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El asesino de la Muerte por Isaku Uchiha

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Notas del capitulo:

Conti wiiiiii jeje disfrútenla ;3

 

 

Los relámpagos quebraban la siniestra noche que reinaba en el cielo, haciendo eco en todo el lugar. Un pequeño azabache caminaba triste por los oscuros pasillos de la mansión Uchiha, completamente libre de miedo; la pena que lo embargaba al mismo tiempo lo libraba de cualquier incertidumbre. ¿Para qué temer? No era precisamente útil ahora, estaban decepcionados de él. Los terribles monstruos de las sombras podían devorarlo ahora que ya se sabía inútil.

Con la cabeza baja llegó de vuelta hasta su habitación, se quedó unos momentos en el marco de la puerta, pensando, entendiendo todo aquello que su padre acababa de decir sobre él; levantó un poco el rostro para que los cortos mechones que cubrían sus ojitos tristes le permitieran ver un poco mejor en la oscuridad. No había nadie ahí. Miró con un aire de pesar el gracioso reloj de animalitos que había en uno de sus muebles al lado de la cama; eran las doce de la noche y cinco minutos. Itachi no llegó.

Suspiró aún más dolido, la ausencia de su nii-san en un momento así era punzante, casi quemante. Volvió la mirada al suelo y dio el primer paso para llegar a su mullida cama; no le quedaba más.

- Lamento el retraso, hoy es una noche particularmente agitada, ototo.- El pequeño Sasuke alzó el rostro sorprendido, encontrándose con aquella ansiada presencia sentada sobre su cama, pero a diferencia de las demás veces en que Itachi llegaba, ésta vez no corrió a sus brazos, ni si quiera una infantil sonrisa le dedicó; sólo permaneció de pie en la entrada del cuarto, viéndolo fijamente con una profunda angustia, como queriendo descifrar la realidad de la existencia del otro. El mayor lo notó de inmediato, aquél era un cambio muy distinto en el menor.- ¿Está todo bien, Sasuke?- El silencio entre ambos permaneció por unos minutos, hasta que el pequeño Uchiha apartó abatido la mirada de su aniki.

- Oto-san dice que no eres real…- Dijo con voz débil a su nii-san, quien permaneció en silencio provocando que continuara.-… oka-san nunca te ha visto jugar conmigo, nadie lo ha hecho… aún cuando vienes de día y todos en la casa nos ven… sólo me ven a mí…- Su corazón latió fuertemente al mirar a los ojos rojos del mayor, sus labios incluso temblaban y las manitas le sudaban; no sabía por qué.-… nii-san…- Estaba confundido, no sabía si era bueno o si era malo, pero por alguna inexplicable razón los nervios lo invadían ante la atenta mirada escarlata.-… ¿eres real?...- Finalmente se atrevió a preguntar. Por unos segundos ambas miradas se prendaron en la contraria, hasta que el puente invisible que formaban sus ojos fue roto por el menor cuando miró apenado el suelo. La respuesta por la cual buscaba tardó en llegar, pero se hizo presente cuando el mayor se puso de pie y caminó hasta él, quedando a su altura y tomando delicadamente su rostro en sus manos para volver a encontrar sus miradas.

- Yo soy lo que tú quieres que sea. Soy tu nii-san porque así lo quisiste, y yo estoy para protegerte y servirte siempre, aunque no puedas verme… o aunque no sea real.- Terminó con una suave sonrisa. El pequeño azabache se llenó de felicidad al escucharlo, sabía que era una felicidad distinta a cualquier otra que hubiera sentido antes, era distinta y por mucho, la mejor de todas las alegrías. Saltó a los brazos del otro y se colgó de su cuello dispuesto a no soltarlo jamás, Itachi lo recibió tan cálidamente como sólo se permitía ser ante Sasuke; entonces el pequeño colocó su rostro frente al de su aniki, y con un adorable carmín adornando sus mejillas le dio un casto beso en los labios. Itachi abrió los ojos sorprendido por la acción del menor, pero algo le impidió separarse de esos tiernos y suaves labios, algo que sabía no era correcto; fue Sasuke el que se separó rápidamente y lo miró con una radiante sonrisa.

