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Tercera Llamada por Cassandra_de_Piscis

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Notas del fanfic:

Los personajes pertenecen a Masami Kurumada, con excepción de aquellos que se aclaren como personaje original. Este fic fue escrito sin fines de lucro ni comercialización; sólo por diversión y mera entretención.

 

Pareja Principal: Kanon x Aiolia

Parejas Secundaria: Saga x Aiolos, Radamanthys x Aphrodite, DeathMask x Shura, Aiolia x Milo.

(Conforme se desarrolle la historia, anotaré más parejas. No quiero dar mucho spoiler)


Este fic está dedicado, con todo mi cariño, a Miizah, Cybe y Sofi. No saben lo mucho que valoro su amistad y su apoyo en cada una de las historias que publico. ¡Las quiero mucho, mucho, lindas!

Notas del capitulo:

Aclaraciones del Capítulo:

1.- En el ámbito de las artes escénicas, desearle "buena suerte" a alguien, es lo peor que se puede hacer, porque según la superstición, sucede todo lo contrario. Así que si deseas, que le vaya bien a alguien en el escenario, debes decirle frases como: Rómpete una pierna, o Mierda. Estas expresiones son usadas en este capítulo.


2.- Variación: Es un solo dancístico. Para mujer o para varón. Usualmente son coreografías de un alto grado de complejidad.


3.- El Grand Prix de Laussane en realidad existe. Es la competencia más prestigiosa, para jóvenes promesas del ballet. Participan estudiantes de todo el mundo, de 15 a 18 años de edad.


4.- La compañía de ballet de Grecia, no tiene más 30 años de haber sido fundada. Pero para fines de esta historia, yo situé su fundación, hace unos 150 años.


5.- La jerarquía y organización de la compañía de danza, de esta historia, está basada en la Compañía de Ballet de la Opera de París.


Advertencias:


* Ninguna en este capítulo.

 

 

 

Era temprano por la mañana, cuando atravesé el lobby del teatro, como tantas veces había hecho en mi vida. Pero, ese día era distinto, pues sería, el que determinaría el curso  que habría de seguir. 

 

Llevaba colgando de mi hombro izquierdo, una maleta deportiva, en color negro, grande, pesada. En varias ocasiones, mis padres mencionaron, que parecía que mi hermano  y yo, cargábamos nuestra vida entera en esos bolsos. No se equivocaban.

 

-Kalimera, Aiolia – me saludó, el enorme y corpulento encargado de la seguridad del lugar.

 

-Buenos días, Iván. Supongo que debo entregarte esto. – dije mientras le extendía una carpeta azul, que contenía mi curriculum impreso,  y una fotografía mía, en tamaño carta.

 

Tomó los papeles, hizo algunas anotaciones en una lista, y me entregó dos cuadros de tela, pequeños, con un número impreso.

 

-Debes sujetarlos, con los alfileres de seguridad, sobre  tu pecho, del lado derecho, y al costado de tu cadera en el lado izquierdo.

 

-Dieciocho, uno más y sería mi edad – inspeccioné los alfileres, asegurándome que estuvieran en buen estado – ¿Es el total de aspirantes, varones, que se han presentado?, o, ¿has entregado los números al azar?

 

-Son el total. – respondió, y me miró por unos segundos – Aiolia, tú no tendrías que estar aquí, deberías tener un lugar, ya asegurado.

 

-Sabes que, quien desea pertenecer a la compañía, tiene que audicionar, y no hay vuelta de hoja.

 

-Pero tu medalla de plata, ¿no cuenta?

 

Sonreí ante la mención de tal presea. A los 16 años gané el segundo lugar, en el Grand Prix de Laussane,, pero no es suficiente para asegurarte un contrato. Si hubiera ganado oro, como mi hermano hizo, varios años antes que yo, entonces las puertas estarían abiertas de par en par, pero no fue así.

 

-No, Ivan. No cuenta para nada, más que para llenar un renglón más en mi currícula. – le di unas palmadas en la espalda.

 

Ese hombre me conocía desde los cinco años, mucho antes de ingresar a la escuela de la compañía, cuando mi hermano Aiolos cursaba el primer año de la carrera de ejecutante.

 

-Bien, voy adentro – hice un gesto con mi cabeza, hacia la sala del teatro – Me prepararé y calentaré un poco.

 

-Rómpete una pierna. – me dijo con sincero afecto.

 

-Gracias.

 

 

Entré, sin prisa, aun había tiempo de sobra. Las luces de la sala estaban encendidas a mediana intensidad, el escenario estaba totalmente a oscuras, pero pude distinguir las barras que ya habían sido colocadas en el perímetro del foro. Sentí un nudo en el estómago, mi hermano me había informado bien, la audición tendría lugar en el escenario.

 

Descendí los escalones del pasillo central, miré a un lado y otro buscando rostros familiares. En esta ocasión, muchos de los aspirantes venían del extranjero, y éramos pocos los recién graduados de la escuela local, quienes decidimos intentar, obtener un lugar entre la “realeza” del teatro nacional.

 

-¡Aiolia! ¡Por acá!

 

Desde la tercera fila de butacas, Milo, mi mejor amigo, – desde que inicié mis estudios-  me llamaba a los gritos y saludaba efusivamente con su brazo levantado. Su cabello largo y azul, estaba recogido pulcramente, en una cola de caballo. Usualmente salvaje, lo había aplacado, con spray y gel fijador.

