Indecisión
Diez de agosto. Una fecha insignificante. Un día como otro cualquiera. Eso era lo que pensaba antes de conocer a ese estúpido conejo. Pero tampoco es que me importe mucho, la verdad. Soy Kanda Yuu, un samurái. El día de hoy lo pasaré entrenando con mi Mugen, que es lo que hago cada día si no estoy de misión, claro. Además, siempre he evitado este tipo de… sentimientos hacia cualquier persona. Él no será la excepción, espero. Y el hecho de que le haya comprado un regalo no quiere decir nada en absoluto.
Me levanto de la cama con dolor de cabeza. Pensar este tipo de cosas me produce jaqueca. Un plato de soba seguro que me sienta bien. Me dirijo hacia la mesilla y allí lo veo: la cinta para el pelo que le compré. Me quedo mirándola unos segundos pensando qué hacer. ¿Se la doy? ¿No se la doy? Bah, tengo todo el día para pensármelo. O se lo puedo dar otro día, no tengo la obligación de dárselo precisamente hoy. Cojo mi Mugen y bajo hacia el comedor.
Todo está muy tranquilo en los pasillos. Seguramente el bullicio se encuentra donde me dirijo. Al llegar veo la misma escena de cada mañana: la fregona con patas comiéndose su vigésimo plato de comida. No sé cómo no revienta, aunque no es que me importe mucho lo que le pase. Suspiro con cansancio y le pido a Jerry mi ración de soba. Cuando me siento en mi sitio, no puedo evitar acordarme de Lavi. Es bastante raro que no esté también desayunando y molestándome, como hace siempre. Debe estar en la biblioteca con el viejo aquel. Ahora que lo pienso, entre unas cosas y otras no nos hemos visto en una semana. Yo he estado de misión y él encerrado recopilando información para no sé qué. Bueno, da igual. Termino mi desayuno y voy fuera a entrenar. Seguro que así el día se me pasa volando.
Cansado, y con la satisfacción del deber cumplido, voy a darme una reconfortante ducha a mi habitación. Mientras el agua caliente relaja mis músculos no puedo evitar pensar de nuevo en el pequeño paquete que está sobre mi mesa. Ya está, decidido. Voy a darle el regalo, así no estaré dándole vueltas al tema y no me dolerá la cabeza. Salgo del baño, me visto y me dirijo al lugar en el que ese estúpido conejo seguro que está: la biblioteca.
Entro con cuidado para no hacer ruido. Empiezo a buscarle entre los pasillos de la gran sala. No le encuentro. Después de un largo rato mi paciencia se agota y decido irme de allí, pero en ese momento oigo algo que me resulta familiar. Voy con paso firme hacia donde he oído ese sonido y ahí le encuentro: en una esquina de la biblioteca está Lavi roncando entre libros. Una parte de mí quiere matarle por estar vagueando, pero otra no puede evitar sentir lástima por él. Seguro que ese viejo le tiene reuniendo información todo el día y no tiene tiempo de descansar. De repente, un cosquilleo invade mi cuerpo. No, no puede ser. No puedo estar nervioso. Yo no. Bueno, lo que sea. No quiero despertarle. Con sigilo, le dejo mi regalo en su regazo junto a un papel que reza "Feliz cumpleaños, conejo" Así sabrá que soy yo.
Vuelvo a mi cuarto. Me echo en la cama intentando conciliar el sueño. Cuando consigo quedarme medio dormido escucho cómo alguien se mete en mi habitación. Sé de sobra quién es. Esbozo una media sonrisa cuando noto cómo sus brazos me rodean. Al final creo que podré felicitarle en persona.