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PruCan por EroSempai

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Notas del fanfic:

Si alguien quiere sugerir un título, que lo haga :'D *señala el botón "coment"*

El fanfic, en teoría, va a ser de uns 5 caps... a no ser que alguien quiera lemon ¬/¬ *señala de nuevo el botón* denme sus opiniones

            - No tengo ni idea de por qué te he traído a la reunión, Bruder...

            - Porque sin mí la reunión no sería increíble, West.

            Suspira por enésima vez. La verdad es que lo ha traído porque no tenía más remedio. La última vez que lo había dejado solo, tuvo que ir a la comisaría para recogerlo. Lo habían detenido por... exhibicionismo en un parque infantil. Cuando lo recogió, aún estaba borracho como una cuba e intentó desnudarse en un par de ocasiones de vuelta a casa. Así que, para evitar más problemas (y madres escandalizadas), decidió traerlo a las reuniones... No sabe si es peor el remedio o la enfermedad. Gilbert no ha parado de corretear por todos lados, molestando a Austria y a Inglaterra con la excusa de estar buscando a sus amigos. Por fin ha conseguido mantenerlo quieto en su silla... prometiéndole una cerveza negra en la mejor taberna de Inglaterra. La gente va entrado y sentándose en su respectivos sitios; la reunión da comienzo con relativa normalidad... y mucho aburrimiento para Gilbert.

            Se recuesta en la silla con cara de "diversión" y mira a todos lados: a un lado, al otro, al techo (que tiene unas manchas sospechosas y rosas), al suelo (con más manchas sospechosamente rosas) y, finalmente, decide mirar a los presentes. El que más resalta es, por supuesto, el estadounidense: rubio, enorme, barrigudo y muy ruidoso. Después, la pelea entre Inglaterra y Francia: una mole de brazos, piernas y pelos que llena el aire viciado de insultos de lo más originales. Alemania, a su lado, está dando voces para intentar calmar a la gente, sin ningún resultado. Los italianos piden pasta a gritos, Rusia quiere que todos sean uno con él, los Bálticos tiemblan como el trío tembloroso que son, China intenta construir un barrio chino en la sala de reuniones, Corea lo acosa con ayuda de Hong Kong... De repente, algo capta su atención. Algo inusualmente silencioso y tranquilo. Mira de nuevo con más atención.

            Se trata de un chico, muy parecido a América, pero con un ligero toque... delicado. Sus pestañas son largas, la cara es más redonda y tierna, los ojos de color violeta y más grandes, Nantucket ha cambiado por un rizo largo en forma de tirabuzón, los labios parecen más gruesos... En resumen, mucho más mono. Y a Prusia le gustan las cosas monas. Más si tiene entre sus brazos a otra cosa mona, como un osito polar que le pide comida con una voz muy tierna. Sonríe, pone los codos en la mesa y apoya la cabeza en las manos.

 

            La reunión pasa inusualmente rápido, con un inusual Gilbert callado e inusualmente quieto. Alemania empieza a pensar que ha ocurrido una hecatombe o que ha entrado en un universo paralelo, porque Prusia en silencio y reunión aburrida son incompatibles. Cuando llega el final de la reunión, Ludwig se lleva a su hermano aparte y le pregunta:

            - Bruder, ¿te encuentras bien?

            - ¿Yo? Perfectamente.

            - ¿Seguro? Has estado muy callado -lo mira con desconfianza.

            - Ah, bueno... tenía algo entretenido que mirar -responde desviando la mirada y con una sonrisita poco disimulada.

            - Ya... ¿y se puede saber qué mirabas?

            - Oye, West, ¿quién es el que se sienta ahí? -Señala el asiento del chico misterioso.

            - ¿Ahí? -Mira en la dirección que indica Gilbert.- Yo diría que es un oso polar.

            - No hablo del oso, hablo del chico.

            - ¿Quién? -entrecierra los ojos y mira con atención.- No lo sé, mejor pregunta a América que es quien ha enviado las convocatorias. Y ahora dime-

            Pero antes de poder terminar la pregunta, Prusia se marcha a zancadas a buscar a América.

            - Scheisse!

