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Excarcelación por Eruka Frog

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Notas del capitulo:

Otro capítulo, la idea era actualizar los viernes pero venga, que el cambio no es tan grave.

 

Espero que lo gocen xD

 

 

La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla.

Hermann Hesse

 

Capítulo II: Límpido

 

 

 

 

Tenía 14 años cuando su hermano mayor decidió que ya estaba bien de intentarlo, tiró la toalla y se recluyó  por completo en su habitación. Su hermano tenía entonces 20 años y nunca había sido ni cercanamente su inspiración o su héroe, pero en cambio era la única persona que, con total certeza, lo quería. Sus padres estaban muy orgullosos de él (de Sai, de su hermanos apenas recordaban el nombre), sus altas notas, su bonito rostro, su popularidad… pero el orgullo no conlleva cariño. Su hermano, el chico torpe, hecho un esqueleto andante, siempre deprimido y taciturno, sí que lo quería. Se lo decía constantemente y, además, le decía que lo admiraba.

 

Ojalá tampoco lo hubiese querido, porque de ese modo no se habría sentido forzado a pagar sus excentricidades; de saber que para su hermano era un cero a la izquierda o un mosquito molesto, probablemente lo habría dejado a la buena de dios, sin esperarlo ni darle nada. Y también eso habría estado bien, porque de ese modo su hermano también se habría rendido y habría salido de su cueva. Quizás ahora estaría lejos de él, haciendo su vida. Feliz. En cambio, debido a su admiración, él se había visto obligado a intentar mantenerlo feliz, pagar sus gastos y cuidar de él, permitiendo que se recluyera y finalmente terminara por matarse. Sus padres habían sido más sabios, largándose a Europa y dejándolos ahí tirados, alegando que ambos estaban lo bastante grandecitos para cuidad de sí mismos.

 

 

 

En su momento los había aborrecido, no sólo por el simple acto de dejarle, sino por tener la creencia de que en realidad podía cuidar de sí mismo.

 

Ni antes, ni ahora.

 

Había salido temprano de casa para dirigirse a una súper ferretería en el centro de la ciudad y comprar lo que le faltaba para arreglar el estropicio de su vecino del piso de arriba. Ya que le daba de paso, se acercó también a una pastelería donde exhibían unos deliciosos pastelillos de frutas de aspecto tan encantador que bien podrían saber a cartón y seguirían vendiéndose. Tomó cuatro y se dirigió con sus contrastantes compras al auto, no entendiendo demasiado bien qué esperaba conseguir con tanta atención. Al principio había creído que se debía a una mezcla de empatía con el chico que pasaba por lo mismo que su hermano y un poco la atracción que ejercía sobre él un chico tan lindo, pero ahora se daba cuenta de que era mucho más por esta última como para considerar cualquier otro factor. Era más que lindo, era casi uno de esos pastelillos que llevaba en el asiento trasero, y al igual que con estos, podía asegurar que el aspecto exterior resultaba tan encantador que en realidad le importaba un comino lo que tuviera dentro.

 

Su situación, su vida privada, sus sentimientos...

 

Lo único que quería era devorarlo para el desayuno.

 

 

 

Por regla general siempre se despertaba antes de las nueve. Podía ser que ahí encerrado, totalmente libre de obligaciones, debería despertarse a la hora que le diera la regalada gana, pero la verdad es que no podría. Quizás porque no solía cansarse, porque sabía que podía tomar una siesta si quería o lo que fuera, pero no necesitaba descansar por más de 6 horas. Se iba a la cama a las dos o tres de la mañana y despertaba casi enseguida de cumplirse sus rigurosas seis horas. Ahora mismo era todo un reloj. Por las páginas web que ocasionalmente visitaba, en las que algunos hikikomoris narraban su vida en el encierro (de una forma totalmente lamentable), sabía que la mayoría sacaba el cansancio de su estado mental. Estaban deprimidos y por ello dormían durante largo rato; él no lo estaba. Simplemente estaba perdido en un mundo en donde nada significaba nada y todos eran células incomprensibles. Casi inertes.

 

Tomó ropa del armario, cuidando que éstas estuviesen bien lavadas y planchadas, precaución innecesaria porque apenas salían de la secadora plancha y doblaba meticulosamente cada prenda. Nada en su piso estaba en desorden, porque enseguida se le ponían los pelos de punta y sentía como si la suciedad y el desorden fuesen a inundar cada rincón de su refugio.  La mayoría de su ropa consistía en pantalones de lino, mezclilla delgada o pana para los pantalones, y camisetas sencillas para la parte superior de su cuerpo. Nada que le complicara la vida pero que se habituara a las condiciones del clima, pues debido a la enorme cantidad de días que consistía en instalar en casa un buen clima (el del edifico era una soberana mierda), se había dado por vencido en ese aspecto y vivía de acuerdo a las condiciones naturales de la naturaleza. Tampoco era gran cosa, luego de acostumbrarse podía decirse que ése era el menor de sus problemas.

 

El mayor, ahora mismo, era el vecino entrometido que vendría esa misma mañana para ayudarlo. Joder, joder, joder.

 

A eso de las diez, ya completamente preparado para el resto del día (algo un tanto irónico), unos golpecitos llamaron su atención. Se acercó a la puerta y ni siquiera se molestó en ver por la mirilla. Una sola persona lo visitaba, y esa sola persona tenía las llaves, por lo que no se molestaría en tocar. Abrió y se topó con el rostro sonriente del tipo de la noche anterior, Amane Sai.