 

Me acerqué a él, sin apresurarme. Cuando llegué a su lado, me topé con el usual desorden, que dejaba siempre a su paso. Puedo asegurar, que más de la mitad de sus pertenencias estaban esparcidas, entre las primeras cinco butacas y el pasillo lateral de la izquierda. Vendas elásticas, vendas de tela, una fajilla con tirantes para proteger la zona lumbar. Un tubo de gilocaína en spray, para adormecer y mitigar el dolor en los pies, provocado, por las ampollas, y quemaduras por fricción, un ungüento para dolores musculares. Una bolsa con cristales de brea, dos pares de mallas y dos de zapatillas, sin estrenar, perfectamente empacadas en sus bolsas plásticas. Todo esto fue lo que encontré a mi paso.

 

-¿Qué hay, Milo?

 

-Creí que te habías arrepentido – me dijo, al tiempo que me daba un fuerte abrazo.

 

-Jamás. Uno de esos contratos, ya tiene mi nombre impreso.

 

-Tanta seguridad. – sonrió, y se apartó unos pasos, para comenzar a dar pequeños saltos y mover su cabeza, lentamente en círculos amplios.

 

Ya se había quitado los pantalones de su conjunto deportivo, dejando ver las gruesas, pero finas mallas, de color negro, que se ajustaban a la perfección, a sus musculosas, y largas piernas. La chaqueta, aun la conservaba, cerrada hasta el cuello. Llevaba, todavía, sus carísimos sneakers*, negro y rojo, que tanto le gustaba presumir. 

 

Lo observé por unos segundos, mientras colocaba mi maleta sobre una de las butacas. Aparentaba tranquilidad, pero a mi no podía engañarme, estaba sumamente nervioso.

 

-¿Corres, conmigo?

 

-Seguro, dame un momento. – me saqué la chaqueta. Conforme la mañana avanzaba, el calor aumentaba, y me sentí más cómodo, sólo con mi ajustada camiseta blanca, sin mangas.

 

Estiré los músculos de la espalda y los brazos. Milo dejó de saltar, colocó sus puños contra la parte posterior de su cintura, arqueó un poco la espalda, para estirar la zona lumbar.  Juntos nos dirigimos al pasillo central, y comenzamos el calentamiento. Nos unimos a otros aspirantes, hombres y mujeres, que trotaban, arriba, abajo, por las escaleras, aumentando la velocidad, cada vez.

 

Después de unos quince minutos, regresamos al pasillo lateral, evadiendo el tiradero de Milo.  Con los músculos calientes, era hora de estiramientos más intensos.

 

Me senté en el suelo del pasillo, para hacer “mariposas”. Una planta del pie contra la otra, espalda en perfecta vertical, manos sujetando tobillos; y comienzas a mover tus piernas arriba y abajo, precisamente como las alas de una mariposa, de ahí el nombre. A estas alturas, hago el movimiento, sólo para calentar los músculos, pues poseo la elasticidad ideal, mis muslos y rodillas descansan en paralelo sobre el piso, sin esfuerzo alguno.

 

Sonreí al recordar, que fue lo primero que aprendí a hacer, el día que inicié mis estudios, a los 4 años. Aunque el recuerdo se torna agridulce, cuando recreas la imagen, del maestro parado sobre tus muslos, para hacerlos bajar hasta el piso; y el dolor.

 

Desvié mi atención hacia, Milo. De pie, con la espalda muy recta, y sujetándose, del respaldo de una butaca, realizaba un movimiento de vaivén, con la pierna derecha, flexionada, y a una altura de noventa grados. Mientras hacía un muelléo con la pierna de apoyo, para terminar lanzando con fuerza, la pierna de trabajo, totalmente estirada, libre, hasta prácticamente tocar su oreja del lado derecho. Repitió varias veces el movimiento y luego cambió al lado izquierdo.

 

Después de relajar las ingles y la  espalda con las mariposas,  aun sentado, estiré la piernas y  las separé a los costados. Incliné el torso ligeramente hacia delante, y apoyé las manos en el suelo, para mantener el equilibrio, ya que mis extremidades inferiores, formaban una perfecta línea recta, de  la punta de un pie al otro.

 

-¿Me ayudas?

 

-Si

 

No era necesario decirle que hacer, conocemos la rutina, al derecho y al revés. Incliné el torso, aun más hacia delante, y Milo se apoyó sobre mi espalda, me empujó despacio, hasta hacerme descender hasta el piso frente a mi. Entrelacé mis manos y apoyé mi cabeza sobre ellas. La sensación de todas las fibras musculares, al estirarse al mismo tiempo, es muy placentera.

 

Así,  nos ayudamos mutuamente, para continuar con el estiramiento, un rato más. 

 

Cuando faltaron diez minutos para que diera inicio la audición, terminé de prepararme. Me quité los pantalones, llevaba unas mallas iguales a las de Milo, pero en color azul marino. Me calcé las zapatillas, del mismo color. Me aseguré que estuvieran, firmemente sujetas con los elásticos cruzados por encima del empeine. Sin calentadores, sin cinturón, si nada extra, como indicaba el reglamento de la audición.

 

Coloqué los números, como Iván me había señalado, y esperé, en movimiento para que mi cuerpo no se enfriara.

