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El asesino de la Muerte por Isaku Uchiha

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Notas del capitulo:

Conti!!!!!!! Y ESTE CAPÍTULO SENCILLAMENTE ME ENCANTA!!!!!!! OwO

Creo que sí me pasé con Nagato...pero eso lo decidirán ustedes en los reviews vale???

No les detengo más, lean y disfruten por favor ;3

 



Apareció en el cielo gris de occidente, volando a gran velocidad, con los ojos vidriosos y la respiración agitada. Sus finas alas negras se batían en el aire con desesperación, no estaban hechas para una carrera tan apresurada, pero debían continuar. Podía sentirlo, estaban detrás de él y cada vez se acercaban más. Los perros asesinos de La Muerte. Tenía que llegar hasta donde estaba Konan, sólo así podría protegerla de la Muerte que hubiera enviado Madara para asesinarla.

- Konan…- Un susurro escapó de su boca trémula. Se preguntaba mil y un veces cómo se supone iba a vencer a quien quiera que fuese su ahora enemigo, pues era un terco orgulloso, pero no un idiota, y sabía que su fuerza estaba muy por debajo de cualquiera de sus hermanos; además, estaba gravemente herido y por lo tanto en desventaja. Sacudió la cabeza para deshacerse de esas tontas preocupaciones, lo importante era llegar con ella pronto, ya estaba cerca.- Konan.- Divisó el gran tejado del claustro donde se encontraba la peliazul; al fin había llegado, pero en el momento justo cuando vio el lugar, cientos de lobos aparecieron de una densa neblina negra sobre él y se dejaron caer como una furiosa lluvia mortal de colmillos y garras.

Esquivó algunos de ellos con mucha dificultad viendo cómo sus letales mandíbulas se cerraban en el aire y continuaban con su caída a tierra, pero aún eran demasiados para salir ileso. Varios colmillos se clavaron en sus delicadas alas, y por el impulso que llevaban las rasgaron desde el hueso, causando un dolor terrible en su dueño.

- ¡¡¡AARRGGGGHHHHH!!!- El dolor había paralizado por completo lo que restaba de sus destrozadas y sangrantes alas, el más pequeño movimiento lo hacía gritar con agonía, era horrible. Caía libremente desde gran altura, y recuperando un poco la calma trató de mantenerse estable para que el golpe no causara tanto daño, pero ciertamente no podía hacer mucho, sólo pensar en que lo lograría, desearse suerte a sí mismo y hacer el mejor intento posible. Se acercaba rápidamente al tejado, ¡vaya que dolería el aterrizaje! Pero nuevamente sus feroces hermanos cayeron sobre él, esta vez de una manera más cruel y sanguinaria, podría decirse que hasta cobarde por atacar a sus espaldas, pero la pasión asesina los había dominado como resultado de sus encarnizados enfrentamientos contra los demonios.

Los dientes afilados se clavaron entonces en sus lastimadas plumas negras, y aferrándose a ellas desde la base, las arrancaron de un tirón de aquella blanca piel que era la espalda de Nagato. El sórdido grito desgarrador del pelirrojo se extendió más allá de las grises nubes que surcaban el cielo, estremeciendo a las aves de la ciudad y haciéndolas lanzarse al aire despavoridas. Los despiadados colmillos volvieron a hundirse en la suave carne de la Muerte y desgarraron con sádico placer sus extremidades mientras caían y se apartaban de él. Los lamentables ojos grises vieron con horror cómo los lobos que habían caído bajo ellos se convertían en las Muertes que eran, desplegando sus alas negras y lanzándose a su encuentro con las guadañas en sus manos. Él iba cayendo, no podía detenerse; las Muertes se elevaban, no querían detenerse.

Y finalmente sus caminos se encontraron.

Lo único que pudo hacer fue cubrirse el rostro con las manos y esperar. Las primeras hoces se clavaron en sus brazos y los levantaron con fuerza hacia arriba descubriendo el semblante desamparado del pelirrojo, el resto de ellas se insertaron en todo su cuerpo, herido y débil, tirando hacia todas partes al mismo tiempo y cortando sin piedad al ángel desterrado.