 

-Buenos días-saludó cortésmente. Observó que llevaba dos bolsas, en una se leía el logo de una ferretería y la otra, de cartón, parecía de comida. Rogó porque el sujeto no insistiera en quedarse a comer.

 

-¿Ya desayunaste?-interrogó. Gaara asintió, esperando que con eso todo quedara zanjado y no se atreviera a pedirle que repitiera-fabuloso, así podemos guardarlo para el almuerzo-no se lo esperaba, pero no le quedó más que asentir después de que claramente el tipejo aquel le estaba haciendo un favor. Malditas reglas básicas de cortesía.

 

-Gracias-masculló, esperando que eso atemorizara al otro, cosa poco probable, ya que el extraño debía medir al menos quince centímetros más que él (o seguramente más) y parecía que no era precisamente el tipo de personas que se la pasa zapeando en casa.

 

La siguiente hora el intruso se dedicó a repararle la tubería y él se dedicó a leer Crimen y Castigo por enésima vez. No es como si le gustara mucho, pero los libros se le acaban demasiado rápido y él, a pesar de gozar de una excelente economía, no quería aprovecharse de ella y dedicaba una cantidad inalterable de dinero  cada mes para surtirse de libros, incluso cuando sabía que no le durarían todo el mes. Lo hacía porque de esa manera podía destinar una gran parte del total de sus ingresos para el fondo de ahorro que seguramente necesitaría una vez fuese lo bastante madurito para que no le creyeran el papel de la lolita. Claro, también podía bajarse libros de internet y eso, pero realmente le desagradaba no poder hojear él mismo las páginas.

 

Se había recargado en el mismo sitio que la noche anterior, esperando que Amane terminara de jugar ahí dentro, saliera para tomar el almuerzo más rápido de su vida y luego se largara para comenzar a olvidar totalmente su persona.  Casi a las once, se comenzó a inquietar por un asunto tan doméstico que casi se asustó ¿debía preparar algo para ofrecerle? Algo como un té, un café, un jugo de naranja o sacar las pastitas… es decir, que el sujeto le estaba haciendo un favor y tampoco lo dejaría en la miseria convidarle una taza de té. Pensando en ello, se dirigió a su impecable cocina y sacó dos tazas blancas con dibujos de pajaritos. Tenía varios juegos de tazas, algo inusual si se consideraba que se trataba de una persona que no recibía visitas, pero eran todas regalo de su hermana, Temari, quien aseguraba que lo mejor era prevenir, y bueno, las tazas lucían bien en el estante. Escogió té de limón, aunque no sabía si era lo más acorde a cualquier cosa que hubiese traído su vecino. Perturbado por esa incómoda sensación de que algo no le saliera perfecto, se fue hacía la sala, en donde había dejado la bolsa de comida, y comenzó a olisquearla, intentando adivinar por medio de su agudo olfato la clase de comida que había traído. Era dulce, eso fijo, quizás algo como un pastel. Revisó minuciosamente la bolsa, esperando encontrar en algún sitio el logo de la tienda que le diese una pista de lo que era, pero no había nada.

 

-Pastelitos ¿te gustan?-la voz divertida del mayor le sacó un bote terriblemente vergonzoso. Lo miró sonrojado y sintiéndose humillado, probablemente el tipo creería que intentaba comérselo solo o algo así de estúpido.

 

-Quería saber si quedaba bien con té de limón-reconoció, suponiendo que la verdad, como siempre, era la mejor respuesta. No le gustaba mentir, no sólo por la moralidad que representaba (en realidad eso le importaba más bien poco) sino porque normalmente no tenía una buena razón para hacerlo. Prefería omitir, algo más sencillo y sin complicaciones.

 

-Quedará perfecto-aseguró, pasando a un lado de él para tomar la bolsa-¿aquí o en el comedor?

 

No estaba habituado a comer en la sala de estar, le parecía una práctica incluso más innecesaria que la mentira, así que sin decir nada se dirigió a al comedor, que estaba inmediatamente después de la sala, separada simplemente por un par de columnas y tres escalones. No era precisamente grande, pero estaba arreglada con el mismo gusto por los detalles que el resto del piso.

 

-Todo es magnífico-comentó Amane mirando alrededor mientras distraídamente abría la caja con los pasteles-¿lo has decorado tú?-

 

-Si-respondió. No mentiría, se sentía ligeramente orgulloso de su trabajo, el mismo tipo de orgullo placentero que experimentaba cuando armaba una escenografía nueva. Le gustaba que las cosas se vieran bien, limpias y ordenadas. Quizás ésa era su excentricidad de hikikomori.

 

-¿Tus padres pagan todo eso?-Hasta ahora había dado por sentado de que se trataba un caso un tanto atípico de  enclaustramiento, jamás se le pasó por la cabeza otra cosa.

 

-No, lo pago yo-respondió mientras servía el  té y ponía los pasteles en unos bonitos platitos de porcelana.

 

-¿Y tus padres?-siguió preguntando. Probablemente era buen momento para sacar las garras y gritarle que fuera a asomar el culo a sus propios asuntos,  pero ya iba tan aventajado con toda la tontera que casi le causaba pena no seguir fingiendo cortesía un rato más.