 

            - ¡Oye, gordo come-hamburguesas, el increíble Prusia-sama quiere hablar conmigo!

            - ¡Yo, man! ¡Y no estoy gordo! -Puchero.- Solo un poco rellenito...

            - Lo que tú digas -lo gira hacia la silla del chico misterioso.- Dime quién es esa persona.

            - ¿Quién? -Mira atentamente.- ¡Ah! Es mi hermano Canadá. Vive al norte de mi casa.

            - Canadá... Bien, gracias, gordo hiperactivo -y se marcha tal y como vino, es decir, increíblemente.

            - ¡No! ¡Estoy! ¡Gordo!

 

            Al poco tiempo, encontramos a Prusia sentado increíblemente en el asiento de detrás con Alemania haciendo de sin increíble chofer. Tiene una sonrisa anchísima dibujada en la cara y un hermano que cada vez está más preocupado por su silencio.

            - Oye, West, ya he averiguado quién era el chico.

            - ¿Quién?

            - El que sujetaba al oso polar.

            - Ah... -recuerda al oso flotando en la silla.- ¿Y quién es?

            - Canadá -mira al techo y sigue hablando.- Es el hermano del gordo-que-solo-está-rellenito. Me dijo que vivía al norte de su casa.

            -Interesante...

            - Pobrecito... seguro que tiene que pasar mucho frío. Aunque los inviernos tienen que ser tan increíbles como ore-sama.

            Ludwig frena en seco y se gira hacia su hermano.

            - ¡Nos vamos al hospital ahora mismo!

            - Pero si estoy de maravilla.

            - No lo estás. Te has vuelto loco y a mí me va a dar un infarto.

            - ¡No he hecho nada!

            - ¡Claro que sí! Has dicho que algo es tan increíble como tú. Nos vamos al hospital ya -vuelve a ponerse en marcha.

            - ¡No me gustan los hospitales! ¡No son increíbles ni maravillosos! -Se pone de morritos y se cruza de brazos.- Además, me prometiste una cerveza negra en casa de Inglaterra.

            El rubio se queda quieto, pensando. Eso último sí que había sido muy propio de su hermano... pero lo de antes le parecía preocupante. Bueno, esperaría un par de días por si averiguaba algo y, si era grave, lo llevaría al hospital. Pero ahora sería mejor que lo llevara a la taberna antes de que se pusiera a exigirle a gritos. Continúa su camino con un suspiro y un fuerte dolor de cabeza.

            - West... ¿podría ir a la próxima reunión?

            West se quedó de piedra.

 

            Así fue como, a partir de ese día, Prusia empezó a acompañarlo a todas las reuniones y conferencias mundiales. Aunque no tenía razón para quejarse. Su hermano se quedaba quieto y callado y eso era un verdadero alivio... Hasta que volvía a casa. De camino, empezaba a hablar como si le hubieran cambiado las pilas o dado cuerda. Hablaba y hablaba sin parar de un tal Canadá. Que si había visto sus ojos morados, que si había oído la inteligentísima idea que nadie había escuchado, que si había olido su aroma dulzón, que si, que si... Si pudiera, lo dejaría en la sala de reuniones contemplando al Cana-no-se-qué. Le daba un dolor increíble con su parloteo. Hasta que un día decidió ponerle fin.

            Hoy es la última jornada de conferencias sobre economía. Como siempre, Alemania va acompañado de un alegre Prusia, que sonríe con sorna a todo el que pasa por delante de él. Son los últimos en llegar, cosa rara para Alemania pero no tanto para Prusia, y todo porque el prusiano no sabía qué ropa ponerse. Se sientan en sus respectivos lugares y la reunión da comienzo. Gilbert enseguida toma su postura favorita: codos apoyados en la mesa, cabeza en las manos y mirada fija en el canadiense. Ludwig se queda mirando a su hermano con algo de sorpresa (nunca lo había visto tomar esa postura porque casi siempre estaba ocupado intentando reestablecer el orden o calmando a Italia) y decide vigilarlo un rato. Afortunadamente, hoy el anfitrión es Rusia y nadie se atreve a decir una palabra más alta que la otra, así que hay bastante calma.

