hopelessly I'll love you endlessly
hopelessly I'll give you everything
but I won't give you up
I won't let you down
1
El sol del atardecer entraba por la cortina abierta de la amplia habitación, bañando con un brillo dorado la pálida piel, perfilando con una suave luz a ese ser con porte de dios, que improvisaba distraídamente una canción, haciendo danzar sus dedos sobre una guitarra de color caoba.
Era una tarde calurosa en el corazón de California.
Jared llevaba una camiseta a rayas de manga corta y cuello en V que dejaba expuesto el collar con forma triangular colgando de su cuello. Llevaba el cabello en punta, las uñas bien recortadas y pulidas, y unos cuantos vellos esparcidos por su barbilla lo hacían lucir tremendamente encantador.
Creía entender porqué ninguna mujer podía resistirse; se preguntó que sentiría cualquiera de ellas al verlo así, tan resuelto, tan tranquilo; tan abandonado a su música, a sus pensamientos, a sus sueños.
Levantó la cámara que había dejado olvidada colgando de un cordel entre sus dedos, y enfocando la escena, oprimió repetidas veces un botón circular en la parte superior de la cámara, haciendo que una lluvia de flashes inundara la habitación.
—Shannon…
—No te muevas— le dijo, adentrándose en la habitación, capturando la hermosa sonrisa que se había dibujado de repente sobre unos tiernos y delgados labios que cualquiera estaría dispuesto a probar; se trataban de ambrosía, de un manjar hecho de estrellas: de la manzana prohibida en el jardín del Edén.
—Es un poco grosero que andes apuntando a la gente con esa cosa a la cara— protestó riéndose, apartando la guitarra, haciendo a un lado sus ensoñaciones para poder apreciar totalmente la compañía de su hermano.
—Es inevitable— respondió distraídamente, observando con una media sonrisa las fotos que acababa de capturar.
Al levantar la vista de la pequeña pantalla, se encontró con unos ojos que lo miraban intensamente; unos ojos en los que alguien podría quedarse mirando eternamente, eran fascinantes, como dos pálidos zafiros brillando en la seguridad de una vitrina iluminada y custodiada… incluso mejor, como dos zafiros que guardan en su interior una mística magia.
Comprobó al mirar esos ojos de un tono indescriptible, que ni siquiera el lente de última tecnología de su cámara profesional podía captar su verdadero color; un color, que los pobres mortales intentaban dar un nombre, uno simple y cotidiano, que cabe en el entendimiento de todos, azul.
Se sentó junto a su hermano en el sofá de color crema que adornaba la habitación, y luego de un corto silencio que no fui ni ensordecedor ni incómodo, ambos compartieron un abrazo de bienvenida.
—Te extrañé— dijo el menor de los dos, el de los ojos de color indescriptible, aspirando el aroma familiar de su hermano, el que recordaba desde que eran niños y del que no podría desprenderse jamás. Aun cuando Shannon estaba lejos, su mente traía de vuelta ese olor, de masculinidad impactante, fresco, y estimulante.
—Yo también,— respondió— regresé lo más rápido que pude. —Agregó apartándose un poco. —Las playas de Miami no son lo mismo si no estás tú, y Tomo. Los extrañé a ambos. —Jared no pudo evitar sentirse un poco celoso al escuchar eso, pero desechó de inmediato esa sensación, e intentó omitir el hecho de que el guitarrista de su banda recibiera la atención que por derecho le pertenecía.
—Como sea, —dijo levantándose, preparado para dirigirse a la puerta, —Voy a la cocina por un vaso de jugo, ¿quieres algo?, está haciendo un calor infernal aquí…— pero antes de que terminar de decir cualquier cosa más, Jared jaló de su brazo con decisión, haciéndolo caer de nuevo en su sitio en el sofá, sellando sus labios rápidamente en un beso que había tomado completamente por sorpresa al mayor de los Leto.
Jared recorrió con las yemas de sus dedos el cabello corto y oscuro; deslizó su mano por la curva de su cuello; delineó con el pulgar el contorno de su barbilla.
Sonrío travieso al apartarse y encontrarse con el rostro atónito de su hermano, que parecía completamente abstraído de la realidad.
—Bienvenido a casa.
2
El jugo de naranja había quedado completamente olvidado.
Antes de que su cerebro pudiera recomponerse por completo, Shannon ya estaba sobre Jared, llenándolo de besos, acariciando por debajo de la camiseta a rayas de mangas cortas la sensible piel del abdomen torneado a causa de arduas jornadas en el gimnasio.
