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Los Amantes Son Dementes por misery_182

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Notas del capitulo:

Hey you!

Sé que les debo un montón de disculpas por la tardanza, pero piensen que podría ser peor, podría haber decidido no ponerme a escribir toda la mañana y no publicar hoy sino mucho tiempo después… okno.

Si sirve de algo, me apena mucho no haber subido nada en este tiempo… es que he tenido un montón de cosas en mi loca cabecita que ya les contaré al final, supongo.

Por lo pronto espero que disfruten el capítulo y que no hayan perdido mucho el hilo de la historia.

Aclarado eso pueden proceder a leer.

Disfrútenlo, sin más, ¡a leer!

Capítulo 22. El tiempo se come nuestras vidas

Estaba molesto. No, estaba furioso. Y todo por la culpa de su padre, ¿sino de quién? Obligándolo a quedarse hasta tarde solo para hacer “trabajo que le correspondía”, como si le interesara en primer lugar. “Algún día tendrás que hacerlo” algún día no significaba esa noche precisamente.

Iba maldiciendo por lo bajo, –refunfuñando, casi haciendo un berrinche– con el ceño fruncido. El enojo se le notaba a leguas, incluso en medio de la oscuridad. Por eso Deidara debía de ser prudente cuando se hiciera notar.

¿Prudente? ¿Qué es eso?

-Hasta que por fin llegas- escuchó una voz conocida, el pelinegro abrió grandes los ojos, sorprendido, casi asustado –te juro que si hubiera tenido que esperarte un minuto mas no regresaba hasta dentro de una semana- mintió exagerando, ante la aún sorprendida mueca de Itachi.

-¿Dei-Deidara?- tartamudeó.

-¿A quién esperabas?- se incorporó de la pared donde estaba recargado y se le acercó un par de pasos, viéndolo con curiosidad y una ligera sonrisa de medio lado, divertido. -La noche es preciosa Itachi, pero no vine hasta acá para ver las estrellas…- llamó su atención, sacándole una sonrisa también a él.

 

Ya había tenido ese sueño. Ese donde Itachi le recorría con sus grandes y frías manos su espalda, por debajo de su camiseta. Donde le besaba el hueso de la clavícula que parecía notarse cada vez más al pasar el tiempo. Donde seguía besando y lamiendo su cuello, subiendo hasta su barbilla y luego lo besaba en los labios. Pero no lo hizo, recorrió la curva de su mandíbula hasta su oído y volvió a bajar, pero Deidara quería que el sueño se completara. Quería probar sus labios aunque fuera un maldito sueño.

Y lo hizo, pasó sus brazos por su cuello y enredó los dedos en sus cabellos negros y sedosos, y jaló sin lastimarlo para alcanzar sus labios, que estaban abiertos para dejar entrar más aire, excitado.

Los probó, calientes. Los mordió y escuchó –o imaginó– un gemido. Y hundió su lengua dentro su boca, saboreándolo, y no se dio cuenta de que Itachi le devolvió el gesto casi con la misma intensidad con la que él lo hizo.

No hasta que Itachi quiso tomar el control, hasta que el beso se convirtió en una verdadera batalla por ver quien dominaba, e Itachi llevaba las de ganar, y Deidara se sorprendió, ¿qué estaba haciendo? Seguro que le pediría que se fuera. Lo empujó con fuerza para separarlo, mirándolo fijo, con los ojos muy abiertos y respirando agitadamente.

El pelinegro le sostuvo la mirada y frunció ligeramente el ceño, casi molesto, casi decaído, casi triste. Deidara estaba sonrojado, apenado, apetecible. Pero si lo separó fue por algo y era tiempo de saber por qué, de hablar.

Por eso se fue, salió de la habitación sin decir nada, tan silencioso que si Deidara no lo hubiese estado viendo de reojo no se habría dado cuenta de que lo dejó solo.

¿Qué haría? Quedarse ahí y esperarlo, o irse y no volver a verlo, porque seguramente no querría volver a verlo, porque los dos términos más importantes de aquella relación, después del sexo, era que no habría besos y que no habrían sentimientos. Por algo, por alguna maldita razón que todavía no lograba encontrar, habían acordado eso.

