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Hechizo de estrellas por soy nadyha

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Notas del fanfic:

Hechizo de estrellas es una historia creada por mí; sin fines de lucro o beneficencia, simplemente por gusto y para quienes gustan leer lo que escribo.

NO.6 pertenece a Atsuko Asamo. Y los derechos de canciones, imagenes o medias presentados son propiedad de sus respectivos autores. Así como la trama de esta historia tiene completa autoría mía.

Se trata de un one-shot, teniendo a Nezumi y Sion como pareja principal. Cabe dentro de las categorías: Angustia, Romántico y Sonfic, con claras advertencías de Lemon.

Notas del capitulo:

Hechizo de estrellas es una historia que ha nacido gracias a mucho, y falta de otras cosas. La he hecho con todo mi cariño para mis lectoras y para aquellas personitas que entiendan el significado de esta historia y todo lo demás que engloba. 

Es un homenaje a Atsuko Asamo, a Aimer y a LAMA, que junto a Sion y Nezumi me han inspirado e infundido ganas para continuar escribiendo. 

Yo les digo:

Hoy es jueves, y ha ya ha pasado una semana, que yo driría ha sido demasiado larga.

Hay tantas secretos que le he metido a esta historia, desde el resumen, imagen de portada y el resto de la historia, que me encartaría contarles qué significa. Si les interesa vayan al enlace al final de la historia; si ya lo han descubierto, me encantaría saber qué opinan.

Tengo pensado, dependiendo de la respuesta de este one-shot, continuar la historia. Sería un fanfic un poco más extenso y dramatico.

Gracias por leer y estar siempre aquí. Lamento cualquier error ortografico, tantas ganas tenía de subirlo que no le he dado una revisión. Pronto lo haré, y pronto nos leeremos.

 

 

 

 

 

Hechizo de estrellas

 

 

 

Capitulo único

 

________________________________________

 

 

 

 

El atardecer a sus espaldas. Naranja, rojo y amarillo. Nubes vaporosas brillando sobre él. Y el sol despidiéndose moribundo una vez más. De la misma manera que él, pues sintiéndose morir se despedía con un último beso. Un beso ardiente, arrebatador y fiero.

 

Una pregunta susurrada al viento y su contestación enmudecida en otra ráfaga. Misma ráfaga que lo arrastró lejos de aquél ser misterioso, radiante y bello. Arrastrado sin contemplaciones, con el corazón resquebrándosele por dentro, pedazo a pedazo. Apartado contra su voluntad. Un dolor lacerante partiéndolo por dentro, mientras docenas de lagrimas eran contenidas tras sus párpados, apretados fuertemente.

 

Nezumi.

 

Quiso continuar, no detener ninguno de sus pasos. Quiso cerrar los ojos, ignorar el llamado de su propio nombre. Quiso hacer muchas cosas, millones de ellas en cuestión de milésimas de segundos. Quiso dejar de hacer otras, completamente todas para siempre.

 

—Nezumi.

 

Ya no pudo hacer más, ni dejar de hacer. 

 

Por sobre su hombro, cada vez más cerca, vislumbró a aquel niño de cabello blanco y ojos rojizos. Acercándose a pasos largos y rápido, casi corriendo hacia él. Justamente hacia él. Un aura dorada alrededor de su figura, resplandeciendo a través de su cabello blanco, delineando cada curva de su cuerpo. Y una enorme sonrisa en sus labios, misma que claramente podía ver en su mirada y de muchas otras maneras.

 

—Nezumi.

 

Sion...” El nombre nació dentro suyo, vuelto un susurró que no traspasó la frontera de sus labios.

 

—Ellos podrán arreglárselas sin mí por un momento —le escuchó decir tratando de tomar aire—. Hoy... hoy... —Parecía que las palabras huían despavoridas de su boca—. Yo...

 

—Vamos a casa —atinó a decir, adelantando uno de sus brazos hasta alcanzar una de las manos de Sion.

 

Sion correspondió el apretón de su mano y no volvió a soltarla. El dolor en su interior desapareció y las lagrimas reprimidas se evaporaron. Nezumi empezó a sentir esa extraña sensación en la boca del estomago. Ese centenar de impertinentes mariposas, o lo que fuera ese escalofriante revoloteo en sus entrañas.