            Ludwig se queda mirando a su hermano, que no aparta la vista de una silla vacía... no, espera, hay un oso f-... flotando... Se frota los ojos, convencido de que sufre alucinaciones por el estrés, y mira de nuevo con más atención. Si se concentra lo suficiente, puede ver un rostro... unos ojos violáceos... un tirabuzón... y unos brazos que sujetan al oso. Aliviado por saberse cuerdo, concluye que ese debe ser Canadá, del que Gilbert tanto habla. Ahora comprende por qué a su hermano le atrae tanto. El canadiense es bastante mono y Prusia adora esas cosas (tiene un cuarto entero lleno de peluches de pandas, pollitos, gatitos y demás).

            Se queda vigilándolo durante toda la conferencia. Ve cómo su rostro se sonroja cada vez que el rubio acaricia el oso con una sonrisa. Cómo sonríe cada vez que el canadiense intenta hablar y sus palabras se pierden en las discusiones. Cómo el rostro de Gilbert se ilumina conforme la conferencia avanza. Si Alemania tuviera que definir el estado de ánimo de su hermano diría que está feliz. Feliz... y quizás enamorado. Más de una vez vio ese expresión de alegría en la cara de Prusia durante la relación que tuvo con Austria antes de que se casara con Hungría. A pesar de que nunca pudo soportar quieto durante más de un minuto en un concierto de música clásica, Gilbert era capaz de quedarse horas y horas escuchando al austriaco tocar el piano. Siempre con esa mirada embelesada, con esa expresión de felicidad... Nunca podrá olvidar los ojos de Gilbert el día en que le anunció su matrimonio: su cara era de piedra, sin expresión, pero sus ojos eran un reflejo de puro dolor. Cuanto volvió a casa, estuvo varios días encerrado en su habitación, sin salir ni siquiera para comer. Fue... realmente duro ver a su hermano tan hundido. Gracias a Dios, pronto volvió a la normalidad.

            Por fin sabía por qué su hermano no dejaba de darle la vara con el canadiense: le gusta, y mucho. Toma un trozo de papel y su lujosa pluma y escribe una nota. Después se la pasa a su hermano, que la abre y la lee:

            Ya he visto a Canadá. Tienes razón, es muy mono. Como a ti te gustan.

            Prusia se sonroja y sonríe tímidamente. Responde en la misma nota con un lápiz.

            ¿A que sí? Y seguro que es tan increíble como yo. A propósito, ¿no tendrías que estar prestando atención a la reunión?

            Uno: no creo que sea necesario, y dos: no es de tu incumbencia. Solo quería decirte que me parece curioso que aún no lo hayas invitado a salir.

            Es que... el increíble yo está recopilando información para poder llevarlo a un sitio adecuado.

            Pista: según Francia, le encantan los panqueques con sirope de arce y el jockey.

            Gracias por la información. Pero ¿cómo se lo digo?

            ¿No eras tan increíble? Díselo como hace una persona  increíble y maravillosa: cara a cara. Dentro de poco hacen una pausa. Es tu oportunidad.

            Supongo que tienes razón. Lo haré... em... gracias, West.

            Alemania le sonríe y arruga el papel. Desde que Austria lo dejó, Gilbert no ha tenido ninguna relación con nadie... De vez en cuando, salía con España y Francia, o contrataba "señoritas de compañía", pero nada más. Es como si estuviera de luto o aún creyera que su relación volvería a funcionar... El rubio piensa que ya era hora de que su hermano saliera con gente y se olvidara del pianista. Se gira hacia donde se está produciendo la discusión y plantea sus propuestas. El resto de la reunión pasa de manera relativamente pasible hasta el anuncio del descanso.

 

            Por fin, el ruso anuncia la pausa para comer. La sala se vacía rápidamente hasta que solo quedan el canadiense ordenando sus papeles y un prusiano indeciso que se come metafóricamente las uñas (hacerlo literalmente no sería para nada increíble ni maravilloso). Se levanta, tenso, y camina hacia el rubio. Con algo de vacilación, carraspea e intenta llamar su atención. Matt se gira hacia él y reacciona encogiéndose y cubriéndose la cabeza:

            - ¡N-no me pegues! ¡N-no soy América!

            - Lo sé... Y no voy a pegarte.

