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Comparaciones por chibiichigo

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Notas del fanfic:

Disclaimer: M. Kishimoto. 

 

Notas del capitulo:

Pues, algunas veces cuando me aburro, me dirijo a la sección de desafíos y leo algunas cosas. Anoche, mientras esperaba a tener más energía en mi Cityville (sí, tengo un fuerte problema de adicción a ese maldito juego), me encontré uno que pedía, sin especificar, un Shino/Kiba. Y he aquí. 

Esto distrajo un poco mis inútiles esfuerzos por seguir escribiendo QUB, y me alejó de la cabeza otra cosa que se me ocurrió y que, si todo sale bien, verán pronto por acá. 

 

Espero que les guste.

Comparaciones

Por: chibiichigo

 

El mundo no era más que la eterna e implacable lucha entre presas y depredadores. Así lo corroboraba su conocimiento sobre la flora y la fauna, que competían y se superponían constantemente para demostrar su supremacía frente a sus rivales.

La Naturaleza era sabia, aquello no lo pondría en tela de juicio, pero ante todo, era ingeniosa y elucubraba sus planes con milimétrica precisión. Por ello había plantas de llamativos colores que comían insectos en vez de efectuar la fotosíntesis, reptiles que se mimetizaban con su ambiente para escapar del peligro y arañas que tejían complejas redes para obtener su alimento.

Sin lugar a dudas, entre la vastedad de magníficas creaciones que existían en el bosque y en la aldea, los seres humanos figuraban poco menos que las partículas de polvo. Esos repelentes y mezquinos entes que se esforzaban por creer que todo lo dominaban, y que vivían por el malsano placer de construir y destruir lo que cruzaba por su camino, en lugar de aceptar que eran parte de algo más grande que ellos y que no comprendían más que un pequeñísimo engranaje en la composición del universo.

Dejó salir un suspiro mientras meditaba. Algunas veces se avergonzaba de pertenecer a la misma especie que el resto, aunque se consolaba en la idea de pertenecer a una clase diferente que la mayoría. Era obvio que él veía las cosas distintas al resto, y no necesariamente por tener lentes con un cristal más oscuro.

Tras jactarse un poco de su condición, regresó a sus cavilaciones.

Si había de ser totalmente sincero, cuando por accidente u ocio fijaba su atención en las personas, podía ver en ellos algún rasgo dominante de otra criatura. Como si, inconscientemente, hubiesen adoptado características de distintos animales para relacionarse en una sociedad tan variopinta como extraña. Y vivir, con ello, en un entorno parecido a un zoológico, donde comer o ser comido eran, si bien más metafóricos, factores bastante latentes.

Sus compañeros de la Academia, y ahora colegas shinobis, eran quienes habían abierto sus ojos a esa comparación. Entre ellos, todo se tornaba tan salvaje como si se tratase de hormigas rojas gigantes intentando defender su territorio de alguna alimaña. Eran, pese a sus modales y sus códigos sociales, bastante más primitivos de lo que podían imaginarse.

Naruto, lo más probable por la bestia que vivía dentro de él, era la versión humana de un zorro inquieto, incapaz de seguir órdenes y obstinado en lo que quería. Su gran temple se veía opacado por su torpeza en ocasiones, o por el atropellamiento con que llevaba a cabo ciertas tareas que no exigían su mayor esfuerzo. Tal cual, una cría de zorro, algo torpe y carente de enseñanza adecuada, pero un digno rival para cualquiera que se le pusiese enfrente.

 Shikamaru era, a todas luces, un oso perezoso que nunca deseaba moverse y que aspiraba a poco. Para el de coleta, si algo no superaba el umbral de su curiosidad, el magistral ciclo de sus pensamientos no despertaría y se sumiría en la misma rutina, sin sorpresas ni sobresaltos que tanto le gustaba.

Ino y Sakura eran papagayos, o cotorras que no paraban de hablar o de ondear sus plumajes exóticos para envidia de la otra. Se picoteaban por cualquier motivo fatuo y no dudaban en pararse el cuello cada vez que su compañera tenía un desliz.  Esas dos mujeres eran totalmente opuestas a Hinata, que había optado por desempeñar el papel de una tortuga. Su enorme caparazón de timidez le servía, primordialmente, para ocultarse del mundo y no verse en la necesidad de enfrentarlo más que cuando las cosas parecían apacibles y aptas para su funcionamiento social. Con esto no decía que su compañera fuese inepta en el campo de lucha, ya que como ninja, si bien era recatada, tenía un potencial asombroso.