 

Los pasos que dio fueron inconscientes. Entre escombros, polvo y muerte. Casas desechas, cadáveres sin vida, desechos y ruinas de lo que alguna vez fue una segunda oportunidad de vivir. Ahora sólo quedaba una estela de vida, en aquellos que lograron vivir; un fuerte sentimiento de supervivencia que llevaba a los sobrevivientes a continuar; y el descanso de verse libres al fin. Libertad palpable en el viento.

 

Oh, Nana, ¿qué haces aquí?

 

Despertó repentinamente de su lapso de tiempo perdido. La oscuridad le recibió en diferentes contrastes, apenas ganando terreno entre la moribunda luz del día. El olor a encierro penetró su nariz y rápidamente descubrió el lugar donde se encontraba. Segundos después escuchó un ensordecedor ladrido resonando en cada espacio de ese desolado pasillo. Entonces, muy cerca de ellos, vislumbró la sombra difusa de uno de los peludos canes de Inukashi.

 

Sin acercarse más al perro, observó cómo Sion sí lo alcanzaba y se arrodillaba frente al inquieto animal. Continuando la sarta de innecesarias preguntas que, a pesar de ser el mejor amigo del hombre, jamás iban a ser respondidas por el canino.

 

—¡Nezumi! —volvió a escuchar que le llamaba. Había sido un grito de asombro que lo obligó a acercarse con el corazón desbordándosele en inesperada angustia—. ¡Abre la puerta, Nezumi! ¡Rápido!

 

Presto y angustiado, atendió el pedido sin chistar. Consiguió abrir la puerta, dándole paso a Sion rápidamente, y alcanzar el único candil de la habitación, para encenderlo luego de quemarse uno de sus dedos gracias a las traicioneros nervios que sentía. Sólo entonces, después de lograr toda esa faena, se permitió girar y ver con atención a Sion.

 

Lo encontró inclinado sobre la cama, dándole la espalda y prestando demasiada atención a algo que el no alcanzaba a ver desde ese punto de la habitación. Lo veía moviendo los brazos con demasiado esmero y delicadeza. Intrigado, Nezumi se acercó con los latidos de su corazón recuperando su ritmo, sintiendo la compañía del perro a su lado, todavía jadeante y caliente junto a sus pies.

 

Lo primero que reconoció fue el inseparable abrigo de Sion desparramado sobre la cama, arrugado y polvoriento. Nezumi lo consideraba como propia parte de Sion. Tan distintivo como el color de sus ojos y cabello. Aunque no igual de exótico y maravilloso que ellos.

 

Sin embargo, no fueron sus ojos quienes descubrieron entre penumbras aquello que ocultaba antes el cuerpo de Sion, sino el gorgoreante chillido que pareció retumbar entre las paredes. No pudo evitar pegar un brinco cuando el can junto a él ladró como contestación al alegre gorgoreo. Finalmente, sus ojos fueron a dar justo al pequeño cuerpecito que se retorcía sobre su cama. Un cuerpecito con manitas, piececitos y demás partes pequeñas, pues de un bebé se trataba.

 

Recuerdos recientes pero que parecían haber ocurrido hace años asaltaron su memoria, haciéndolo recordar rápidamente los momentos previos a la catástrofe. Esos donde Sion y él habían partido con los corazones pesados sobre sus pechos. Atrapados en su propia trampa. Dejando atrás días tranquilos, descabelladas aventuras, discusiones abandonadas y gestos efímeros que nunca dejaron de ser puros  gestos entre los dos.

 

El bebé continuó balbuceando sin parar de mover sus diminutos bracitos, mientras Sion examinaba cada parte de su pequeño cuerpo con inusitado esmero. Todo paciencia y tranquilidad. Nezumi no perdió de vista la sonrisa que tenía en sus labios, llena de cariño y ternura. Una sonrisa que nunca antes había visto. Y que cálida se había asentado en su interior, llenándolo de todo lo que significaba.

 

Cuando volvió su atención a Sion, se encontró mirándolo directamente a los ojos. Capturado por la mirada del muchacho de cabellos blancos, Nezumi terminó por acercarse con pasos silenciosos y cortos. Por un momento, le pareció que ese día era como cualquier otro. Refugiados en esa pequeña habitación, compartiendo charlas, comidas y sueños, los dos solos.

