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Excarcelación por Eruka Frog

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Notas del capitulo:

Hola.

 

Anda, quería actuqlizar ayer pero la musa llegó hastahyo. Venía cansada, así que no se pasen mucho =)

 

Estoy contestando los reviews, mil gracias por ellos, es la primera vez en un buen rato que tengo más de cinco, así que mil gracias =)

 

La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla.

Hermann Hesse (1877-1962)

 

Capítulo IV: Belleza

 

-Así es…-respondió, pegándose más a su trasero. Claro que no era su cámara, tenía que ser imbécil para haberlo preguntado, pero realmente no estaba preparado para enfrentarse a un problema tan grande-Es mi cámara, a ver si tomamos unas buenas impresiones desde ahí, debe ser una vista estupenda…-la susurrante voz de Sai cuando lo hizo incorporarse hasta pegar su espalda a su pecho, no podía haber sonado más perversa. Nada de romance, de palabras agradables o fantasías eróticas incumplidas… el moreno iba en serio.

 

-Aléjate-gruñó, pretendiendo que su mal humor disipara un poco la corriente placentera que comenzaba a instalarse en su cuerpo, y que incrementó cuando el fotógrafo comenzó a rozar su cuello con sus labios.

 

-¿Y si mejor tú te acercas más?-sugirió. Nada de erotismo para perdedores, de chicos gordos y patéticos, de tocarse a sí mismo sólo por codicia… el cuerpo de Sai estaba detrás de él, presionándose contra él y hundiéndolo en una calina de deseo insoportable para alguien de su edad. Tan firme, tan seguro…

 

-No te estaba dando a elegir… ah-y sin embargo gimió sonoramente cuando los blancos dientes de Sai se clavaron en el lóbulo de su oreja izquierda. Respiraba tan cerca…

 

¿Qué ocurría? Había estado tan cerca del erotismo, pero siempre usándolo como arma financiera, nunca siendo arrastrado hasta la locura por él. Se sentía bien, las caricias, el pecho amplio y duro, su respiración en su oreja y sus brazos sosteniéndolo firmemente de la cintura. Apresándolo, encarcelándolo en esa otra prisión de la que no le apetecía salir. La excitación de su edad, de la mirada de Sai sobre él mientras lo fotografiaba, con aquella mirada de absoluta veneración ¿cómo resistirse al anhelo más carnal?

 

-Tú tienes la culpa-susurró Sai entre risitas, mientras sus manos recorrían sus delicados muslos para intentar colarse en su ropa interior-son estas malditas cerecitas…-

 

-Así… así… hablan todos los…-Toda una sorpresa, pero el bruno no había dirigido sus caricias hasta su pene, sino que directamente había ido a por el premio mayor. Todavía no estaba lo bastante excitado para que el dedo que intentaba colarse en su interior lo lastimara menos, así que comenzó a acariciar alrededor, paciente-violadores…-

 

-¿Conoces muchos?-la risa franca de su vecino era como una jodida burla a todos sus sentidos, pero no podía quejarse con demasiado ahínco mientras tuviera una de sus manos ahí debajo, acariciándolo tan impúdicamente en un sitio que sólo había tocado él. Le parecía que gemía tan fuerte que hasta en el primer piso lo escucharían, pero lo cierto es que no podría hacerlo más bajo ni aunque quisiera; estaba siendo consumido por un placer mucho mayor a sí mismo. Pobres niñatos idiotas que pagaban por verlo masturbarse, sin saber que el placer que él les proporcionaba no era comparable al verdadero placer.

 

Un fraude.

 

-Sai…-jadeó cuando el moreno por fin penetró en su intimidad, haciéndolo soltar todo el aire que hasta ahora caía que estaba reteniendo. La zurda del azabache mientras tanto se abría paso en su ligera blusa de marinero, que ya traslucía sus erectos pezones. No era brusco, ni agresivo ni conocía una pasión salvaje y arrolladora, era paciente, como si supiera que a los animalitos pequeños se les debe acercar con cautela.

 

Miel.

 

-Y aquí vamos, Cerecita-susurró, no necesitaba ser un genio para saber que estaba sonriendo, pero se preguntó a qué se refería con “aquí vamos”.

