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In memory of... por Ciel Phantom

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Notas del capitulo:

“Vivimos en el mundo cuando amamos. Sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida.”

Albert Einstein

Estampo su firma con rencor, coraje, tristeza y dolor. Tantas veces que soñó llegar a ese desenlace. Sin embargo, el deseo tan amado y por fin alcanzado, tenia un horrendo sabor a hiel, a sangre.

 

 

 

Impregnado del vital liquido de quien amo. 

 

 

 

Soltó la pluma de mala gana. Mirando de reojo a su regente, ahora le parecía mas viejo; los años le habían caído encima como balde de agua helada. Su padrino intento sonreírle. Pero nada logro, esa eterna mueca de comprensión y felicidad se borro para no volver; el también lucia mas añejo. 

 

 

 

Dio las gracias a los hombres que trasportarían el histórico documento. Dio la buenas noches de forma tajante pero educada antes de salir.

 

 

 

Los corredores del Castillo del Pacto de sangre ahora eran mas sombríos y distantes. Ese lugar, ya no era su hogar.

 

 

 

Una dulce voz de mujer lo llamo a su espalda. Detuvo su marcha pero no volteo. Unos bellos brazos morenos lo rodearon desde atrás con cariño. Como contestación coloco un beso suave en ellos. Ella sonrió tristemente mientras depositaba su cabeza contra su espalda.

 

 

 

En esa posición susurro un; “Te quiero Yuuri”. Para inmediatamente después deshacer el abrazo y caminar en dirección contraria. El pelinegro suspiro cansado, reanudo su marcha. Ya hablaría con su adorada hija mañana.

 

 

 

La oscuridad se cernía contra él. Su cuerpo registraba un frió que nunca llego a sentir estando entre esos muros, en esa cama. Sus pupilas negras se calvaron en el techo. Una gotita salda se formaba en la comisura de su párpado. Tímidamente rodó delineando su mejilla. Y a esa aventurera le siguieron mas y mas.

 

 

 

Calló contra el suelo. El sonido sordo que hicieron sus rodillas al impactarse fue opacado por el comienzo de un sollozo lastimero, que incluía de vez en vez un jadeo o gemido.  Sus puños impactaron contra el piso, con furia y desdén, impotencia y amargura.

 

 

 

Afuera, las nubes ocultaron la hermosa luna. Shin Makoku llevaba exactamente un año y siete meces sin ver ese dulce destello plateado. Un año y siete meces sin la inspiración para poetas y amantes. Un año y siete meses de noches mas obscuras que el infierno.

 

 

 

Y todos sabían porque.

 

 

 

Un año y siete meces, era exactamente lo que el consorte real lleva muerto.

 

 

 

Wolfram Von Bielefeld, el ser cuya belleza había cautivado a Lord Von Kraineert hasta el punto de la locura.

 

 

 

Pero de eso hacia ya. Un año y siete meces.

 

 

 

Muchos libros de historia, registrarían como un evento clave esa noche. El aniversario de sus majestades.

 

 

 

Su pueblo idolatraba a su vigésimo séptimo gobernante. Por lo que gustosos, la celebración fue acogida en el reino entero. Las luces iluminaron hasta el ultimo rincón de su basto dominio, al igual que los puestos y los dulces.

 

 

 

La algarabía se desbordaba y los regalos para los soberanos también. El rey tenia una gran sonrisa tatuada en el rostro, la misma que perduraba desde su matrimonio con el príncipe Mazoku. Por su lado el consorte brillaba, aun mas que cualquier flama, tal vez mas que el sol.

 

 

 

La fiesta fue sublime, la danza magnifica, y la comida soberbia.

 

 

 

El ultimo baile fue anunciado. El rey tomo con delicadeza la mano de su esposo, dirigiéndolo al centro del salón. Su brazo se enrosco con delicadeza en la cintura del rubio, y los brazos de este se instalaron confiados alrededor del cuello del monarca. Y la melodía comenzó a sonar. Dieron dos o tres vueltas antes de que los invitados se unieran a esa ultima pieza.