- Quiero que estés conmigo nii-san, para siempre y por siempre, como oto-san y oka-san siempre son, yo quiero ser así contigo.- Itachi se quedó pasmado por aquellas palabras del menor, que sin más apoyó la cabeza en el pecho de su querido aniki.-… estemos juntos, nii-san… amémonos siempre…

-… Sasuke…- La felicidad en su frío pecho se había tornado cariño en un instante. Sí, quería estar con ese pequeño inocente por toda la eternidad, porque simplemente lo amaba, y lo amaba con locura. Era un jodido enfermo.

Un ruido de algo rompiéndose en la sala se escuchó, haciendo a Sasuke separar el rostro del pecho de su aniki y mirar hacia la entrada de la habitación. Por un instante, notó una figura en el marco de la puerta, la oscuridad que había en el lugar le permitió distinguir tan sólo que era un hombre vestido muy elegantemente, no pudo ver su rostro, no sabía si era alguien joven o viejo, pero lo que sí pudo ver fueron esos profundos y misteriosos ojos grises; un escalofrío recorrió su cuerpecito, temblando en los brazos de Itachi. El mayor inexplicablemente lo acercó más a su cuerpo de una manera protectora, haciendo que Sasuke le mirara extrañado; entonces vio en su aniki una mirada amenazadora hacia aquella silueta extraña.

-… ¿Nii-san?...

 

 

 

Abrió los ojos lentamente, pareciendo como si no hubiera estado dormido. Su mirada azabache se encontró con el blanco techo de la habitación de Madara, así supo en dónde había terminado.

- ¿Cuánto dormí?- Preguntó inexpresivo.

- Una semana.- Le respondió la voz grave del mayor, que estaba recargado en uno de los doseles de la cama mirándolo sin mucho interés.

- No me pareció que fuera tanto…- Dijo sin sorprenderse por el tiempo.

- Naturalmente. Estabas dormido.- Le contestó el mayor evitando soltar una risita.- El poder de La Gran Muerte es mucho, y tú, bueno, tú aún eres joven; es una suerte que hayas despertado ahora y no dentro de otra semana.- Sasuke asintió levemente con un suspiro. El silencio volvió entonces a como estaba hace unos momentos. Los ojos azabaches del asesino se entrecerraron un poco, perdiéndose en la infinita blancura sobre ellos a la vez que él se perdía en su mente, no pudiendo distinguir entre sueños, recuerdos y realidad. Lo único que daba por hecho era que Itachi no estaba con él, y lo extrañaba. Madara notó el vacío en su mirada y no pudo evitar un suspiro largo; después de todo, eran familia.- Sasuke…- Lo llamó para ganar su atención, y éste se la concedió repitiendo ese soplo falto de energía.- ¿Sabes… por qué está terminantemente prohibido que una Muerte se enamore?- Y como si hubiese dicho un par de palabras mágicas, Sasuke clavó sus orbes azabaches en él mirándolo con total atención, pero sin levantarse del lecho.

- ¿Por qué?- Preguntó sumamente interesado pero intentando sonar indiferente.

- Es una cosa bastante simple en realidad, pero los humanos la tachan de cruel por su naturaleza… ¿Cómo pueden atreverse a juzgar sin saber?...- La lentitud y gravedad de su voz denotaba fastidio, y más parecía hablar para sí mismo que para Sasuke.- En fin… la lógica es clara, al menos lo es para mí… para nosotros…- Dio un largo suspiro, recordando todo lo vivido en el tiempo después de la vida.- Las Muertes somos asesinas, esa es la verdad. Y como es así… ¿Qué clase de asesino podría enamorarse? No es lógico, alguien que causa muerte no puede prendarse de una vida, es contradictorio, y sobre todo, peligroso.- El menor de los Uchiha se levantó tan sólo un poco de la cama para mirar al otro, un poco asombrado por el misterio de sus palabras, y un poco ansioso por escuchar más.- Para una Muerte, enamorarse es enfermar, y enfermar de muerte.- Sonrió por la ironía en ello.- Ninguna Muerte, y ningún asesino, como seguro no me dejarás mentir, puede caer enamorado de una persona así como así libre de consecuencias, porque inevitablemente, se volverá débil, perderá su fuerza y su motivo, su habilidad y sus destrezas, incluso, perderá hasta su “inmortalidad”, si es que era tan bueno.- Miró fugazmente a Sasuke, analizando la misma mirada escrutadora que tenía el menor sobre él. Apartó la vista y continuó.- Y todas esas debilidades llegan tan repentinas… y tan aplastantes… que al asesino sólo le quedan dos opciones llegando a cierto punto. Una, es morir por su debilidad. La otra, curarse de la enfermedad.