 

-No tengo padres-admitió por fin.  Sai lo observó largamente, preguntándose si mentía o no, pero  en realidad no vislumbraba motivo alguno para mentir.

 

-Oh, supongo que por eso vives solo-en realidad lo que quería decir es que suponía que por eso no le costaba trabajo vivir solo. Una herencia, una pequeña renta… probablemente el chico gozaba de más apoyo financiero que cualquier otro mocoso en aislamiento voluntario.

 

-No es así-no encontraba un motivo para mentir, y tampoco algo que pudiera usar para omitir sus palabras. Vale, iba a admitirlo: la compañía pacífica de Sai ahí, sumada a los deliciosos dulces que hasta ahora no sabía que anhelaba volver a probar, le abrían la puerta de la sinceridad casi tanto como el apetito-mis padres murieron hace más de diez años, mis tíos han cuidado de mí y de mis hermanos desde entonces, pero vivo solo porque quiero: soy lo que la gente suele llamar un hikikomori.

 

Jamás habría pensado que Gaara le revelara su naturaleza él mismo, era una sorpresa inusitada y un tanto contradictoria, pero le facilitaba las cosas. Fingiendo que su asombro se debía a la esencia de la revelación y no tanto a la revelación misma, dejó la cucharilla del té en la mesa y lo observó con fijeza, intentando que por su rostro pasara algo parecido al pesar.

 

-Lo sabía-confesó al fin-pero en parte me negaba a creerlo, mi hermano era uno de ellos-expresó por fin. Era jugar una carta buena antes de tiempo, pero la oportunidad parecía demasiado única para callarse.

 

-¿De verdad?-preguntó. Estaba sorprendido, en realidad no se esperaba algo como eso. De pronto se dio cuenta de que probablemente el moreno sentía cierta empatía por su situación y a eso se debía su amabilidad. Inesperadamente, aquello no lo hizo sentir furioso sino, más bien, cómodo.

 

 

Terminaron de almorzar en silencio, tomando el té sin prisa y comiendo a bocaditos los deliciosos pastelillos. Estaban tan ricos que esta vez, le ocurría lo contrario que al verlos: eran tan sabrosos que bien podían verse como quisieran. Quizás pasaría lo mismo con Gaara luego de conocerlo durante un tiempo, que pensaría que poco importaba su precioso exterior cuando lo comparaba con el brillante interior…

 

 

 

 

 

Ese día tocaba la colegiala que será reñida por su profesor después de clases. Estaba en el menú pero en la parte de las especialidades, pues era una escenografía completamente distinta a la que tenía. Para ocasiones como esas utilizaba la habitación de los libros, lugar donde, evidentemente, tenía apilados sus libros en minucioso orden. No tenía libreros suficientes en la sala y su propia recámara, así que en la habitación vacía, en una de las paredes, descansaban todos los que restaban, apilados de tal forma que parecían en sí mismos otra pared. Delante ponía la computadora y la escenografía de la idea que requiriera un mobiliario diferente. En este caso, requería de bancos de escuela, una pizarra  y un par de láminas decorativas, además de mucha iluminación. Las bancas las tenía en el armario de esa habitación, cuatro en total, apiladas de dos en dos y ocupando la mitad del armario. La pizarra estaba detrás, contra la pared, y las láminas se encontraban enrolladas a un lado. Para el escritorio del profesor usaba el mismo escritorio de “Castigo con papá”, y lo tenía en la habitación que usaba habitualmente para su trabajo. Al contrario de los otros pisos, él tenía una habitación de más (beneficios del último piso, pues su espacio era mayor debido a la ausencia de los dos elevadores, el angostísimo pasillo y el hecho de que era todo suyo), en esa otra habitación había tenido espacio para un estudio grande, donde reposaban sus mejores libros y sus muebles más acordes para el descanso y reposo. Todo muy cómodo, así no se sentía tragado por los recursos de los espectáculos.

 

El escritorio estaba desmontado en partes, para transportarlo y guardarlo con facilidad, algo para agradecer ya que era él quien tenía que montar todo, sin ayuda. Como siempre. Con toda la fuerza que la práctica le permitía, cogió la caja en donde tenía todas las piezas, arrastrándolo en el último trecho para llegar al otro estudio, como gustaba llamarle. Acomodó la pizarra y el escritorio en la pared contraria a los libros, para que estos no jodieran la verosimilitud del asunto, y colgó seis láminas, tres sobre el cuerpo humano, dos sobre fechas importantes y una que asemejaba una ventana bastante grande. En una de las visitas de su hermana le había pedido que las laminara, así que pese a que las usaba muy constantemente estaban en excelentes condiciones. Arrastró las bancas hasta formar un cuadro bastante decente, incluso aunque carecía bastante de todo lo que un aula de verdad necesita. Odiaba eso, pero realmente le molestaba sobremanera pedirlas en línea, esperar a que se las llevaran y  luego tener que soportar a la panda de babosos que irían a dejarlas.

