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Mask in dust por Gothic Kitty

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Notas del capitulo:

¡Un día atrasado, pero bueno, feliz cumpleaños! Esta historia nació de una pequeña viñeta que hice para el foro KakaIru "Scarecrow & Dolphin Crew". A Nittah le había gustado, así que lo alargué ;). Aquí está. Espero que lo disfruten a pesar de que es un Universo Alterno bastante loco. ¡Para todos los fans de la pareja!

¡A leer!

Mask in dust

 

¿Cuántas veces había ido a ése lugar, sólo para verlo a él? Había soportado tantas cosas: toqueteos, mordiscos y algún que otro efluvio del cual no quería acordarse. Había ido a veces sin dormir al trabajo, porque tocaba un domingo y al otro día tenía que presentarse temprano en la oficina. Sí, lo admitía, era un poco… raro. Vale, muy raro. Pero es que lo había escuchado y simplemente había amado cada estrofa, cada acorde. Ya no había músicos cómo esos, y con el tiempo, ya no le alcanzó escuchar una y otra vez ese único CD que había sacado hace dos veranos.

 

Sin embargo, ese año era diferente. No habían entrado en febrero y en su primer mini-recital en aquel local de mala muerte, había anunciado que para mediados de año, sacaría un nuevo álbum, y que cada quince días más o menos, presentaría una nueva canción. Iruka, ante la noticia, prácticamente se había convertido en una groupie.

 

La primera vez que alguien le tocó el culo —aunque más bien fue un pellizco—, el moreno no le dio muchas vueltas al asunto. No había recital sin sus percances y era preferible un manoseo a una patada directa en… bueno. Era preferible.

La segunda vez que sucedió, tampoco se lo pensó mucho. No sería la primera vez que su suerte era tan mala, y siendo un lugar tan chico, lo más seguro es que se hubiera parado cerca del mismo hijo de puta.

A la tercera ya no estaba tan seguro… y a la décima, simplemente decidió que ésa no era la mejor compañía que podía tener.

 

Pero cuando el cantante salía a escena, tras las luces neón, todo valía la pena. El cansancio de las horas sentado dentro de su pequeño cubículo, el tráfico… todo cobraba sentido una vez la música comenzaba a sonar.

 

Iruka más o menos elegía siempre el mismo lugar en el que se ponía—lo que seguramente ayudaba a que siempre terminara manoseado sin excepción alguna—. Si estiraba la mano, tras la valla, casi alcanzaba a tocar el escenario con la punta de sus dedos. Aunque no es como si lo hubiera intentado. De hacerlo —y estaba seguro por la cara de bulldog de los custodios— acabaría con un brazo roto, como mínimo. Y ya bastantes problemas tenía de éste lado del cerco, como para buscarse otros. La vista desde allí era espectacular y estaba tan adelante, que los saltos y los empujones apenas si se sentían. Extraño, pero no se quejaba para nada. A pesar de su apariencia —pantalones rotos, musculosa negra y el pelo que siempre llevaba atado, suelto— no era una persona a la que le gustara demasiado la acción. A menos que ésta se llevara a cabo en otros lugares más privados. De todo, menos exhibicionista, eso sí.

 

Hubo un grito general que lo trajo de vuelta a la realidad y tuvo que alzar la vista para ver la cabeza del cantante misterioso. La cara, no, porque como ya se había acostumbrado, volvía a estar cubierta por una máscara, oriental tal vez, pintada en rojo y negro sobre blanco, y por un enorme sombrero de vaquero que cubría de sombras su rostro. Muchos se quejaban de que el hombre sobre el escenario sólo era un busca-atención y que ésa era sólo otra manera de hacer marketing. Iruka era del resto que creía que eso sólo le agregaba más misterio a sus presentaciones. ¿Qué clase de rostro tendría? ¿su piel de qué color sería?

 

Iruka se rascó la cicatriz sobre su nariz, nervioso ante tantas preguntas sin respuesta. Aunque al final, su mano quedó olvidada allí mientras la guitarra eléctrica y los sintetizadores con el mejor ritmo, comenzaban a sonar.

 

Si alguien encontraba su cerebro, que se lo devolviera. Y que le dijera de paso, cómo es que tenía la idea, que en un momento de la noche, la máscara con sus cuencas oscuras, se había posado sobre su persona. Por varios segundos a decir verdad.