El dolor de semejante suplicio era tan inmenso que ni siquiera una existencia de naturaleza inmortal podría soportarlo, pero al mismo tiempo, se anuló a sí mismo por ser tan destrozante. Nagato se desplomaba sin poder sentir nada; la aguda y dolorosa sensación en su espalda se había ido de pronto, igual que la tortura de sus huesos y piel cercenados; no podía sentir el aire chocar contra su cuerpo lacerado, haciéndole dar vueltas en el aire como si fuera un simple muñeco de trapo, tampoco notaba la brisa rojiza que dejaba detrás de sí a causa de las heridas abiertas. Todo se esfumó en un instante, oscureciendo su vista; era la muerte segura, ya no podía salvarse. Simplemente no había nada más.

Nada…

 

-… Nagato…

 

-…- Su visión regresó de súbito, encontrándose con el piso estrellado debajo de él; no podía moverse. Alzó la mirada y la clavó en la figura sublime frente a él; sus manos estaban entrelazadas a la altura del pecho, y su rostro reflejaba tristeza y preocupación. Ella lo miraba compasivamente con sus ojos ámbar, no pudo contener las lágrimas. Nagato sintió una tranquilidad enorme en su interior al ver que Konan estaba bien, estaba viva, y lloraba por él; una débil sonrisa de alegría pura apareció en sus labios agonizantes, sólo aquella existencia tan perfecta era capaz de provocar ese gesto amable en su persona, pero la calma se desvaneció tan pronto como llegó. Le pareció que todo había sido una efímera ilusión, un cruel delirio que casi creyó.

Cuando sus ojos pudieron enfocar mejor, notó la oscura presencia detrás de la chica; la oscura y familiar presencia detrás. Era la Muerte que Madara había enviado por el alma de Konan. Era la Muerte que siempre le había causado tanta molestia y dolor. Era la Muerte que menos quería ver en ese momento… y la única que sabía jamás podría vencer.

…Itachi…

Ambos lo miraban dolorosamente, sintiendo tanta tristeza por su deplorable estado. Nagato no podía apartar la mirada del azabache junto a la persona que amaba, lo examinó cuidadosamente al mismo tiempo que trató de ponerse en pie, pero estaba demasiado herido para lograr siquiera mover un dedo. La angustia y desesperación lo invadieron al ver que sus intentos eran en vano, mientras Itachi estaba ahí, detrás de Konan, con su cara de idiota sorprendido, y con la hoz descansando en su mano, a la vez que los sonidos descomunales de las Muertes se acercaban.

Aullidos, ladridos y risas. La melodía del exilio entonada sólo para él.

De pronto hubo silencio, todo alrededor pareció detenerse sin previo aviso; lentos, y muy bajos, unos hambrientos gruñidos resonaron en el aire y crecieron rápidamente en su nivel. No importaba si los lobos de La Muerte lo descuartizaban y devoraban, no importaba si moría eternamente y dejaba de existir… mientras ella fuera perdonada por su osadía… por atreverse a amarla… entonces todo estaría bien. Los gruñidos se convirtieron en rugidos de guerra que anunciaban el inicio del festín.

- ¡A esta Muerte le ha llegado su hora!- Se escuchó la invitación para iniciar.

Los feroces canes se abalanzaron contra el inmortal agonizante saboreando con anticipación la carne entre sus mandíbulas; Nagato sabía que ya nada podía hacer, sólo mirar ridículamente amenazador a Itachi para mantenerlo lejos de Konan, como si su mirada tuviera un inmenso y aterrador poder que mantendría al azabache a raya. Pero no era así.

Itachi se movió con rapidez hacia él, cambiando su semblante de sorpresa por uno de ferocidad pero conservando inevitablemente esa mirada de preocupación. El menor sintió un terror indescriptible al verlo alzar su guadaña decididamente y cerca de Konan, no temía por él, temía por ella; todo indicaba que Itachi se había decidido a matarla.

… Konan…

Garras y colmillos estaban sobre él, pero su miedo seguía fijo en la hoz de Itachi. El azabache cruzó por enfrente de Konan, ella seguía llorando con sus orbes miel puestos sobre Nagato; cuando Itachi cruzó, Konan desapareció detrás de él. La débil Muerte abrió los ojos de par en par.