 

Al  poco tiempo, Milo me hizo señas, para que volteara, justo en el momento que los sinodales, entraban a la sala. Entre ellos se encontraban el director de la compañía, y el regisseur. En mayor parte, de ellos dependía si ingresabas a la institución o no.

 

Milo y yo nos volteamos a ver, y como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, exhalamos, con los nervios a punto de apoderarse de nosotros, por completo.

 

La maestra que dirigiría la audición, apareció  en un costado del escenario, y nos habló, con voz autoritaria. La acompañaba una joven de cabellos lila, que sostenía unos libros; supuse, eran las partituras para acompañar los ejercicios, que ejecutaríamos.

 

-Bailarines, acérquense. - Era una mujer, de cabello verdoso, aparentaba estar en sus tardíos treintas, pero en esta profesión la apariencia es engañosa. En completo silencio, todos los aspirantes, la obedecimos de inmediato  – Deberán colocarse, por orden numérico, en las barras, de cinco en cinco; dos de un lado, tres del otro.  En las etapas de centro y allegro, veremos primero a las damas, y luego a los varones.

 

Nos acercamos a la escalera lateral del foro, se podía sentir la tensión en el ambiente, de reojo, nos analizábamos unos a otros. La guerra había comenzado, era matar o morir. Alcanzar tu sueño, o salir de ahí humillado, encabronado contigo mismo y conteniendo las lágrimas hasta un lugar seguro, en donde nadie te viera, y poder dar rienda suelta a tu frustración y desencanto.

 

-Mucha mierda, Aiolia – dijo Milo, y me apretó el hombro.

 

-Mierda, para ti también.

 

Buscamos nuestro lugar en las barras, como se nos había indicado. Milo quedó siete lugares antes que yo. Junto a mi, estaba uno de mis compañeros de  generación de la escuela.

 

-Me matan los nervios.

 

-Calma Argol,  lo harás bien. – contesté en un murmullo, y le di una pequeña palmada sobre su mano, para tratar de darle seguridad.

 

Todos nos movíamos, en parte para no perder lo logrado con el calentamiento, y en parte para canalizar nuestras ansiedades. Las mujeres, parecían maniáticas, subiendo y bajando de las puntas.

 

La maestra se colocó en el centro del escenario, y nuevamente se dirigió a nosotros.

 

- Soy maître Shaina, imparto la clase de técnica clásica en la compañía. – nos observaba detenidamente, al igual que los sinodales. La evaluación había comenzado desde que pusimos un pie en el escenario.- Marcaré los ejercicios, si tienen dudas, pregunten. La maestra Saori nos acompañará en el piano.

 

Siguiendo el protocolo, la maestra le hizo una pequeña reverencia a la pianista, y esta correspondió el gesto, con un leve movimiento de cabeza. Con más de un siglo de existencia, el Ballet del Teatro Nacional de Grecia, mantenía sus férreas tradiciones y jerarquías. 

 

-Antes de iniciar, el director les dirigirá unas palabras y pasaremos lista, si hay algún error en sus nombres, nos avisan, para hacer la corrección pertinente.

 

La maître se retiró a un costado del escenario, fue hacia el piano, a dialogar con la joven pianista.

El director se levantó, seguido por las miradas de los otros tres sinodales.

 

-Bienvenidos, jóvenes bailarines. Supongo, que ya saben quien soy, pero aun así me presento,  soy  Hades Arvanitis, director del glorioso Ballet del Teatro Nacional. –  Ex bailarín de unos cuarenta años. Su porte era elegante, parecía un príncipe; hablaba pausadamente, con la seguridad de alguien que sabe, tiene poder absoluto, y está acostumbrado a mandar, y a ser obedecido. – El resultado de esta audición es inapelable, así, que no quiero llantos, ruegos, ni dramas, todo eso a otro lado. – dijo tronando los dedos – Porque aquí, para lo único que les servirá, es para causar lástima. Busco bailarines profesionales, con los cojones bien puestos. No, nenitas chillonas. Y, con todo respeto, eso va también para ustedes, señoritas.

 

El sinodal a su izquierda, le pasó una carpeta con unos papeles en su interior.

 

-Bien, empecemos con la lista.

 

Fue nombrando uno a uno a los aspirantes, algunos nombres los reconocí, los otros eran extranjeros, muchos casi impronunciables.

 

-Milo Cristophelis –

 

Voltee a verlo. Estaba erguido, tenso, su respiración era profunda, acompasada, miraba a la mesa de sinodales, sin expresión alguna en el rostro, justo como nos habían enseñado en la escuela. No trates de agradar, ni de causar empatía. Tampoco trates de intimidar, ni de parecer confiado y arrogante. No te muestres asustado, ni inseguro, o lo habrás perdido todo, incluso antes de demostrar lo que sabes, y puedes hacer. Neutro, contesta lo que se te pregunta, y nada más.

 

-¿Está bien su nombre?

 

-Si, señor.

 

-Bien, rómpase una pierna, y haga su mejor esfuerzo.

 

-Gracias, señor.

 

Cuando la atención se desvió al siguiente aspirante, Milo parpadeó varias veces, y exhaló notoriamente. Le sonreí, para darle a entender que lo había hecho bien, y él me contestó con un guiño, y una pequeña mueca de alivio.

 

Al fin mi turno llegó.

 

-Aiolia Vlahakis – apenas terminó de pronunciar mi apellido, cuando todas las miradas, ya estaban puestas en mi,. Justo, como no quería que sucediera.