 

Era una maldita groupie, no había duda. Sino, que alguien le explicara cómo es que un escalofrío había recorrido su espalda ante la idea vouyeur que tuvo. Cuando llegó a su casa, esa noche, le costó bastante dormir y ni qué decir bajar lo que llevaba en los pantalones.

 

De a poco se fue acostumbrando a todo. Seis meses con las mismas personas, en el mismo lugar; llueve, truene, nieve… o haya que trabajar. Eran un público por demás cariñoso. Pero Iruka ya había aprendido a —no— quererlo —matar—.

 

Mientras que esperaba que el show fuera anunciado, pensó en que esa era la última noche que lo vería, al menos, hasta que el CD saliera. Había escuchado a unos hombres detrás de él, decir que el cantante salía a promocionar —tal vez con mejor suerte— su disco en otras partes del país. ¿Era posible, que ése fuera el último domingo que lo vería?

Casi se daba asco de lo dependiente que se había vuelto por ése hombre. Pero denle algo de crédito. No era —totalmente— su culpa. Al final, no estaba tan seguro si era su imaginación o no, pero le había parecido que el cantante lo había estado observando bastante durante las semanas que duró la presentación del disco. Nunca eran más de unos segundos, en algún solo de guitarra, mientras él paseaba por sobre la madera del escenario. Eso lograba que Iruka se sintiera como una colegiala cuando el profesor que le gusta la mira un segundo más que al resto de las chicas. Nunca se había sentido así, ni siquiera con su primer novio. Era por eso que tanto le llamaba la atención y por lo que tanto se preocupaba. Malditas hormonas de groupie. Maldita meloloquesea[1].

 

¡Hey, honey! —la voz se había alzado por encima de la música. Un hombre de pelo tan desteñido, que brillaba bajo la luz ultravioleta, se había pegado a su espalda y rozaba su cintura con algo que sabía demasiado bien qué era. Llevaba un sombrerote vaquero. Ridiculísimo, pero inexplicablemente, conocido.

 

El extraño le robó un beso y no le alcanzó la voz cuando gritó un improperio al aire. Era la primera vez que cualquiera de esos hombres, con las hormonas tan despiertas como él, intentaba besarlo. Y para peor, el desgraciado había tenido éxito. Le hubiera encantado darle una paliza, así como estaba, tenso y algo nervioso.  Pero el otro se había esfumado. Cuando se quiso dar cuenta, la música se había parado y ahí sobre el escenario, su cantante favorito, se plantaba más imponente que nunca. Y sin la máscara. Ahora nadie podía contradecirle al ver el guiño que le había mandado a él, entre tantos… el hombre del sombrero raro.

 

—•—•—•—

 

Esperó en el callejón, sin estar seguro  de que el otro fuera a usar esa puerta lateral para salir del local. Con la espalda apoyada en los ladrillos húmedos y mugrosos Iruka dio un largo bostezo antes de suspirar. Tenía sueño, y a la vez, ganas de que algo pasara esa noche. Su presencia allí indicaba que se tiraba más por lo segundo que por lo primero. Ya vería luego qué excusa metía en el trabajo.

 

La puerta se abrió y fundió el aire con su sonido. A Iruka le temblaban las piernas. En algún momento de la noche, había olvidado que a pesar de que el cantante era un hombre común y corriente —vamos, que no tenía superpoderes, que supiera— también era alguien al que admiraba mucho. Y era la primera vez que estaba frente a alguien así. El estómago le daba vueltas. El cantante levantó la cabeza y pareció algo sorprendido de verlo. Iruka pudo paladear el sabor de la pizza que había cenado subiendo por su garganta. Joder que estaba nervioso.

 

Honey —lo saludó. Si en ese momento hubiera tenido una falda, Iruka estaba seguro que se habría convertido en mujer. ¡¿Qué coños le pasaba?!—. No pensé que me estarías esperando…

 

Iruka tosió y se tiró el cabello hacia atrás, con los nervios todos enfocados en su garganta.

 

—Bueno —trató de sonar normal—, no todos los días tienes la oportunidad de conocer a tu cantante favorito —arriesgó.