-… Konan…- Una fuerte ráfaga de viento hizo volar lejos a las Muertes que se aproximaban, pero no fue suficiente para hacerlas desistir de su ataque; se pusieron nuevamente de pie y se arrojaron con ferocidad hacia el azabache que protegía a la Muerte en el suelo. Itachi volvió a blandir su poderosa hoz, y con otro movimiento sutil y elegante detuvo a lo horda hambrienta, estrellándola fuertemente contra el suelo.

- ¡Ya es suficiente! ¡Si vuelven a atacarlo los mataré!- Sentenció el de ojos escarlata amenazadoramente; ni los demonios mismos se atrevían a enfrentar a un Itachi así de cabreado, lo único seguro que encontrarían sería un final muy doloroso. Los lobos retrocedieron temerosos de su hermano, pero a la vez se mostraban renuentes de abandonar la comida que representaba el desterrado. Una vez que se aseguró de que nadie tuviera el valor de atacar de nuevo se dirigió a donde yacía su hermano, con las ropas rasgadas, bañadas en sangre, heridas por todas partes en donde la piel se mostraba y una mirada indescifrable, mezcla de sorpresa, miedo y furia.- Nagato… ¿Qué te ha ocurrido?- Itachi dejó en el suelo su arma, lo suficientemente cerca como para tomarla y defender al ojigris si alguno de los perros decidía lanzarse sobre ellos; tomó las pálidas manos del pelirrojo entre las suyas, y concentrando un poco de su poder trató de curar el cuerpo herido del menor. Las Muertes comenzaron a dar gruñidos de desaprobación ante lo que hacía el pelilargo, que para su desgracia estaba funcionando; las heridas de Nagato comenzaron a sanar, sus energías volvían lentamente, pero cada vez se sentía mejor. Abrió la boca y respiró profundamente, como un cadáver recién vuelto a la vida. Sus labios comenzaron a moverse torpemente queriendo decir algo, Itachi veía a su hermano sintiendo su dolor y preguntándose qué era lo que trataba de decir, con cierto remordimiento esperaba que no fuera lo que él pensaba.

- Itachi, no debes ayudarlo.- Se escuchó una voz provenir de entre la multitud de lobos; después de ella, los canes avanzaron hacia las dos Muertes con una peligrosa actitud asechante.

- ¡Retrocedan!- Bramó furioso Itachi sin apartar sus manos de las de Nagato. Un enorme lobo gris se le acercó por la derecha captando su atención y poniéndolo alerta, y en el momento en que el azabache cogió su hoz, el lobo se volvió neblina negra y se mostró como realmente era, junto con otros dos a su lado.

- Estás haciendo mal, zarigüeya. No lo debes ayudar, ya no es nuestro hermano.

- Cállate Hidan.- Respondió frío mostrando sus orbes bermellón y sin escuchar lo que había dicho el peliplata.

- Él tiene razón Itachi, Nagato ya no es uno de nosotros.- Dijo un hombre alto y de tez morena; Itachi sólo podría tomar en serio a Hidan si era él quien lo apoyaba, pero aún así no podía creerlo.

- Kakuzu… ¿De qué estás…?

- Nuestro padre lo ha desterrado… ¡Y con justa razón! El muy idiota se atrevió a atacarlo.- Sus ojos escarlata se tornaron negros al escuchar aquella noticia que le daba Deidara.

- ¿Qué…? ¡No! Eso no… es verdad…- Miró estupefacto al de ojos grises; él le devolvió la mirada con un aire de molestia.

- Claro que es verdad.- Reiteró el rubio.- Justo acaba de pasar, todos nosotros somos testigos.- Abrió los brazos como abanico mostrando a todas las Muertes que estaban ahí presentes.- Pero no fue desterrado así nada más, también fue condenado a persecución y muerte, y valga la redundancia, quién mejor que nosotros para encargarse de eso.- Finalizó la Muerte con una cínica sonrisa.

- No…- Era imposible de creer. Simplemente imposible.- Nagato… tú…- Las blancas manos del pelirrojo se separaron de las suyas para aferrarse al cuello de su blanca camisa, levantándose con dificultad y encarando a quien alguna vez fue su hermano.

- ¿Dónde…?- Comenzó a hablar con la voz quebradiza, aún tratando de recuperar el aliento.- ¿Dónde está…?... ¿Dónde está ella… Itachi…? ¿Dónde… está?- El azabache sintió una horrible punzada en su interior, algo se había quebrado muy dentro de él y no encontraba mejores palabras para responder aquella pregunta además de la obligada por naturaleza. En sus ojos color de noche se observaba la pena que lo sofocaba, reduciéndose todo a una simple y caballerosa respuesta para no dejar descortésmente la pregunta en el aire.

