a hacer esas cosas que no me gustaban. El olor a cigarrillo me daba náuseas, porque mi abuelo siempre tenía olor a cigarrillo en la ropa y la nicotina pegada en su mano derecha, con sus dedos gruesos y uñas amarillentas. Mis padres eventualmente notaron ese extraño cambio que había aparecido en mí, pero yo seguía manteniendo el secreto, después de todo, había hecho una promesa. Aunque con el tiempo, dejaron de preocuparse por mí, porque “yo era así”, porque yo era un niño serio, que no sonreía, que no lloraba, que no tenía caprichos pero que tenía miedo a cosas absurdas, como la oscuridad, las alturas, los bichos grandes y que rechazaba ciertas cosas y no era capaz de tolerarlas, como una cama destendida, la humedad, el olor al cigarrillo y el ruido de una radio mal sintonizada.

 

Las promesas valen oro en todos los tiempos, una promesa rota es como un corazón destrozado, una esperanza perdida, un orgullo herido y una lealtad corrompida. Las promesas siempre valieron mucho para mí, desde que conocí el valor de la palabra “fidelidad” siempre valió mucho… Por eso la conservé, aunque esa promesa no era una promesa, era una extorsión.

 

Tenía unos ocho años cuando lo confesé, confesé que hacía cosas que los niños no debían hacer, veía cosas que los niños no tenían que ver, escuchaba cosas que los niños no deben saber siquiera que existen. ¿A quién le confesé ese secreto que sólo sabíamos dos? A mi padre, bueno a decir verdad padrastro. Mi padre biológico falleció cuando yo tenía apenas unos meses de nacido, nunca lo conocí más que por un par de fotografías que mi mamá me mostró. Me mostraba sus fotos y me decía “él es tu papá”, luego me explicaba que Roberto, mi padrastro, era como un segundo papá para mí.

 

Volviendo al punto, le confesé las cosas que hacía con mi abuelo, las cosas que él me hacía o me obligaba a ver, las cosas que tenía que tocar o acercar a mi boca, las cosas que tenía que hacerme a mí mismo o a él…

 

Pero su reacción fue la peor de todas. Me llamó mentiroso.

 

Yo siempre tuve una mala impresión respecto a él, pero el que me llamara mentiroso, el que me dijera que era un niño que sólo buscaba llamar la atención inventando que me pasaban cosas que había visto en la televisión, que debía cerrar mi bocota para no ponerme en evidente vergüenza delante de todo el mundo, para no mostrarle a los demás que era un maldito mentiroso, me llenó de odio. ¿Qué acaso yo era un muñeco? ¿No tenía derecho a hablar? ¿Acaso siempre había demostrado querer llamar la atención? ¿Por qué a nadie le importaba lo que yo decía o quería? ¿Por qué todos preferían mirar a mi hermano antes que a mí?

 

Fue ese día en donde comprendí que los adultos no eran personas a las que se debía respetar, a las que se le debía aceptar lo que decían o los que te protegían de las cosas malas o los que te ayudaban a perder tus miedos, eran odiosos, porque yo no era un mentiroso y mucho menos alguien que buscara llamar la atención ¿entonces por qué decían que así era? Siempre decían que buscaba llamar la atención, quizás por el hecho de que tenía un hermano menor, un hermanastro, pero la verdad es que sólo fue así esa vez. Esa vez busqué llamar la atención para pedir un apaño, pedir un brazo que me protegiera del miedo que me embargaba cada vez que iba a la casa de mi abuelo. Pero no lo conseguí, sólo tuve indiferencia y unas cuantas palabras frías.

 

¿Por qué contárselo a mi padrastro, entonces? Porque era la única persona a la que veía ahí, porque me moría de la vergüenza contándoselo a mi madre, me moría de la vergüenza admitir las cosas que hacía, además, porque mi madre siempre fue poco expresiva, poco comunicativa conmigo, ¿de qué serviría contándoselo a ella? Y, además, porque al crecer me di cuenta de que estaba mal lo que estaba haciendo, pero ya no podía salir.