 

Si sólo pudiese enviar a alguien…

 

No estaba seguro de si utilizar a o no el uniforme de colegiala celeste o si, en caso contrario, utilizar el que parecía de escuela católica, gris, cerrado pero con una falda diminuta. A él le daba exactamente igual, pero realmente su afán de ser cuidadoso hasta en los detalles más inútiles lo llevaba a molestarse al no estar seguro de su elección. Cansado decidió dejarlo para más tarde, cuando tuviera la peluca puesta y las cosas parecieran más sencillas. El estante de las pelucas estaba en el otro estudio, y allá se dirigió. Tenía planeado usar la castaña, pues esa permitía fácilmente ponerle dos colitas y con gafas quedaba excelente, pero de pronto se dio cuenta de que quedaba tan bien que casi siempre combinaba colegiala con peluca castaña…

 

Además de las diferentes escenas y los diferentes roles (colegiala, geisha, vaquera, idol, guerrera…) existían también divergencias en la caracterización. A tres personas podía fascinarles la idea de la colegiala, pero quizás uno querría a la colegiala callada y tímida que transgrede su primera norma, otro podría querer en cambio a la chica problema que reta siempre a la autoridad, y otro tal vez preferiría a la chica que ya conoce el castigo y cuya intención desde el principio es recibirlo… dar en el blanco resultaba un desafío cuando el cliente simplemente indicaba que quería una colegiala. A algunos de sus clientes ya los conocía y sabía a grosso modo qué tipo de chica les ponía (por suerte tenía una memoria excelente), pero con los clientes nuevos como el de aquella ocasión le resultaba imposible estar seguro de haber dado en el blanco. “LoveSakurachan” se llamaba. Nombre hortera, ni siquiera podría agregarle un sama al final porque resultaría risible. Y además había tantas Sakuras en el mundo del anime & manga que dar con la que le gustaba sería imposible. Casi siempre se trataba de esa niñata de las clamp, la que anda revoloteando por ahí cazando cartitas inútiles como si le fuera la vida en ello.

 

Decidió arriesgarse…

 

Pero también podía tratarse de la versión esa de las alas, donde cambia las cartitas inútiles por plumas inverosímiles. En ambas tenían la misma imagen básica (pelo castaño, ojos verdes y complexión delicadita), pero diferían en una y otra en la personalidad. ¿Optimista sin remedio o mártir de la causa?

 

Cansado, tomó una peluca rubia y el uniforme de colegio religioso, decidido a que el sujeto de la ocasión se cambiara de nick a “loveGaararubia” o algo así de tarado. Total, sólo podía pagar media hora. Totalmente listo, transportó el ordenador y las cámaras hacia la otra habitación, acomodando todo con ayuda de un gran cableado y verificando que el cliente estuviera en línea. Por lo general los nuevos llegaban un par de minutos antes, a saber por qué.

 

Miró hacia la improvisada aula y bufó: necesitaba más bancos.

 

 

 

Le había resultado extraño que su vecino le tomara la palabra y le pidiera una serie de artículos a los que no le encontraba mucha lógica. Sin embargo, él se había condenado solo cuando había pronunciado un insinuante “Por favor pídeme ayuda siempre que lo necesites”, que evidentemente el pelirrojo se había tomado muy a la literal. Había pasado una semana desde el incidente de la tubería y los primeros días no habían tenido contacto alguno, hasta que esa mañana, sin sospecharlo, Gaara le había llamado a su celular (también le había deslizado su tarjeta).  Ligeramente apesadumbrado, revisó el mensaje que el granate le había enviado una vez estuvo seguro de que no podría recordarlo

 

-Dos bancos tipo escolares de 80 centímetros de altura total y cuarenta centímetros de ancho (anexo fotografía).

-Un rollo de tela de los siguientes colores y tipos:

*Rosado (seda)

*Morado (seda)

*Rojo (muselina)

*Negro (lino)

*Dorado (gabardina)

*Limón (gabardina)

-Alfombra color caramelo (de un radio de 40 centímetros)

-Alfombra color magenta (de un diámetro de 50 centímetros)

-2 Cajas de fórmula láctea

-8 kilos de arroz

 

(Te pagaré cuando me lo entregues).

 

Vaya con el pelirrojo excéntrico. Terminadas las compras se dirigió de nuevo a casa, intentando no sentirse estúpido por ceder a las exigencias de un chico que, de lejos, parecía evidente que no le abriría las piernas. Sin embargo no podía negarse, del mismo modo en que no había podido negarse a las exigencias de su propio hermano. Quizás, en el fondo, le gustaba que el granate le pidiera ayuda porque le recordaba la reconfortante presión de la carga de su hermano.

 

Le pidió al cansado conserje del edificio que lo ayudara a subir las cosas, y a esa faena se unieron dos vecinos fortachones que pasaban por ahí, dispuestos a comportarse como buenos vecinos, con lo que al final pudo subir hasta el último piso sin necesidad de dar un montón de vueltas. Se despidió después de negar que fuese él quien vivía ahí, y sus inesperados ayudantes lo observaron con cierta desconfianza. Ignorando cualquier tipo de pensamiento al respecto, se dispuso a tocar a la puerta del de ojos como el agua, quien abrió, esta vez, de inmediato.

 

Ojalá alguien le hubiera advertido.

 

El pelirrojo se veían increíblemente irresistible con aquellos pantaloncitos cortos y camisa negra, casi inhumano. Él, que siempre se había negado a fotografiar la belleza obvia y simple de una persona hermosa, se dio cuenta de que moría de ganas por tomar su cámara y fotografiarle. El pelirrojo observaba toda la compra, un tanto aprensivo, sin siquiera mirarlo a él.