Y a pesar de que la sed ya no parecía un problema, la temperatura parecía seguir aumentando en esa tarde de verano a cada segundo que pasaba. Sus pieles parecían arder a cada roce que el otro hacía sobre la piel contraria.
Jared gruño por la interrupción.
—¿Por qué demonios…?— Shannon no le dio tiempo de agregar nada, y obligándolo a levantarse, lo estrecho entre sus brazos en un nuevo beso, y lo condujo rápidamente hasta cruzar la puerta que estaba en el otro extremo de la habitación.
Una vez en el cuarto de baño, Shannon giró sin pensarlo mucho la llave que dejó caer sobre ellos una refrescante agua helada, que hizo que sus ropas humedecidas se adhirieran a los contornos de su cuerpo, y que sonrieran de manera cómplice antes de volver a atacar sus labios, con más agresividad y ansias que antes, buscando más contacto, una cercanía más íntima.
Jared levantó los brazos mientras Shannon sacaba apresuradamente su camiseta por encima de su cabeza. El menor no pudo evitar estremecerse cuando la piel, aparentemente hirviendo de su espalda, chocó contra la pared de baldosas tras él, recibiendo de nuevo un torrente de besos que no se limitaron exclusivamente a sus labios, sino que bajaron hambrientos por su cuello, devorando con sensualidad toda la piel que encontraban a su paso, arrancando de los labios entreabiertos y húmedos del cantante silenciosos gemidos que su hermano encontraba completamente excitantes.
Cuando Shannon mordió suavemente sobre los huesos de su clavícula, y luego bajó un poco más para entretenerse con una de sus tetillas, ya no podía soportarlo más.
—Deja de jugar, Shannon.— dijo, haciendo que su hermano levantara la mirada, sus ojos completamente verdes a causa de la lujuria.
—Aun no.— Respondió con un puchero— hace mucho tiempo que no te tenía así, déjame divertirme un poco más— agregó con una sonrisa maliciosa, acariciando por encima del pantalón la evidente excitación de su hermano, desabrochando lentamente el botón dorado de sus jeans, bajando cadenciosamente la cremallera.
Jared se mordió fuertemente los labios en cuanto una de las manos de su hermano se introdujo bajo su ropa interior, cerrándose sobre su miembro erguido que rogaba urgentemente por atención.
—Shannon…— susurró en su oído, lamiendo el lóbulo de su hermano mayor, jugando con su lengua con el pequeño pendiente que adornaba su oreja.
Había sido suficiente, él tampoco podía esperar más.
Con un suspiro, Jared recibió la repentina interrupción de las atenciones que estaba recibiendo, y con movimientos torpes y desesperados, terminaron de quitarse la ropa que estaba completamente empapada, entre urgentes besos y caricias sobre su piel, que suplicaba por más.
Pronto sus almas se fundieron en una; sus cuerpos se movían completamente sincronizados en una canción sin nombre, reconocida desde los más primitivos tiempos. Era esa misma canción que tocaban cada noche sobre un escenario. Shannon era el corazón de 30 Seconds to Mars, mientras que Jared era el cerebro. Ambos eran vitales, pero no podían funcionar separados.
—Te amo— logró articular Shannon entre suspiros entrecortados cuando ambos llegaron al clímax. Respirando con dificultad, Jared apretó sus labios una última vez sobre los de su hermano mayor en respuesta.
Afuera, el sol que daba un dorado brillo de ensueño a la habitación, ya había desaparecido.
3
Al entrar a la habitación llevando consigo una bandeja con un plato de pancakes cubiertos de una espesa miel de maple, acompañados de rojas fresas y una taza de chocolate caliente, Shannon fue sorprendido por un flash que lo dejó deslumbrado por un par de segundos.
Jared sonrío viendo la imagen en la brillante pantalla de la cámara, y a penas percibió una sonrisa aparecer en el rostro de Shannon, activó nuevamente la cámara; era una expresión que no se podía desaprovechar.
—Pensé que era grosero apuntar a la gente “con esa cosa”— dijo Shannon colocando la bandeja sobre el regazo de su hermano, que apenas y cubría su desnudez bajo una sábana demasiado transparente, aun así, no lo suficiente.
—Y lo es,— contestó de inmediato, dejando la cámara a un lado, y tomando con el tenedor un par de las rojas fresas— Pero ahora creo saber a qué te referías con inevitable. —agregó sonriente.
Shannon rodó los ojos en un gesto de desaprobación, y inclinándose sobre su hermano, robó un beso de sus labios.
—Las fresas están deliciosas— comentó, coqueteando descaradamente.
—Lo están— coincidió—¿Quieres más?