 

 

 

 Los ojos negros estaban completamente perdidos en esos de un precioso color verde. Sus cuerpos juntos, los corazones en sincronía, los enviaban a un lugar en donde solo ellos existían.

 

 

 

Alguien toco el hombro del rey. Su cara de duda hablaba por él. “¿Me permite?”  fue lo único que ese hombre dijo antes de arrebatarle a Wolfram de sus brazos. Miro en dirección a su esposo. Este, suplicante le pedía no hacer nada insensato. Yuuri trago fuerte, contó hasta diez y salió de la pista de baile.

 

 

 

Miro a su padrino y ahora cuñado. Su semblante siempre relajado se notaba tenso.

 

 

 

“Lord Von Kraineert”. Dijo para empezar a explicarle que hace poco, Gran Shimarron había nombrado rey. El pelinegro miro en dirección a su consorte. La canción ya casi terminaba.

 

 

 

Con paso decidido camino hasta donde se encontraba Wolfram. Espero solo unos segundos mientras la orquesta daba el compás final. Sin el mas mínimo de educación, separo al hombre del rubio.

 

 

 

La pareja real estaba por retirarse. Los invitados hicieron una leve reverencia al verlos partir.

 

 

 

“Tiene un esposo bellísimo su majestad. Es mas, yo me atrevería a afirmar que, el gran rey Maou posee a la criatura mas exquisita del mundo”.

 

 

 

Yuuri apretó los puños. El tono de voz dejaba claramente palpable el doble sentido en su oración, aparte era la mirada lujuriosa sobre Wolfram, estaba llevando al limite. Un dulce jalón en su manga lo devolvió a sus cabales.

 

 

 

“Vamos Yuuri, estoy cansado”. Wolfram jamás permitiría que el pelinegro se rebajara con semejante alimaña.

 

 

 

Llegados a la habitación, el rey despotrico como nunca en su viada. Sus manos deseaban estrangular algo, y ese algo fue para su desgracia, la pobre almohada, que resistió sin quejarse su ataque de ira.

 

 

 

La beatita risita de su esposo atrajo su atención. Con paso sensual e hipnótico se abrazo de él.

 

 

 

“¿Has terminado con tu berrinche? Porque hay asuntos mas importantes que atender.”

 

 

 

Esa fue la pauta para la mejor noche de pasión desenfrenada que recordara. Lo hicieron de mil maneras. Con posiciones que ni siquiera sabia que existían o que ellos inventaron, toda la noche, sin descanso, sin tregua. Sus cuerpos juveniles y fogosos deseaban que su cómplice nocturna no se marchara. Que el sol no apareciera por el horizonte. Porque sus esencias estaban tan entremezcladas que les era doloroso separarse. Incluso sus alientos ya eran un néctar nacido de ambos. Sin forma de poder diferenciar en donde terminaba el de Yuuri e iniciaba el de Wolfram.

 

 

 

Ahora que lo veía en retrospectiva. Debería haberlo intuido. Presagiado que ese inmundo animal intentaría algo. Debía haber mandado a su esposo a casa. Con su madre. en donde estaría seguro. Remilgaría, se molestaría y le dejaría de hablar como por una década. Pero estaría vivo, él y...

 

 

 

Apretó con fuerza su sien. La cabeza le punzaba. Sus dientes hicieron presión. Y la oscuridad afuera fue mas profunda. Todo Shin Makoku sabia y entendía el sufrimiento de su monarca. En las noches, notaban la presencia de Maou, quien también lloraba la ausencia de su cónyuge. Por eso la luna ya no era bien recibida. Por eso las gruesas nubes negras. Ese bello satélite le recordaba a su amado consorte.

 

 

 

Una semana paso desde aquella entrega total. En ese tiempo Wolfram parecía distante, incluso retraído. Cumplido el lapso, el rubio por fin tomo valor para decirle su pesar, o mas bien su secreto.

 

 

 

Los destellos de fuego en el cielo, serian recordados por milenios. El cielo ese ocaso se vistió de naranja con flores azules, doradas y plateadas, que detonaban cual cascadas y que no era otra cosa que el maryoku del rey.