 

-Eres el hermano menor de Aiolos – dijo el regisseur.

 

-Si, señor.

 

Murmullos a mi alrededor, todos sobre la vida profesional, y académica de mi hermano. Si, mi hermano era medallista de oro, del Grand Prix de Laussane. Si, a sus 26 años era primer bailarín de la compañía, y estaba a punto de lograr ser promovido a “Etoile”, y convertirse en una leyenda viviente.

 

-Ya veremos, si el talento, también le llegó a usted. – dijo el director y continuó con la revisión de nombres.

 

No contesté, aunque me sentí ofendido por el comentario. Mi orgullo me exigía a gritos, que hablara, y que le dijera que, mi talento era igual o mayor al de mi hermano; que podía demostrárselos en el momento que quisieran. Pero me contuve, me mordí la lengua, para hacerme callar, y a mi espalda apreté los puños, con gran enojo.

 

Milo me miraba, disimuladamente negaba con su cabeza, para que no hablara. Él mejor que nadie, sabe lo mucho que detesto ser comparado con mi hermano mayor. Yo, soy yo, soy diferente a él, pero soy igual de bueno, o mejor.

 

Hice un gesto, para tranquilizar a mi amigo, demostraría mi valía, y mis capacidades, en el territorio que bien conocía, y le callaría la boca a cualquiera, que dudara de mi talento.

 

Hades, terminó de pasar lista, volvió a examinarnos, le comentó algo al regisseur, pero se cubrió la boca con la carpeta, para que no pudiéramos adivinar lo dicho.

 

-Maestra, puede empezar. Mierda a todos. - el director dio la autorización.

 

 

Maître Shaina, regresó al centro del escenario y comenzó a marcar y dictar el primer ejercicio.

 

-Empezamos, fácil. Frente a la barra. Demi plié, estiro, demi-plié, estiro. Boto empeines, estiro a relevé. Bajo. Tendu a la seconde. En ocho tiempos. Y repito todo, en segunda posición, y dos veces en quinta, primero a la derecha, y luego a la izquierda.

 

Con esa simple combinación de movimientos, inició una largo proceso. La audición técnica, se dividió como una clase normal de ballet, barra, centro – con especial atención en el adagio – y  allegro. Duró dos horas, y con cada minuto que transcurría se nos exigía más y más. Las combinaciones se hicieron extraordinariamente complejas. Algunos ejercicios poseían un tiempo lento, pausado, para demostrar que tanto control corporal y fuerza has desarrollado con el entrenamiento, en cada músculo de tu cuerpo; y otros, en especial los saltos, eran abrumadoramente rápidos, y así mostrar tu dinamismo y lo ágil que tus extremidades inferiores se han vuelto, demostrarle al mundo que has aprendido a volar, sin alas.

 

 Los sinodales, observan, juzgan, critican; fríos, distantes, sin piedad. Buscan aquel ejecutante que pese al enorme esfuerzo que requiere bailar, no lo demuestre, pues la gente no paga para ver como te esfuerzas, sino para que les hagas creer, que es fácil, que pueden bailar igual que tú, con sólo levantarse del asiento. 

 

Al terminar una secuencia de movimientos, siguiendo  una de las diagonales del escenario rectangular, la maestra me miró de reojo, y no se si medio ha sonreído, o hizo una mueca de desaprobación. Me hizo dudar. ¿Lo he hecho bien?, ¿lo hice mal? ¿Qué es lo que esta mujer quiere?

 

Jugaba psicológicamente conmigo, con todos nosotros, para averiguar que tanta presión somos capaces de aguantar. Algunos comenzaron a ceder, cometieron errores, que tal vez, les cuesten el puesto.

 

Caminé por el perímetro del escenario, para no estorbar las ejecuciones que otros realizan, Milo está entre ellos. Se veía tan seguro, con aplomo bailaba, se impulsó para saltar y ejecutar un perfecto tour en l’air de seis giros, para caer sin hacer ruido alguno; continuar sin detenerse, para hacer una pirouette triple. Al terminar hizo un remate, ligero, pero altivo con su cabeza; un movimiento muy suyo, que desde niño ha hecho en clase y en funciones.

 

Esto me hizo sonreír un poco, y me olvidé por un segundo  de la presión. Mi amigo se sabe hermoso, perfecto, y sobre todo, sabe que posee una técnica impecable. De corazón espero que obtenga un lugar en la compañía.

 

Es entonces que caí en cuenta, que nunca nos dijeron cuantas plazas estaban disponibles. ¿Cuántos bailarines necesitan?. ¿Cuántos varones, cuantas mujeres?. ¿Y en que rango de la jerarquía dancística?

 

Una oleada de nervios, me invadió, pero para mi fortuna, la audición técnica había terminado. Todos nos ubicamos en el centro del escenario, buscando un espacio, y al mismo tiempo, hicimos la tradicional reverencia con la que finaliza una clase; para agradecer a los sinodales por prestarnos su atención, dar gracias a la pianista por acompañarnos con su música, y agradecer a la maestra por haber conducido la audición.

 

-Terminamos con la primera etapa, gracias jóvenes. – fue lo único que comentó el director.

 

Los sinodales restantes se levantaron, la maestra, y la pianista se les unieron, y dejaron la sala, hablando entre ellos, nos ignoraron por completo.