            Canadá abre un ojo tras las gafas y se quita las manos de la cabeza.

            - Ah... Entonces, ¿qué quieres?

            - Em... bueno, yo... el increíble yo... el maravilloso yo...

            - S-sí, tú...

            - Q-Quiero darte... el honor...

            - E-el honor... -le anima a continuar.

            - De... salircomigodespuésdelareunión.

            - S-señor Prusia...

            - ¡Sabes quién soy! Aunque es imposible no conocer al increíble yo.

            - E-en fin... ¿P-podría repetir l-lo que ha di-dicho?

            - S-s-sal conmigo... después de la reunión...

            - Eh... yo... d-de acuerdo.

            - No acepto un no-... Espera, ¿has aceptado?

            El canadiense asiente sonriendo.

            - Qué bien... ¡No es que esperara que te negaras! Soy demasiado maravilloso para que me rechacen.

            - ¿A-adónde vamos a ir?

            - No sé... hay una cafetería muy cerca de aquí. ¿Te apetece que comamos allí?

            - E-Está bien. -Termina de meter los papeles en la carpeta.

            - ¿Me esperas en la puerta al salir?

            - S-si sales antes, e-espérame tú.

            - No soy tonto, no desaprovecharía la oportunidad de verte disfrutar comiendo.

            Matt no sabe si debe tomarlo como un halago, así que simplemente coge su carpeta y se encamina a la salida. Pero, antes de salir, se gira y se despide de Gilbert con la mano y una sonrisa. Después, se marcha rápidamente, dejando al chico de pelo gris con cara de bobo.

 

            Inglaterra sale de la reunión con cara de absoluto cansancio. Se masajea el cuello, con su cartera bajo el brazo, mientras baja por la calle en busca de un sitio para comer. En realidad, desearía volver a su casa, quitarse esos molestos zapatos que le aprietan los pies y prepararse una buena taza de té con limón. Pero Rusia queda demasiado lejos de su casa si quiere comer, así que se tiene que conformar con algo ligero y una larga caminata hasta su casa. Pronto encuentra un lugar acogedor, de ambiente discreto y sencillo, del que ha tenido muy buenas referencias. Sin embargo, antes de entrar, ve algo por la ventana que lo deja helado.

            Prusia y Canadá están tranquilamente sentados en una mesa, comiendo y charlando. De vez en cuando, se ríen (bueno, el prusiano lanza una carcajada que se oye desde fuera y el canadiense sonríe discretamente) como si se conocieran de toda la vida. A Arthur le corroe la curiosidad, aunque no piensa admitirlo, y decide tomar asiento en una mesa cercana para vigilarlos. Para él, Canadá es como un hermano pequeño o un hijo, y además no se fía demasiado de Prusia. Con las habilidades de espía de las que tanto se enorgullece, se sienta justo detrás de ellos y escucha la conversación.

            -... ¿D-de verdad papá Francia hi-hizo eso?

            - ¿Dudas de la palabra del increíble yo?

            - N-no, no, por s-supuesto que no.

            - Te lo juro, se puso de rodillas delante del cejotas, le ofreció una rosa y le pidió que se casara con él. La cara del inglés fue todo un poema. Kesesesese.

            - Y-ya imagino. -Toma un bocado de su plato.- T-tienes muchas hi-historias interesantes, s-señor Prusia.

            - Llámame Gilbert. Mis maravillosos amigos lo hacen.

            - ¿M-me consideras tu amigo?

            - Claro que sí. Todos quieren ser amigos del increíble y maravilloso yo.

            - B-bueno, si tú lo dices... Y-y tú puedes llamarme Matt.

            - De acuerdo... Matt -le sonríe seductoramente, consiguiendo así que el rubio se sonroje.- Cuéntame algo de ti.

            - N-no hay gran cosa... T-tengo un hermano gemelo, Alfred, a-aunque no nos parecemos mucho... Pe-pero aún así l-la gente nos confunde y-y me llevo yo t-todos los golpes... L-los únicos que no n-nos confunden son I-Inglaterra y Francia.

            - Sí... es cierto, Francia ya me contó cosas de ti. Parece que te quiere mucho.