-… ¿Cómo se cura… una enfermedad de amor?- Preguntó el menor dejando escapar un aire de nerviosismo en su boca, temiendo por una respuesta sincera.

- Matando la fuente de la enfermedad, desde luego.- Sentenció frío e indiferente el mayor como si hablara de cualquier cosa sin importancia.

Silencio.

Eterno e impasible silencio. El tiempo pareció detenerse, esta vez para siempre, pero su fragilidad fue revelada por el menor.

-… no querías que Nagato fuera débil… por eso… por eso mandaste asesinar a Konan… la fuente de su enfermedad…- Se sentó completamente en la cama cruzando las piernas y mirando acusador a los ojos de La Muerte, obligándole a sostenerle la mirada y aceptar la aparente verdad que le había descubierto. Madara lo miró a los ojos, justo como él quería, pero la expresión en su rostro no era ni de sorpresa ni de vergüenza, de hecho, bien podría decirse que no había una expresión clara en él, sólo, indiferencia.

- No fue por eso, aunque admito que es una buena teoría pero, definitivamente no fue por eso.- Respondió sin ninguna culpa, ganándose una mirada extrañada del Uchiha menor.

- ¿Entonces…?- Sí, entonces, ¿Por qué?

- Porque… los mortales mueren. Por eso.- Sonrió nuevamente, pero en esta ocasión de una manera tal que lo hacía ver aterradoramente inocente. Eso cabreó al asesino.

- ¿Acaso crees que es una puta gracia?- El tono de su voz era de molestia y desprecio total.- ¿Sólo porque no somos unos cabrones inmortales como tú o los ángeles? ¡¿Esa es razón suficiente para asesinarnos?! ¡¿Porque no somos dignos de ustedes por nuestra mortalidad?!

- Claro que no. De ser así, yo mismo te hubiera matado.- Le contestó rápidamente antes de que el Halcón se desviara más.

- ¡¿Entonces qué carajos quieres decir con que “mueren”?!- Le gritó furioso a todo pulmón, pero Madara permanecía de la misma forma imperturbable.

- Pues eso mismo, que mueren.- Sasuke chistó la lengua y estuvo a punto de lanzársele encima al otro de no ser porque éste empezó a hablar por cuenta propia, quizás adivinando las intenciones del menor.- Si aquello hubiera seguido, la debilidad en los poderes de Nagato hubiera sido lo de menos. El día en que Konan hubiera tenido que morir, él no dejaría jamás a nadie tomar su alma, aún para llevársela a ser juzgada; él se quedaría fiel a su lado, y por ese mismo amor, no hubiera sido capaz nunca de ser él quien tome su alma. Ella sufriría la vida y él la muerte. ¿Entiendes? Era una condena para ambos… todo por el jodido amor, vaya enfermedad…- Miró nostálgico al suelo, preguntándose a sí mismo cuándo es que las cosas abandonaron su tranquilidad habitual. Suspiró.- Pues sí, esa es la razón.- Volvió la vista al azabache, mirándolo sumido en sus pensamientos con la cabeza gacha.- Mmmmm… me pregunto… ¿En qué piensas?- El azabache permaneció en silencio por un buen rato, razonando todo lo que ahora sabía.

- ¿Por qué dejaste que Itachi se enamorara de mí?- Preguntó mirándolo directo a los ojos, tratando de entender.

- Ah, buena pregunta, pusiste atención. Felicidades.- La Muerte le alabó burlona, sin embargo, era la verdad. Al no obtener otra respuesta más del menor que no fuera su intensa mirada, supo que debía seguir con la cuestión.- En este caso, lo más conveniente era que Itachi se enamorara, porque así tu vida estaba asegurada por su amor; como dije, una Muerte enamorada nunca permitiría a nadie tomar el alma de quien ama, y tampoco sería capaz de tomarla por su mano, porque eso sería asesinar a la persona más importante para ti; sería un asesinato pasional… pero no Itachi, Dios, claro que no, no él.- El menor bajó la mirada sorprendido.- Incapaz de lastimarte, incapaz de abandonarte. La defensa perfecta. Por eso no intervine, era lo más eficaz y funcional, era lo ideal… todo por ti.- Sasuke no respondió. Madara lo miró así con esos ojos negros que poseía, admirando el baile de sentimientos que hacía a su pequeña alma estremecer.- Itachi era una simple herramienta, y funcionó mejor de lo que había planeado; se volvió excepcional.- Su mirada se mostró ladina.- Lástima que te hayas enamorado de él tan profundamente, te será difícil olvidarlo.- Cerró los ojos y sonrió, ladeando un poco el rostro.