Pero sus pensamientos no llegaron más allá. Itachi había regresado y esta vez con una pequeña cajita en una de sus manos.

-Es para ti- fue lo único que pudo auricular, después de extender el brazo esperando a que la tomara, tan despacio que creyó que el rubio no lo había escuchado.

Deidara trago grueso, conteniendo la respiración casi consiente de eso, las manos le temblaban e intentaba abrirla.

-It… Itachi- susurró sorprendido, abriendo grandes los ojos, aunque el nombrado solo pudiera ver uno de los dos. -¿Qué es esto?- preguntó.

-Es… un regalo- repitió cerrando los ojos, un poco decepcionado por su reacción.

-Sí, pero ¿por qué?

-Yo… te lo iba a dar la noche antes de que te fueras a Inglaterra- dijo –pero cuando desperté ya no estabas- lo miró fijamente, Deidara desvió la mirada al suelo, avergonzado –lo compré… para ti- explicó ignorando la expresión del otro.

Eso no respondía a su pregunta. El rubio se mordió el labio inferior con nerviosismo, no sabía que debía de hacer. Acarició el collar con la yema de los dedos y sin poder evitar temblar, y luego cerró la caja con lentitud al igual que sus ojos.

Lo sabía, para Deidara aquello no era más que sexo, solo placer. Itachi bajó la mirada junto con la cabeza y un incómodo silencio se instaló en la habitación. Negó con la cabeza, auto reprendiéndose por haber sido tan estúpido. Creer que Deidara le correspondía… apretó los puños enterrándose las uñas y rezando por no llorar delante de él.

Entonces empezó a temblar. Su cuerpo recibió un ligero impacto que lo hizo tambalearse, un calor proveniente de algo o alguien que se instaló en su cuello, y un beso húmedo sobre sus labios. Abrió los ojos sorprendido sin atinar a corresponder.

-Espero que no sea muy tarde para esto, pero… yo, te amo- susurró Deidara separándose lo suficiente para mirarlo con los ojos llenos de lágrimas, esperando en silencio su respuesta.

-¿Q-Qué?- tartamudeó, porque no podía creérselo.

-Que te amo- repitió. Eso debía de ser un sueño, un hermoso sueño, que decidió continuar. Frunció el ceño y puso las manos en sus caderas, reanudando las caricias de antes.

-Repítelo- le pidió entre besos, dados en su cuello y un poco más abajo. Sacándole la camiseta y tumbándose uno arriba del otro sobre las sábanas.

Y así lo hizo, siguió diciéndole cuanto le amaba mientras recorría su cuerpo con sus labios y sus manos. Mientras succionaba cada porción de piel y sentía enterrarle los largos dedos en sus hebras negras para marcar un ritmo que le funcionara. Mientras le pedía por más, le rasguñaba la espalda y gemía en su oído.

Mientras lo embestía suave y después profundamente, lento y luego rápido. Haciéndole tocar el cielo. Tocándolo juntos y al mismo tiempo.

E Itachi lo imitó. Le susurró al oído palabras dulces y halagos, que lo amaba, tantas veces se permitió. Entre besos, entre gemidos.

-Prométeme que nunca más te irás a ninguna parte. Prométeme que te quedaras a mi lado para repetirme que me amas cuando crea haberlo olvidado- pidió en un susurro, respirando agitado, recostado sobre su pecho. Acariciando sus costados y depositando castos besos en su cuello y hombros.

Deidara iba a rodar los ojos con burla, iba a reírse y decirle que lo haría, decirle que era un cursi, que estaba seguro que le había subido el azúcar. Pero se quedó callado, mirando sus hermosos ojos negros que le pedían no despertarlo jamás.

-Solo si tú me prometes lo mismo- musitó tratando de no llorar. Para alivio del rubio, Itachi sonrió un poco.

-Te lo prometo- dijo besándole los labios, como sellando esa extraña promesa que no tenía idea de donde había salido. Tal vez creía que solo era un sueño, que a la mañana siguiente despertaría solo entre sus sábanas. Tal vez ambos lo creían así, por eso se había prometido aquello.