-… muerta…- Contestó en un murmullo; su mirada remordida no pudo soportar más verlo a los ojos después de lo que había hecho, así que bajó hasta el suelo, como un perro arrepentido por su actuar, y fue deslizándose de la misma manera lamentable hasta un rincón lejos de las Muertes. Para Nagato, el tiempo pareció romperse en mil pedazos dejando pasar a la perpetua amargura; sus ojos grises siguieron inquietantes el camino invisible que Itachi había trazado con su mirar, llegando al mismo punto.

Las manos se le abrieron, liberando al mayor de su agarre. Su mirada única se cristalizó en tan sólo unos segundos. Los labios adoptaron esa cruel y forzada sonrisa que suele mostrarse en el llanto.

Se dejó caer al suelo, igual que un niño aprendiendo a andar, y de la misma manera, se arrastró lastimosamente hasta donde estaba aquello que más anhelaba; eso que se había vuelto su más grande aspiración; el sueño más hermoso que había tenido.

El amor que La Muerte le había robado.

- Konan…- Sus manos temblorosas se acercaron al cuerpo inerte que yacía en el suelo, aún tibio. Pasó suavemente los dedos pálidos sobre el azulado cabello muerto, tocando la sien, atravesando por la mejilla izquierda y deteniéndose en los labios. Gotas rojas cayeron en sus ojos cerrados. Eran lágrimas de dolor ante tal pérdida; nunca más volverían a abrirse esos inocentes ojos con el color del sol en su mirar, y nadie más que él lo lamentaba. Lo que había visto hace unos momentos no había sido otra cosa que su alma. Los desconsolados gemidos se ahogaban en su garganta, angustiosos y dolidos; su pena se volvía furia a cada difícil respiración, a cada suspiro de despedida, hasta que finalmente dejaron de ser sollozos puros y se volvieron gritos de venganza.

Giró su cabeza enfurecido hacia donde estaba Itachi, y con sus ojos centelleando odio asesino rugió ferozmente.

- ¡Tú la mataste! ¡Has sido tú quien tomó su alma! ¡¡¡DEVUÉLVEMELA!!!- El azabache nunca antes había visto una transformación de carácter tan radical, estaba atónito. Todo lo que pudo hacer por la impresión fue mover ligeramente su cabeza en señal de negación, y reaccionando tan sólo un poco, agregar en un hilo de voz.

-… no puedo…

Los lobos se lanzaron impacientes al ataque; Itachi trató de levantarse del suelo y detenerlos, pero las tres Muertes que habían hablado lo detuvieron sin mucho esfuerzo debido a su estado de estupefacción. Nagato sintió la sangre hervirle dentro de sus venas y a través de las heridas. Soltó otro feroz grito al tiempo que convocaba su hoz, y cuando los lobos se acercaron lo suficiente y saltaron sobre él, fueron recibidos por un limpio y certero corte que los redujo a un montón de plumas negras. Las demás Muertes se detuvieron al instante, sorprendidas. ¡¿Desde cuándo su débil hermano era tan fuerte?!

- T-tú… ¡Hijo de puta! ¡Asesinaste Muertes! ¡Mataste a tus hermanos, cabrón!- Gritó impresionado Hidan.

- Ya no soy uno de ustedes.- Afirmó destilando infinito desprecio en cada palabra.- Si se atreven a meterse en mi camino… los mataré.- Empuñó su hoz contra las Muertes asombradas.- De todos ustedes sólo cazaré a dos… así que no me busquen jamás.- Su mirada rabiosa se clavó en Itachi, sentenciándolo como uno de los que mataría.

- Con que esas tenemos Nagato.- Dijo burlonamente Kakuzu.- Si quieres hacerte el ofendido por lo que le pasó a tu novia y vengarte, entonces te vamos a enseñar cómo son los guerreros de verdad.- El pelirrojo lo fulminó con la mirada.- ¿Quieres saber qué se siente ser un niño grande entre asesinos? ¡Ya verás cómo te vas a arrepentir idiota!- Dicho esto, las Muertes restantes se volvieron a su forma de lobo y atacaron sin más demora.