 

Dieron media hora para descansar y relajarnos, antes de iniciar la revisión médica.

 

Milo y yo fuimos por nuestra pertenencias. Al llegar al pasillo lateral, me dejé caer, en una de las butacas. Bebí hasta la última gota del agua que llevaba en una botella, en mi mochila, mientras él metía todo en su maleta

 

-Estuviste muy bien, buenos saltos, buen equilibrio. – me dijo, mientras destapaba una botella de agua.

 

-Y tus giros fueron perfectos, te odio – rió con ganas ante mi comentario.

 

- Son mi fuerte – se colgó la mochila al hombro, y me instó a que hiciera lo mismo – Vamos, hay que darnos una ducha y cambiarnos; o el “doc” que haga la revisión caerá muerto, por la peste.

 

-¡¿Qué te pasa?! – le dije con falsa indignación – Yo no apesto…

 

-Si, seguro hueles a flores, después de sudar como cerdo durante dos horas.

 

Le di tremendo zape, y no pude evitar reírme ante su expresión.

 

-Cabrón… me las vas apagar al rato.

 

Seguimos con nuestras estupideces, mientras subíamos los escalones; pero con cada paso, podía sentir sobre mi, algunas miradas fugaces, lo que me hizo sentir incómodo.

 

-Miran hacia acá, ¿verdad?

 

-Si – levantó la mano y saludó, entre alegre y burlón.

 

-¡Milo! – le reclamé con los dientes apretados, y bajé su mano de un jalón- ¡No hagas eso!

 

-¿Qué? – se hizo el inocente – De todas formas, hablarán. Más de ti, que de mi, claro. El hermano del dios de la danza…

 

-Idiota.

 

Soltó una sonora carcajada, que llamó aun más la atención. Yo aceleré el paso y salí de la sala, molesto por su acto infantil.

 

Bajé las escaleras, hasta el sótano del teatro, en donde estaban el servicio médico, y un baño muy grande, con vestidores.

 

Milo, en compañía de Argol, me dieron alcance justo al llegar al final de los escalones.

 

-No estás enojado, ¿verdad? – Milo, pasó su brazo alrededor de mi cuello.

 

-No, pero, no vuelvas a hacer algo así, cuando estás conmigo. – lo miré seriamente – Me purga.

 

-Si, si, ya. – le restó importancia al asunto. – Bueno, Argol, me contabas como te sentiste.

 

-En general bien,  solo en las diagonales, me sentía pesado, como un pinche hipopótamo.

 

-Yo sentí que tenía las piernas trabadas, no subían hasta donde quería – comenté.

 

Cuando entramos al vestidor, escuchamos unas risas y varias voces.

 

-¿Te fijaste en el cinco? Con el pinche cuello como el de una tortuga… -comentaba un joven alto, de cabello azul y piel bronceada, recargado  de espaldas en uno de los lavabos.- En serio, ¿cree que se quedará?

 

-Y, ¿qué me dices de la catorce? Con las patas tan flacas, que parecía bailar de manos. –  agregó otro joven, que se miraba en el espejo de los lavabos,  mientras sujetaba su cabello celeste en una alta cola de caballo. – Seguro no entra, es pésima.

 

Había un tercero, que rió con ganas, un rubio, de ojos dorados, mucho más alto que los otros dos.

 

-Caballeros, podemos estar tranquilos, salvo por dos o tres, nin… - se interrumpió al notar nuestra presencia.

 

Los reconocí de inmediato, Milo y Argol, también los conocían. Eran miembros de la compañía, Aphrodite, Stephano, quien era conocido “cariñosamente”, en la compañía, como DeathMask, y Radamanthys,. Solistas y primer solista, respectivamente, cuyas carreras ascendían con rapidez. Sin disimulo, nos miraron de pies a cabeza, con aire superior, ellos ya eran parte de la elite, a la que nosotros deseábamos pertenecer.

 

Sus comentarios burlones y crueles, me molestaron, pero no tenía cara para hacer algún reclamo. Ninguno de nosotros podía, pues por lo menos en una ocasión, nos habíamos expresado de la misma manera. En un mundo donde la perfección, es exigida, criticas sin piedad los defectos, sobre todo los propios. Comentarios como esos, siempre te afectarán, pero aprendes a disimular, y a no tomarlos tan en serio; haces eso, o mejor desertas y te dedicas a otra cosa.

 

-¿Cómo les va,  a los recién graduados?

 

-Bien, gracias, Radamanthys. – Argol contestó, ligeramente intimidado.

 

Nos conocían, en varias ocasiones bailamos con ellos, cuando la compañía requería de la participación de los alumnos de la escuela.

 

-No estuvieron tan mal, ¿verdad, Aphro? – comentó DM.

 

-Tienen buena técnica, buen porte, se ven bellos en el escenario -  se acercó una vez que terminó de peinarse. -Tu hermano está feliz, con la forma en que te desempeñaste en la clase…

 

-¿Aiolos, está aquí?

 

-Seguro, Saga y él estaban con nosotros en el segundo piso del teatro, criticando… digo comentando la audición.

 

¡Carajo, le pedí que no viniera!-  enojado, arrojé mi mochila al suelo.

 

 

Con sus pocas excepciones, Aiolos era muy apreciado y querido en la compañía, y en la escuela. Entre sorprendidos y confundidos, los presentes me miraban.