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Despertó sintiéndose extraño, estaba en lo que parecía ser su habitación, la que tenía en Inglaterra, no en Japón. Cerró los ojos recordando lo que según él había ocurrido la noche anterior.

Itachi besándolo. Itachi tocándolo. Itachi haciéndole el amor. Itachi diciéndole que lo amaba.

Sintió ganas de llorar, apretó los ojos tratando de evitar las lágrimas, tragando saliva para contener los gemidos, notando el nudo que se había formado en su garganta.

Quiso correr, desaparecer, morirse. De sueños no se vive, le había dicho una vez su padre, y tenía razón, ¿cómo pudo llegar a pesar que aquello era real?

Entonces, luego de largo rato meditando parte de su vida, solo entonces, sintió como unos fuertes brazos pasaban por su cintura, apresándolo, moviéndolo contra el cuerpo dueño de aquellas extremidades. Sintió un delicioso calor, un embriagador aroma varonil que creía conocer. Aquel acomodó su rostro, como pudo, en el cuello del rubio.

Tragó saliva y fue girando el cuello, todo lo que pudo para ver a aquella persona, su cabello negro y largo, cayendo al frente de su rostro, dándole un aire sensual.

-¿Itachi?- susurró frunciendo el ceño, removiéndose entre sus brazos y despertándolo sin querer. Su pulso se aceleró, sintió que le faltaba el aire a sus pulmones, como la sangre subía hasta su rostro para formar un tono ligeramente carmín en sus mejillas. Se incorporó viéndolo abrir los ojos, tenía la boca seca y un dolor comenzaba en una de sus sienes.

-¿Qué hora es?- murmuró el Uchiha dándose cuenta de la presencia del otro. -Deidara- y le clavó los ojos.

-Itachi que…

-¿Qué pasó anoche?- lo interrumpió el pelinegro. -Dime que no fue un sueño por favor, Deidara, dímelo- suplicó mirándolo con los labios temblorosos.

-Si lo fue entonces me temo que soñamos lo mismo- Itachi abrió grandes los ojos, relajando un poco el rostro y esbozando una ligera sonrisa, acercándosele lentamente para besarlo tímidamente en los labios.

Maldito el día que habían estipulado no besarse nunca. Para Itachi aquellos labios eran deliciosos, dulces pero no empalagosos, salados pero no tanto como una lágrima, suaves, carnosos, esponjosos… y su lengua, enredándose con la suya y haciéndolo ver estrellas.

-Te amo- dijo en un susurro el pelinegro separándose unos centímetros para en seguida volver a juntar sus labios y justo cuando estaba punto de hacerlo, a solo unos milímetros de rozarlos su celular comenzó a timbrar, e instintivamente se detuvo, cerrando los ojos, maldiciendo por lo bajo.

-No contestes- le pidió el rubio, enredando los brazos alrededor del cuello del pelinegro, acariciándole el cabello.

-¿Quién dijo que lo iba a hacer?- sonrió de medio lado, pero el tono de llamada seguía retumbando en la habitación -que insistentes…- maldijo estirándose lo suficiente como para alcanzar el aparato puesto sobre la mesita de noche. -¿Qué?- el tono de voz era fuerte, y si su interlocutor hubiese visto su mirada en ese momento habría colgado de inmediato, Deidara casi se ríe.

Pero de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, su rostro se relajó, abrió la boca como sorprendido, tenía la mirada fija en alguna parte, o perdida más bien, lo que preocupó al rubio en demasía.

-Itachi- lo llamó zarandeándolo suavemente para que le prestara atención, el moreno dejó caer el teléfono y lo miró a los ojos, sin decir nada lo abrazó fuertemente, escondiendo el rostro en la curvatura del blanco cuello de Deidara -¿qué pasa?- cuestionó preocupado, correspondiéndole.

Deidara no dijo nada.

No podía ser posible, no podía estar pasando, tal vez esta vez si fuera un sueño, pero como la primera vez, no fue así, era verdad.