 

El viento sopló trayendo en el aire aroma a pescado de un restaurante no a muchos metros de donde estaban. El pequeño local donde el cantante daba sus mini recitales, se encontraba en los suburbios, cerca del puerto, lo que incidía bastante en el menú de los locales comida. Y no era el mejor olor para sentir con la cena todavía atravesada en la garganta. Iruka tragó fuerte.

 

—Uhúm —asintió el otro. «El otro», «el cantante», no tenía otra manera de llamarlo, pues nadie conocía su verdadero nombre. Su seudónimo era Mask in dust. Otro misterio que Iruka quería ser capaz de develar—. ¿Y tienes tiempo para tomar algo con tu cantante favorito?

 

Ya tendría tiempo de buscar una excusa para el trabajo.

 

O tal vez no.

 

 

 

Decir que no llegaron a la habitación, de la calentura que tenían, era poco. Y es que ni siquiera habían tenido tiempo de sacarse los zapatos. O de tomar algo. En cambio, devoraban la boca del otro, mordiendo labios y apretando todo aquello que tuvieran a mano. De alguna manera, Iruka se las había arreglado para devolver la comida hacía el estómago de nuevo, o puede que hubiera sido la lengua de Kakashi culpable de aquello. Sí, ahora podía ponerle un nombre a ese rostro misterioso de ojos desiguales. Iruka levantó una mano y recorrió con bastante calma la cicatriz que cruzaba la piel pálida delante de él. La intromisión de esa lengua demasiado experta, en su boca, le privada de abrir los ojos, pero sus dedos servían de guía. También su nariz que aspiraba ese olor a hombre impregnado en el sudor que seguía allí sobre sus hombros después de tanto tiempo bajo las luces del escenario. El oído, hipersensible, se regocijaba con el ruido de sus dientes al chocar y el suave frufrú de la ropa a rozarse. Iruka temblaba y se aferraba a ése hombre extraño del que creía saber tanto aunque en realidad no lo conociera nada. Pero que alguien le dijera eso a su miembro erecto, si es que se atrevía.

 

Se separaron y se miraron a los ojos tratando tal vez de predecir lo que harían. La idea le divertía porque en realidad, sólo existía un camino de allí en más y ambos creían saberlo.

 

Iruka pareció olvidar quién era realmente la persona que estaba con él. Su mente sólo veía un cuerpo apetecible y un nombre que aún le llamaba más la atención. Kakashi. Quería saber más de él. Quería que aquello no terminara esa noche.

Quería tantas cosas…

 

Se colgó de su cuello y lo tiró al suelo, quedando encima de él. Iruka se mordía el labio para contener la tentación de morder ese cuello blanco y ancho que se veía algo sonrojado aún en la oscuridad. Se moría de ganas, pero había cierta parte del cuerpo bajo el suyo que le llamaba todavía más la curiosidad. No es que él fuera así en las primeras citas —a menos que la cita fuera para eso—. Le encantaban los juegos previos, pero la hora le decía que no aguantaría mucho más despierto y el bulto en sus pantalones estaba a punto de plantar bandera blanca. Casi literalmente.

 

Iruka sonrió cuando el otro quiso levantarse a besarlo, pero lo empujó con su mano lejos de su rostro. Kakashi pareció sorprendido, pero se dejó hacer, y más viendo las intenciones que tenía. Con lentitud sus dedos fueron arañando la piel pálida, desde el mentón hacia abajo. La nuez de adán en la amplia garganta, tintineó cuando se encontró con su uña y fue Iruka el que tuvo que tragar fuerte las ganas de clavarle los dientes ahí mismo. Todavía estaban vestidos así que sus manos se encargaron no con mucha delicadeza, de hacer desaparecer cada botón de esa camisa a cuadrillé que llevaba el otro. Se le podría haber caído la baba, que estaba seguro de que se hubiera juntado perfectamente en el pozo de ese ombligo, perfecto centro de atención de ese vientre plano, pero firme. Antes de llegar allí, sus yemas se encargaron de torturar los pezones oscuros, tirando de ellos y haciéndolos girar como un carrusel. No lo había notado, pero había comenzado a frotarse contra el pantalón de Kakashi, jadeando levemente en el esfuerzo. El otro sí.

 

—Si piensas que te vas a llevar toda la diversión, estás equivocado.