 

Fue entonces cuando me encerré en mi propio mundo y me dije que el mundo podía pudrirse junto con todas esas personas insignificantes. Sí, sólo me tenía a mí mismo, nadie se preocupaba por mí.

 

Amigos no tenía, mis vanos intentos por conseguir un poco de normalidad en mi vida se veían arruinados por infidelidades, abusos y mentiras. Cuando un niño se me acercaba, tendía a estar conmigo simplemente porque tenía una casa grande y bonita, porque tenía piscina, porque tenía bastantes juguetes, o a veces simplemente porque era fácil de manipular, porque decía que sí a cualquier juego o porque no ponía mucho empeño en defender las ganas que tenía de jugar a otra cosa. Y a la larga siempre terminaba solo, porque luego no soportaba más nada de eso y dejaba de hablarlos, de mirarles, de pensar que existían.

 

Y así crecí.

 

Sin amigos, sin familia y sin amor. Sólo con odio y deseos de venganza.

 

Me juré venganza, me juré que viviría para el día en el que mi abuelo muriera y reírmele en la cara, sólo para eso. Mi meta de niño era ver a mi abuelo morir, porque por su culpa mi vida era un asco, por su culpa nada me había salido bien, por su culpa me había convertido en una especie de bicho raro al que nadie quería acercársele. Pero pasaban los años y mi abuelo paterno no se moría.

 

Pasaban los años y no obtenía más que decepciones en cuanto a amistades y familia. Cada vez me sentía más solo y yo quería ser querido, yo quería que alguien me quisiera, quería alguien con quien jugar, quería alguien con quien pasar una tarde, quería que alguien supiera que estaba vivo y que era una persona, pero no había nadie para mí, nunca había nadie para mí. El mundo estaba muy concentrado en girar como para detenerse sólo por mí.

 

Y siguieron pasando los años en donde no establecí ninguna amistad, donde el hueco entre “normal” y “extraño” se acrecentaba más, donde ya no había lugar para nada. En mi curso yo era el fantasma, era el que no encajaba y el que en los recreos se la pasaba sentado junto a los demás sin entender lo que decían, sin comprender sus gustos, sus gestos, sus puntos de vista. Era el extraño niño que cuando una niña de otro curso se le acercaba diciéndole “me gustas” él se quedaba como un tonto sin entender qué significaba eso.

 

Fue cuando llegué hasta el séptimo grado que conocí a alguien maravilloso. Tenía trece años y él también, porque estaba en mi mismo curso. Ese año habían entrado pocos chicos nuevos, por lo que me dije otra vez “quizás hay alguien que no es como los demás”, esa frase que me repetía todos los años, esperanzado porque alguien se fijara que era un ser humano también. Claro, esa esperanza se rompía todos los años. Aunque no ese año, no esa vez.

 

Él era el más inteligente de todos, el que mejor leía, el que mejor respondía a las preguntas del profesor, el de mejores notas… el mejor alumno. No recuerdo ni cómo empezamos a hablar… para cuando me di cuenta almorzábamos juntos en todos los recreos, hablábamos de música, de televisión, de cosas absurdas… Y miren lo infantiles que éramos a esa edad aún, que nos mandábamos cartas, nos escribíamos, nos entregábamos dibujos aunque nos viéramos todos los días. Con él comencé a ser un niño normal, comencé a ver televisión para entender las cosas que me decía sobre los programas que pasaban por ahí, comencé a escuchar música, comencé a ser alguien normal.

 

Había encontrado a un amigo. A una persona que no le importaba el qué dirán, que no era vacía y absurda, que usaba el sentido común y que si a los demás les invadían los celos y hablaban mal de él a sus espaldas, no le importaba una mierda.

 

Me sentía muy identificado con él, él había sido un solitario también, no había tenido muchos amigos pero él era un solitario silencioso, podía hablar mucha gente, pero una de cada veinte eran alguien especial para él, me lo había confesado y así entendí que la palabra amistad era más que compartir una sonrisa o compartir algún tiempo juntos. Era muy centrado y se valía por sí mismo, conservaba sus valores e ideales pasara lo que pasara, y lo más importante de todo era que no juzgaba a nadie y era completamente fiel, leal, algo que era muy difícil de encontrar.