 

-¿Has encontrado los bancos?—él asintió y Gaara suspiró relajándose-pensé que sería imposible encontrarlos aquí, pero ya veo que lo has logrado-parecía tan satisfecho que cualquiera pensaría que él mismo había recorrido la maldita ciudad en su búsqueda-Ahora te pago, por favor entra-seguro que no era una frase que soltara a menudo.

 

Antes de lanzar el primer golpe, lo ayudó a meter los paquetes, dejándolos ordenadamente en la sala. Gaara tomó una cartera que seguramente por falta de uso todavía parecía nueva, y comenzó a sacar dinero.

 

-No me pagues con eso-dejó caer por fin. Claro que había tenido que armarse de valor, pero al final el pelirrojo lo había mirado con cara de no entender, así que quizás le faltaba ser todavía más obvio-soy fotógrafo-aclaró por fin, antes de proceder con su explicación-realmente me gustaría fotografiarte… puedes tomar eso como pago, o sino, simplemente hacerlo como un favor.

 

Gaara ni siquiera se lo pensó.  Si no le molestaba que sujetos asquerosos  lo miraran mientras se masturbaba, menos aún le molestaría que Sai, quien el había hecho ya dos favores, le tomara un par de fotos. Además, quizás podría darle consejos, pues su galería de fotos eróticas estaba apenas decente.

 

-Está bien ¿ahora mismo o lo dejamos para otro día?-

 

Sai decidió que para ahora mismo y sólo  bajó como rayo a por su cámara. Media hora después estaban tranquilamente instalados en el estudio, delante de un ventanal con las cortinas corridas. Sorpresivamente (para él), Gaara tenía unas lámpara como las que se usan en los estudios, así que eso le facilitaba las cosas. El pelirrojo asentía a cada una de sus indicaciones y él, mecánicamente, revisaba la cámara. Todo parecía tan natural que no se creía que Gaara de verdad hubiese accedido.

 

-Primero me gustaría tomar el cuerpo entero, lo más natural posible y luego podemos comenzar con algo más elaborado-propuso. El menor asintió, conforme, y se dispuso a ponerse de espaldas a la ventana, esperando que Sai comenzara. El bruno se alejó unos pasos de él y comenzó a apuntar y disparar de forma un tanto desesperada. Gaara parecía relajado y tan cómodo frente a la cámara que incluso podría tomarse como frialdad. Algo parecido a la costumbre y el hastío de posar todos los días.

 

-¿Te habían tomado fotos antes?-preguntó, incapaz de callarse la pregunta. Gaara le lanzó una miradita suspicaz y respondió:

 

-Algo muy, muy parecido-Lo insinuante de la afirmación le provocó escalofríos y una ola de deseo casi incontenible. El pelirrojo resultaba atractivo no sólo por sus preciosas y andróginas facciones, sino también por ese aire infantil y distraído que se cargaba. Realmente habría logrado ser un excelente modelo, incluso a pesar de su corta altura. Pasado un rato, comenzó a indicarle que se pusiera en posiciones más específicas, todas rozando un poco la línea de sus propias fantasías.

 

-Ahora por favor siéntate y acomódate como si te acabaran de arrojar al suelo y… ajá, sí, precisamente así-se sorprendió de que el taheño entendiera tan pronto sus indicaciones, y casi se veía tentado a preguntarle si era a eso a lo que se dedicaba para ganarse la vida. Ridículo.

 

-¿Qué tipo de chicas te gustan?-inquirió de pronto Gaara, mientras se acomodaba encima del escritorio de una manera relajada-¿te parece a ti que una rubia de colegio católico pega más que una morena de escuela pública?

 

-Ambas suenas demasiado cliché-repuso. Quizás el rubio le estaba hablando de algún personaje de anime. Su hermano era aficionado a eso también.

 

-Si, son estereotipos-asintió Gaara-¿pero cuál te gusta más?

-La morena, pero sólo porque las rubias no me van para nada. Pero si tengo que ser completamente franco, una chica cercana a mi gusto sería una bajita, delicada pero hecha una fiera-reconoció, pensando en Gaara versión chica. Aunque Gaara no era una fiera, le parecería que en una situación más comprometida lo sería.

 

-Eso también es bastante cliché-apuntó Gaara.

 

-Entonces, me gustaría un lindo hikikomori, pequeño y rojo como una cerecita-Quizás, si no estuviese tan acostumbrado a los halagos, se habría sonrojado. En cambio, miró al otro como si de un perro pulgoso se tratase.

 

-No es cliché, pero no funciona-respondió-no es verosímil-agregó mientras se subía por completo al escritorio. Sus pies se balancearon lentamente, oscilando en el estrecho espacio que le dejaba la mesa-¿qué te parece la niña que será reñida por su  padre?

 

-Mejor su tío-respondió al instante. Comenzaba a extrañarse de verdad de las preguntas de Gaara, pero prefirió no hacerles mucho casi si con ello el pelirrojo se iba soltando-¿Qué tal su madre? Los actos lésbicos funcionan siempre.

 

-No funcionaría-negó-Lo del tío sí, aunque no es una gran variante.

 

 

-¿Qué tal el chico pelirrojo pequeño, tímido y sumiso que será devorado por su vecino del piso inferior?-Esta vez logró sorprenderlo. Había sido un tanto más directo y de algún modo lo recorrió un escalofrío de lo que esperaba fuese incomodidad. El día anterior había tenido una larga jornada de trabajo, cuatro citas eran excesivas, había tenido que recurrir a un afrodisiaco de dudosa calidad  en la segunda. Sin embargo, funcionó tan potentemente que casi podía decir que había disfrutado tocarse. Claro, masturbarse siempre lo dejaba bastante sensible, quizás por eso había sentido ese ligero cosquilleo.