 

Se topó con el piso frío cuando fue su espalda —aún enfundada con su musculosa— la que tocó el suelo. Sus manos, antes libres, se encontraban apresadas desde las muñecas y sobre él, una sonrisa blanca y enorme, libre de máscaras, le saludaba. Cuando el primer mordisco llegó, por sobre la tela, Iruka no pudo evitar arquear la espalda buscando que el contacto nunca se cortara. Su pezón ardía y la fricción de la tela bajo los dientes picaba. Kakashi lo estaba sosteniendo con una mano. La otra había desaparecido de su vista pero pronto la descubrió subiendo por su muslo directo a su ingle. El ruido del cierre al ser bajado, le envío un escalofrío a la columna vertebral, y como acto reflejo, su vientre se hundió en un espasmo cercano al orgasmo. La mano, fría, se inmiscuyó dentro de su ropa interior y rozó brusca la piel de su miembro aunque no se detuvo allí. Era increíble que pudiera hacer eso, dentro de unos pantalones vaqueros, pero había seguido su curso y sus dedos bordeaban peligrosos la pequeña hendidura entre sus nalgas. La piel de su antebrazo quemaba contra la cabeza húmeda de su pene y la uña que arañaba entre sus muslos se estaba volviendo muy peligrosa.

Algo explotó dentro de Iruka, quien se soltó del agarre y volvió a voltear a Kakashi en el suelo. Como un instinto salvaje, ambos comenzaron a luchar en el suelo, golpeándose con todo lo que había a su alrededor. Todo les dolía: los brazos, la espalda, sus rodillas. Los labios estaban hinchados y las lenguas escocían tras la tortura de dientes demasiado filosos. Camisas y pantalones desaparecieron en un remolino acromático y la ropa interior colgaba de alguna pierna donde ya no era capaz de molestar a sus manos. La bestialidad de todo aquello —esa mano que tiraba con fuerza de sus cabellos y luego lo soltaba para besarlo— le recordaba mucho a su música. Esas notas y ritmos violentos pero sensuales que viajaban por la piel y hacían vibrar cada gramo de su alma. Y si hacía caso a lo que estaba golpeando contra su ombligo, no era el único que lo estaba sintiendo de tal manera.

 

—No pierdes el tiempo, ¿eh? —le dijo entre la sorna y la seriedad. No podía culpar a Kakashi enteramente de que aquello estuviera sucediendo. Pero era conciente, también que el cariz que había tomado todo aquello, asemejaba muchísimo más a un revolcón de una noche. Las únicas que estaban charlando eran sus lenguas. Aunque esperaba que otras partes de su anatomía fueran tan charlatanas como ellas.

 

—En realidad —susurró el cantante—, esto es sólo el comienzo.

 

Iruka siseó cuando una mano pálida y demasiado entusiasta se aferró de su miembro y casi se le escapa una maldición mientras era arrastrado hacia alguna parte un poco más adentro del apartamento. El gesto de dolor y desconcierto en el rostro moreno, se transformó en una sonrisa bastante malvada al darse cuenta de adónde lo había llevado.

 

—No sé tú, pero mi espalda me estaba matando –le escuchó, luego de aclararse la voz. No sabía que pudiera ser así de romántico. Aunque la verdad, es que no sabía nada de él. Y si tenía en cuenta todo lo anterior que había pasado, tampoco ameritaba llamarlo así—, recuéstate mientras busco el lubricante.

 

Ahí se iban las flores y los corazones. Iruka se rió, para sus adentros mientras se sentaba allí.

 

Desde que habían entrado, ninguna luz había sido prendida así que no era mucho lo que podía ver. Las paredes eran claras, por lo que alcanzaba a dilucidar. No había cuadros aunque había una foto en una de las mesitas de luz. Una pareja bastante adulta sonreía a la cámara en lo que parecía un parque de diversiones y le resultaban conocidos, aunque no sabía porqué. Supuso que eran sus padres pero no tuvo mucho tiempo para seguir curioseando. Kakashi volvía con el lubricante y un par de preservativos en la mano.

 

—Mis padres —le dijo, escuetamente, como si tuviera que explicárselo aunque él no hubiera preguntado nada. Algo dentro de Iruka se removió y sabía que no era nada bueno. Aquello era algo de una noche y no debía hacerse ilusiones, pero díganselo a las hormonas que comenzaban a revolotear dentro de él mezcla de la excitación y la adrenalina que todavía estaba en él después del recital.