 

Pasaron dos años, compartíamos el pupitre, los recreos y salidas luego de clase, también los veranos en vacaciones, compartíamos libros, fotografías, recuerdos, chistes, juegos… compartíamos la vida. Yo me sentía muy feliz y poco a poco me olvidaba del hecho de tener que ver a mi abuelo todos los domingos, vaya fachada que tenía que llamarse igual. Lo bueno para mí era que con mi excusa de “ver a Facundo” y que ya era un niño grande, podía escaparme con facilidad.

 

Recuerdo que al otro año Facundo decidió sentarse con otro compañero, Santiago, y yo me había sentido tan celoso que no estaba seguro de poder haberlo ocultado del todo, pero no me importaba, en ese momento no admitía que eso que sentía eran celos. Ese año no estuvimos mucho juntos, porque él se la pasaba con Santiago, y yo fingía que nada pasaba, que estaba todo bien, porque Santiago era “buena onda” como solíamos decir. Los tres escuchábamos la misma música, creo que era rock porque nunca se me dio bien eso de los géneros musicales. El recuerdo más marcado que tengo era que cantábamos emocionados las canciones de “Evanescence”, una banda que recién había salido en auge y a los tres nos encantaba, Santiago llevaba su disc man con el disco y en nuestros ratos libre lo escuchábamos una y otra vez. Facundo me daba en un papel sus traducciones de las canciones y yo las leía una y otra vez. Recuerdo que “My immortal” enloquecía a Facundo, pero para mí era “Bring me to life” y para Santiago “Going under”, pero a pesar de que mi cuerpo y mi mente se alejaban de los problemas que tenía, era mentira que los olvidaba.

 

Yo poco a poco volví encerrándome en esa pequeña caja que había creado para mí, y recordaba cómo aún mi abuelo seguía vivo, con Facundo a mi lado se me había olvidado que sólo vivía para verlo morir, pero ese año las cosas fueron diferentes, porque Facundo podía ser el único amigo que tenía, pero yo no era el único para él y entonces no siempre tenía el tiempo o las ganas de estar conmigo, así que en muchas ocasiones terminaba solo de nuevo.

 

Las cosas en casa fueron empeorando. Eventualmente, como todo pre-adolescente tenía disputas con mis padres, pero siempre cuando creía que no podía ir mal, iba peor. Con mi padrastro ya todo estaba negro, eso nadie podía negarlo, hasta mi madre y mi medio hermano lo sabían y cada vez que veían que una nueva disputa se armaba, terminaban yéndose o mirándonos como un par de locos. Yo había dejado de ser callado, ahora nadie me detenía la boca y decía lo que se me venía en gana, porque no me importaba los pensamientos ni sentimientos de los demás, sobre todo de mi familia, dado que ellos nunca se habían preocupado por mí ni les había interesado lo que sentía. No hablé, me guardé todo lo que sentía y con el tiempo ese rencor salía en forma de palabras groseras e hirientes, de malas miradas y burlas gestuales. Sí, lo empeoraba todo, pero no me importaba, así como no les había importado a ellos.

 

Ese año estuve más separado de Facundo, quizás un poco más deprimido, quizás un poco más rebelde y más fatalista, pero el año igual pasó y sobreviví. Supongo que fue ese año cuando mis sentimientos empezaron a cambiar hacia el mundo en general, aunque yo no los viera, aunque yo no los aceptara.

 

Al siguiente año, el curso se dividió en dos, los que estudiarían Economías por un lado y los que estudiarían Humanidades por el otro. Santiago se fue para Economías y se nos pasó todo el año anterior intentando convencernos a Facundo y a mí que fuéramos con él, pero mi “no” era rotundo. Tenía tres buenas razones para no ir a Economías: uno, todos los que me molestaban con mi forma de ser estaban ahí, o sea, los malditos “populares” del curso que desde el principio habían decidido nombrarme “el anormal”; dos, los números no me gustaban, siempre fui malo con las matemáticas y meterme con los números era mi perdición; y tres, Santiago estaba ahí.