 

-Sólo si el vecino del piso inferior se queda bien lejos-respondió. No quería jugar, eso llevaría al otro a la idea del todo errónea de que estaban coqueteando. Se bajó del escritorio y anunció que era hora de tomar un descanso.

 

-¿No es ya hora de la cena?-preguntó, interesado en saber si el pequeño antisocial era también prolijo en sus comidas. El chico rozaba lo maniático, así que resultaría casi vergonzoso que comiera como el resto de los mortales.

 

-Vale-se resignó Gaara. Cada vez resultaba estar más endeudado con el de ojos oscuros, así que una comida tendría que saldar sus deudas.

 

 

Mientras Sai esperaba tranquilamente en la sala, Gaara se perdió en la cocina, preguntándose cómo haría para que la ración individual de arroz con verduras, puré de papas y ensalada de naranja alimentara a dos. Fastidiado, se resignó a cocinar lo que guardaba para el martes, su día de carnes rojas. Semana a semana el hijo de la dueña de la pequeña tienda de víveres, de 13 años, se encargaba de dejarle en la puerta una caja con los productos necesarios para la semana (carne, verduras, frutas y un par de especias), llamar una sola vez y luego esfumarse cinco minutos, para regresar y recoger el sobre con el dinero de los productos y su generosa propina. Su hermana lo había conseguido, por lo que él jamás le había dirigido una palabra, y el chico probablemente se divertía pensando que le entregaba la comida a una persona peligrosa. Como sea, siempre reservaba la carne de res para el martes, dado que era su favorita.

 

 

Sacó la carne del congelador y mientras el microondas se encargaba de sacarle el hielo, se dedicó a cortar las verduras de dos días. Una vez lista, puso las dos piezas grandes de carne en la sartén y las condimento de a poco con pimienta y  jugo de naranja, en un toque más bien occidental. No es que le gustara particularmente cocinar, pero dado que gozaba de una gran cantidad de tiempo libre, siempre intentaba experimentar. Además, le gustaba tanto la imagen de una buena comida que no podía resistirse a ella.

 

 

 

Con los alimentos suficientes, puso todo en bandejas y lo llevó a la mesa, exigiendo a su invitado que sacara de la cocina los platos. Sai parecía satisfecho con lo que veía, con lo que terminó preguntándose qué sería lo que aquella enigmática persona escondía. Le creía que su hermano era un hikikomori, se lo creía no tanto por confianza, sino más bien porque le parecía una mentira demasiado inusitada para que alguien la usara.

 

 

 

-Realmente parece increíble que seas un chico aislado del mundo-comentó Sai mientras se llevaba a la boca un buen pedazo de carne, saboreando con gusto su sabor.

 

-Lo es-asintió, de acuerdo con la observación.

 

Gaara era tan gracioso, tan exquisito y tan poco normal que no podía dejar de observarlo con deseo reprimido. No es que él fuese alguna clase de adolescente que con las primeras piernas descubiertas arde en deseo, pero la delicadeza del menor parecía guardar un erotismo morboso difícil de ignorar.- la forma en que caminaba, suave pero ligeramente torpe, su voz ronca y baja, sus ojos de un verde intenso que siempre parecía lánguidos y los labios rosados y humectados, que se movían tan poco al hablar  completaban esa imagen total de pesadez. Era como si Gaara siempre esperara regresar a la cama. Una somnolencia estaba dentro de él de forma muy difuminada, porque en realidad, si lo veía con objetividad, el pelirrojo parecía muy despierto. Con disgusto, se preguntó si su hermano tendría el mismo estado de ánimo que él.

 

-¿Qué tipo de cámara resulta mejor?-preguntó su anfitrión, parecía tan interesado aquel día que resultaba desconcertante.

 

-Depende de lo que pretendas lograr…-el pelirrojo había iniciado, ahora tendría que soportar un discurso insoportable sobre cámaras y fotógrafos. Media hora después, satisfechos, se pusieron en pie, como si fuese una reacción automática más que el siguiente paso de lo que terminaría siendo una velada curiosa.

 

 

-Gracias por traerme lo que necesitaba-expresó Gaara, ignorante de si debía agregar algo más y preguntándose si le importaba.

 

-Volveré-la advertencia estaba implícita y ninguno de los dos agregó nada más. Esa ligerísima tensión en el aire se debía solamente a la verdad que también flotaba por ahí: disfrutaba de la presencia del otro. Para Sai no era algo excesivamente nuevo, pero Gaara era toda una revolución.

 

A partir de ahí, sólo restaba comenzar a caer.

 

 

 

 

 

 

Llegó a casa y lo primero que hizo fue derrumbarse en el sofá más grande, pensando en lo mucho que le hubiera gustado quedarse más tiempo ahí. Podría haber seguido fotografiando a Gaara, estaba seguro de que no se habría negado, pero de pronto se había sentido tan asfixiado por la ineludible realidad de que Gaara no era una persona ni remotamente normal (ni sana), teniendo que abandonar el sitio. Pero volvería, ahora sabía que le gustaba y no estaba dispuesto a desperdiciar la pequeña hendidura en la puerta de hierro que era la mente del hikikomori.