 

 

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- Ahhh… pero qué cruel.- Madara divisaba desde un risco el ataque de los humanos, habían lanzado a sus enemigos gases mortales.- Y parece que… aquí vienen…- Tal como predijo, los demonios surgieron de entre los humos venenosos listos para devorar las almas de quienes morían. Sus rugidos de bestias inundaban el aire de desolación. Madara lanzó un suspiro simplón y empuñó su hoz majestuosamente.- Hora de trabajar.- Sus inmensas alas negras aparecieron en su espalda, abriéndose esplendorosamente; se preparó para saltar del lugar donde estaba y caer como águila en picada sobre las infelices criaturas del Hades, pero un segundo antes de que lo hiciera, una fuerte ráfaga de viento despojó las almas de quienes no habían muerto de sus cuerpos y las dejó frente a los demonios como un dulce banquete infernal.- ¡¿Qué carajos…?!- Las almas mortales estaban desconcertadas, no sabían qué había ocurrido; en un segundo estaban arrastrándose en las trincheras y aprestando sus armas, y al siguiente, estaban de pie sobre el lodo y tenían de frente a unas gigantescas y horribles criaturas que los miraban con cierta confusión.- ¡Mierda! ¡¿Pero qué rayos…?! ¡¿Cómo es que…?!

- ¡Demonios! ¡Habitantes del Averno!- Una voz resonó en el lugar, proveniente del cielo; mortales e inmortales levantaron el rostro buscando al dueño de tan misteriosa e imponente voz, encontrándose con una oscura figura alada. Los demonios temieron al instante creyendo que se trataba de un ángel, mientras las almas de los muertos se daban cuenta de su suerte y creían que aquél hermoso ser era una criatura de paz. Ambos se equivocaban. Conforme descendía, los rostros de júbilo de los muertos se tornaban en sorpresa y pavor, mientras que los demonios reconocían con sorpresa a aquél como uno de ellos.- Aún en la guerra, es difícil encontrar almas para devorar. ¿No es así?- Comenzó a hablar el misterioso alado.- Ya sean los ángeles, ya sean las Muertes… el punto es que nunca se ha de saciar su hambre sin que alguien esté molestando. Pues bien, criaturas del abismo, les propongo esto: yo les daré todas las almas que deseen para hartar sus deseos, todas cuantas quieran y cuando lo quieran, justo como ahora ven… y a cambio… sólo deberán serme fieles…hasta la muerte…- Sonrió de una manera enfermiza que hizo a las almas estremecerse, a los demonios alegrarse, y a La Muerte enfurecer. Las infernales criaturas intercambiaron miradas entre ellas, susurraban a mil voces y reían por lo bajo; lo siguiente, fue un rugido de total sumisión al ser de los cielos que les había llevado tan buena promesa.- Entonces… ¡Coman, devoren y destrocen! ¡Que todo esto es suyo!

Millones de gritos demoníacos se remontaron al cielo, como una aterradora tormenta de la cual sólo quedarían gotas de sangre mortal derramada por el ameno festín. Mientras se daba aquél tétrico carnaval de delicias, el ángel de sangre se acercó a La Muerte colérica; las miradas de ambos se encontraron, una del color de la sangre, la otra, con sed de ella.

- ¿Cómo mierdas te atreves?- Dijo Madara con rabia y lentitud, acentuando su furia.

- ¿Yo? ¡¿Cómo mierdas te atreviste TÚ?!- Le respondió el otro con soberbia; al ver sus alas siniestras, el azabache supo que quien estaba frente a él estaba muy lejos de ser una Muerte. Ahora, lo único que había ahí, era un demonio consumado.

- Vas a pagar esto muy caro, Nagato, ¡Muy caro!

- ¿Sí, padre? ¿Eso crees? ¡Entonces apostemos!- Se burló con singular alegría, como si no fuese La Muerte a quien retara, como si aquél fuese un día soleado sin demonios ni guerra, como si él fuera un simple hijo jugando con su padre. Como si las cosas no estuvieran tan irremediablemente jodidas.- Apuesto el ciclo de La Muerte, y el destino del mundo entero, que son tus posesiones más valiosas, contra el amor de mi vida… ¡Ah! Espera…- Sus alas de demonio lo acercaron a él hasta quedar ambos rostros a unos centímetros de distancia, para después soltar rencoroso contra sus mejillas mortecinas.- Eso ya me lo has quitado… ¿Verdad?- Se apartó de él y se llevó una mano a la barbilla, haciendo como si meditara cuidadosamente. Luego agregó con su voz juguetona.- Mmmm entonces, creo que es más que claro… quién ganará, o mejor dicho, quién YA ganó.- Comenzó a reír diabólicamente.- ¡De los dos, tú eres el único que tiene algo que perder!