 

No era que odiaba a Santiago, sino que simplemente sentía celos de su relación con Facundo, y aunque nunca me había tratado mal, los años anteriores él se había unido a las burlas que me hacían, él no las comenzaba, pero sí se reía y eso yo lo recordaba. Yo siempre lo recordaba al mirarlo a los ojos y cuando me hablaba, y hasta ahora me atrevo a decir que sentía celos de su vida, él había nacido en una cuna de oro, su familia, grande y numerosa parecía perfecta, o casi. Él tenía muchas cosas que yo había deseado tener, pero no me fijaba demasiado en ello, dado que para recordar el “la vida no cambia” tenía los pies muy puestos sobre la tierra.

 

Facundo tuvo que decidir entre Santiago y yo… pero fue conmigo, para mi milagro y mi sorpresa. Había decidido por Humanidades, más de la mitad del curso había decidido por Economías, podría decir que unos cinco o seis decidimos el otro camino, personas que algunos habían estado conmigo desde el jardín de infantes y otros que eran un poco más nuevos, pero ninguno me caía tan mal realmente, así que tenía la leve esperanza que el curso siguiente fuera un poco más tranquilo.

 

Facundo y yo nos sentamos juntos de nuevo, ese año llegó muchísima gente nueva a nuestro curso, a diferencia de Economías, que habían sido solo siete, cuando en los nuestros eran más de veinte, pero a lo que número se refería, estábamos parejos. Ese año conocí gente muy buena onda y otra que me sacaba de quicio como ninguna lo había podido hacer antes. Si años atrás había creído que mis compañeros me habían tratado mal, me había equivocado, porque podían haber sido peores, ese año comprendí que podían haber sido peores.

 

Había dos chicos (y medio) que eran muy atractivos, se habían formado su grupito con otro par más y estaban en la boca de todas las chicas del colegio, siempre que pasaba por algún lado estaban un grupo de chicas hablando de ellos, mirándolos o algo así. Yo los odiaba por el egocentrismo característico de los dos que más se llevaban las miradas de todos y los otros dos que les seguía la corriente simplemente por el hecho de pertenecer, me parecía repugnante. Uno me parecía que estaba muy fuera de lugar en ese grupo dado que parecía buena persona pero estaba ahí vaya uno a saber porqué, y el otro simplemente era un asco, si recibía atención era porque estaba en ese grupo, de lo contrario no era nadie, se creía un Dios, pero era un perro en celo, nada más.

 

Me tomaron de punto. Era el motivo de deshonra masculina, muchas veces me decían que buscaba de ponerme en el papel de chico misterioso para que las mujeres me persiguieran y cuando les dejaba en claro que no buscaba la atención de las mujeres, me preguntaban por qué era tan amargado, porqué no formaba parte de su grupo y salía con ellos a divertirnos, y cuando les contestaba que no me interesaba estar con ellos, sólo empeoraba la situación. Con tantas negativas y viendo que prefería sentarme a hablar con las mujeres, comenzaron a decir que era medio “raro”, que no les daba lugar a las mujeres de otros cursos que me buscaban con claras intensiones de algo más que amistad y que me encerraba en un pequeño grupito de “un hombre y muchas mujeres”.

 

Empezaron a decir que era gay y tomaban a la homosexualidad como una ofensa, me insultaban de unas formas horrorosas y cuando los profesores se daban la vuelta, me golpeaban, me tiraban papeles y hacían comentarios de doble sentido. Yo me enojaba, les contestaba de mala gana y los insultaba, ellos me respondían y la historia nunca terminaba. Ese año fue leve, el siguiente todo empeoró.

 

Eventualmente, tuve que cuestionarme sobre mi elección sexual, lo que me costó muchísimo, porque ¿cómo podía ser homosexual cuando mi abuelo me obligaba a mamársela todos los días que aludían a su nombre? ¿Cómo podía ser homosexual si odiaba cuando mi abuelo me tocaba y me decía cosas depravadas al oído con esa horrible voz ronca? Pero lo era, sí, para mi desgracia lo era, y para desgracia de Facundo, él era la persona más importante para mí, y sin él yo no valía nada. Esa amistad que sentía sin darme cuenta se transformó en algo más y por eso sin él yo no vivía, pero Facundo no podía saberlo porque si lo sabía seguramente se alejaría de mí y lo perdería, a sabiendas él era “normal”. Entonces guardé mis sentimientos muy adentro mío y continué fingiendo que nada pasaba, prefería vivir con su amistad a vivir sin nada.