- Serás cabrón.- Dijo ya sin esperanzas con la mirada vacía, perdida en las pulcras sábanas de la cama que aferraban con fuerza sus manos.-… serás bien cabrón…- Una lágrima resbaló por su mejilla hasta llegar al mentón, mientras sus dientes se apretaban llenos de ira; al final, todo había sido una mentira calculada. Todo.- Lo usaste… ¡A tu propio hijo! ¡Maldito bastardo, él no era una herramienta!- De un salto salió de la cama y se fue contra La Muerte lanzándole golpes a diestra y siniestra, más ninguno acertaba; estaba cegado por el dolor y la desesperanza, no podía controlar las acciones de su cuerpo. Sólo quería deshacerse de toda la furia que se anidaba en su pecho, de ese horrible sentimiento de impotencia que lo enfermaba, justo como el amor hacía con las Muertes.

Exacto, se sentía tan enfermo…

A pesar de su cercanía con el otro, ninguno de sus puñetazos alcanzaba a dar en algún lugar importante, y aún en donde sí golpeaban, no lo hacían con mucha fuerza, eran apenas manotazos simples por la frustración. Al final desistió, no tenía ganas ni fuerzas de continuar con aquello, eso no le devolvería a Itachi, y de tan sólo pensar en esa verdad comenzó a llorar desconsoladamente en el pecho del mayor, ocultando el rostro entre sus ropas. Madara no se movió ni por un momento, dejó al joven Uchiha desahogarse tanto como quisiera, era justo. Pensó que podría hacer uno de sus comentarios sarcásticos como de costumbre, pero se contuvo. Un impulso extraño surgió desde algún profundo rincón de su oscura existencia; abrazó con suma delicadeza a Sasuke, dejándose éste hacer. Ya nada importaba; habían ganado la guerra, pero habían perdido al mejor ángel. Claro que dolía, a los dos.

- ¿Sabes qué es lo más gracioso?- Comenzó a decir el mayor con una leve sonrisa. Sasuke pensó que saldría con alguna estupidez insensible como las que acababa de decir, así que lo apartó de un empujón y se alejó de él, volviendo a sentarse sobre el borde de la cama lo más lejos posible del otro. En ningún momento miró a La Muerte, pero eso no le importó al ángel, lo entendía, y por eso continuó sin molestar más.- Así como Nagato quería estar en el lugar de Itachi… Itachi quería estar en el lugar de Nagato.

-… ¿Ah, sí?...- Respondió sin mostrar el más mínimo interés. ¿De qué serviría saber eso ahora? Su mirada azabache se clavó en el suelo de mosaicos blancos. Entonces alzó un poco el rostro, con los ojos bien abiertos como si hubiera recordado algo. Ya era lo único que le quedaba, pero no iba a rendirse, no… porque realmente lo amaba, y lo terminaría por dignidad.- Tengo… tengo un asunto pendiente.- Se limpió el rostro con el dorso de la mano secando aquella solitaria lágrima, y sin decir otra cosa se levantó de la cama para dirigirse hasta la salida, pasando por un lado de Madara; la voz del mayor le detuvo antes de abrirla.

- Si vas tras Minato, no podrás entrar a su disque “Jardín del Edén”. Ahí sólo están los angelitos… pero…- Se giró para ver al azabache de espaldas, haciéndole notar con su voz que había una oportunidad.- Hoy es un día especial. A que lo encuentras cerca de su hijo.- Después de escuchar lo que el Uchiha mayor tenía que decirle, giró apenas su rostro hacia él ocultando su mirada entre los mechones azabaches.

- Entonces, son dos asuntos pendientes.- Abrió la puerta negra completamente y la cerró tras de sí, dejando a un curioso Madara solo en la habitación.

- Hmph… ¿Dos?... Ah…

 

 

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Esperaba en el gran salón principal de aquella enorme mansión de Italia; el sol de la tarde iluminaba sus negros cabellos ondulados y sus peculiares ojos rojos, ya que a pesar de estar sentada en un antiguo diván de color arena, no pudo evitar ver el atardecer a través del gran ventanal detrás. El rojo de sus labios se curvaba a veces en una melancólica sonrisa; extrañaba su antigua vida, jamás volvería a ser lo que solía, pero todavía le quedaba una pequeña esperanza de recuperar un poco de su felicidad, un pequeño y misterioso rayo de luz que la llenó de ánimo. Por eso, se encontraba ahora en ese lugar, esperando; resistiendo.