 

-¿¡Que coños te pasa?! – DeathMask dio un paso hacia mi – Yo hubiera querido, que alguien como él, me estuviera apoyando cuando hice mi audición, cabrón.

 

Radamanthys, murmuró algo en inglés que no comprendí. Stephano, rió, y Aphrodite los miró y negó con la cabeza en forma desaprobatoria.

 

-Además es tu hermano, tu sangre… -me dijo Argol indignado.

 

-¡Un momento! No tienen derecho a juzgar sin saber, sus razones para reaccionar así! -Milo también arrojó su maleta al suelo.  -¡Aiolia, quiere forjarse una carrera, él mismo, sin usar el nombre de su hermano! ¡Por eso le pidió que no viniera! ¡Por eso incluso pensó en audicionar con otro apellido…!

 

El eco del baño, potenciaba  el volumen de la voz de mi amigo. Seguro, ya otros, afuera, habrían escuchado el escándalo.

 

-Ya no digas más, Milo. ¡Ya!

 

Tiré de su brazo, levanté mi mochila y me dirigí a las regaderas, sin argumentar más.

 

Radamanthys y DeathMask, se hicieron a un lado, para dejarme pasar.  No sin antes dirigirme miradas desdeñosas.

 

-Aiolia. –La voz de Aphrodite, quien había permanecido en silencio todo el tiempo, me detuvo. Sin mirarlo le escuché – No compitas contra él, sino contigo mismo. Baila como sabes hacerlo, y ejecuta tu variación como un dios.

 

Después de eso, casi a rastras, sacó a sus compañeros, del baño.

 

Me fui hasta una banca, frente a la regadera más alejada. Despojándome de la ropa de trabajo, la extendí, para que se oreara un poco. Solo  me dejé el suspensorio puesto, en lo que abrí las llaves del agua y esperé a que adquiriera una temperatura agradable.

 

Otros aspirantes, entraron, en grupos o por separado. Esperaba que nadie se me acercara,

me sentía muy encabronado y avergonzado, por el drama que se había armado. Gracias al cielo, nadie se aproximó, cada quien estaba concentrado en lo suyo, tomaban una ducha fugaz y salían. Incluso Milo y Argol,  habían desaparecido.

 

Me desnudé por completo, tomé de la maleta, jabón y esponja, y entré en la ducha. Cerré los ojos, dejé que el agua  resbalara por mi cuerpo. Su tibieza, relajaba mis músculos, y en general mi estado de ánimo. Me quedé sin moverme por unos minutos; inhalé y exhalé varias veces. Enjaboné mi cuerpo rápidamente, disfrutando del roce de la esponja.

 

No tardé mucho en salir. Caminaba rápidamente por el pasillo, hacia la enfermería. Esta vez enfundado en otra camiseta blanca, sin mangas; y unos shorts, que me llegaban a medio muslo, pero igualmente ajustados como unas mallas. No lo usaba por gusto, sino porque era requisito, para el examen médico.

 

-¿Ya estás tranquilo?

 

-¿Por qué te fuiste, Milo?

 

-No quería que acabáramos pelados, así que te di tu espacio. – dijo encogiéndose de hombros.

 

Lo miré, mientras seguíamos caminando. Agradecía tenerlo a mi lado como amigo, pese a que vivimos un intenso romance de adolescentes, que se terminó sin drama de por medio.

Sin pensarlo lo abracé; que más que abrazo, parecía que le hacía una llave de lucha libre en el cuello.

 

-Por más que me tortures, no voy a regresar contigo. – me dijo entre risas.

 

-No te des tanta importancia, no te lo estoy pidiendo. – dije sin soltarlo. Dejó de reír.

 

-Pero…¿seguimos siendo amigos con derechos, no?

 

-¿Tienes pareja formal?

 

-No. ¿ Y tú?

 

-No.

 

-Entonces si, seguimos. – contestó al tiempo que se zafaba, al darme un ligero codazo en las costillas.

 

 

No tardamos mucho en la revisión médica. Acondicionaron como enfermería alterna, uno de los camerinos, para hacer más ágil el proceso. Milo y yo nos separamos, para ser examinados al mismo tiempo.

 

Dos ortopedistas, hacía la revisión, en la misma forma, en que lo hacían con los niños que deseaban entrar a la escuela de danza.

 

Es curioso, como, cuando se es niño, y completamente inocente, resulta toda una aventura, que te revisen hasta por debajo de la lengua. Te contorsionen, para calcular tus alcances, técnicamente hablando. Hagan que toques las puntas de tus pies, o suelo en mi caso, mientras cuentan tus vértebras, y miden tus piernas, para confirmar que no estás “defectuoso”.

 

Al crecer, se vuelve rutinario, aburrido, y muy incómodo. Pero es importante, más de la mitad de los aspirantes, no pasan este llamado “filtro físico”, sus fotos y curriculums les son devueltos; es tiempo de irse a casa, e intentarlo nuevamente en otra ocasión, en otro lugar.

 

Esperé casi un diez minutos, a que los médicos, salieran de una pequeña oficina. Los nervios, me mataban, tanto que empecé a mordisquearme la uñas.

 

Uno de ellos se me acercó, con expresión indescifrable, traía un fólder azul en la mano, idéntico al que le entregué a Iván, cuando llegué al teatro.

Se formo un nudo en mi garganta, y no podía despegar la mirada de ese pedazo de cartulina azul.