 

Ese año entré en una etapa depresiva y la única forma que encontré de descargarme de las cosas que sentía era cortándome el antebrazo. Porque día a día recordaba lo que me había hecho pasar mi abuelo y por su culpa estaba así, porque día a día recordaba que era homosexual a pesar de todo lo que me había pasado y era tan desagradable, porque día a día tenía que soportar los comentarios llenos de malicia de mis compañeros y en el fondo sabía que tenían razón, porque día a día veía que a ningún profesor eso les interesaba y algo adentro se me destrozaba al recordar que el mundo estaba lleno de miradas desinteresadas, porque día  a día tenía que soportar a mi padrastro quejándose de cualquier cosa que proviniera de mí aunque lo único que hiciera era respirar, porque mi madre ni siquiera se preocupaba por mí o me brindaba cariño, porque para mi medio hermano no existía y él siempre era más importante que yo en mi casa, porque él era el modelo ejemplar de hijo que yo nunca había podido ser y porque Facundo cada vez se alejaba más de mí, cada vez con menos deseos de defenderme de cosas que sabía que no era capaz de soportar y con menos tiempo de preguntarme si todo estaba bien.

 

Sí, a esas alturas ya no quería seguir viviendo, porque mi abuelo no se moría más y porque mis sentimientos nunca serían correspondidos. Un día, hablando de la bisexualidad había comentado “para mí no importa qué sea esa persona, creo que uno puede enamorarse de igual forma de una o de otra, quizás hasta algunos elijan los dos caminos, no se me hace raro” entre el pequeño grupo al que pertenecía, entre ellos Facundo, y él había comentado “qué bueno que pienses así, pero perdóname que yo no lo creo igual, una persona elige un camino, no hay un ‘intermedio’ es uno o lo otro, el que mira para los dos lados es un indeciso a mi criterio, por ejemplo yo siempre miraré mujeres, no hombres, y nunca siquiera pensaría en mirar a un hombre. Si vos te consideras así, está todo bien, pero perdóname, pero siempre te miraré como un amigo” y ese había sido mi final.

 

Para mi suerte, el año anterior había una chica nueva que había entrado al curso con la que me llevaba muy bien, así que ese año nos la pasamos juntos, nos sentamos juntos en el fondo del largo salón y Facundo un pupitre delante de nosotros. Era una chica muy buena y bondadosa, y si hubiese sido heterosexual, habría estado con ella. Claro, si ella hubiese querido. Recuerdo que ese año todo el mundo andaba diciendo que éramos pareja, porque ella siempre me abrazaba o estaba encima de mí, se sentaba en mis piernas cuando le daba la gana, me usaba como almohada y le encantaba tocarme el pelo o hacerme cosquillas. Yo me encogía de hombros, a nadie le importaba la verdad, de lo contrario nos hubiesen preguntado, pero no fue así, que yo recuerde sólo unas cuatro personas nos habían preguntado, Facundo y tres chicas con las que nos juntábamos en los recesos.

 

En poco tiempo me encariñé con ella y le conté las cosas que jamás le conté a nadie, aunque nunca entré detalles con las cosas que había pasado con mi abuelo, ella me comprendió y se convirtió en alguien muy especial para mí, me prometió que guardaría mi secreto y que no se lo contaría a nadie. No estaba a gusto con mi extraña obsesión de cortarme los brazos, y cada vez que me veía marcas me reprendía, me decía que debía dejar de hacerlo antes de que me pasara de la raya y me fuera para otro mundo, pero yo le decía que eso no iba a pasar, porque no era mi intención, pero ella no dejaba de preocuparse y todos los días que nos veíamos, lo segundo que hacía, después de saludarme, era mirarme el antebrazo.