 

 

 

“Vamos a tener un hijo, Yuuri” esas palabras lo convirtieron en el hombre mas feliz del universo.

 

 

 

Se notaba su impaciencia. Su ansia por conocer a su primogénito. Por arrullarlo. Por amarlo.

 

 

 

Mes y medio. Un plazo muy corto. Eso duro su preciada quimera.

 

 

 

Los ojos rasgados del Maou miraban por la ventana. Observando a su pueblo. Luego al templo, y por ultimo los jardienes del palacio. Se recriminaba el no haber presentido el peligro.

 

 

 

La luna esta ausente, el silencio reinaba, por donde quiera que observara, la tensión y el olor a desventura se dejaban sentir. Lastima que siendo tan dichoso, no lo notara.

 

 

 

Fue un poco antes de media noche. Completamente perdido en los brazos de Morfeo no los escucho entrar. Su cuerpo solo reacciono cuando perdió el tibio calor del rubio.

 

 

 

Las palabras amenazantes no se hicieron esperara. Una espada estaba casi clavada en su cuello. Wolfram un poco retirado de la cama, lo miraba asustado.

 

 

 

Inmediatamente lo supo. Esos tipos solo querían llevarse a su esposo.

 

 

 

Fue demasiado tarde.

 

 

 

La espada de un tercero, se levanto en su contra. Se incrusto rápido y fuerte. La carne suave cedió, y la sangre caliente se deslizo por su abdomen hasta la cama. Un gemido ahogado se dejo escuchar. Con sus temblorosas manos intento palpar el lugar de la herida. El liquido vital era cada vez mas abundante. El lecho de sabanas blancas, se teñía de carmín.

 

 

 

Los gritos de los hombres, los murmullos asustados de estos y su pronta huida, lo dejaron perplejo.

 

 

 

Wolfram tenia los brazos alrededor de su cuello. Aferrándose a él como si la vida le fuera en ello.

 

 

 

“Sabes. Desde que llegaste a este mundo, soñé tantas cosas. Creí en tus palabras. Te ame por sobre todo y todos. No me arrepiento de nada. El saber que un hombre como tu llorara por mi y me recordara es recompensa suficiente. Sin embargo hay algo que no pude hacer. Me hubiera gustado darte un hijo. Yuuri. Ahora solo puedo recordar. Lo que me sorprende es que son recuerdos gratos. La vida es maravillosa. No la desperdicies, abrázala con tanta fuerza e intensidad como a mi.”

 

 

 

El silencio fue lo único que lo acompaño. El corazón de su consorte se apagaba, el suyo parecía seguirle.

 

 

 

Un grito desgarrador y profundo. Eso fue lo que dejo salir de su garganta. Murata lo escucho incluso hasta el templo de Shinou. Muchos temblaron. Y otros mas temieron por sus vidas.

 

 

 

El viento embravecido obedecía las ordenes del Maou, las olas en el mar se alzaron portentosas, las nubes negras se arremolinaban y la tierra temblaba. El fin del mundo estaba cerca.

 

 

 

Una pequeña bola de energía azul  emergió entre la negrura. dirigiéndose hacia Dai Shimarron. El Gran Sabio intento detenerlo. La ropa manchada en sangre del rey, le hicieron callar.

 

 

 

“Espero que Dios se apiade de sus almas. Porque el Rey Demonio les impondrá justicia”

 

 

 

Al paso del Maou todo quedaba en ruinas, su dolor y coraje no le permitía ver el daño que estaba causando. Cuando llego al castillo, con solo un mandato de su mano derecha destrozo la gran puerta que le impedía el acceso. Los soldados, fieles y creyentes de su soberanía se interpusieron a su avancé. Los observo unos segundos, un gran huracán los elevo por los aires.

 

 

 

“Lord Von Kraineert”. Gritaba. Su voz le parecía tan lejana. El hombre bueno y bondadoso, el gentil regente de los mazokus lloraba su perdida, dejando que esa esencia milenaria, esa parte de él que era poder, lo arrastrara, lo controlara, que lo vengara. Porque eso era. Quería VENGANZA. Anhelaba ver a ese hombre sufrir el mismo insano sentimiento, que lo carcomiera el miedo y la desesperación, he incluso eso le parecía poco.