 

 

Comenzó a descargar la serie de fotografías que había tomado casi en ráfaga, descubriendo que apenas había unas cuantas en las que el taheño no lucía perfecto. Perfecto en toda la mórbida expresión y en todos los significados. Su rostro relajado, sus ojos fríos y sus ligeras muecas daban una muy buena imagen en conjunto. Gaara debería ser modelo.

 

-Algo muy, muy parecido-

 

La enigmática frase bailó un segundo en su mente, revoloteando como un mosquito. ¿A qué se refería? ¿a que sí era modelo? No, algo muy parecido. Muy, muy parecido, según sus propias palabras. Quizás lo habían pintado antes o había tomado un cursillo de fotografía antes de aislarse. El chico era misterioso por sí mismo, pero aquella frase lo tenía sumamente trastornado. Casi sin darse cuenta,  tenía abierta la ventana que marcaba un buscador. Lo observó largamente y finalmente se  rindió, comenzando a teclear “Sabaku no Gaara”. No es como si ahí fuese a encontrar todas las respuestas, pero probablemente lo ayudaría a hacerse una idea más realista del motivo por el que Gaara estaba solo.

 

Para su sorpresa, salieron decenas de entradas. Las primeras cinco o seis estaba dedicadas a una chica llamada “Gaara-chan”, así que no le servían, y las dos siguientes tenían explícitamente el apellido “Sabaku no”. Abrió la primera y al darse cuenta de que se trataba de una nota en un blog, llegó a preguntarse si el chico tendría uno. Sabaku no se remarcaba no en la entrada, sino en uno de los comentarios en respuesta:

 

(…) asesinatos como ése no son el primero, chaval. Ese matrimonio, los Sabaku no, murieron  casi de la misma forma sangrienta. La leyenda cuenta que ellos estaban tranquilamente en casa cuando ¡BAM! Llega un psicópata y a ella le pone el arma en la boca y a él lo obliga a clavarse la mano en la mesa con un cuchillo de cocina. Después, con los dos inmovilizados, el tipo se dispone a degollar a la mujer, pero resulta que el hijo mayor está en casa (mayor pero apenas, porque tiene doce años) y corre a liberar a su madre, el psicópata sin perder tiempo le dispara a la mujer y el niño se queda en medio de la sala, sin saber qué hacer. Entonces el sujeto le pone a él el arma en la frente mientras el padre se retuerce como loco e intenta sacarse el cuchillo de encima. Lo siguiente es la parte sanguinaria del asunto, porque el tipo le dispara primero en un pie al padre y luego al chico le dispara tan cerca de la oreja que se la vuela, pero nada más, todavía no los mata. Mientras los dos se desangran él pone la radio y toma el teléfono para llamar a alguien (después se supo que era al mismo programa de radio que  él había sintonizado, pero no respondieron) para luego tirarlo violentamente al suelo y dispararle al padre entre las piernas y luego al niño en un brazo, antes de irse apaga la radio tranquilamente y el niño debió decir algo que lo molestara, porque entonces a él también le disparó allá abajo,  se va y unos quince minutos después llega la policía, alertada por los vecinos, pero para ese momento es tarde para el padre y el niño apenas logra contar un par de cosas, pero muere al día siguiente en el hospital. Así que, de verdad ese asesino en serie del que hablas no es nada nuevo.

 

 

Así que sus padres habían muerto de esa manera. Gaara había mencionado que vivía con su tía y también había mencionado brevemente a su hermana, quizás porque era lo único que quedaba. La noticia era de 14 años atrás, así que para entonces Gaara tendría unos cuatro años, edad suficiente para enterarse de la noticia y traumatizarse con ella. No era algo que esperaba conocer pero de algún modo tampoco llegó realmente a trastornarlo, quizás porque un pasado turbulento era una buena razón para justificar el aislamiento y, con ello, excusar al pelirrojo.

 

La siguiente página era una simple mención de Sabaku no Temari, quien había contraído nupcias el pasado 22 de febrero con el célebre jugador de shôgi, Nara Shikamaru. Quizás ella era su hermana, aunque realmente no se parecían en nada, pues la chica era alta, rubia y a simple vista parecía llena de vida. Su ahora esposo era un sujeto también alto, pero desgarbado y con esa cara perezosa de los grandes genios;  la diferencia de diez años no parecía afectar su discreta felicidad. Era todo lo que decía acerca del apellido Sabaku, porque las páginas de más abajo estaban dedicadas a “Gaa-chan”, quien por su evidente fama debía ser alguna idol o algo parecido. Había cientos de páginas dedicadas a ellas, pero sólo una llamó un poco su atención por las palabras que se leían bajo el enlace en el buscador:

 

“… lo que más me gusta  de Gaa-chan son sus ojos como el agua, no sé si son unas excelentes lentillas de colores o es su color real, pero son preciosos… ¡todo en Gaa-chan luce bien!”

 

¿Ojos agua? Eso o era una coincidencia muy grande o uno de los dos usaba lentillas. Abrió la página y se encontró de lleno con la imagen de una preciosa Geisha de largo cabello negro y ojos exactamente iguales a los de Gaara. En la imagen ponía que para revelar lo que había bajo el kimono debías dar clic en la imagen. Apresurado, siguió las indicaciones y se encontró con un perfecto torso lampiño, botoncitos rosados y el ombligo más excitante del planeta. Sin el más ligero rastro de unas tetas voluminosas. Era un travesti a todas luces.