 

Facundo con el tiempo se enteró en un descuido mío y también me vio las marcas del antebrazo, que cubría con muñequeras y trapos de las que nadie sospechaba porque yo era lo que en esos tiempos se decía “tipo raro”, lo que ahora llaman emo, aunque realmente no entiendo muy bien las cosas cómo son en cuanto a tribus urbanas. Facundo se entristeció, me preguntó porqué y recuerdo que le respondí “porque es la única forma que tengo de sentirme vivo” y me acuerdo que me golpeó en la cabeza diciéndome “¿y yo qué? ¿No te hago sentirte vivo? Yo te quiero, idiota, no te hagas más eso”. Y para mis adentros reía para no llorar, yo también lo quería, pero no bastaba con un “te quiero”, yo no podía vivir de eso, al contrario, sólo me hacía peor y no podía dejar de hacerlo, no podía dejar de cortarme, siempre me lo proponía, pero por una razón u otra terminaba volviendo. Se había convertido en un vicio, una obsesión, una salida fácil.

 

Ese año fue el peor de todos, no solo me sentía emocionalmente inestable, sino que el mundo estaba inestable para mí. No veía razón de ser, no veía razón de seguir. Lloraba todos los días en mi habitación a escondidas, ponía música muy alto y me cortaba con una navaja para que nadie me escuchara.

 

Un día, luego de pelear con mi padrastro, recuerdo que me pasé. La sangre no paraba de salir y lo peor de todo fue que no me asusté, y en mi locura empecé a escribir con la sangre en una hoja de papel “Lo siento, Facu” pero nunca se lo entregué, nunca le mostré ese pedazo de papel porque sabía que sólo terminaría de alejarme de él. Ese día analicé la posibilidad de si podía llegar a ser capaz de llegar más allá.

 

Ese año había sido el infierno, tenía un par de amigos pero me sentía solo a pesar de todo, las palabras de ese grupo de chicos que me molestaba (y que encima había crecido) se sumaban a las de los de Economías, que compartíamos aula por ciertas materias. Muchas veces me encontraba con ellos fuera de clase y nos agarrábamos a los golpes, obviamente yo siempre perdía, porque ellos eran cinco y yo sólo me tenía a mí mismo, nunca me hicieron nada grave, como alguna fractura o una lesión importante, o incluso meter mano donde no se debía o intentar hacerme “algo”, pero sí me dolían los golpes y me dejaban varias marcas, aunque nunca decía nada al respecto. Facundo cuando me veía con golpes nuevos (golpes visibles, como en el rostro o los brazos) y me preguntaba sobre qué era lo que había pasado, le mentía con cualquier estupidez que se me ocurría en ese momento, pero él sabía la verdad (o creo que por lo menos la sospechaba) y por eso, cuando veía que en clase las discusiones se iban casi a las manos, me defendía, pero no podía detener el agua con las manos.

 

Estaba por terminar el año, mis notas estaban decentemente bien aunque no estudiaba, los malditos chicos que siempre me molestaban terminaron por tenerme miedo cuando un día casi termino por matar a uno en una pelea en la calle, y poco a poco comenzaron a dejar de molestarme, pero yo estaba desmoronado al darme cuenta de algo… Facundo tenía novia.

 

Me sentí un idiota al ser el último en darme cuenta, el último en enterarme, quizás porque no quería darme cuenta o porque nunca me animé a preguntarle, pero cuando un día dijo “ah, sí, con Pao fuimos al cine el otro día…” y yo pregunté “¿Quién es Pao?”, la respuesta que obtuve “Paola, mi novia, ¿qué no te conté?” me terminó de desarmar el mundo. No, idiota. No me habías contado, porque eventualmente no soy nada en tu mundo, soy tu amigo pero no me contaste que desde hace seis meses que estás saliendo con “Pao”.

 

Ya todo daba igual en ese momento, ni siquiera Carla podía animarme, ella también sabía que mi amor platónico por Facundo no sería correspondido, y que sólo me quedaba olvidarlo, pero no podía, ¿cómo, si todos los días lo vería? ¿Cómo lo olvidaría si había sido él quien me había dado motivos para seguir viviendo, para disfrutar de la vida?