Y,  bueno, como a él le gustaba cerrar sus pensamientos con broche de oro, había reservado el carácter indomable de su compañero de equipo para el final. Así podría detenerse en sus cualidades más representativas sin hacer brincar su pensamiento. Kiba era, como su apellido sugería vehemente, un perro que habitaba en el cuerpo de un hombre. Saltarín, leal, impertinente y siempre dispuesto a la acción, el castaño no podía ser algo más opuesto a él, ni atraerlo más de lo que ya lo hacía.

Disfrutaba todo al máximo, así fuese únicamente un día de campo o una pelea donde podía perder la vida y algunas partes de su anatomía. Era apasionado en exceso, impulsivo e impertinente en ocasiones. Le parecía extrañamente dulce cada vez que abría sus ojos para pedir ayuda, o cuando se rascaba desfachatadamente la cabeza cuando aceptaba una equivocación. Era, al igual que el animal al que se semejaba, una deslumbrante representación de simpatía.

Su humor, canino por excelencia, solía permanecer en un estado de dicha pre-orgásmica, sólo para cambiar drásticamente a una tristeza cercana a la depresión o un periodo de furia  rabiosa y violenta que lo orillaba a explotar sin previo aviso. Vamos, que era incluso más elocuente que el mismísimo Akamaru para dar a entender su postura frente a todo. Aquello le gustaba, aunque le parecía extraño y algo que él, con su parca manera de ser, jamás lograría. Era refrescante ver cómo Kiba estallaba en risas o desarrollaba un instinto protector ante la primera amenaza.

Pero, sin duda, lo que más le gustaba del   Inuzuka era  su innata transparencia.

No  era algo de lo que el chico de la capucha estuviese plenamente consciente, aunque se declaraba abiertamente en contra de los engaños, pero la angustia que le generaba decir algo que no fuese la verdad se trasminaba irremediablemente a su rostro. Era entonces cuando un brillo inusual en su mirada expresaba la insalvable necesidad de reivindicación, que él estaba siempre gustoso en proporcionarle. Aquel acto reflejo era tan superior a él que, para evitar la sensación de tener una piedra en su estómago y un hoyo en la garganta, se limitaba a callar, o desvelaba con prontitud el dato omitido y corría con cualquiera que estuviese lo suficientemente cerca como para otorgarle afecto y un par de caricias en la cabeza. El exacto reflejo de un perro, sin más.

Era debido a aquellas cualidades que  nunca había tenido problemas en entender la manera en que pensaba el Inuzuka, con total ingenuidad y algo tosco ante lo que le parecía ajeno. No obstante, conocía tan bien como la palma de su mano, tal vez debido a que era mucho más receptivo que la media poblacional de Konoha, la inclinación sexual del chico. Siempre lo había sabido, del mismo modo en que se había percatado de la atracción malsana que sentía el castaño por él. Era por demás evidente que Kiba movía su inexistente cola por él, y si había de ser sincero, no dudaba que se supiese correspondido. El hombre era excesivamente intuitivo, como ya había mencionado.

Sin embargo, él no era una persona de acción. Gustaba de analizar y estudiar cada uno de sus movimientos, como si fuese una partida de ajedrez o el simple acto de caza de una presa.  Sabía que debía ser cauteloso y medir bien los pasos que debía dar. Porque él quería estar con ese hombre, pero, conociendo la naturaleza impulsiva del otro, temía echar las cosas a perder.

Era indispensable que eso no ocurriese.

Debía ser paciente, y entender la manera de acercarse a ese castaño sin  que, de pronto, lo odiase. Finalmente, a ningún perro le atraen los insectos más que para ladrar y entretenerse un rato, y eso le generaba un resquemor y unas ansias enfermizas. Era ése el motivo por el cual había optado por esperar. Era por eso que él era una araña, un brillante insecto que urde todo, para poder esperar el mejor momento.

Él tendría a ese perro, y ya se encargaría de no dejarlo ir.

Pero, todo a su debido tiempo.

Notas finales:

Espero que les haya gustado aunque sea un poco, y que me hagan acreedora a robarles un minuto de su tiempo para un review. 

Lamento si algo estuvo OoC, pero no me siento instruida en esta pareja en particular. 

Buen día y muchos besos,

c.


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