 

- Muchacho… debes irte, a preparar para la última etapa de la audición. Felicidades. – abrió la carpeta y sacó una hoja clínica en blanco. – Cuando salgas, deja que pase el siguiente.

 

Maldito cabrón, juro que estuve a punto de golpearlo, por hacerme sufrir de esa forma. Salí corriendo de la enfermería, busqué a Milo por todos lados, hasta encontrarlo, sentado al pie de la escalera.

 

-¿Te quedaste, verdad?  - solo me miraba, en silencio - ¡Habla, carajo!

 

Despacio, se levantó  y caminó hacia mi, me puso una mano sobre el hombro. Miró al suelo.

 

-En verdad, crees, ¿que se desharían del algo tan cabrón y perfecto como yo?  - levantó el rostro, con una amplia y hermosa sonrisa.

 

-¡Perro, maldito! -  lo abracé con todas mis fuerzas.

 

-Te dije que me cobraría el zape que me diste.

 

Tomé su rostro y sin pensar, le di un beso en la boca, fuerte, salvaje, emocionado. Él me respondió mordisqueándome los labios, demandante, viril. Cuando se hizo necesario

respirar, nos separamos.

 

-Me pregunto, ¿que me harás, si nos contratan…? - dijo entre juguetón y seductor.

 

-Hay que ponernos el vestuario para las variaciones. – dije, evadiendo a propósito su pregunta, mientras me  limpiaba, el exceso de humedad que su beso me había dejado en la boca, y le guiñé un ojo de forma cómplice.

 

 

 

Nuevamente, el foro del teatro, aunque en esta ocasión había menos aspirantes. De los treinta que iniciamos, sólo quedábamos  trece. Desafortunadamente, Argol ,  no superó el filtro de la segunda etapa.

 

Los presentes, escuchábamos atentos, las indicaciones de maître Shaina. Todos enfundados en el vestuario correspondiente, a la coreografía que le presentaríamos a los sinodales.

 

- Bien, jóvenes. Uno a uno presentarán su variación, siguiendo el orden numérico. Tienen veinte minutos para calentar, en el salón que está detrás del escenario. Señorita Pandora Heinstein, se le avisará con tiempo, para que se acerque  a bambalinas.

 

-Si, maître.

 

Agradecía a la fortuna, no haber llegado tan temprano. Ser el primero es lo peor que te puede pasar, pues evalúan tu desempeño con reservas, esperan para ver lo que los otros después de ti, harán.

 

-Ah, y otra cosa. Les sugiero que usen un poco de maquillaje, ya que con el ciclorama blanco y las luces, sus gestos faciales, pueden perderse. Y recuerden que forman parte esencial para la interpretación de un bailarín.

 

 

Uno a uno fueron pasando los otros bailarines. Todos eran realmente buenos, la presión aumentaba con cada coreografía que se presentaba. Técnicas perfectas, interpretaciones magistrales. Si quería un lugar en la compañía, tenía que hacer justo lo que Aphrodite, había dicho: bailar como un dios.

 

El turno de Milo llegó, estuve a un lado del escenario todo el tiempo, para brindarle mi apoyo.

 

Llevaba zapatillas, y mallas blancas,  la casaca alba, brillaba con los finos cristales e hilos de oro, con que había sido bordada. Se veía hermoso, y elegante, regio, como un verdadero príncipe. Y es que precisamente bailaría, la variación del príncipe, del tercer acto de “La Bella Durmiente”

 

Cuando le dieron la señal, caminó con elegancia por el escenario, hasta colocarse en el sitio en donde iniciaría. Los primeros acordes se escucharon, y en perfecto tiempo hizo su movimiento inicial.

 

De inmediato se adueñó del escenario, pues sólo contaba con a los mucho un par de minutos. Con cada paso, nos seducía. Nos transmitía esa alegría efervescente, que llega a sentir un recién casado, pues de eso se trataba, el baile de un príncipe que acaba de contraer nupcias con su princesa amada.

 

Fue muy inteligente al elegir, esa coreografía, pues como bien me dijo, los giros son su fuerte, y si algo tiene esa variación, es eso, piruetas y tours en el aire.

 

Contuve la respiración cuando el final se acercaba, siguiendo la diagonal hizo una serie de giros encadenados, avanzando hacia adelante; sus brazos, formaban un perfecto aro frente a él. La música terminó y con ella, las ejecuciones de Milo.  Pose final, el brazo derecho arriba, el otro en la cintura; apenas se permite respirar. Como si nunca se hubiera movido,  parecía una estatua. Demostraba, el control sobre su cuerpo, y que sabe a la perfección, como romper con la inercia del giro, para no moverse más, y mucho menos tambalearse.

 

Sin pensar comencé a aplaudir, fuerte, con todo el cariño y la admiración del mundo. Me sentía tan orgulloso de él. Seguro lo lograría, no lo dejarían ir.

Se escucharon otros aplausos, a mi alrededor, y en la sala, provenientes de otros aspirantes, y los miembros de la compañía que se habían colado, para ver la audición.

 

Agradeció, un par de veces y corrió para salir del escenario, justo para arrojarse a mis brazos.

 

-¿Lo hice bien? – sus respiración esta agitada - ¿Cómo estuve?

