No recuerdo el rostro de mi madre… tampoco el de mi padre.
He olvidado gran parte de mi pasado y con ello la totalidad de mi infancia.
Vivo en un silencio eterno, en una profunda y trágica oscuridad. Sólo puedo dar fe de mi nombre; el nombre que me fue asignado al llegar a este lugar: Misato Blood.
Soy lo que se conoce como una mascota humana, una esclava al servicio de quien me desee comprar.
Pero he estado aquí por más de dos años, sin tener el más mínimo deseo de libertad.
Las celdas de mi encierro son cada vez más pequeñas. Y se que ella ya no volverá.
Fui vendida en sólo una ocasión.
Mi antigua dueña era la más hermosa, la más dulce, la más pura y tímida chica que pude haber conocido. No me trataba como debió haberme tratado, pues para ella yo era muy especial. Y para mí, ella fue lo más valioso que pudo haberme alcanzado la vida.
La conocí una tarde, a cuatro meses de haber llegado a este misterioso y tétrico hogar. Yo apenas podía recordar cómo había llegado hasta aquí; al día de hoy ya lo he olvidado.
Ella venía tomada del brazo de su madre y apenas tenía quince años.
Claramente, concurría por el regalo de cumpleaños que iba a obsequiarle su mamá (es decir una mascota que, en este caso, resulto ser yo).
Aún puedo oír claramente en mis memorias la melodiosa voz de aquella mujer, la señora Naoko Katsura, tomando de los hombros a su hija, mientras se mantenía a un lado del maldito viejo que nos tiene a todos bajo su poder en este sitio desgarrador.
Pero claro, sólo ante mis ojos este espacio de miseria humana es un basural. Yo no clasificaba en aquel entonces como una mascota refinada, no estaba junto a los demás. Me encontraba aislada de todos, en una celda que parecía más un calabozo de tortura. Mejor dicho, actualmente todo sigue igual; aunque ha ido de mal en peor para mí...
Sigamos con la presencia de aquellas dos mujeres.
La señora Katsura era una mujer bellísima, de cabellos negros y ojos azules. Vestía siempre con ropas elegantes y apenas usaba un tono rojizo sobre sus labios. Ante su belleza natural, era obvio que el maquillaje estaba demás en su rostro.
Aquel mismo día pude notar en su mirada algo aún más importante: el enorme cariño que poseía hacia su joven hija, la señorita Hanako Katsura.
Jamás volveré a sentir aquel gran respeto que tenía por la señora Naoko. Ninguna otra persona lo merece. Porque ella me trató como un igual, aún cuando no lo merecía. Y en cuanto a Hanako… puede decirse que ella fue, además de mi dueña, el único amor de mi vida.
Hanako Katsura era hija de una pareja adinerada. Era de esperarse que creciera rodeada de lujos y comodidades. También era de esperarse que adquiriera una personalidad frívola y superficial.
Pero la realidad no es tan así.
Una vez conociendo a su madre, más bien era de esperarse que fuese una señorita tranquila y amable, inocentemente criada por la dulzura de aquella señora.
Y así era.
Jamás se borrará de mis recuerdos todo el tiempo que pasé junto a Hanako. Como así también soy conciente que nunca volveré a verla otra vez.
No volveré a ver sus vestidos moverse con el viento, ni veré sus lacios cabellos negros sujetados con broches color rosa o sus ojos tan azules como los de Naoko pero aún más ingenuos… no volveré a ver nada de ella. Porque Hanako no volverá a esta vida.
Y seguiré llorando encerrada en soledad hasta que alguien vuelva a adueñarse de mi existencia.
O hasta que llegue al final de mis días, muerta en vida, rememorando en vano el amor que nació en mí cuando te conocí… Hanako Katsura.
Entonces oigo un timbre prolongado en el primer piso.