 

La página no era más que una galería extensísima de gifs, wallpapers, avatares y emoticonos de la misma persona de ojos verdes, pero en diferentes roles. En algunas lucía un coqueto traje de marinerita, en otras era una rubia enfermera y en algunas de las más atrevidas lucía una abundante cabellera pelirroja y llevaba un cartel con el letrero “prometo portarme bien” cubriendo su total desnudez.

 

Nada de Gaa-chan ni la mierda, era Gaara y eso quedaba clarísimo.

 

Como desesperado, abrió el resto de las páginas una a una, sintiendo cómo su corazón estaba dispuesto a salirle del pecho al minuto siguiente. En algunas era más de lo mismo, galerías y un par de notas sin demasiada importancia, pero otras eran un verdadero tributo a la “diosa con polla”. La más completa ofrecía una ficha técnica de la popular idol.

 

“Gaa-chan es una popular idol que salió a la luz apenas harán dos años, pero ha encantado a toda una generación de pervertidos. A pesar de los altos costos de sus espectáculos en línea y el hecho de que cada clic en su página web requiere de cierta cantidad de pasta, su sitio recibe diariamente más de 200 visitas diarias y son compradas al menos cincuenta fotografías. Apenas “trabaja” dos días a la semana (benditos días), y sus costos son tan elevados que pocos hemos tenido la gratificante experiencia de verla en tiempo real,  pero nosotros (los tocados por la diosa) sabemos claramente que vale la pena hasta el último centavo. Tan linda, mona y encantadora es, que basta con depositar libre y arbitrariamente generosas propinas para que ella, adorablemente, deje caer que ha hecho algo sumamente especial para ti y ¡Te sale con un simpático marco decorado por ella misma en donde espera le permitas poner tu fotografía, para poder dormir junto a ti!

Aparentemente es baja de estatura (algo que usualmente tiende a molestarla) y tiene algunos problemas del lenguaje, siendo que confunde algunos términos que la hacen lucir más sexual. Todo en ella es erotismo puro, desde la forma en que sonríe dulcemente hasta la forma en que “inocentemente” pide que te acerques a ella. Numerosas revistas hablan frecuentemente de ella, citándola recurrentemente, a pesar de que sólo tres han tenido el beneplácito de contarla en su portada, las tres triplicaron sus ventas.

 

Y es ahí donde surge el asunto misterioso… ¿por qué sólo tres publicaciones? En realidad, nos ha llegado el pitazo de que se lo han pedido en numerosas ocasiones, pero la princesita no ha querido aceptar ser fotografiada directamente (esto es ir a las oficinas de las revistas y dejar que el fotógrafo encargado haga lo suyo) sino que ha requerido ser ella misma quien prepara una fotografía exclusiva. ¿Por qué Gaara-chan se niega a ser fotografiada directamente por otra persona? Numerosas teorías han surgido, entre las que quizás sobresalen esas en que aseguran que las fotos están editadas para que parezca todo lo encantadora que es, pero está desmentido totalmente por los antes mencionados tocados por la diosa, quienes sabemos que ella en realidad es tan o más encantadora de lo que luce en las fotos. Otra teoría es que ella (sí, ya, ya, sabemos que es un él pero la fantasía dura más así) es un estudiante totalmente típico en una secundaria totalmente típica, y que tiene la necesidad suprema de reservarse su pequeño y morboso secreto.

 

Sea cual sea la razón. Seguramente Gaa-chan pasará a la historia como la mejor ero-lolita de de todos los tiempos. Y que nadie hable más al respecto.”

 

 

El texto terminaba con un alegre emoticono con cara de diablillo, que le hizo un poco de gracia incluso a pesar de lo que acababa de leer. Lo que no le hacía gracia era la profesión de Gaara, pues realmente no veía a aquel niñato huraño teniendo que comerse su orgullo para realizar eso que ponían allí.  No, no le hacía gracia, pero vaya que lograba excitarlo.

 

Las fotografías de la galería estaban bien hechas aunque jamás podrían pasar por profesionales, y Gaara, como él mismo había presenciado, había nacido para ser fotografiado. Conocía sus ángulos y era capaz de actuar con calculada naturalidad, algo bastante reconocido. Además, cada uno de las escenas mostradas en cada fotografía estaba limpiamente montada y no podía encontrarle una sola pega, le parecía francamente imposible que el pelirrojo se las arreglara para hacerlo solo. Pero sus escrúpulos se acaban cuando la idea de tomar ese cuerpecillo evidentemente deseado, se acomodó a sus anchas en sus mentes.

 

Tendría que darle un par de consejillos al taheño la próxima vez que le viera. A ver si otra veza le pagaba con carne.

Notas finales:

¿Qué tal? un poquito pesado pero anda, que la perfección me queda lejana xDD Quizás les haya sorrendido y/o aburrido la forma en que Sai se entera del oficio de Gaara, pero a ello respondo que francamente otra forma hubiera  caído en lo surrealista y con tantascosas inverosímiles, pues mejor ir franca en lo que se pueda.

 

Gracias, gracias a las que leyeron y comentaron el pasado capítulo, me llenaron de confianza ^^

 

Notita: Para las que leían The Price, les informo que acabo de subir el cap final OwO corran xDD

 

Kissus ^x^


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