Mi padre está muerto.

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Apenas al llegar a su casa, bueno, la de sus padres, supo que sería un día muy duro. Estaba llena de gente que no conocía, de familiares que apenas recordaba porque los había conocido cuando apenas era un niño y su madre aún podía obligarlo a acompañarles a las fiestas familiares, de amigos y socios de su padre, amigas de su madre y su hermano. Incluso algunos amigos suyos del instituto o la universidad.

Recibió los abrazos y palabras de consuelo musitando un “gracias” y regalando un asentimiento y una sonrisa que parecía triste, pero que solo la estaba fingiendo. Se apresuró hasta llegar al lado de su madre.

-Debe de estar deshecha- recordó las palabras de Deidara antes de salir de su departamento a toda prisa. Se le acercó y al verla se sintió palidecer, le sorprendió no verla llorando y deshecha como le habían dicho, sino tranquila, apacible, como si ya lo hubiera presentido desde antes.

-Mamá- la mujer levantó la vista sin reconocer realmente la voz, porque ninguno de sus hijos la había llamado así desde hacía muchos años, recibió el abrazo de su primogénito con gusto y una leve sonrisa en los labios -¿Sasuke…?- la mujer amplió la sonrisa mirándolo hacia abajo y señaló al menor parado detrás de él.

-Tengo que hablar con ustedes- anunció poniéndose de pie.

-Después- suplicó el pelilargo intentando que tomara asiento de nuevo.

-Es importante- insistió caminando al estudio de su difunto esposo. Ambos la siguieron de cerca bajo la atenta mirada de algunos de los presentes. Se instalaron en la habitación en completo silencio, ajenos al ajetreo que ocurría en la sala de su casa.

Dejaron que ella tomara asiento en uno de los sillones de piel delante del escritorio de fina madera, el otro lo ocupó Sasuke, mientras que Itachi se recargó en el escritorio, delante de su hermano, para poder mirar a la mujer.

-¿Cómo pasó?- exigió saber el mayor, cruzado de brazos.

-Tenía cáncer- musitó bajando la vista.

-¿Cáncer?- interrumpió Sasuke, sorprendido por los dos.

-Sí, desde hace como nueve o diez meses que se enteró…

-¿Qué acaso no hay medicamento o quimioterapia o lo que sea?- quiso saber, esta vez, Itachi.

-No quiso someterse a nada de eso- respondió haciendo un ademán con la mano para que la dejaran continuar -ya estaba muy avanzado y no hubiera aumentado mucho su tiempo de vida, de todos modos… intenté convencerlo, pero ya saben cómo era…

-¿Y por qué nunca nos dijo nada?

-No quería que se preocuparan por él.

-Porque un egoísta, por eso- le respondió Itachi encolerizado.

-Hijo por favor…

-Teníamos derecho a saber- exigió caminando de un lado a otro.

-Era su vida, no la tuya. Además ya ni siquiera viven aquí, él también tenía derecho a no decírselos- defendió Mikoto, con voz seria y firme, como cuando estaba enojada.

Itachi le sostuvo la mirada un momento para luego girarse y limpiarse el sudor del rostro con una mano.

-Pero no hay que desviarnos del tema- retomó con tranquilidad -Fugaku, su padre, les dejó una carta para cada uno, me pidió que se las entregara cuando se fuera y que las leyeran cuando estuvieran solos, es todo- concluyo poniéndose de pie y extendiendo un par de sobres blancos con sus nombres escritos con la pulcra e inconfundible letra de su padre.

Itachi miró el que tenía su nombre como si fuera a morderlo mientras que Sasuke simplemente lo tomó demostrando indiferencia. Mikoto dejó el del mayor sobre el escritorio y se retiró sin decir nada más.

-Por eso me obligó a hacerme cargo de la compañía- susurró negando con la cabeza y cerrando los ojos, un tanto divertido pero aún molesto.

-¿Crees que sea su manera de despedirse, de pedir disculpas?- Sasuke lo escuchó pero prefirió no hacer ningún comentario al respecto. Itachi lo miró sin comprender -las cartas- levantó la mano con el sobre -¿crees que sea su manera de decir todo aquello que siempre nos calló?