 

—Deberá tomar un baño —habló Sion a su lado, al mismo tiempo que se deshacía de las ropas del niño—. Nana lo traía en el hocico y dudo que no lo haya arrastrado un poco, a pesar de traerlo colgando del abrigo. Y también debe comer. ¿Cuántas horas se la ha pasado solito? ¡Debe estar hambriento! —Sion, al terminar de desvestirlo, lo alzó sobre sus cabezas, por lo que el niño volvió a chillar con una sonrisa—. Aunque no parece estar hambriento —repuso después, torciendo los labios.

 

—Calentaré un poco de agua. Tú consigue la comida que comerá.

 

Sion se giró para verlo, sin dejar caer la sonrisa que al verle se amplió de manera muy diferente. Nezumi instantáneamente sintió el cardumen de aleteos en su estomago, incesante y turbulento. Y pronto su estomago auguro el regurgitar todo lo que contenía, que a esas horas no era nada más que acido. 

 

Huyó despavorido de la habitación, y no regresó sino hasta que consiguió una tina lo suficientemente grande para bañar al inesperado infante. Para ese entonces encontró a Sion sentado en el sofá con el bebé en brazos, sobre la mesa habían varios platos y un único vaso. Al escucharlo entrar, el muchacho se volteó para recibirlo con una simple sonrisa y continuó dándole cucharadas de comer al niño.

 

Cuando terminó de llenar la tina de agua caliente, el niño ya había terminado de comer y se apretaba contra el pecho de Sion, quien le mecía mientras tarareaba una canción que supuso sería una nana para apaciguarlo. La cena había relajado la inquietud del infante y, a su vez, también a Sion. Antes de irrumpir la escena, Nezumi se arremangó las mangas de su polera y apretó más su coleta, dispuesto a una larga y húmeda faena.

 

—Vete a bañar, yo me encargo —dijo al alcanzar a los dos modorros. Sintió cómo Sion se estremecía al sentir que le apartaba el niño de los brazos, y después alzaba la mirada con un fugaz atisbo de espanto en sus ojos rojizos—. Anda, vete ya.

 

No esperó a que se levantara, ni a que le contestará de alguna manera, simplemente se apartó con el niño en sus manos e ignoró la mirada que le daba con sus ojos pardos brillando en la nitidez de la habitación. Antes de sumergir al crío en la tina, aguardó hasta que escuchó a los pasos de Sion perderse.  Sólo entonces suspiró, cerró los ojos por un momento y se permitió perder en algo que lo alejara de sus pensamientos.

 

Jamás en su vida había bañado a un niño, ni creyó jamás tener alguno para hacerlo. El infante luchó al principió por no entrar al agua, chillando y viéndolo con sus enormes ojos brillantes de lagrimas contenidas. Nezumi agradeció que no terminara llorando y que, finalmente, se dejara sumergir en el agua. Una vez adentro tuvo que lidiar con que no terminara sacando el agua con sus pataletas y manotazos.

 

Nezumi se permitió profundizar en sus conocimientos. El niño, porque era un varón, no parecía mayor al año, quizá justo tenía esa edad. El cabello sobre su pequeña cabeza era delgado y resbaladizo, escaso diría él. Y todo lo demás era pequeño como ya lo sabía. Sus manos, sus pies, sus dedos, sus brazos y sus piernas, sus orejas... Nezumi se sorprendió por lo pequeña que se veía su nariz, en medio de ese par de ojos que lucían gigantes a comparación de sus demás fisonomía.

 

A pesar de sus conocimientos, la falta de experiencia provocó que él también terminara empapado de brazos, torso y cara, salpicado por los constantes asaltos de felicidad que el niño tenía cuando veía burbujas a su alrededor, o cuando jícaras de agua caían sobre él, o simplemente era obra suya al tratar de que no se le resbalara de las manos.

 

El agua se volvió turbia. Y el infante quedo brillando de limpio. Nezumi lo envolvió en una larga toalla gris y lo pegó a su pecho, para así trasladarlo hasta la cama donde lo terminaría de secar y luego vestir. Sentirlo tan cercano a él le hizo estremecer. No supo por qué. Sentirlo pequeño, cálido y vivo a unos cuantos centímetros de su corazón era una sensación indescriptible, e inquietante.

Sólo al volver a separarse del pequeño cuerpecito pudo respirar libremente, como si de una gran presión se librara. Lo tendió sobre la cama y el niño compungió el rostro en clara evidencia de que estaba a punto de echarse a llorar. Segundos después, para su infortunio, un berrido estremecedor le ensordeció. La piel antes rosada se volvió casi morada, mientras el rostro tierno del niño se transformaba en montones de arrugas. Nezumi tuvo miedo.