 

El cantante no se había dado cuenta de nada de lo que pasaba por la cabeza de su invitado. Tal vez era mejor así, si es que realmente querían que algo pasara esa noche. E Iruka así lo deseaba.

 

El peso de Kakashi se hundió en la cama junto a él cuando los besos retomaron su curso. El ruido del plástico con el que se cubrían los preservativos a penas si distrajo al moreno quien estaba muy entretenido viendo qué tanta resistencia tenía aquello que ahora se moldeaba entre sus manos. La boca se le calentaba en jadeos cuando los atrapaba directamente de los otros labios. Sus lenguas se humedecían y parecían capaces de fundirse sino fuera porque los dientes todavía podían morderlas. Dejó que sus dedos fueran más allá del falo que chocaba contra sus palmas y jugueteó con las bolsas que ocultaban en ellas algo de lo que desearía ser llenado. Se imaginó, una versión femenina de él mismo gritándole a Kakashi «¡Hazme un hijo!» y pensó que no estaba muy alejado de lo que ahora estaba haciendo. Salvo que él no podía engendrar ninguno y tampoco existiría la oportunidad debido a la protección que ya se encajaba en la carne pálida.

 

—¿Alguna petición? —le preguntó Kakashi, algo divertido. Al principio no entendió a qué se refería pero sonrió astuto al comprender por donde venían los tiros. Sin poner palabras de por medio, Iruka se dio vuelta, dejando su culo a la altura del rostro del otro. Casi podía sentir los ojos del cantante, quemando entre sus muslos, como si ya estuviera imaginándose de qué manera lo haría ver las estrellas. Por un momento tuvo miedo, de que toda esa expectativa que se había generado entre besos y caricias libidinosas se fuera al traste una vez lo sintiera dentro de él, pero no pudo sino reconocer su error al primer toque eléctrico que sacudió su cuerpo. Habían sido sólo sus dedos los que habían rozado allí, pero eran el perfecto preludio a lo que estaba llegando. Estaban húmedos y resbalosos y presionaban allí tratando de inmiscuirse dentro. La boca de Kakashi no quería quedarse atrás, porque la sintió mordiendo su muslo mientras jugaba con su esfínter y escroto. La mano de Iruka se había ido hasta su propio miembro llevando hasta niveles insospechables el placer de lo anticipado. Y cuando los primeros dedos se introdujeron dentro de él, supo que no quería esperar más.

 

—Vamos… ¿me vas… —un jadeo cortó su discurso—, a hacer esperar mucho más? —le preguntó, girando su cabeza hacia él. Kakashi desde atrás, sonrió algo condescendiente.

 

—Nada más intentaba alargar un poco la cosa —le escuchó decir. Iruka soltó un pequeño grito cuando los dedos dentro de él se esfumaron demasiado rápido y sin aviso—, pero lo que el público quiere… —su espalda se arqueó. Kakashi ya estaba en posición y la cabeza de su pene, envuelta en látex rozaba allí haciendo amague de entrar—… el público tiene.

 

Resultaría inexplicable describir el dolor que sintió con la primera embestida, porque creía que nunca había sentido algo así. Era una mezcla de sufrimiento y éxtasis que lo hizo aferrarse con fuerza de las sábanas mientras cada choque de caderas parecía querer hacerlo volar de la cama. Eran duras, como los golpes de un martillo; duras y cortas, y se iba a poner un poco cursi, pero parecía capaz de llenarlo al igual que su música.

 

Kakashi se agachó sobre la espalda morena y comenzó a morder sus omóplatos, su columna vertebral, lamía con su lengua el camino brillante del sudor y luego atacaba sus costillas con dientes demasiado juguetones donde Iruka tenía cosquillas, llenándolo de suspiros y jadeos que escapaban de él sin permiso. Su lengua solitaria, lamía sus labios deseando que fueran los del cantante. El moreno se revolvía en las sábanas, tratando de escapar de esa boca que aumentaba el dolor y que a su vez, hacía de aquello algo más placentero, como si conociera a la perfección dónde debía tocar para que la diversión se acabara. Porque si seguía así, no iba a durar mucho más.

 

—Lo siento, honey —jadeó Kakashi contra su oído—, demasiada tensión por descargar…

 

Iruka lo sintió hincharse dentro de él, y la sensación lo tomó desprevenido. También fue sorprendido, cuando una mano se inmiscuyó entre sus piernas y comenzó a jugar con sus testículos mientras él aún seguía masturbándose.