 

 

 

Siempre recolarían aquella madrugada. Ese día. Primero porque el sol nunca apareció en el horizonte; segunda, porque talvez no lo hizo por miedo al campo rojo que alumbraría.

 

 

 

Su regente fue el primero en aparecer. Con cuidado lo tomo de los hombros, su fuerte y varonil mano cubrió sus ojos de forma paternal.

 

 

 

“No mires Yuuri”. Fue lo único que le escucho decir. La primera vez que el General usaba su nombre, también se convirtió en la mas dolorosa.

 

 

 

El barco con la bandera de Shin Makoku lo esperaba. Tal cual si fuera una pieza de porcelana fue escoltado hasta su camarote. Hasta ese momento se dio cuenta, quien lo acompañaba era su padrino. Lo miro dar media vuelta, sin decir una sola palabra.

 

 

 

“Lo siento, Yuuri”. Y ahí estaba. La confirmación de que lo anterior no era una pesadilla mal avenida, sino una realidad aplastante. Se levanto de la cama como si esta quemara. Sus labios se abrieron. Uno, dos, tres segundos y volvió a cerrar la boca. El gran Patriota de Rutenberg lloraba.

 

 

 

“Yo también lo siento Conrad”. El castaño se marcho. No existía nada mas que pudiera decir.

 

 

 

El funeral fue emotivo. Su madre lloraba a mares. “Remordimiento”, llego a pensar el pelinegro con amargura. Porque se daba cuenta de que todos le daban esa impresión.

 

 

 

Con amor tomo su mano una ultima vez. Beso el dorso de esta con devoción. Observo sus exquisitos rasgos. Exquisitos, exquisito... odiaba esa palabra.

 

 

 

Waltorana esperaba la retira del rey para encender las llamas que consumirían el cuerpo de su adorado sobrino. El rey dio un paso atrás, y las flamas danzaron deseosas de posarse sobre la belleza de ese joven con rostro de infante.

 

 

 

Gwenldal y Conrad lo custodiaban. No deseaban ningún espectáculo.

 

 

 

Aun podía verlo, sus suaves cabellos dorados bailaban por el ardor del fuego. Su piel tan suave y tersa, ya no desprendería esa dulce esencia a miel que lo desquiciaba y lo embrujaba. Sus ojos penetrantes y mas vivos que cualquier pradera en primavera, ya no le regalarían secretos o complicidades que solo el entendería. Esas manos cariñosas no le consolarían, ni escucharía ese trinar de ave que el príncipe tenia por voz.

 

 

 

“Ahora estoy mas muerto que tu, Wolf”

 

 

 

complacería su ultima petición. No se encerraría en su dolor. No preocuparía a nadie, apreciaría la vida que su esposo le había entregado con su sacrificio. Pero por sobre todo. Le daría un significado.

 

 

 

“El ha creído en mi. Es hora de creer yo en mi”

 

 

 

Un mundo en paz.

 

 

 

Para ello Dai Shimarron desaparecería.

 

 

 

Con el ataque, la necesidad de la gente, y el constante miedo a los Mazokus; fue cosa relativamente fácil someter, porque no tiene otro nombre; al reino que en algún momento rivalizara con Shin Makoku. Sus tierras, ahora eran propiedad del rey Maou.

 

 

 

Si bien no era esa la forma en que visualizo en algún momento imagino que la paz llegaría, se contentaba con saber que llego. Aun precio muy alto.

 

 

 

¿Pero que sueño no lo tiene?

 

 

 

“Espera por mi Wolf, que si esta vida nos separo, la misma muerte que desafío a de ser quien nos una.”

 

 

 

 

 

 

 

Fin.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

In memory of Taylor Zavala died at age 26 .

Gran persona

Increíble ser humano

Fascinante individuo Perseverante alumno Irremplazable confidente Invaluable amigo

Excelente hijo

Amado hermano

 

Y amor platónico.

 

Porque la muerte es solo el camino a la eternidad. Y la meta es DIOS.  


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