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Retroceder por J_Wings

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Notas del capitulo:

Qué tal, gente hermosa? ;)

Bueno, aquí les traigo otra cosita que escribí hace unos días. Es extraño pero nada más se puede esperar de mí a las 2am, pero a pesar de eso le tengo cierto cariño así que ojalá a ustedes también les guste.

Va dedicardo enteramente a Zombie~ Tómalo como tu regalo adelantado de cumpleaños :D >.< Gracias por tener esa enorme fe en mí, pero como te había dicho ya ésto no es una violación común. Espero te guste igual y si no, no pasa nada sobreviviré XD

Gracias a Blessed, Warrior, Bitterness y Vero. Las quiero un montón a todas

Bueno, si más...A leer! ;D<3

Quiero aclarar que el personaje que narra sufre de alucinaciones, así que puede mencionar cosas que no están realmente allí.

-Capítulo único-

 

    Alguien una vez me dijo que los sueños no son más que las esperanzas que tu corazón guarda, esperando, ansioso, el día en que se harán realidad.

    Pero yo ya no tengo sueños. Porque en ellos siempre estás tú, acosándome, manoseándome con desespero y violando todo en mí. Yo no deseé esto, si pudiera desearía amarte, sí, pero de la forma tradicional. Desearía que ellos siguieran aquí y no haberme convertido en esto.

    Pequeñas y silenciosas lágrimas se deslizaban por mi rostro para morir en la suave tela roja que cubría la cama, pero aun así tú seguías violándome una y otra, y otra vez.

    Saciando tus deseos en este cuerpo marchito y roto, lleno de cicatrices. Porque no te basta con violarme. Te gusta marcarme con fuego para que todos sepan que soy tuyo, porque soy tu juguete favorito.

    Gemidos tuyos y míos inundaban aquella maltrecha habitación, como la más decadente de las sinfonías. La luna se dejaba vislumbrar de entre los suaves y blancos encajes que cubrían las ventanas, siendo la discreta espectadora de aquel acto tan atroz y a la vez tan común.

    Porque ésta no es la primera vez, oh, no. Esto comenzó hace mucho tiempo, ¿Lo recuerdas? Cuando aún era un niño y la maldad no me alcanzaba, cuando los abrazos significaban otra cosa y no traían consigo el oscuro deseo sexual.

    Tú seguiste penetrando con salvaje ímpetu mi cuerpo, perdiéndote en los vulgares e insulsos placeres carnales.

    Te odio y lo sabes, ¿No es así?

    Sabes que daría lo que fuera por verte sufrir, pagar con creces el dolor que me haces pasar. Pero aunque lo sabes no te importa, porque eres egoísta y por eso mismo no me dejas ir, porque no soportarías verme con alguien más, que mis labios fueran de otros y mi dueño no seas tú.  

    Un bastardo sediento de amor, sediento de aquél néctar que con tantas ganas buscas en mí, aunque sabes jamás lo encontrarás, ya no.

    Gemí al sentirte tocar ese punto que me hace delirar y te odié aún más. Te odié por eso en que me había convertido; una abominación, algo anormal. Un cuerpo vacío en busca del placer. Y me odié a mí por permitirte hacerlo.

    Ínfimas  luces revoloteaban por el techo haciéndome sonreír, sonrisa que creíste para ti y por eso me besaste.

    ¿No se supone que los besos saben a miel? ¿No son acaso la muestra de aquello que no se puede explicar? Entonces porque a mí me saben tan agridulce, ese exquisito sabor de lo indebido y codiciado.

    Las embestidas aumentaron de ritmo. Gemías mi nombre con dulce agonía mientras tu duro miembro trataba de llegar a lo más profundo, como si a través de él pudieras conseguir aquello que tanto anhelas.

    Pequeñas voces susurraron en la oscuridad, repitiendo mi nombre en un llamado sin principio ni fin.

    ¡Mátalo! Gritaban con sus cantarinas y chillonas voces. Esas que llegaban a mí y me atraían como si se cantos de sirenas se tratasen ¡Mátalo y serás normal, ya no recordarás más!

    Oh, qué deliciosas sonaban aquellas palabras que me llenaban con algo más placentero, algo que iba más allá de lo mundano. Esa sensación se propagó como fuego por mis venas, embriagándome con eso tan conocido y extraño a la vez.

    Las voces seguían gritando, llevándome al mar del desespero, donde las suplicas y llantos vagaban en pequeñas burbujas multicolores. Las almas de tristes incautos cantaban con eterna melancolía, flotando en ese mar sin retorno.

    Acaricié aquel objeto metálico como si de un amante se tratase, sintiendo el frío que portaba se introducía por mis dedos, navegando por mi sangre hasta llegar a mi corazón; Y lo hundí en ti cuando llegaste al clímax.

    La cálida sangre salpicó mi rostro, pecho y manos, contrastando obscenamente con mi pálida piel.

    Tu grito de placer se combinó con el frío dolor y se dejó oír, llegando a los pequeños rincones del mundo y estremeciendo a los ángeles que por allí vagando. Ese grito hizo convulsionar mi cuerpo, llegando a ese punto máximo de placer que provocó que me viniera en ráfagas plateadas que cayeron sobre tu pecho.

    Tu cuerpo se desplomó sobre mí sin llegar a aplastarme, tus ojos verde musgo fijo en los míos. Salinas gotas brotaron de ellos derramándose, al igual que tu sangre, sobre mí.

    -Lo siento- murmuraste acariciando con tus dedos mi rostro, limpiando con inusual dulzura las lágrimas que lo bañaban- Te amo, pequeño. Por favor, perdóname- Sus labios se posaron como el toque de una mariposa en mis labios. Besaron con adoración mis mejillas, mi frente, mis ojos, hasta que al fin se posaron en mi oreja- Te amo- exhaló por última vez antes de que su vida expirara y su alma fuera a vagar en el dulce mar de la desesperación.

    Y lloré. Lloré como nunca antes lo había hecho. Lloré hasta quedarme seco y grité mi dolor a los silenciosos vientos hasta que mi garganta no pudo emitir sonido alguno.

    Besé aquellos labios fríos y llenos de sangre, queriendo con toda mi alma revivirlos, sentir de nuevo su toque.

    Porque muy tarde me di cuenta de lo que realmente sentía. Porque más allá del rencor y el odio existía más, mucho más.

    -Yo también te amo, hermano.- Susurré a la nada besando por última vez esos labios que por siempre serían míos.


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