 

—Ya, ya, ya... —se escuchó decir sin sentido, tratando de tranquilizar al desasosegado bebé que había alzado en sus brazos. Pero lo único que ocasionó con el brusco levanto fue que chillara más fuerte y se empezara a retorcer con los bracitos tiesos.

 

—¿Necesitas una mano?

 

Quiso acompañar al crió con un chillido propio. El susto que la voz de Sion a sus espaldas había provocado no logró hacerle soltar al niño. Por muy poco. Pero si hizo que sus dedos se clavaran por un momento en el cuerpecito y que, por consiguiente, el bebé llorara con más fuerza. El casi morado se había vuelto un morado casi azul.

 

—Está privado. Dámelo. 

 

Nezumi se giró aún con el niño alzado sin cuidado en sus manos, y Sion lo tomó con delicadeza. Una vez abrigado en los brazos de Sion y mecido con tranquilidad, el crío dejo de chillar para solo dejar resbalar gruesas lagrimas de cocodrilo. Por puro instinto alcanzó una manta y la echó sobre la cuna que Sion había formado alrededor del niño, tapando así al niño.

 

—Mejor —escuchó que le decía Sion demasiado cerca—. Mucho mejor.

 

Apartó la mirada del pequeño infante confortado y se encontró con la mirada de Sion a milímetros de sus ojos. No pudo evitar perderse un momento en sus ojos, claros y pardos. Demasiado misteriosos, demasiado bellos, demasiado cerca. Fue el primero en desviar la mirada y apartarse con brusquedad. Sion, después de mandarle una última mirada, regresó su atención al ya durmiente niño en sus brazos.

 

—Creo que ya se ha dormido —le escuchó murmurar muy quedo.

 

—Espero que sí —bufó Nezumi secándose la frente.

 

—¿Por qué no te das un baño mientras yo lo termino de vestir?

 

Nezumi volvió la mirada por un instante. Efímero y veloz. Y la mirada de Sion lo recibió cálida, junto a un sonrisa igual de cálida. Hubo un asentimiento silencioso y se fue sin poder decir más. Sin saber qué decir.

 

El baño cubierto con miles de idénticos mosaicos blancos lo incitó a perderse en sus pensamientos. En el vasto mundo de su mente, lleno de recuerdos, memorias, conocimientos, sentimientos, temores y demás cosas que finalmente lo volvían un ser humano, viviente y de carne y hueso. Un hombre más en aquel mundo imperfecto. Un alma más errante en el mundo. Una persona que ahora buscaba un motivo por el qué seguir viviendo. Un ser que buscaba aferrarse a algo que lo atara a la tierra hasta su muerte.

 

Tenía miedo. Estaba muerto de terror. El día que había esperado toda su vida había pasado ya. Dejándolo atrás. Abandonándolo sin más. Olvidado en un futuro incierto. Nezumi estaba aterrado de miedo. Sin saber qué hacer, ni cómo, dónde o para qué. Estaba simplemente perdido, completamente perdido.

 

La profundidad de sus pensamientos se volvió un vorágine mayor al que creyó poder controlar. Un torbellino de pensamientos, preguntas y recuerdos que lo dejo con los ánimos por el suelo. Sin fuerzas, sin sentido, sin nada. Lo que quedó de Nezumi fue únicamente ese latir en su corazón que lo llevó a refugiarse nuevamente a su habitación. En búsqueda del calor de un cuerpo marcado por una venganza olvidada, cuyos cabellos blancos y ojos rojizos eran tan hermosos como el resto de ese ser.

 

Sin embargo, lo único que encontró fue la soledad de su habitación, acompañada solamente por el eterno candil de la noche. Cruzar el umbral de la puerta absorbió el resto de sus fuerzas, y sus pies lo arrastraron hasta la cama, donde se echó sintiendo que esa noche significaba más que luna y estrellas. Y ahí, acostado sobre algo que parecía hundirlo entero, cerró los ojos. Y no los volvió a abrir hasta que sintió la presencia de alguien más tras sus espaldas. Una respiración cálida y un calor acogedor.

 

Sion...”

Un par de brazos se escurrieron por su torso hasta rodearlo y apresarlo en un férreo abrazo. Sufrió la presión de su cuerpo con el corazón delatando sentimientos que no quería revelar. Ese calor y el aroma a su alrededor despertó recuerdos de días que quería fueran interminables. Días donde sólo existieran ellos dos, tan cercanos el uno del otro, juntos.