La puerta se abrió y de inmediato giró el rostro en aquella dirección, mirando con un poco de nerviosismo a la joven criada que había entrado.

- El amo Hiruzen la recibirá ahora, señorita.- Hizo una reverencia y le indicó que la siguiera.

- Gracias.- Respondió recuperando su calma y poniéndose de pie.

Los largos pasillos de la mansión estaban llenos de valiosas pinturas y otros ornamentos de distintos metales, había incluso cuadros hechos en alfombras adornando por doquier, lo que le daba un aspecto de castillo medieval al lugar. Después de pasar por varias habitaciones se detuvieron frente a una al final del pasillo en donde las puertas estaban cerradas.

- El amo le espera.- Hizo una reverencia y se marchó dejando a la joven mujer. Respiró profundo para armarse de valor, y una vez tranquila se decidió a entrar. Abrió la puerta despacio hacia la habitación y entró.

- Kurenai-chan, qué agradable sorpresa.- La voz rasposa del anciano la recibió cálidamente apenas ingresó al gran estudio.

- Buenos días, Sarutobi.- Respondió ella con seriedad viendo al hombre detrás del escritorio de madera; aguzó la vista buscando cerca de él a la razón de su visita, y sonrió cariñosa cuando le encontró corriendo hacia ella.

- ¡Mami!- El pequeño Konohamaru se arrojó feliz a los brazos de la mujer con una inmensa sonrisa en su rostro.- Qué bueno que viniste, el abuelo y yo estábamos por salir a cenar. ¿Vendrás con nosotros? ¿Sí? Vamos a cenar juntos, ¿vale?- Kurenai lo miró con calidez y mantuvo su sonrisa.

- ¿Por qué no vas por tus cosas, sí? Hablaré con el abuelo y luego nos vamos a cenar, ¿qué te parece?- Su dulce voz conquistó al pequeño de cabellos oscuros en el acto.

- Sí, mami.- El menor salió corriendo lleno de alegría hasta su habitación, quedando los dos adultos en el estudio. La amabilidad en el rostro de Kurenai se tornó absoluta seriedad en un segundo.

- Voy a llevármelo, Sarutobi. Estará lejos de ti, y cuando crezca me aseguraré de que no te recuerde… asesino.- Pronunció con desprecio la última palabra.

- Pero, no es tu hijo.- Le contestó arrogante Hiruzen poniéndose de pie.

- No, no lo es, no de sangre…- Su mirada entristeció al decir esas palabras, pero rápidamente se endureció al mirarle a los ojos.- Pero es el hijo del hombre que amé… del hombre que tú asesinaste… de tu hijo.- El hombre mayor sonrió sádico por la acusación.

- Me da igual. No dejaré que te lo lleves a que sea un niñito idiota como cualquier otro.- Rodeó el mueble y caminó hasta la de ojos carmín, ella retrocedió un poco.

- Si te atreves a hacernos algo…- Le amenazó segura de sus palabras; Sarutobi se detuvo sólo por curiosidad de lo que tuviera que decirle, no era lo suficientemente peligrosa y lo sabía.- Lo que sea que intentes… le diré a la policía dónde estás.

- Oh, Dios. ¡No serías capaz!- Fingió sorpresa por la amenaza.

- ¡Sí lo haré! Y no me refiero sólo a dónde estás justo ahora. Les diré dónde están todos tus escondites, quienes son los que te ayudan, todas las personas con las que tienes tus sucios negocios.- El anciano rió por lo bajo; la mujer que se había conseguido su difunto hijo siempre le había divertido de alguna manera.- Y… también se lo diré a todos los que no les agradas.- Su sonrisa se borró de inmediato.- Así es. Todos los que quieren tu cabeza, los que quieren borrarte de la lista de competidores en el negocio, aquellos a los que les debes… todos sabrán dónde podrán encontrarte si te atreves a hacernos daño.- Sentenció con seguridad total; la mirada de molestia del otro le indicó su victoria. Había vencido, y estaba feliz, sin miedo. Sarutobi gruñó demasiado molestó, nunca lo habían cogido del pescuezo así y menos una mujer, pero pensando bien las cosas, valían más su vida y libertad que un simple niño que no tenía el talento de la familia.