 

 Y ese año llegó, aunque me había olvidado que lo esperaba, llegó. Mi abuelo falleció.

 

Tan ensimismado en mi dolor por no ser correspondido, en mis reiteradas peleas con mis compañeros de clase y en casa, me había olvidado que mi abuelo hacía muchos meses que estaba mal de salud, y me sorprendió el recordarlo, el haberme prácticamente olvidado que me había jodido la vida, me había olvidado que tenía que verlo morir y disfrutar de ello.

 

Pero no lo disfruté y no me alegré, al contrario, me sentí peor. Ahora que ya no estaba, ahora que todo había terminado, me daba cuenta de que el viejo se había salido con la suya… yo no lo había acusado, no lo había mostrado al mundo como realmente era, se la había ganado... me había destruido la vida y todos lo verían como el mejor viejo de todos, el mejor hombre, el mejor abuelo. Ni mierda, era el peor.

 

Un día Facundo apareció en mi casa cuando yo no quería ni salir de la cama dado que no tenía razones para hacerlo, se presentó intentando animarme, diciéndome que no dejara que ese viejo de mierda me terminara de joder la vida, que, por más que no lo creyera, podría salir adelante. Confundido y sorprendido, me confesó que había sido Carla la que le había contado lo que me había pasado con mi abuelo, y que al enterarse que éste había fallecido había hablado con él para que me acompañara en mi dolor. Le contó mi más profundo secreto, ése que le había confesado con mis más profundos temores y sentimientos ocultos, ése que se suponía no tenía que decir a nadie. Y yo la maldije, por contar mi más profundo secreto, por sobre exponerme a la persona que amaba pero que no me amaba.

 

Sólo sirvió para ponerme peor, para recordarme lo poco que valía, porque ya no quería seguir viviendo. El viejo estaba muerto y feliz donde nadie lo culparía, la persona que amaba tenía alguien más a quien querer y la amiga que me quedaba me había traicionado. ¿Qué me quedaba? ¿La familia que nunca me había acogido, apoyado y amado?

 

Ya que no había podido decirle la verdad a Facundo, se la dije ese día que me fue a visitar, con mis palabras, con mis sentimientos y quizás con un poco más de calma. Le conté la verdad sobre mi abuelo y me instó a que le dijera la verdad a los demás, “¿para qué si el viejo ya está muerto? ¿Para qué abrir viejas heridas que nadie quiere ver o contar relatos que nadie quiere escuchar?” le pregunté, y ese fue el fin del tema, porque no me pudo responder.

 

En un acto desesperado, sintiendo que eso era lo único que me daría esperanza por seguir, me le declaré, le dije que él era la persona más maravillosa del mundo, que era noble, leal, compañero y el mejor amigo que alguien podía tener, que sus palabras eran el aire que necesitaba para respirar, que una sonrisa podía secarme las lágrimas y que una caricia de él podía relajarme a tal punto de ponerme a dormir aunque mi miedo por las pesadillas me atormentara. Le dije que sabía que no me correspondería nunca, pero que creía que era necesario que supiera la verdad. Y él dijo que estaba bien.

 

Ante esa respuesta, le pedí que me dejara solo y me hizo caso, quizás porque no se esperaba que le confesara algo así o porque simplemente sentía asco y no quería verme más la cara. Esa noche, a las nueve, me encerré en mi habitación y me volví a cortar. La letra inicial de su nombre.

 

Felicidad, felicidad, felicidad… ¿existes o eres solo una esperanza? ¿Qué se necesita para encontrarte? Tenía un mapa, pero me di cuenta de que era falso. Seguí pistas, pero me parecieron absurdas. Caminé muchos kilómetros, pero creo que solo fueron círculos. Y te llamé muchas veces, pero nunca me contestaste.

 

Al día siguiente me escapé de mi casa y aquí estoy. Llevo dos días y nadie me encuentra, aunque no sé si alguien me estará buscando. ¿Quién? ¿Facundo? ¿Carla? ¿Mi padrastro? ¿Mi madre? ¿Mi medio hermano? Yo sólo quiero que me busque la muerte y me encuentre de una vez.