 

—Lo siento, Nezumi.

 

Tantos años de soledad lo habían vuelto débil. Volverse un ser humano. Con sentimientos y emociones. Algo que había olvidado ser muchos años atrás. Algo que temían volver a ser. 

 

—¿Por qué lo sientes, Sion? —alcanzó a susurrar girándose sobre la cama. 

 

Era de noche, pudo descubrir Nezumi al abrir los ojos y ver tras la única ventanilla del lugar. La luz incandescente había dejado de existir en esa habitación. Solamente habían quedado sombras a su alrededor, y la compañía de Sion revelándose acostada a un lado suyo cuando se había volteado a verlo.

 

Sion estaba llorando, queda y silenciosamente. Nezumi podía ver sus ojos brillando en la oscuridad y podía sentir los espasmos que sufría tratando de contener el llanto. Acostado justo a su lado, Sion no había debilitado el abrazo que los mantenía tan cercanos. Por eso mismo era que podía ver sus ojos y sentir su cuerpo. Incluso el latido de su corazón.

 

—Yo te quiero, Nezumi —había conseguido decir Sion en un lamento ahogado.

 

Nezumi sonrió, verdaderamente lo hizo. En su interior, sentía que el centenar de aleteos de su estomago se esparcía por el resto de su cuerpo. Sumergiéndolo en ese sentir que había congeniado a la perfección con las palabras de Sion. Como los dos últimos fragmentos de un mismo enigma.

 

Lo besó con arrebato, pero un sollozo estremecedor por parte de Sion terminó separándolos. Sus labios extrañaron los labios de Sion desesperadamente, de la misma manera en los de Sion terminaron nuevamente entre los suyos con renovado arrebato. Lo brazos de Sion subieron hasta su cuello y estrechó el resto de sus cuerpos con arrobamiento.

 

Descubrir quién tenía el poder de los labios contrarios hubiera resultado imposible. Cualquier beso que hubieran compartido hasta ese momento no tenía comparación con el intercambio de caricias y saliva que  sufrían sus bocas, indomables al paso de sus lenguas. Mas la falta de aire los obligó a separarse. Con sus  labios quemándose por más.

 

Los ojos de Sion continuaban brillando en la oscuridad, ya no de lagrimas, sino de deseo. Puro deseo. Un ligero movimiento suyo y tuvo el cuerpo de Sion debajo suyo, ahora hirviente de pasión. Desenfrenada pasión. Nezumi sabía lo que iba a suceder en ese mismo momento; sobre la cama, ocultos en sombras, en compañía de la noche, ambos se perderían por primera y última vez a sus deseos. 

 

La playera y el pantalón de Sion se deslizaron lícitas de su cuerpo por obra de las habilidosas manos de Nezumi, mientras las de éste eran también retiradas de su impaciente cuerpo por tímidas manos. El primer contacto que tuvieron sus cuerpos desnudos fue acogedor. Sus pieles sintieron de primera mano el calor que por dentro los mantenía con vida, en esa primera noche que les regalaba nuevamente la vida.

 

Sion se entregó completo al hombre que años atrás había salvado, y que ese día era único dueño de su corazón. Las manos largas se hicieron dueñas de cada parte de su cuerpo, al mismo tiempo que la suyas tomaban lo que le era entregado sin restricciones. Sus bocas, unidas sin respiro, bebían insaciables la respiración del otro.

 

El significado de esa unión dejó de ser textual y sin sentido para ellos, porque juntos pudieron descubrir el verdadero significado de estar juntos en más de un solo sentido. Con sus corazones y sus cuerpos enlazados en un vinculo fuera de su propio entendimiento, donde las palabras sobraban y el deseo era pura y entera entrega.

 

Ay... Nezumi... No me sueltes, no me dejes... Abrázame —escuchaba que le decía Sion entres suspiros y gemidos. Y él le contestaba sosteniéndolo entre sus brazos, jadeando y adentrándose en él con delicadeza y vehemencia.

 

Las sensaciones y emociones fluían desenfrenadas. La necesidad de tenerse era más de la que podían contener. Piel contra piel, labios sobre labios, jadeos entre suspiros. El balanceo de sus cuerpos era irrefrenable. Nezumi se sentía morir entre el cuerpo de Sion, cálido y rendido bajo su peso. Y Sion estaba perdido en deseo, placer y querer. Mismo deseo, placer, y querer que llevó a Nezumi a separarse de Sion.