 

La respuesta le llegó en forma de tres dedos adentrándose en su hasta entonces pura y casta entrada.  No, no pura porque ya antes había metido cosas por ahí en sus pequeños espectáculos, pero jamás había recibido ayuda exterior. ¡Se sentía tan bien!  Joder, vaya que ser tocado por Sai era una experiencia como poco desquiciante. El moreno comenzó a mover sus dedos con la misma calma de antes, pero de forma rítmica, como si verdad se estuviera guiando con cautela en algo tan temerario como acariciar a tu modelo.

 

-Cuéntame la historia de las cerecitas-pidió amablemente, mientras sentía como el delgado cuerpo del más chico se recargaba del todo en su pecho. Sentir su cálido interior con sus dedos no era ni la mitad de lo que deseaba hacerle, pero por ahora estaba bien.

 

-¿Cómo… puedes… cómo puedes hablar de eso… ahora?-interrogó, sintiendo cómo le faltaba el aire hasta para oxigenarse. Su cabeza se apoyaba sumisamente en el pecho del mayor, pues hasta ahí le llegaba, y sentía sus piernas frágiles que estaba seguro de que prácticamente se estaba empalando contra los larguísimos dedos del mayor.

 

-Tengo más experiencia que tú-respondió calmado. Claro, él tenía veintidós años y su vida sexual había iniciado muy temprano, como casi todo en su vida.  Y sin embargo, jamás se había sentido tan satisfecho como ahora, masturbando a su delicioso vecino, que se retorcía y jadeaba desesperado por sus caricias.

 

Pero pese al mutuo agrado, ambos sabían que ahí sobraba alguien.

 

Sai se dio cuenta desde el inicio, pero fue Gaara quien tomó la palabra primero.

 

-No llegaremos más lejos que esto-aseguró, cuando sintió cómo por fin aventuraba su mano libre para acariciar su pene, al mismo tiempo que aumentaba de ritmo sus embestidas-no lo haré vestido así…

 

Lo sabía, y que el menor lo supiera también, lo satisfacía. Si fuesen otras las circunstancias del taheño, probablemente le resultaría excitante desvirgarlo mientras llevaba puesta esa ropa tan morbosa, pero el hecho de que Gaara viviera de aquello, de arrendar su propio cuerpo por hora, modificándose la morfología con disfraces de meretriz lujosa, le quitaba todo el morbo a su situación.

 

No quería acostarse con la colegiala castigada, sino con el muchachito gruñón que tardaba siglos en abrir la puerta y que estaba obsesionado con la perfección.

 

El último gritito de Gaara culminó no sólo con  el orgasmo del menor, sino también con la tensión acumulada durante el día. El granate tardó un par de minutos en tranquilizar su respiración, y mientras tanto se apoyó en sus lánguidos brazos apoyados contra el escritorio, mientras él se dedicaba a sacar con cierto pesar sus dedos del interior del menor y finalmente sus manos de la morbosa pantaleta con los putos ratones devorando una cereza.

 

-Me gustan las cerezas…-comenzó a decir el pelirrojo, dejándose modosamente subir la prenda íntima que se le había resbalado un poco. Un tranquilo sopor los había envuelto a ambos,  en el que el moreno estaba seguro que pocas cosas sobresaltarían a Gaara y éste a su vez entendía que Sai no llegaría más lejos-y supongo que por mi cabello, me pareció una alusión irónica… todos saben que soy pelirrojo, aún cuando la mayor parte del tiempo utilizo pelucas.

 

-Bastante divertida-asintió el mayor, sonriéndole con cariño. Se le acababa de cruzar por la cabeza una idea, así que con cuidado giró al granate para tenerlo de frente. Se veía más recobrado-no nos hemos besado… eso me deja en mal lugar-y lo besó. Dulcemente devoró sus labios, mordiendo muy ligeramente y sin intentar adentrarse a su segunda cavidad favorita.

 

 

Diez minutos después, habiéndose pasado también la hora de la cena, Gaara batallaba con su propia consciencia acerca de qué tan buena idea sería seguir con la sesión de fotos, pues lo que seguía era desnudarse y con lo otro tan reciente… no, se dijo al fin. Había entrado al cuarto de baño pidiéndole a Sai que pidiera algo de comida y la recibiera en la portería del edificio, con la intención de darse un poco de tiempo para pensarlo. No se arrepentía del hecho de haberse dejado llevar, quizás porque entendía muy bien que su cuerpo estaba muy sensible debido a masturbarse durante varias horas dos días a la semana, consumir afrodisiacos varios y ser un poco entusiasta del chocolate. Además, estaba en esa edad en la que las hormonas son difíciles de controlar y uno no puede hacer mucho más que dejarse llevar.