- Sin duda, tú ya no eres mi hijo.- Habló La Muerte con claro desprecio, consiguiendo más risas desenfrenadas de Nagato.

- ¡¿Y quién quiere ser hijo de un condenado como tú, maldito anciano idiota?!- En su mano izquierda apareció una neblina roja, la levantó frente al rostro molesto de Madara y reveló lo que había en ella. Varias Muertes transformadas en lobos que sostenía de sus colas peludas, obligando a los ríos de sangre en ellos a llegar hasta los hocicos y ahogar la respiración.- ¡TODO LO QUE ENGENDRAS MUERE!- Arrojó a las débiles y heridas criaturas a la tierra; el instinto paternal hizo que Madara se arrojara a por ellas apenas escuchó sus gimoteos de dolor, pero antes de que pudiera tomar a uno solo, las criaturas más inmensas del Infierno ya habían cerrado sus fauces con ellos dentro. Uno de los enormes colmillos había rasgado a La Muerte en el costado, ocasionándole una herida profunda que sangraba copiosamente y que lo desequilibró; aprovechando su situación, otro demonio extendió sus garras hasta donde estaba Madara y de un feroz zarpazo lo derribó. El resto de los monstruos se acercaron a ver a La Muerte herida, luchando por ponerse de pie, mientras en sus mandíbulas trituraban las almas de los hombres y de las Muertes; fue así como los demonios supieron que la existencia de una Muerte sabía mil veces mejor que un millón de almas mortales… y también les dieron caza.

- ¡¿Todavía crees que podrás hacerme pagar, Madara?!- Gritó Nagato desde las alturas mientras sus nuevos sirvientes reían a sus palabras. La furia, el orgullo y la venganza se mezclaron vigorosamente en el pecho del mayor, que clamaba en su mente por la cabeza del pelirrojo. Abrió sus alas negras con una rapidez monstruosa, arrancando la vida a los demonios de alrededor con ese simple actuar, y sin pensarlo un segundo más, se lanzó en cacería contra Nagato.- Oh, vaya…- El pelirrojo esquivó con arrogante facilidad el primer ataque de su padre. Hubo un instante en que sus miradas se encontraron; la grisácea hipócrita del menor y la escarlata sanguinaria de Madara.

Ahora La Muerte miraba hacia abajo a su enemigo, decidido a destazarlo sin compasión, y con ese deseo se lanzó en veloz descenso hacia él con la hoz de frente. Al verlo venir, Nagato emprendió una carrera entre los campos de batalla, donde aún quedaban hombres vivos. Por donde pasaban, los demonios cedían el paso a su nuevo domador y se lo complicaban a Madara con zarpazos y coletazos, los más pequeños hasta saltaban frente a él para distraerlo, pero lo único que conseguían era ser rebanados a la mitad por la bestia enfurecida que era el Ángel Fúnebre. El demonio de sangre comenzó a agitar su hoz sobre las trincheras, repitiendo el mismo resultado anterior con las almas de los mortales.

- ¡NO!- Gritó cabreada La Muerte al ver lo que ocurría.- ¡Nagato, maldito!- Rugió amenazador a quien perseguía; el nombrado rió divertido ante su reacción y siguió asesinando.

- ¡Voy a matarlos a todos! ¡No sólo a estos! ¡También a los Uchiha!- Gritó Nagato hacia atrás para que Madara lo escuchara y sin detener su carrera.- ¡Romperé el ciclo de La Muerte! ¡Sin más Uchihas no habrá reencarnaciones para Ella! ¡Sin una Muerte que las tome, todas las almas pertenecerán al Infierno, y tú lo habrás perdido todo! ¡Igual que yo!- Volvió a reír sádicamente, convencido de su victoria. Madara se había dado cuenta, el odio y la sed de venganza habían convertido a la más débil e inofensiva Muerte en el peor de sus problemas. No era una broma, no era un sueño. Era la cruel realidad en la que el ciclo se veía amenazado, y no podía permitir que esta locura continuara.