 

Por un momento creyó que alguien había encendido la luz, porque todo se volvió brillante, pálido, como la piel de Kakashi y aquello que ahora fluía hasta las sábanas desde la cabeza oscura de su miembro. Las vibraciones a su espalda le indicaban que no era el único que había alcanzado el cielo. Trató de recordar cuando había sido la última vez que había acabado tan rápido y estuvo seguro que no le pasaba desde sus primeras experiencias sexuales, hace ya mucho tiempo. Ése hombre, sin duda era especial. Y ojalá —pensó— él también pudiera serlo para el cantante.

 

Sin embargo, apenas lo sintió dormitar a su espalda, Iruka se levantó y se puso los jeans y la remera, guardando rápido su ropa interior en uno de los bolsillos. Como si hubiera hecho alguna travesura de la que no estuviera muy orgulloso, salió del departamento de Kakashi, entre sombras sin atreverse a mirar atrás. Prefería que fuera así, a tener que encontrarse con la frivolidad del mundo de las estrellas. Por lo menos, se iba con un buen recuerdo y pasaría tiempo antes de que tuviera que verlo de nuevo. Si es que alguna vez se animaba a asistir a uno de sus conciertos otra vez.

 

—•—•—•—

 

El rumor de la gira de Mask in Dust había sido cierta, por lo que los recitales en el bar cerca del puerto habían acabado, y no creía que fuera a verlo por allí nunca más. El tiempo que pasó en las otras ciudades promocionando el disco, sirvieron para hacer estallar la carrera del cantante y ahora no era extraño ver fotos de él en revistas y publicidades, además de escuchar sus canciones a donde quiera que fuera. Decir que aquello le disgustaba sería mentir. Ya no era su pequeño secreto, pero eso significaba que mucha más gente podía apreciar la calidad de músico que era. Aún —eso sí— podía decir que era uno de los pocos que conocían el rostro tras la máscara que volvía a llevar a donde sea que fuera.

 

Como Iruka se había ahogado en trabajo para no tener que pensar más en su aventura con el cantante de moda, había sido recompensado con un aumento y un ascenso que aunque lo había tomado por sorpresa, había sido bien recibido. Ahora, no se encargaba más de la parte de diseño, sino que supervisaba a sus anteriores compañeros y organizaba el trabajo del día. Era un poco más cansador, pero la carga horaria era menor por lo que podía irse a su casa antes. Y ya iba siendo hora de que la comenzara a llamar hogar, porque la verdad es que recién ahora comenzaba a tener tiempo para disfrutarla. No mentiría si decía de que apenas conocía a sus vecinos. Aunque aún no había tenido tiempo de charlar con ellos, porque raramente se los cruzaba.

 

—¡Umino-san! —se sorprendió cuando alguien lo llamó justo entrando a su casa. Se volteó, todavía dentro del auto en marcha, y observó a la pareja que vivía al lado de su casa. Debía ser la segunda vez que los veía desde que se mudaron. Le sonreían, como si los conociera de toda la vida, pero es verdad que ayudar en una mudanza puede llegar a unir a las personas y a parte eran una pareja muy simpática. Sino recordaba mal, ella se llamaba Tsunade y era una ex directora de un colegio de otra ciudad. Su esposo, Jiraiya, aunque no quiso decirlo en frente de su mujer, escribía, y tenía una colección bastante conocida y picante: Icha Icha Paradise. Alguna vez, tuvo la oportunidad de ojearla y aunque no era hétero, lo había calentado bastante.

 

—Buenas tardes —les saludó desde la ventanilla, observando cómo se iban acercando y pensó que si querían platicar un poco, no sería una mala idea. Necesitaba distracción y estaba dispuesto de invitarlos a comer a su casa si eso lograba hacerlo olvidar. Pero tenía que reconocer que era masoquista, porque sino, no se explicaba porqué ahora mismo estaba sonando en el reproductor de su auto la música de su último disco. Esa canción lo había tomado por sorpresa. No la había cantado durante la promoción. Y era bastante diferente a las que solía cantar.

 

“What if I say I'm not like the others?