            - P-para mí, es como m-mi padre... A-aunque también l-lo es Inglaterra.

            Inglaterra se siente enrojecer ante las palabras de Canadá. Hacía tiempo que no le decían nada parecido.

            - Bueno, será mejor que comamos. No es nada maravilloso comer un plato que se ha enfriado.

            Inglaterra, internamente, está de acuerdo con Prusia, así que decide atacar su plato favorito: un rosbif tan bien hecho que le da la impresión de estar comiendo en su propia casa (es decir, está malísimo). Prusia, fiel a las tradiciones de su casa, toma una ensalada de patatas machacadas y Canadá un suculento solomillo de ternera (se ve que, a la hora de comer, afortunadamente tiene los gustos de su padre francés). La comida pasa relajadamente, con algunos comentarios sueltos e Inglaterra sin dejar de escuchar a escondidas (¡por el bien de Canadá! N-no es que estuviera preocupado ni nada por el estilo). Por fin, llega la hora del postre.

            - ¿Qué desean de postre?

            - Para mí, tráigame un trozo de tarta de manzana, y para mi acompañante, unos panqueques con sirope de arce.

            - Enseguida, señor -y el camarero se marcha.

            - ¿C-cómo sabías lo que i-iba a pedir?

            - Te lo he visto comer muchas veces en la cafetería, y a veces incluso te los llevabas a la sala de reuniones. Pones una cara muy bonita cada vez que saboreas un trozo.

            - ¿M-me has estado o-observando?

            - ¿Y-yo? Em... P-pues... -el prusiano desvía la mirada a todos lados mientras se sonroja y se rasca la nuca.- S-sí...

            - No sé s-si debería tomarme e-eso como algo b-bueno. -Canadá lo mira con mala cara.- Quizás de t-tanto estar con Francia s-se te han p-pegado sus costumbres.

            - ¡No, no! ¡No pienses así! Yo solo... e-es que... -baja la mirada al suelo- e-eres muy mono... y tierno... E-eso me gusta... ¡Pero no pienses que soy un acosador! Yo jamás haría algo así. No es mi estilo increíble y maravilloso -se cruza de brazos.

            - Entonces, ¿q-qué es lo que q-quieres?

            - Ser... amigos. Llevarnos bien. Y cuidar de ti.

            - N-no entiendo.

            - Yo tampoco... pero siento que debo hacerlo. Debo protegerte, no sé de qué, pero tengo que cuidarte -intenta rozarle la mano con los dedos.

            - E-esto es muy raro -quita la mano y empieza a recoger sus cosas.- G-Gilbert, tengo que i-irme -deja algo de dinero en la mesa.- He de ha-hacer papeleo con m-mi hermano... Espero q-que sea suficiente p-para pagar mi parte.

            - No, déjalo, te invito. Pero ¿de verdad te tienes que ir? -Intenta agarrarlo.

            - S-sí -no se atreve a mirarlo a la cara.- Ha-hasta pronto -se zafa y se marcha rápidamente.

            - Matt, espera, no te asustes -lo sigue, pero antes de que pueda alcanzarlo, el canadiense ya ha desaparecido.- Matt...

            Inglaterra escucha la escena desde su mesa. Siente un regusto amargo en la boca. Conocía lo suficiente a Prusia como para saber que sentía algo por Canadá, algo gordo. Suspira. También entiende la reacción de Matt. Es un chico tímido y asustadizo, quizás a causa del "amor paternal"de Francia. Pide su cuenta y mira de reojo al prusiano. Está sentado en la mesa, con la cabeza apoyada en una mano y jugueteando con la comida. Parece que se le ha quitado el apetito. Arthur siente un nudo en la garganta cuando lo ve apretar los labios y cerrar los ojos. Paga lo que debe y sale a la calle. Coge el teléfono y marca un número. Sin dar ninguna explicación, da la dirección del restaurante e indica la mesa en la que está sentado Gilbert. Cuelga. Espera que el alemán sea capaz de ayudar a su hermano. Echa a caminar y se pierde entre la multitud con una sonrisa en la cara.

Notas finales:

TT^TT soy cruel con Gilbert... Pero en el próximo cap se lo compensaré, lo prometo *llamas de la juventud de Rock Lee*


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