 

No se arrepentía pero no estaba seguro de querer hacerlo de nuevo.

 

Sai no podía despertarle más que excitación y placer, pero jamás  lograría remover en él más que un deseo basado en la lujuria del momento.

 

Y tendría que conformarse con ello.

 

 

 

 

 

 

El repartidor  le entregó la pizza que el pelirrojo le había demandado, y se imagino que pagaba él por la cara que había puesto. Hay que ver, seguro ganaba en un día el triple de lo que un trabajador normal ganaba en un mes. No le molestaba, ahora mismo a él le iba bastante bien sólo con la venta de tres fotografías el mes pasado, que ya entrados en comparaciones, equivalían a quizás lo que un oficinista ganaba en un año. Y eso sólo las de aquel mes, estaba en negociaciones para hacerle  el portafolios a una modelo que se estaba dando a conocer, hija del presidente de una importante compañía automovilística, que le había suplicado hasta el cansancio para que aceptara el trabajo, consiguiendo al final su asentimiento cuando le había ofrecido una suma tan exorbitante como excesiva. Y luego estaba el asunto de fotografiar a las Geishas de Kyoto, que no podía dejar por mucho más tiempo si estaba dispuesto a sacar de ahí todos sus ingresos del año entrante.

 

-Las fotos de Gaara valdrían muchos más-se dijo en voz baja, sopesando la posibilidad con traviesa maldad. No, jamás le haría esa putada al pelirrojo, en realidad ahora sabía que le gustaba lo bastante como para sentirse un tanto celoso porque otros vieran lo mismo que él ese día.

 

Había sido mucho más sencillo de lo que esperaba, pero al final le parecía evidente que el chico se dejaría llevar cuando consideraba que éste seguramente jamás había estado sometido a un ambiente tan caldeado como el de antes. Era un adolescente, hasta él lo entendía. Pero fijo que se aprovecharía de ese punto a su favor.

 

 

 

 

 

 

 

 

-Realmente son monas ¿no te parece?-su hermana observaba con aire de experta las tazas nuevas que le había llevado, de un intenso color malva que a él le parecía demasiado extravagantes-las he comprado en el supermercado porque estaban marcadas con puntos… compré doce y te he traído cuatro a ti y el resto para mí, porque por cada una te daban diez puntos y con los ciento veinte que tengo ahora estoy más cerca de la tetera de lujo totalmente gratis… claro, que al final dirás que si he gastado en esto no es tan gratis, pero mola sentir que las tiendas grandes te regalan cosas-en realidad su hermana no solía parlotear tanto, porque en general era una persona casi tan parca como él, sólo que de forma mucho más saludable.

 

-Seguro que sí-asintió sólo para que ella no le reclamara su falta de entusiasmo, aunque por su tono desganado seguro que todavía corría el peligro. Sin embargo, por esa ocasión su hermana parecía casi tan poco interesada como él por las benditas anécdotas del mundo exterior. Resultaba evidente que estaba pensando en aquella cosa tan urgente que le había dicho que le contaría. Seguro que si le seguía dando vueltas, terminaría por irse hasta tarde y le jodería la tarde-¿Qué tenías que decirme?

 

La rubia se sobresaltó ligeramente, porque su hermano no era precisamente de los que tomaban la iniciativa para nada. Se miraron a los ojos, que a pesar de ser del mismo exacto color, trasmitían sensaciones muy dispares. Los de él parecían gritar soledad hasta el otro lado del mundo, mientras los de ella sólo eran capaces de albergar voluntad. Y sin embargo en ese momento se sentía incapaz de decirle que  mientras él se enterraba en su jodida cajita de cemento, ella estaba haciendo el hogar que él había rehusado compartir. Estúpido niñato egoísta. Y sin embargo se sobreponía su cariño, su ternura y un poco de su instinto maternal, que la instaba a proteger a su pequeño hermano; no quería ser echada definitivamente de su vida.