- Si es así…- Detuvo su vuelo, los demonios se aproximaban a él pero aún estaban distantes. Nagato se detuvo igual al no sentir su presencia detrás de él.- Entonces… ¡Haz tu mejor intento, porque el mejor de mis hijos, el que tú nunca superarás, te estará esperando! Y cuando finalmente tengas tu último aliento colgando entre tus labios… te lo juro por las garras de La Gran Muerte… ¡Será a ella a quien verás quitarte la vida en persona, Nagato!- El demonio simplemente sonrió ante sus palabras y agregó con desesperante arrogancia.

- ¿Es una promesa? Porque me gustaría verla por escrito.- Se miraron desafiantes por unos segundos que parecieron eternos, después, fueron los ojos grises quienes rompieron el silencio.- Me esforzaré, lo prometo. Esta vez haré que estés orgulloso de mí… padre.

- Yo ya no soy-

- Además…- Interrumpió al pelinegro descaradamente alzando la voz.- Ya hemos hecho suficientes destrozos por hoy.- Dijo mirando a las tierras destruidas debajo de ellos. Alzó el rostro y terminó con voz infantil, como si hubiera hecho una gracia.- Mañana continuaremos.- Y marchó hacia el Hades envuelto en una neblina roja.

- Tsk…- Fue la última palabra de La Muerte.

 

 

Después de eso, varios fueron los encuentros encarnizados que se sostuvieron a lo largo de la guerra; Madara se vio obligado a crear más Muertes que lucharan a su lado contra los demonios, pues tan sólo unos pocos de sus hijos habían sobrevivido. A ellos, que sabían lo ocurrido, les ordenó que no hablaran más de Nagato nunca. Ya era parte del pasado oscuro de las Muertes y no debía ser mencionado otra vez.

Su traición lo había convertido en nadie.

Una cosa más ordenó a los sobrevivientes. A cada uno le fue asignada una familia del clan Uchiha para proteger, pues el peligro de la venganza de un muerto se había extendido hasta los vivos. Y ciertamente, sin Uchihas no habría forma de que la herencia de La Gran Muerte se perpetuara hasta el fin de la eternidad, como debía ser. Pero con un solo miembro del clan que quedara, era más que suficiente para salvar el ciclo…

 

 

-… y como ya te habrás dado cuenta… tú eres ese sobreviviente… Sasuke…

El joven asesino estaba atónito. Después de escuchar todo aquello, se dio cuenta de que irremediablemente su destino había sido marcado desde antes de que viniera al mundo.

- No te sientas mal. Seguro que Madara ya te lo habrá dicho, con sus estúpidas y “elegantes” metáforas, como le gusta.- Hizo una pausa y después comenzó a hablar con la voz de Madara frente al rostro asustado del azabache.- “El alma de un Uchiha es, básicamente, como el diamante más grande de la corona más valiosa del rey más poderoso del reino más grande de toda la existencia”. Así de estúpido, ¿verdad?- Había vuelto a su voz normal.- Bueno, pues gracias a Itachi estás aquí, de hecho, gracias él todos estamos aquí. Y ahora vas a decirnos, tragándote tu orgullo por tu evidente debilidad, ¿Qué se siente… ser… el heredero legítimo… de La Gran Muerte? Más aún… ¿Qué se siente que te vayan a devorar el alma… para robarte ese lugar?

Las risas enfermas del moreno retumbaron en su cabeza, destrozando la poca cordura que le quedaba. En medio del Hades, desarmado, rodeado de demonios, con su ángel guardián apresado y él indefenso en una cruz, el Halcón había sido cruelmente despojado de sus plumas protectoras, hechas a base de orgullo y frialdad, pintadas con lógica insensible.

Sin ellas, todo lo que quedó de él, del gran y temido asesino, fue solamente un pequeño asustado de cinco años al borde de las lágrimas.

 

 

Notas finales:

Waaaaaaaa hatas a mí me encantó cómo quedó :3 por favor comenten!!!! Quiero saber su opinión n_n 


Apesta???


No se lo esperaban???


Era demasiado obvio lo que pasaría???


Fui muy cruel???


Ustedes digan!!! n_n


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