 

—¿Qué sucede? —susurró Sion falto de aire. La ausencia de Nezumi en su interior lo llevó a abrir los ojos y buscar a Nezumi, que le veían encima suyo con total atención. 

 

—Quiero pertenecerte también, Sion —fueron las palabras que Nezumi le murmuró en secreto, con las cabezas tan cercanas que sus miradas se perdieron la una en la otra.

 

Entonces, sus piernas se resbalaron sin fuerza sobre la cama y el peso liviano del cuerpo de Nezumi bregó espacio en sus caderas. Sion contempló la figura ensombrecida sobre él, escuálida y ligeramente iluminada por el haz de la noche que se colaba por la ventanilla. Los ojos misteriosos de Nezumi jamás se apartaron de los suyos cuando él mismo los volvió a unir, haciéndole adentrarse en él con entusiasmo, recibiéndolo ardiente y húmedo en su interior.

 

Oh, Nezumi... te quiero tanto.

 

El yo también murió en la boca de Nezumi tras un ronco gemido. Sentir a Sion de esa manera estaba haciéndole perder la cabeza. El arrebato pasional que lo hacía mecerse sobre Sion lo estaba volviendo loco. Lo deseaba tanto, lo quería tanto. Entregarse a él era lo único que le quedaba hacer en esa vida. Quererlo hasta morir.

 

Lo sintió estremecerse entre el dominio de sus muslos, convulsionarse en jadeos de placer. El abrasador semen de Sion lo llenó por dentro. Y besándolo con pasión, Nezumi se permitió acompañarlo en el vorágine de sus orgasmos, jadeando su nombre entre sus labios entreabiertos. Sion, Sion, Sion...

 

Sus labios se separaron haciendo entrega de sus corazones. Un beso de despedida, supieron entender. Nezumi cayó a un lado de Sion y lo atrajo con sus brazos al amparo de su pecho. Ambos pudieron sentir  los alocados latidos de sus pechos, corriendo desenfrenados por sus venas, repartiendo todavía olas de placer. 

 

Compartiendo el último vestigio de calor, permanecieron abrazados, viéndose a los ojos, perdidos en sus miradas. Una última vez. Hasta que el primero finalmente cerró los ojos, cayendo en un sueño reparador. Mientras el otro trataba de grabar ese último momento en su memoria, por la eternidad.

Las lagrimas se deslizaron silenciosas. El conocimiento del significado de aquellas ultimas palabras, de ese último beso, de esa última mirada, y de todo lo que era esa última noche, volvía a partir los restos que quedaban de su corazón. El dolor había regresado a partirlo por dentro, sabedor de lo que sucedería pasada esa noche.

 

Abandonado, Nezumi alzó los ojos a su fiel compañera, la noche. Cuyo cielo despejado se hacía acompañar por la luna y de cientos de miles de estrellas. Luna y estrellas que se reflejaban en cada lagrima que dejaba escapar desolado. Luces que lo alumbraban en la oscuridad que quería tragarlo en sus propios sueños.

 

Antes de cerrar los ojos, y así abandonarse a sueños inquietos y despertares tormentosos, abandonó su mirada en el oscurecido cielo de esa interminable noche, tratando de encontrar la luminosa estrella que escucharía sus deseos. Entonces, en ese extenso y vasto universo encontró a la indicada, una pequeña luz brillante colgando sobre su cabeza. Centelleante.

 

Haz que se quede... haz que se quede a mi lado”, rogó con Sion entre sus brazos. Sus ojos azules finalmente se cerraron, ocultándose de la noche. Y aquella luminosa estrella en el cielo centelleó.

 

Allí lo despertaría la mañana siguiente, acostado en la cama vacía, entre muros desiertos, con la luz del día atravesando la ventanilla. Y al levantarse encontraría el abandono de Sion, así como la ausencia de la pequeña canasta donde la noche anterior dormía un pequeño bebe acompañado de su fiel Nana. Permanecería un momento entre las sabanas, desnudo y turbado, con un llanto rememorado a la luz del día. Ignorante del deseo que aquella estrella brillante había cumplido durante la noche, haciéndolo realidad en su interior, dándole la razón de vivir que tanto había pedido.

 

 

 

Owanara yoru ni

 Negai wa hitotsu

Hoshi no nai sora ni

Kagayaku hikari wo

 

 

Notas finales:

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