 

-Tengo un novio-no era la verdad pero era una mentira que bien maquillada podía pasar como tal-quiero decir que estoy saliendo con alguien-añadió cuando al menor la idea pareció no importarle lo más mínimo.

 

-Felicidades-repuso antes de llevarse a la boca una galletita azucarada. Deliciosa, de verdad que estaba falto de dulce en su vida. No, eso sonaba muy necesitado. ¿Tenían forma de gatitos? Se sorprendió al ir a tomar otra galleta, sí, eran gatitos pero un poco deformes, seguro que su hermana los había hecho porque aunque cocinaba excelente, no se le daba para nado lo estético. Siluetas de gatitos, algunos de perfil, otros de frente y otros mostrándole la cola, muy gracioso; y encima eran deliciosas.

 

-¿Y tú cómo estás?-interrogó cuando se percató con tristeza de que al otro le daba exactamente igual su vida. Era difícil convivir con una persona a la que no le vales ni el esfuerzo-¿nada nuevo?

 

-Compré un nuevo lote de libros usados-respondió-había un anjuncio en internet y los compre: 150 libros en perfectas condiciones.

 

-Me alegro, debes dejarme unos cuantos-pidió, sólo por cortesía.

 

-Claro-aceptó de igual forma. Ya no tenían nada que decirse. En sus primeras visitas, la rubia tenia millones de cosas que contarle, con lo que no existía algo como el silencio y ninguno debía poner demasiado empeño, pero hacía ya algún tiempo que la rubia no era una adolescente parlanchina llena de optimismo y él no era un niño acostumbrado al afecto de las personas. Ahora la una era una adulta reservada y el otro un chico que no necesitaba de nadie.

 

 

-Me marcho… he quedado-mintió innecesariamente, pues sabía que el otro lo estaba deseando.

 

-Adiós-y la visita estaba zanjada por ahora, hasta que a la rubia le dieran ganas de contarle las cosas otra vez, encontrara valor y quizás se sintiera más feliz para no verse asfixiada por la soledad de su hermano. Salió sola por la puerta, sin que el otro se molestara en ir a despedirla y la cerró con aire cansado. Bajó el tramo de las escaleras perezosamente, deseando llegar al elevador porque aquel edificio era demasiado alto para ir andando hasta abajo.

 

-Pensé que tardaría mucho más, Temari-san-casi la mata del susto la vista de uno de los hombres más guapos que había visto en su vida. Alto (fijo debía medir diez centímetros más que ella), de piel muy, muy pálida y ojos y cabello de un negro intenso. Parecía más de ese tipo de hombres que te encuentras en una revista para mujeres solteronas y sin vida, que alguien real- Le sonreía y por la posición relajada en la que estaba apoyado en el descanso de las escaleras, le parecieron evidentes dos cosas: vivía ahí y la estaba esperando.

 

-¿Cómo sabes mi nombre?-interrogó desconfiada. Por muy guapo que fuera, seguía siendo sospechoso y ella llevaba gas lacrimógeno desde que era talla grande de sujetador.

 

-Soy vecino de Gaara-kun-respondió cortésmente-le ayudo a reparar tuberías y cosas así-bueno, no era del todo una mentira.

 

-¿Te permite entrar?-inquirió, alucinando.

 

-Si-asintió conforme por el efecto de sus palabras-te contaré por qué si aceptas tomar una taza de té conmigo-

 

Su hermano era un bastardo mentiroso, eso o su concepto de “nada nuevo que contar” estaba tan tergiversado como su consciencia.

Notas finales:

Y hasta aquí el pesacado vendido. Ya, estoy leyendo a la fabulosísima Carla Grey y quise copiarla un poco >.<

 

Fuera de chistes, quizás alguna de ustedes se haya sentido un tanto decepcionada o sienta crecer en su interior un instinto homicida intenso... ¡no iba a poner el lemon en el cuatro! >.< A favor de mi recién adquirida sirviente (ya, es que decirle sirvienta es como pegarle en la cara a sus años en medicina) Gaara está un poco menos florecita que en otros fics, y se niega follar con traje de marinerita, bien por él =D

 

Muchas, muchar gracias por leer. Espero que hasta ahora les vaya gustando. Actualizo el viernes, hasta entonces cuídense y dejen muchos comentarios.


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