-No lo sé- negó con la cabeza, mirando a la nada. Y luego se mantuvieron en silencio unos segundos, cada uno enfrascado en sus pensamientos.

-Deberíamos regresar…- Sasuke se puso de pie y se guardó el sobre en alguna parte.

-Sasuke- lo llamó antes de que avanzara, el pelicorto se giró para verlo y pronto se vio envuelto en un abrazo cálido y lleno de cariño y temores. Tanto suyos como de su hermano, así como de ambos. Le correspondió segundos después, luego de un gemido de sorpresa. Y se mantuvieron así unos minutos, diciéndose todo sin hablar, como cuando eran niños.

Una sonrisa surcó los labios del menor y antes de separarse por completo depositó un casto beso sobre los labios del mayor y se retiró lenta y silenciosamente.

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Había poca gente, relativamente, porque a pesar de ser un hombre rico y con diferentes negocios a lo largo y ancho del país no era el ser más agradable que digamos.

Sasuke y Naruto se encontraban al frente, observando abrazados en silencio, hacían ver una escena romántica de una película, pero no era el momento de ponerse tierno, porque era un funeral, de esos a los que odiaba asistir.

Buscó a Itachi con la vista, sin hacer muchos movimientos para no llamar la atención, porque si lo hacía, el Uchiha se iba a sentir importante, muy importante, y nadie quería eso. Tenía que estar ahí, era el primogénito, el heredero, ¡era el entierro de su padre, por Dios!

Sin embargo, no lograba visualizarlo, le era imposible y llegó a creer que no se encontraba en aquel panteón. Quería caminar, darle la vuelta al tumulto de gente y buscarlo, pero su madre iba a empezar a preguntar y no tenía cabeza para pensar en alguna excusa, aunque fuera bueno mintiendo la mayoría de las veces.

Un sacerdote decía unas palabras, tristes pero de consuelo, y él dejó de escucharlo y se le quedó mirando a la caja de madera fina que contenía las cenizas de aquel hombre que apenas llegó a saludar una vez, si mucho..

No había mucho que pensar sobre Fugaku, de hecho, al menos no para Deidara, pero el sacerdote creyó que alguien si podía decir algo importante de él. Cedió la palabra a nadie en específico y el silencio se instaló en el lugar. El sol comenzaba a ocultarse y solo se distinguían los sollozos de la viuda.

Ni Sasuke ni Itachi dijeron nada. No porque no tuvieran nada que decir, Fugaku había sido un excelente padre y un mejor esposo, que siempre había amado y respetado a su madre, pero ambos eran demasiado orgullosos para admitirlo o estaban demasiado tristes y temían que su tono de voz los delatara. Que el nudo que sentían en la garganta se hiciera notable.

El lugar pronto se quedó vacío, o casi. Itachi se quedó parado delante de la lápida que rezaba el nombre de su progenitor, estudiándola como si le fuera a dar la respuesta a todas las dudas que tenía.

Respecto a la vida, la compañía, e incluso, el amor. Fugaku había sido un hombre sabio, inteligente, que siempre había tenido una lección que darle para que fuera un hombre de bien. Era de carácter fuerte pero nunca lo había visto perder la cordura por más enfadado que estuviera, con él o con su hermano. Jamás le había levantado la mano a su madre y le había enseñado a respetar a las mujeres, a ser un verdadero caballero, de esos de los que ya no hay.

Había sido uno de los hombres más poderosos e importares de todo Tokio, eso era algo de admirarse. Itachi siempre lo había hecho. Siempre había admirado a su padre, siempre lo había obedecido en todo porque tenía la firme convicción de que solo así llegaría a ser tan importante como él. No se había equivocado.

Ahora le tocaba seguir los consejos que un día le había dado y continuar con su legacía, a pesar de haberse quejado cuando lo obligó a hacerse cargo de la compañía, de haberlo aceptado de mala gana, de no parar de maldecirlo durante el tiempo que estuvo trabajando bajo sus órdenes y recibiendo instrucciones e indicaciones de como tenía que funcionar todo y todos; nunca se iba a arrepentir de haber pasado tiempo con él.

