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Amor de Guerra por Masked Raven

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Notas del fanfic:

Bueno, esto es lo que obtienen cuando combinan una noche de insomnio, tres latas de coca y cuarenta documentales de la primera guerra mundial.

Espero les guste y le den una oportunidad.

Notas del capitulo:

Espero les guste!! Ahora si me disculpan ire por otra coca!! :D

La primera bomba del día explotó tan cerca de mí que me dejó sordo durante unos minutos, se levantó una gigantesca nube de humo y miles de esquirlas volaron hacía todos lados.



Dentro de nuestro pequeño hoyo excavado en la vil tierra, se hizo el caos, mis compañeros empezaron a gritar y a correr desde todas direcciones, desde algún lugar detrás de mí alcancé a escuchar las órdenes del capitán dichas a voz de grito. Todos obedecieron sin chistar y yo, como buen mensajero, me replegué lejos del caos hasta una de las bases o “madrigueras” aquel circo romano no era lugar para un chico flacucho y débil como yo, además que mis muy claras órdenes eran: No estorbar a los verdaderos soldados.


 


Avancé con mi rapidez habitual esquivando cuerpos sudorosos y caras agitadas, pisoteando escombros y uno que otro soldado caído, me apresuré a refugiarme en la base de operaciones, un diminuto cubículo construido con madera y sacos de arena que pretendía protegernos de las bombas que caían dentro de nuestra trinchera, a la que yo con infinito cariño llamaba “el hoyo”.


 


Adentro sólo estaba yo, todos los comandantes y militares estaban afuera en la trinchera, jugándose la vida con proyectiles, balas y esas horribles granadas rojas que no sabías ni cuando iban a explotar o sí iban a explotar. Yo, era sólo un mensajero, un corredor de trincheras, mi trabajo era bastante sencillo, mantenerme corriendo de un lado al otro del hoyo, llevando las instrucciones de los jefes a las unidades más alejadas y en el proceso evitar que me volaran una pierna. Mi trabajo era relativamente sencillo, pero definitivamente era el más peligroso, se llevaban en camilla a lo corredores de trincheras en un promedio de tres por semana. Debía alegrarme, hasta ahora era yo el que más tiempo había durado en esta infernal guerra y no tenía más daños que contusiones leves, una cicatriz del tamaño de una moneda, producto de una bala extraviada, cerca del talón y alguna que otra magulladura. Había sobrevivido ya tres meses, era todo un record y casi que me sentí merecedor de una medalla; y es probable que me la hubieran dado, si no hubiera sido por que todo el metal del que disponíamos se había convertido en metralla de los cañones; alguien dijo una vez, “en la guerra todo se vale” y si gracias a un tenedor éramos capaces de dejar ciego a algún alemán, entonces bien valía comer la pasta con las manos.


 


El estruendo que se escuchaba afuera era ensordecedor, era ya la quinta vez en el mes que éramos atacados con tanta ferocidad por el enemigo, no sabíamos cuanto tiempo más aguantaríamos sin refuerzos, pero teníamos bien claro que no debíamos dejar avanzara a las líneas alemanas ningún centímetro más dentro de la frontera costara lo que costara.


 


El suelo vibraba con cada cañonazo y el bosque a nuestro alrededor se resentía con cada bala extraviada, se escuchaban gritos, disparos y explosiones, todo lo que conformaba la cruel sinfonía de la guerra.  Me había hecho un ovillo en el suelo; era de estatura más bien pequeña, así que me era fácil convertirme en un diminuto bulto en alguna esquina, esperaba sobrevivir a aquel asalto sin la necesidad de recorrer las trincheras llevando alguna orden y mientras esta no llegara yo no debía salir, así que mis chances aumentaban, o eso creí hasta que por la entrada apareció la figura que yo más temía; encorvada a causa de su gran estatura, el comandante en jefe gritó mi nombre con urgencia.


-¡Berllussconi! –Dijo mientras entraba en la penumbra de la estancia, yo no levanté la cabeza, quien sabe por qué, tal vez, puro instinto de supervivencia; el comandante bizqueaba y parpadeaba a cien por hora para adecuarse a la escasa luz y tal vez por culpa de algún tic nervioso.- ¡¡Guido!! –Vociferó está vez más enérgicamente al descubrirme en mi pequeño escondite- ¿Qué diablos crees que haces? ¡¡Sal de ahí!!


 


Su enérgico mandato bastó para que me envarara cuan bajo era en posición de firmes con la mano sobre la visera de la gorra.


 


-¡Sí señor! –Grité al tiempo que me recorría un sudor frío, ya sabía lo que me iba a tocar.


 


-Déjese de estar temblando como nena y lleve esto a la unidad tres, frontera adentro. –Me tendió una hojilla de simple papel, manchada de mugre y sudor apenas rayada con algunos garabatos, la tomé con manos temblorosas y con un movimiento rápido la doblé y la metí en mi funda para mensajes. Hice un saludo y, ya fuera por la adrenalina, por el temor o por los dos, corrí como nunca había corrido, casi sentía que volaba. Atravesaba esos intricados túneles que conocía mejor que mi propio cuerpo como un lunático, casi tan rápido como esos misiles que lanzaba a las trincheras alemanas. No podía parar ni por un minuto a descansar, tampoco es que lo necesitara, mi cuerpo funcionaba a mil por hora, ya que el ataque aún no había acabado y aún volaban pedazos de escombros, cuerpos humanos y bombas; era realmente complicado moverse entre tanta gente que iba y venía en tan reducido espacio, pero de alguna forma me las ingeniaba para saltearlos a todos y seguir con mi loca carrera. Había un único punto bueno de traspasar la frontera, los alemanes aún no habían llegado y estaría todo mucho más tranquilo, ya me relajaría cuando estuviere allá, bueno, si es que lograba llegar.


 


Giré en un pequeño circuito muy cerrado donde casi no había soldados, debido a lo desprotegido de la zona, estaba ligeramente más elevada que el resto de la trinchera y se convertía en fácil blanco de los ataques; a esa zona la llamábamos “el gancho del diablo” por su peligrosidad.


 


Casi estaba apunto de atravesarlo cuando escuche el inconfundible silbido de algo que volaba directamente hacía mí. Una pequeña granada, de las que conocíamos como “diablos rojos” cayó a pocos metros de mí, me paralicé instantáneamente, esas cosas eran conocidas por su poca fiabilidad y era posible que no estallaran nunca o que por el contrario estallaran en la mano del que las lanzaba, aún así, no se sabía que esperar de ellas. No me detuve a pensar en por que acabaría de caer una granada italiana en una trinchera precisamente italiana, no tuve tiempo de hilar dos pensamientos, apenas acababa de recordar que debía inhalar cuando la granada explotó, sumiéndome en un mundo totalmente negro.


     


La siguiente vez que abrí los ojos, estaba acostado sobre una camilla improvisada en la enfermería de la unidad tres.

Notas finales:

Si, es algo lento, pero se los promento, se pondrá mejor!! Aún así, espero que les haya gustado y dejen reviews!!


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