 

-Te los jodiste a todos…

 

Él comenzó a reír, y al mismo reventó por la presión acumulada,  y comenzó a llorar. Lo hecho, hecho estaba. Ya no estaba en sus manos, solo le quedaba esperar la decisión que los sinodales tomarían.

 

Los tres bailarines que siguieron después de él, pasaron  como en un sueño borroso para mi. Milo se fue a los camerinos, para tranquilizarse, y después volvió, para brindarme su apoyo.

 

El momento había llegado. Mi momento. Me dieron la señal. Acomodé , sistemáticamente, mi camisa blanca y el faldón escocés. Mi variación era de “La Sílfide y el Escocés”, bailada por James, el protagonista de la historia.

 

-Por favor…No me diste lo que quería en el Prix de Laussane, - le hablaba al espíritu de la coreografía, que interpretaría. – Consigamos juntos, lo que anhelo esta vez.

 

Si, interpretaría la misma variación, que me había otorgado plata; pero esta vez, obtendría el oro. Con esos mismos pasos, con esos mismos saltos, lo más fuerte de mi técnica, ganaría mi lugar.

 

Miré a Milo, una última vez. Me coloqué en posición en una de las piernas, que aforaban el esceanrio, y casi al mismo tiempo levante la mirada.

 

Allá en el primer piso, ubiqué sin problemas a mi hermano. Estaba sentado en la primera fila, en la orilla de la butaca. Sus manos entrelazadas como si estuviera orando; su mentón descansaba sobre ellas. Una postura, que siempre adquiría cuando buscaba concentrarse totalmente.

 

-Vete, por favor… vete. – pensé.

 

La música inició. Todo y todos desaparecieron de mi mente. No había nada, mas que mi música, los pasos que sabía de corazón, y yo. Saltos, y más saltos.

 

Mírenme. Soy fuerte, soy ágil, y llevo la danza en el alma. He de conquistarlos, con estos pasos; así como James conquista a su Sílfide.

 

Cada segundo que pasa, me hace sentir más ligero, más alegre. Feliz, pura y llanamente, feliz.

 

Las ocho cuentas finales. Giro, giro, y termino, con mis brazos extendidos al frente. Les he entregado el alma, no tengo más que demostrar.

 

Los aplausos desde la sala y a los costados del escenario, me devuelven a la realidad. Agitado, y temblando levemente, les agradezco el reconocimiento.

 

No quiero mirar hacia arriba, pero es imposible evitarlo. Elevé mis ojos, y lo vi. Aiolos.

 

¿Cómo enojarme con él? Si me mira con esa sonrisa dulce y sincera. La felicidad y el orgullo, reflejados en los ojos. De pie, aplaudiendo. Y cuando nuestros ojos se encontraron, elevó su manos, con sus pulgares hacia arriba, en un gesto de total aprobación. Le sonreí.

 

Me hacían señas, desde el lado izquierdo del foro, debía salir, así que corrí. Milo me recibió eufórico, hablaba tan rápido, que hubo cosas que no comprendí. Pero su sonrisa, sus abrazos y los saltitos que daba, me hicieron saber, lo bien que estuve.

 

 

El resto de las coreografías, las vimos juntos desde la planta baja de sala.

 

Y el final llegó, todos subimos nuevamente al escenario. Formamos una fila, mirando de frente a los sinodales, quienes seguían con sus anotaciones y hablaban entre ellos.

No pasaron, más que un par de minutos, pero para mi fue una eternidad. Supongo que los demás sentían la misma ansiedad. Esta tortura, tenía que terminarse ya.

 

Por fin, el director, se levantó, encendió el micrófono, y tomo una hoja, con los números y nombres, de los elegidos.

 

Cerré los ojos,  sentía el corazón en la garganta; mis manos temblaban, así que las sujeté a mi espalda.

 

-Sólo elegiríamos a seis de ustedes, pero a petición de Shion, nuestro regisseur; y a que las finanzas de la compañía son inmejorables,  hemos elegido uno más. Lo números que mencione, den un paso al frente: Uno,  cuatro, once, dieciocho, veintitrés, veinticinco, treinta. – hizo una pausa dramática. ¡Maldito hijo de puta, conocía bien su trabajo, y disfrutaba haciéndonos sufrir! –  Bienvenidos al Ballet Nacional de Grecia. En los próximos días, les llamaremos para que firmen los contratos, inician la semana que viene. Todos en el Corps du Ballet.

 

Lo logramos, Milo y yo, estamos dentro. No quería abrir los ojos, temía que todo fuese un sueño, y se desvaneciera al hacerlo. Sin poder evitarlo, un par de lágrimas escaparon y rodaron libremente.

 

Lo había logrado, el camino por alcanzar mi sueño había comenzado.

 

 

Notas finales:

*La variación de Milo, pueden verla aquí: http://www.youtube.com/watch?v=3PHZ83KHR-w 

*La variación de Aiolia, pueden verla aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=StJ-XWUA3Rk



1.- Todos los ejercicios, calentamientos, y etapas de la audición son auténticos. 


2.- Las variaciones bailadas, por Aiolia y Milo, son unas de las más complejas, que hay en el repertorio para varones. Y son un par de un total de 5 variaciones, que se pueden elegir, para interpretar en el Grand Prix de Laussane.


*Espero les haya gustado el capítulo. Por favor, dejen sus comentarios, serán altamente apreciados.


**Si tienen, alguna pregunta, no duden en hacérmela, con gusto les responderé. ^_^

 


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