He tenido una noche absolutamente maravillosa. Pero no ha sido ésta.
Groucho Marx
Era como el chico rubio teto cliché bobo de la preparatoria.
Sólo que en lindo.
Naruto era su nombre y era tan estúpido como toda la persona en sí. Siempre iba con una sonrisa crispante y tarada en la cara, como si tuviera retraso mental o se inyectara botox. Sus ojos, azules como zafiros de imitación, incitaban a ponerlo contra la pared hasta arrancarle esa inocencia a puñaladas (aquí, claro, se sobreentiende el doble sentido de la oración). Luego uno pasaba a sus mejillas, marcadas con tres líneas delgadas que recordaban a los bigotes de algún animalillo del bosque, pero que en conjunto con lo demás lo hacían parecer como la justa representación del pecado lolicon hecho estudiante.
Amane Sai, quien juraba haber estado a punto de probarlo (aquí el punto clave), aseveraba que la piel fresca y dulce del blondo era como el paraíso prometido, pero como no había salido de unos cuantos toqueteos medio forzados medio más forzados, no era una eminencia acerca del tema. Sin embargo, se notaba a simple vista debajo de ese uniforme horroroso de traje sin forma (gris, para terminar), por el pliegue que hacía el cuello, que la piel era suave y digna de palpar. También, se podía notar en sus manos cuando atrapaba el balón de futbol, porque éste casi parecía resbalar ante tanta condenada suavidad.
Aparte de su aspecto de chico idiota, había que prestarle atención a su cachonda (en su opinión) personalidad. El rubito era un jodido experto en el arte de ser ingenuo y bobo, torpe y encima optimista. Andaba por la vida siendo engañado por los alumnos de cursos superiores, reñido por los profesores por distraerse constantemente y parloteando animadamente sobre su intachable moral y ética.
A veces, cuando se caía de culo y al levantarse se lo sobaba como si nada hubiese pasado, provocaba, de nuevo, empotrarlo contra una pared y clavarle la inteligencia, a ver si así se avispaba.
Él, como presidente del concejo estudiantil, había sido el encargado de devolverle el cerebro al bonito rubio, por una coincidencia que él, pese a ser ateo, llamaba milagrosa. Un día, quizás a mediados de abril o a principios de Diciembre (al final de esta historia sabrán el porqué de una confusión tan excesiva), se lo topó en medio del pasillo. Así, al estilo de anime barato o pasadón de mariguana de Evangelion, se toparon y cayeron al piso con los libros, curiosamente, desperdigados por el suelo.
Naruto, con su sonrisa de chico con problemas mentales, se apresuró a recoger el desastre al tiempo que expresa sus más sinceras disculpas, que quedaban un poco opacadas por esos ojos que no parecías sentirlo lo más mínimos. Él, Uchiha Sasuke, se limitó a acecharlo con la mirada a prudente distancia, echándole unas cuantas miradas al redondo trasero, que parecía clamar por un poco de sus intensivas clases de perversión.
¿He comentado ya que ese día el rubio iba especialmente adorable? Pues eso, estaba sudando un poco y parecía ligeramente agitado, con lo que la imaginación del bruno se disparó tan rápido como su miembro comenzó a palpitar.
—Eres un idiota—dejó caer Sasuke con su usual habilidad para la prudencia, el decoro y el ser oportuno.
—¿Otra vez, Naruto?—la voz de Iruka, profesor tutor de Naruto, se dejó caer antes de que el áureo fuese capaz de defenderse. Luego, el castaño profesor se enfrascó en una perorata en la cual lo más interesante era el movimiento de su blanca dentadura, pero que venía a remarcar lo mucho que el bobo necesitaba de la amable ayuda de alguien responsable e inteligente.
Sasuke, por suerte, estaba ahí para ofrecerse.
Lo que siguió después es algo que al de piel más clara nunca le quedó muy claro, quizás porque el de ojos azules iba lloriqueando como nenita follada delante de él, otorgándole una vista increíble de su apetecible trasero, pero al final recuerda que llegaron a la biblioteca (donde, probablemente, pasaron un par de horas) luego al departamento Uchiha y luego…
Ahí es todavía más confuso, quizás habían pasado un mes, dos, tres años o veinte minutos, pero ahora, en la cama, con el rubio debajo de él gimiendo como siempre supo que lo haría, suspirando como se imaginaba y pidiendo más como era de esperar, era difícil pensar en un momento exacto para partir y seguir adelante cronológicamente hablando.
Dudaba haberse quedado mirando boquiabierto hacia la nada mientras el mundo hacía sus cosas, pero no era capa de recordar cuanto después de cruzar el umbral de la puerta, Naruto o él se había arrojado sobre el otro y empezado todo.
Lo único que sabía y que necesitaba saber, es que la piel de Naruto sí era suave, que su trasero sí pedía por un poco de su personal atención y que, sobretodo, podían pasar los meses y él no iba a dejar de cogerse al rubio.
Así, podía ser Octubre, Enero o el clímax de una excitante primavera.