Las almohadas no saben de acolchar lujurias ni las sábanas de arropar pasiones. Los dos caemos…
Bebe de mi boca, como yo apuro de la tuya la ambigüedad que me cede. Y es que no puedo evitar obedecer las impías obligaciones del corazón. No soy más que un muñeco encadenado al dolor que causa esta incertidumbre.
Picarona, una mano dibuja el contorno de mi cuerpo con su yema. La otra profana mi única prenda y, sabiendo lo fácil que le es excitarme, persiste dentro. El espacio me empieza a apremiar, lo notas y terminas de desnudarme entero.
Entonces empiezas tú. Te quitas la camiseta, dejándome ver el más fornido cuerpo que nunca he visto. Tan trabajado el tórax como el abdomen. Adiós al pantalón y más musculosas piernas. Y cuando ya te despides de todo rastro de tejido, busco entre la cintura la única forma de adaptarme a ti. Sólo puedo darte placer, porque parece que mi amor no vale nada.
Tus labios espían cada rincón de mí. Inconsciente, mi garganta olvida oprimir un agudo desliz. Tu lengua siembra campos ígneos por mi piel. Quema, arrasa, resbala y asciende a mi pecho. Siempre tengo miedo de que me absorbas cada sentimiento del latiente.
Instinto o costumbre, no me importa por qué, me abro de piernas. Dos dedos piden permiso. Nunca te diría que no. Ni podría, ni querría, ni sabría… Síntoma de cariño tuyo entra por mis puertas de sumisión.
La sodomía hace tiempo que se hizo leve, el daño mío vive donde yo respiro. Te inclinas a mí, apresándome con todo tu ser. Robándome el aire en cada vaivén de tu pubis. Aceleras el movimiento. Rápido el ritmo, lento el tiempo. Me excitas sólo con acariciarme el rostro con suaves vaharinas.
Tu mentón en mis hombros. Me susurras al oído placeres. Fervores ilimitados que sucumben por tu boca.
Oscilas con brusquedad. Esto me adolece un poco, pero nada que no pueda aguantar. Te siento ardiente y estoico. Tan firme tú y a su vez yo tan quebrantable en gemidos. No pasa nada, soy tuyo, ¿no? No importa lo frágil que sea, en tus brazos me siento amparado...
No tengo más que la pizca de voluntad para cruzar los brazos en tu espalda y atraerte. Pedir más de todo lo que a ti te guste. Tu respiración se fatiga con violentas aspiraciones entre los labios. Me gusta tu gesto cuando me dice que estas disfrutando.
En una última estocada desbocas el gozo y lo expandes por todo interior; tanto tuyo como mío. Yo agonizo, pensando que hay algo mejor que este orgasmo. Saber que puedes sentir algo por mí, saber que me quieres. Aún no lo he llegado a averiguar.
¿Sólo soy sexo? Me pregunto eso…¿Qué soy? Si tu hijo, tu amor, o puede que las dos… Quizás la siguiente vez dé con tus pensamientos inscritos en acciones. Mientras, me relamo los dedos, dependiente de cuestiones sin responder, rogándote que me dejes buscar restos de cariño, pidiéndote por favor: "Házmelo otra vez, padre…"