Sus últimos días los había pasado con él y hasta habían llegado a llevarse mejor de lo que creyó posible. Descubrió que podía confiarle casi cualquier cosa y que, como el padre de familia que era, siempre tenía un buen consejo para darle. Que los malos chistes y bromas que hacía no eran más que para mitigar la tensión y crear un ambiente un poco más familiar.

Entonces descubrió, casi sin asombro, que las lágrimas se agrupaban en sus ojos y caían gustosas mojando sus mejillas. Pero a pesar del sentimiento de nostalgia, del nudo que se hacía más fuerte y que parecía imposible de quitar de su estómago, una sonrisa adornó sus labios. Estaba feliz por haber tenido a un padre tan maravilloso y tan bueno como él.

Musitó una despedida antes de alejarse caminando lentamente hasta su auto. No necesitaba leer la carta que se arrugaba en el interior del bolsillo interior de su saco, sabía lo que diría, exactamente lo mismo que él había recordado. Diría que lo amaba. Diría que estaba orgulloso de él y que nunca se arrepintiera de nada de lo que hiciera, sino de lo que no hiso. Que aprovechara cada oportunidad y que viviera cada día con pasión, como él.

Pero todo eso ya lo sabía y así lo haría. Seguiría el consejo de su padre una última vez.

Adiós, papá.

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Tocó el timbre y esperó. Repitió la acción tres veces. Cuando decidió que había esperado suficiente, tomó la llave que estaba debajo de la maceta. Rodó los ojos murmurando alguna maldición y pensando que si alguien quisiera robarle ya lo habría hecho.

Entro y no hablo. Caminó a oscuras, al tanteo, por el pasillo hasta llegar a la especie de estudio que había en el departamento. Cuando abrió la puerta, lo primero que vio fueron los libreros que cubrían las paredes, luego el escritorio en medio y casi al final, a Itachi. Sentado en el suelo, con una botella a medias en la mano, de wiski o tequila, quien sabe.

Deidara le quitó la botella y se sentó a su lado en silencio, le dio un trago y luego le tomó la mano para consolarlo. Porque no tenía idea de que decir. Nunca sabía que decir. El padre de su amante estaba muerto y él solo podía tomarle la mano. Pero Itachi lo agradeció, recargó la cabeza en su hombro derramando lágrimas en silencio y acariciándole la mano.

Notas finales:

¿Qué tal? ¿La espera valió la pena o debería abandonarlo y dedicarme a vender bon-ice en la calle? Es broma, es broma.

¿Cómo les digo esto? A ver… primero, el mes pasado fue mi graduación del bachillerato, preparatoria, instituto o como sea que le llamen. En un tiempo entraré a la universidad y me siento bastante nerviosa… también pronto seré mayor de edad y podré comprar alcohol, entrar a bares y me podrán llevar a la cárcel, ¿no es genial? xDD

Sé que no es una buena razón, pero la verdad es que quería compartirlo con ustedes porque les quiero y nada, que espero puedan perdonar mi falta de dedicación, responsabilidad o lo que sea.

También les quiero agradecer a todos y cada uno por haberme acompañado a lo largo del fic, este no es el final, pero siento que es necesario decirlo ya que pronto llegará su fin, (porque si, lo terminaré así sea lo último que haga, podré ser muchas cosas pero mediocre jamás. ¡misery nunca abandona!).

Ah sí, y me enamoré de un chico que no creo volver a ver jamás de los jamases, es bastante triste y patético pero así soy c: Me enganché con una serie buenísima que debí de haber descubierto hacía mucho, Queer as Folk, ¿alguien la ha visto? Está buenísima, ¿a qué si?

Pero bueno, ya no los aburro más. Ya saben, búsquenme en fb, twitter y todo eso, los links están en mi perfil o lo que sea. Los amo por aguantarme tanto tiempo y nada, que me voy. Les mando muchos besos y abrazos. Smuak’s.

 

misery_182


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