 

Conocí el dolor y la alegría, la lealtad y la puñalada traicionera, el desinterés y la preocupación, la mentira y la verdad. Hoy las pongo en una balanza y miro quién pesa más, mientras me arremango la camisa de ambas manos y agarro firmemente mi navaja.

 

¿Tengo futuro? Ahora ya no.

 

Dicen que del amor no se muere, pero sí de la tristeza. Y hoy siento que estoy vacío, la tristeza que he ido ocultando con el paso de los años ha ido creciendo tanto que ya no ha dejado lugar en mí para nada más. Prefiero que me recuerden antes de seguir viviendo sin ningún sentido. Prefiero que me recuerden como el niño extraño que casi no hablaba, como el niño que nunca tuvo amigos en su infancia, como el adolescente raro que quizás sentía demasiado y malhumorado que no se aguantaba ninguna broma contra él, como el homosexual reprimido del colegio y que se enamoraba de todos, como el extraño chico que se la pasaba escribiendo, escuchando música o leyendo, ignorando al resto del mundo… pero que me recordaran. Y que al ver mi figura fantasmal en alguna fotografía se preguntaran ¿fue mi culpa? Y sí, quizás sí, pero solo un poco, porque la entera culpa es mía. Yo elegí esto, yo no detuve nada de lo que me pasó y por eso ahora estoy así. Ahora ya es demasiado tarde para pedir ayuda.

 

Mis lágrimas son muy saladas pero no tienen principio ni fin. Puedo descansar en paz, conocí la alegría, dos personas me enseñaron que es real, que es bonito sonreír, hablar de cosas absurdas y abrazar. Es bonito, pero no hay lugar para mí en el mundo estructurado. No hay lugar para alguien que no sabe hablar con las palabras, que sólo habla con la mirada, con los gestos o con un lápiz y un papel.

 

Miro la balanza y veo que el dolor es más pesado, y sonrío, aunque no me guste.

 

Y aunque por dentro siento miedo de hacerlo mal y sobrevivir, la navaja ahora se me hace muy ligera sobre mi garganta y parece fácil hacer un simple movimiento que recorra toda mi yugular.

 

Qué linda es la vida, porque la muerte es parte de ella. Por suerte, o por desgracia, nuestra vida tiene un fin y nadie es eterno, todos morimos de maneras diferentes, en circunstancias diferentes, y pensando en distintas cosas, sintiendo cosas diferentes. Si busco a la muerte, busco la vida, porque van de la mano.

 

Quizás hubiera tenido una oportunidad, pero prefiero seguir viviendo como un recuerdo, dentro de las personas que en verdad me quisieron y no como un cuerpo vacío.

 

No hay vida sin muerte y hay muerte sin vida.

 

No hay un “yo” sin “ti”.

Notas finales:

Raro, sí. Pero es lo que pasó, y es lo que hubiera pasado…


Tenía la necesidad de escribirlo, de sacarme ese peso de la espalda, porque solo dos personas se enteraron de lo que pasó, ahora son más, pero ahora me parece genial ese pequeño espacio de anonimato. Bueno, no escribí para que los demás se enteraran, de hecho, sólo escribí para decir que la vida está más allá de los que los ojos ven.


Si tú eres de los que como el protagonista (al que intencionalmente no le puse un nombre) guardan algo en su interior que no se han podido arrancar del alma, por experiencia sé que cuanto más lo dejas ahí adentro comienza a sacar raíces, y cuantas más raíces tenga, más doloroso será arrancarlo. Si no lo arrancas se adueña de ti, y cuando lo haga, no podrás olvidarlo.


Mi consejo es, déjate ayudar, déjate querer si quieres ayudar y querer. No te encierres en una caja, que algún día el viento puede ser demasiado fuerte y te la alejará de ti, muy lejos de tu alcance, quizás más lejos de lo que tus pies puedan caminar.


Gracias por leer, espero que no les haya aburrido.


Auf wiedersehen.


- Reeditado y corregido el 09 de enero del 2011 gracias a Arukxa


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).