What if I say I'm not just another one of your plays?”[2]

 

No sabía qué lo había llevado a escribir esa canción pero iba bastante con lo que sentía. Aunque nunca le hubiera dado a Kakashi la oportunidad de mostrar lo contrario.

 

—¿Escuchando a Kakashi? —le preguntó Jiraiya, una vez había aparcado el auto y ya estaba cerrándolo.

 

La pregunta resultó como un golpe bajo, pero se la tenía merecida si le daba la oportunidad a alguien de encontrarlo escuchándola. Y últimamente la estaba escuchando más seguido que antes. De groupie a masoquista, a Iruka sí que le gustaba dar la nota…

 

—Sí, sí, es uno de mis músicos favoritos.

 

Jiraiya rió y le dio una palmada en la espalda.

 

—Si Kakashi se entera, seguro que se pone muy contento. Lástima que acaba de irse —le dijo, con la risa en la voz, muy alegre aunque Iruka no entendiera porqué o de siquiera qué estaba hablando. Tsunade, que estaba a su lado, le dio un golpe en las costillas a su marido y le dirigió una mirada que bien decía: «Cállate o te la corto». Con ese carácter, seguro que sus alumnos debían portarse muy bien.

 

 

UN MINUTO.

 

—¿K-Kakashi? —Los ojos de Iruka parecían dos huevos a punto de salírsele de las cuencas. ¿Desde cuándo era de conocimiento público su verdadero nombre? Una ráfaga de imágenes se agolparon con rapidez en su cabeza; una foto en la oscuridad de la habitación, una pareja sonriendo, el hombre de cabello largo y plateado tomando de la cintura a una mujer pechugona y rubia que parecía de lo más contenta mientras miraba a la cámara.

 

—Creí que ‘kashi había pedido que guardáramos el secreto —regañó Tsunade a su marido. Jiraiya no sabía dónde meterse, pero Iruka lo salvó.

 

—¿Kakashi es su hijo?

 

La mujer suspiró y se cruzó de brazos.

 

—Creo que ya no vale la pena ocultarlo, ¿no? —Jiraiya se encogió de hombros—. Nos pidió que no te dijéramos la verdad aunque no nos dijo porqué, ¿pasó algo? —Iruka no pudo sostenerle la mirada, sintiéndose culpable aunque no sabía de qué. Tsunade volvió a suspirar—. Te vio una vez aquí y luego en su concierto. Y parecía bastante contento de que lo conocieras. Pero desde que volvió de su gira nunca volvió a hablar de ti… tampoco quiere visitarnos.

 

Entonces ¿lo conocía? Si estaba enojado con él, algo de razón tenía, ¡pero tampoco era mago como para saber todo eso sino se lo decía! Aunque… tampoco es que le hubiera dado la oportunidad.

 

—¿Dijo que recién se iba? —le preguntó, casi suplicante. Tenía que arreglar las cosas si podía—. Necesito hablar con él.

 

—Si tienes suerte lo encontrarás calle abajo. Como nadie conoce su cara, aprovecha para salir a caminar sin temer a ser descubierto.

 

Ni siquiera se detuvo a terminar de escuchar a Jiraiya que ya había salido corriendo por la calle, esperando tener suerte. Podía ir a verlo a su departamento, o pedirles a sus padres su número de teléfono, así que no sabía a qué iba toda esa desesperación. Pero quería verlo ahora. Decirle qué había pasado; que  había tenido miedo. Sus ojos iban de un lado a otro de la calle buscando aquél cabello blanco tan característico. Su corazón latía a mil. Pero cuando lo vio, delante, parado en el semáforo esperando a que éste se pusiera a su favor, estuvo seguro de que podrían haber firmado la hora de defunción en ese mismo momento, del paro que le había dado.

Iruka corrió yéndosele el alma en esos últimos metros, incapaz de gritar su nombre, como si aquello pudiera hacer que se desvaneciera en el aire. Cuando su mano tocó la pálida del otro, una sonrisa afloró en su rostro aunque no fuera el mejor momento para hacerlo. Sorprendido, el otro se dio vuelta, mirándolo al reconocerlo, como si fuera la presencia de un fantasma. Uno no deseado.

