El sonido de las olas chocar violentamente contra las rocas es muy hermoso. El viento fresco impregnado del olor del mar es simplemente perfecto. La maravillosa vista que hay en la sima de este acantilado por las tardes es algo que no se puede comparar con nada. Y aquí estoy, en el borde, a solo un paso del aire, a mil metros del agua, porque hay que afrontar la realidad, nunca estaré contigo.
Te conocí en una estación de tren, te veías hermoso, había mucha gente a esa hora, claro, todos salían de la escuela y de sus trabajos, tal como yo. Te vi bajar del tren, llevabas la mirada perdida en el horizonte como buscando a alguien, me enamore de tu expresión de desespero, de tu rebelde cabello rubio y tus brillantes ojos azules. Eras tan diferente a lo que estaba acostumbrado ver. Comenzaste a impacientarte, comenzaste a hacer pucheros y yo simplemente me limite a observarte. Perdí mi tren a casa.
No notaste que te observaba de lejos, las personas nuestro alrededor sí. No me importó. Comenzaste a alejarte de mí y sentí que algo helado bajo hasta mí estomago y comencé a seguirte. Estaba a pocos metros de ti, tenía la cara caliente y me sentí sonrojar, extendí el brazo dispuesto a hablarte cuando gritaste emocionado: “¡Por fin te encuentro!”. Bajé rápidamente mi brazo, nunca notaste mis intenciones, y sentí el mundo caer sobre mí cuando te vi dándole un beso, a él, a un chico igual de diferente que tu, cabello rojo y ojos verdes. Te sonreía con dulzura, y tú lo abrasabas con fuerza. Me partía el corazón. Me di la vuelta, no podía seguir viendo. Escuche que anunciaban mi tren y corrí para abordarlo.
Dos días después te volví a encontrar. Venías caminando tomado de su mano, llevaban bolsas del supermercado y yo simplemente no podía despegar mi vista de ti. Comencé a caminar rápido con la vista fija en el suelo, intentaba mantener mi cabeza ocupada pero choque contigo. Dejaste caer las bolsas, soltaste su mano y, al igual que yo, caíste de espalda en el suelo. Te levantaste rápidamente, mientras él recogía las cosas del piso y me ofreciste ayuda. Tu voz sonaba hermosa. Me levante, hice una reverencia y me fui rápidamente.
No me di cuenta como, pero comencé a verte en todos lados, no importa dónde o cuantas veces te encontrara siempre estabas con él, siempre con él. Mi mundo se convirtió solamente en ti, quería estar contigo, anhelaba estar contigo. Pero nunca estaré contigo.
Salía de la escuela un día, me sentía enfermo por tu culpa, sentía que no tenía salida, que no importa lo que hiciera siempre ibas a estar ahí. No sabía qué hacer y me encontraba muy distraído cuando choque contigo de nuevo, esta vez fue solo un pequeño empujón. Me reconociste, me sonreíste y sé que te diste cuenta de lo que estaba sintiendo cuando te vi a los ojos y tu sonrisa se convirtió en una mueca de incomodidad. No supe muy bien porque, pero en un impulso me lance contra ti y te bese, simplemente toque tus labios. Fue corto, tan solo dos segundos y me sentí en el cielo. Lo siguiente que sentí fue un golpe duro en la cara, no venía de ti, sino de él. Lo supe cuando comencé a levantarme del suelo y lo vi, con furia en su mirada, me grito algo que no entendí y ambos se fueron de ahí.
En ese momento pude estar seguro, de que un nosotros era imposible, supe que no lo volvería a ver, pero ambos compartimos un momento que durara para siempre. Yo lo recordare por siempre.
La mañana siguiente viaje a mi lugar favorito, aquel acantilado de hermosa vista, de bellas olas y suave brisa. Me senté debajo de un árbol y pensé… Nunca supe tu nombre, tu edad, nada de ti. Fuiste solo un ángel con una sonrisa en su cara, un ángel hermoso. En ese momento sentí un impulso y la plena seguridad de que estaba haciendo lo correcto.
Me detuve en el borde del acantilado, me saque la chaqueta y los zapatos, deje que mi cabello negro fuera movido libremente por la brisa, extendí los brazos y di un paso más. Porque hay que afrontar la realidad, yo nunca voy a estar contigo.