Disclaimer: Naruto y Nabari no Ou no me pertenecen, son obra de Masashi Kishimoto y de Yuki Kamatani respectivamente.
Era de tres niveles.
No se hallaba especialmente feliz de tener que dedicar su tiempo a una tradición que con anterioridad solía mostrarse impertérrito y desinteresado, pero en la vida siempre hay excepciones.
Restos de papel picado se encontraban esparcidos por el lugar. Desde el nivel más alto, con melancolía era capaz de apreciar un par de ojos azules que le miraban de manera indescifrable. El aroma del dulce incienso se esparcía en lo alto de la habitación, arrastrándolo al mar de recuerdos en el que no se quería ahogar.
Colocó un par de veladoras alrededor y las flores de cempaxúchitl las acomodó después, mirando de cuando en cuando la gran foto que había colocado en el centro de su altar.
¿Por qué?
En medio de sus fúnebres pensamientos, se comió un trozo de pan de muerto e hizo a un lado las calaveritas de dulce; no se sentía con ánimos de probar nada que le recordara, irremediablemente, a muerte.
El día de muertos no era, por muchos motivos, su festividad favorita del año. Solía celebrarlo por costumbres que le había enseñado su abuela, cuando era un chiquillo que se preguntaba por qué sus padres habían muerto sin que él los conociera.
Ahora, si estaba realizando un esmero mucho mayor al momento de poner su altar de muertos, era únicamente por el poseedor de esos ojos azules que no dejaba de mirar con anhelo desde que había comenzado a prepararse mentalmente.
Yoite había muerto apenas un año atrás, dejándolo en la soledad de un mundo que sencillamente no le interesaba en absoluto.
Exclusivamente por ese motivo odiaba forjar lazos con el resto de personas ajenas a él…
…Perderlas después de que se han vuelto el epicentro de tu vida siempre resulta devastador.
Rendirle homenaje de alguna forma, esperar que de verdad su espíritu aquella noche apareciera frente a sus ojos era pedir demasiado. Aún así depositó con cuidado una boina y unos guantes de piel color café, encendió las velas y apagó la luz, marchándose mientras se frotaba los ojos.
«Algún día nos reencontraremos…»
Pero no sería pronto.
De alguna manera, lo sabía.
El viento soplaba suave aquella mañana. El cielo, teñido de un color grisáceo, coloreaba del mismo tono su corazón. Miharu intentó sonreír, pero sus pequeños esbozos demostraban únicamente que para sonreír, aún era muy inexperto. Suspiró hondo, se acercó, y depositó un ramo de flores de cempaxúchitl junto a la lápida de la tumba de Yoite.
No era fácil.
En absoluto.
Sus ojos se humedecieron, pero intentó reprimirlas porque sabía que, a una distancia prudente, un par de ojos aguamarina le miraban atentos. Susurró un par de palabras y comenzó a alejarse.
Lo más prudente para que una herida sane es dejar de tocarla.
El día de muertos era como volver a abrir de un tajo una herida que sanaba lentamente.
Llegó al sendero, junto al pelirrojo que no había dejado de mirarle, y sujetó su mano.
—Algún día lo dejarás ir—Pronunció Gaara.
Sí, algún día.