- Está bien, llévatelo.- Respondió forzado a aceptar.- De todas formas, no tenía buena pinta para esto.

- Por supuesto que no. Es sólo un niño.- Permanecieron mirándose en silencio por unos segundos, antes de que el pequeño causante de todo regresara con sus cosas empacadas en una pequeña mochila.

- ¡Ya estoy listo mami! ¿Nos vamos ya?

- Sí hijo, nos vamos ya.- Desvió su mirada rojiza de Hiruzen y tomó de la mano al menor para salir juntos.

- ¿Eh? ¿El abuelo no vendrá?- Le preguntó a su madre al ver que el anciano se quedaba de pie en la habitación sin moverse.

- No te preocupes por eso, mejor dime, ¿qué te gustaría cenar?

- Umm… lo que sea está bien…- Contestó distraídamente a su madre; le pareció extraño que su abuelo no fuera con ellos, pero no dijo nada más. Extrañaba a su madre y ahora estaba otra vez a su lado, con el tiempo, ya no recordaría mucho a Sarutobi. El anciano por su parte los miró atravesar la puerta de la habitación y recorrer el pasillo hasta llegar al otro extremo, para abrir la puerta principal y salir. De ninguna manera se dejaría intimidar por una simple mujer que nada importaba para nadie; iba a vengarse de esta pequeña sumisión a la que le había obligado. Los encontraría y la haría sufrir como nunca antes pudo imaginar, después de todo a eso se dedicaba; la obligaría a presenciar la tortura que le haría pasar a su pequeño Konohamaru, y después le mataría antes de que enloqueciera. Así le quedaría claro con quién estaba tratando.

Sonrió malicioso por sus planes; sí, ya se la cobraría. Mientras miraba hacia aquél lugar en el que habían desaparecido, un misterioso silencio llenó el recinto completamente; entonces la puerta se despegó de la pared del estudio y comenzó a cerrarse lentamente llamando su atención. Cuando se hubo cerrado completamente, pudo apreciar una figura elegante en el sitio donde ésta se encontraba antes; el brazo derecho de la misteriosa silueta descansaba contra la puerta, demostrando que había sido él quien la cerró. Por un segundo sintió que sus piernas le fallaban.

-… Halcón…

- Buenas.- Respondió simplón el Ángel de La Muerte, con sus brillantes ojos escarlata y una sonrisa infernal.- Tenemos un asunto pendiente, Hiruzen…

El Sol de aquél atardecer en Italia murió más lento de lo habitual; las personas que pasaban el día en las calles y azoteas se detenían a admirar el hermoso color rojizo que pintaba el cielo sobre esa tierra de paz. Un agonizante grito lleno de dolor y espanto se escuchó en las lejanías, fue tan breve y sublime que nadie le prestó atención. La ciudad entera estaba embelesada ante el hermoso paisaje.

Cuando aquella mujer se alejó con el pequeño, él estaba justo en la entrada principal pero nadie lo pudo ver, sólo Konohamaru, y como si el pequeño hubiera olvidado lo que pasaron juntos hace unos meses, le saludó con su manita; él le respondió con una leve sonrisa. Últimamente, le daba mucho por sonreír. Una vez adentro, con tan sólo desearlo todos los que estaban en la gran casa cayeron en un profundo sueño para evitar que estorbaran; todos menos uno.

Y así terminó con ese asunto, así tomó la vida del último que faltaba en la lista que le había dado Pein. Estuvo con él por muy poco tiempo, torturándolo para descargar un poco todo lo que llevaba dentro, y gracias a su nuevo poder, esos cinco minutos fueron toda una horrible eternidad para el anciano, aunque para Sasuke fueron realmente desestresantes. Salió de la mansión Sarutobi sin ningún problema.

Sonrió.

Miró al cielo.

Ahora la oscuridad de la noche reinaba sobre Italia. Una cálida brisa proveniente de las costas revolvió sus mechones azabaches y chocó contra su piel; la caricia fue tan agradable que cerró los ojos para disfrutarla mejor. Una noche así de hermosa, oscura y llena de estrellas, le hizo volver a aquél tiempo, el momento en el que todo comenzó; volvió a ese viejo recuerdo que Itachi le había hecho olvidar, todo para no hacerle sufrir.

 

 

Notas finales:

Qué les pareció??? Estvo muy aburrido??? jeje quizá... en fin, les agradeceré su opinión :3


Nos leemos!!!!


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