 

—Kakashi… —le llamó por su nombre. Como hacía mucho que quería hacerlo. El cantante quiso soltarse, pero Iruka no se lo permitió—. Tus padres… —tosió, tratando de que el aire volviera a llegar a sus pulmones. Estaba traspirando y le costaba hablar—. Tus padres me dijeron —no podía armar una frase completa—, ¿porqué no me dijiste? Yo pensé…

 

—¿Me diste la oportunidad? —le preguntó. La voz sonaba tan diferente a aquella que lo había llamado honey antes de robarle un beso.

 

—Tienes que perdonarme —le rogó—, pensé…

 

—Pensaste mucho sin dejar que yo aclarara las cosas.

 

Kakashi estaba muy molesto. Y ambos estaban atrayendo mucho las miradas. Fue el cantante el que lo tomó de su mano y lo llevó a un callejón. El escenario era parecido al de aquella noche, a las afueras del bar. Pero ninguno de los dos parecía muy contento.

 

Ambos esperaron varios segundos para comenzar a hablar. Iruka intentaba recuperar el aire y Kakashi que su enojo no hablara por él.

—Kakashi… —volvió a llamarlo—, ponte un segundo en mi posición, ¿sí? —le pidió, mientras se apoyaba en la pared, tratando de alejarse de él para juntar coraje—. Imagínate si el cantante que te gusta te invita a su casa. Pasas una noche jodidamente maravillosa, que te hace sentirte una quinceañera con su vestido rosa —los cachetes de Iruka se estaban poniendo colorado, pero eso graficaba bastante bien cómo lo había pasado—. Se hace el silencio y empiezas a maquinarte. No sabes cómo va a reaccionar cuando te encuentre a su lado a la mañana —se le estaba haciendo una pelota en el estómago, bastante parecida a la bola de nervios que fue mientras lo esperaba en el callejón—. Tienes el corazón en la mano y sólo hace falta una palabra para que te lo pisoteen y lo dejen en el cesto como pañuelo usado. No podía arriesgarme a eso…

 

En todo momento había desviado su vista de la de él. Iruka, sin embargo, sabía que tenía los ojos de Kakashi puestos en él, y tuvo que hacer un esfuerzo para devolverle la mirada. Pero le estaba costando muchísimo.

 

—¿Te sentías así? —le preguntó en un susurro. Comenzó a acercarse a él e Iruka asintió, esperando que eso bastara para arreglarlo todo antes de que su almuerzo y todo lo que tuviera en el estómago decidiera salírsele por la boca—. Y… —teniéndolo enfrente, levantó una de sus manos y tiró de la cinta que mantenía los cabellos oscuros atados—, ¿estás dispuesto a volver a sentirte así?

 

—¿Cómo un pañuelo usado? —le preguntó, sintiéndose un idiota por arruinarlo. Kakashi se rió.

 

—No… entregando el corazón.

 

No pudo contestarle. La boca que tanto había estado deseando desde hacía meses estaba allí de nuevo, contra la suya, devolviéndole la calma. Joder que había extrañado eso.

 

—¿Necesitas que te responda? —le dijo, cuando terminaron el beso, y la risa de Kakashi tembló sobre la piel de su cuello. A Iruka se le erizó la piel.

 

—No, pero espero que también estés dispuesto a entregar el paquete —la mano de Kakashi, apretando por sobre el pantalón lo tomó realmente por sorpresa, pero rió con él.

 

—Todo viene incluido en el combo —se volvieron a besar—. Volvamos, creo que debo haber preocupado bastante a tus padres —le dedicó una sonrisa. Y luego frunció el ceño—. ¿Ellos saben…? —le dio un escalofrío; no quería conocer la furia de esa mujer.

 

—Con padres como esos, ¿realmente puedes preocuparte? —Iruka no contestó, pero tragó fuerte. Kakashi pareció divertido con su reacción—. Saben.

 

Ambos estallaron en risas mientras se encaminaban a su casa. Aún si Tsunade se opusiera, Iruka no creía poder volver a soltar su mano. No ahora que la había alcanzado.

 

La mano de su estrella. Suya. ¿Les quedaba duda?



[1] Melolagnia: parafilia que consiste en la excitación por medio de la música.

[2] The pretender de Foo Fighters: ¿Qué si digo que no soy cómo los otros? ¿Qué si digo que no soy otro de tus juegos?

Notas finales:

Bueno, hasta aquí llegó =), espero que haya sido llevadero. Un saludo para todos y buen comienzo de semana.

¡Hasta pronto!


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