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Incertidumbre por DraculaN666

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Notas del fanfic:

Esto es, quizás, lo más corto que he escrito en mi vida. No me gusta escribir tan poquito. No sé porqué... Será que hablo mucho y necesito escribir en la misma medida con la que hablo.


Me voy a poner a hablar aquí como loca para desahogarme (?)


Bueno, no. 


Fueron unas vacaciones largas y no escribí nada. Bueno, no terminé nada, que es diferente. Pero es suficiente para frustrarme. Así que esto es para tratar de ir poco a poco.


Lento, lento...

Notas del capitulo:

Advertencias: Ninguna, damn it! Mis malas palabras, ¿pero eso qué tiene de novedad? 

 

Aclarasiones: Mi historia, mis personajes, joder, aunque no tengan nombres. Ya me han plageado muchas veces así que vayan y mueranse todos los que hacen eso, puta madre... cualquier parecido con la realidad, personas, ya sean vivas, muertas, escondidas o desaparecidas es mera coincidencia.

 

Agradecimientos: LadyHenry. Porque la adoro y soporta los complots de FB, mua-ha-ha.

 

Y que conste que no son ideas mías o_ó...

 

Dedicado a: Nadie y todos. Seeeeeh.

1

 

Era un impulso que no podía retener. Casi una debilidad. Adoraba meterse con la gente tímida. Ver sus ojos llorosos suplicando que les dejara en paz. El miedo, el terror, la incertidumbre, la confusión.

 

Su estómago se contraía y experimentaba un cosquilleo placentero, parecido a la excitación. Y podía vivir con eso. Dios, claro que podía. Molestando gente. Acostándose con uno y con otra, su vida seguiría como si nada, porque no significaba nada más que una sana diversión.

 

Pero cuando vio esos ojos imposiblemente grandes observarle con tanta devoción -devoción, no miedo, ni confusión, ni terror- algo en su pecho -no en su estómago- comenzó a contraerse dolorosamente. No sabía qué era y, sinceramente, tampoco tenía ganas de romperse la cabeza con eso. Porque cuando sus ojos chocaron, fue como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo. Sus ojos rasgados y algo intimidantes contra esos enormes ojos brillantes. Las mejillas arreboladas y la huida rápida fue lo único que necesitó para que una sonrisa de satisfacción adornara su rostro.

 

Él adoraba atormentar a la gente tímida. Doblegarla. Sentirse superior. Tener el control de la situación por una vez en su vida. Una situación donde sabía que  dictaba cada paso. Era un juego simple. Las presas eran fáciles y él un cazador perezoso.

 

Pero las cosas se volvieron ligeramente diferentes a como las había esperado. "Eres gay ¿verdad?" había preguntado ante la sorpresa del otro. "Sí" fue la respuesta escueta y nerviosa que recibió. A partir de ahí las cosas siguieron su curso. "Ven a mi casa" "Quítate la ropa" "Ponte en cuatro". Una tras otra sus órdenes eran obedecidas. "Te gusto ¿no?" preguntó en algún momento y el chico sólo le miró con sus enormes ojos cegados por el placer, mordiéndose fuertemente los labios. "Me amas mucho ¿verdad?" y no estaba muy seguro de por qué continuaba preguntando. Las cosas no tenían que ir más allá y sus preguntas no deberían tener una respuesta. Y, de hecho, no la tenían. Él otro sólo se limitaba a mirarle sin asentir o negar. Y a él le habían dicho que el que calla otorga, pero no escuchar de sus labios ese “Sí” que tartamudearía con dificultad era bastante decepcionante.

 

Por lo menos al principio.

 

Creía que tenerlo casi a diario en su cama no era suficiente para obtener un poder absoluto sobre el chico que cumplía con todas las características que odiaba de la gente. Tímido, calmado, de sonrisa boba, como si su vida fuera completamente perfecta. Mejillas sonrosadas, labios rojos e hinchados por sus besos. Amigos en los que confiaba, bueno en la escuela, amado por los profesores. Lo odiaba.

 

Por eso era cruel. “Chúpamela” “abre tus piernas” “eres una puta”. Orden tras orden. Insulto tras insulto. Pero ninguna negativa y casi sin palabras. Porque él era el único que hablaba mientras se enrollaban en la cama, el único que abría la boca para decir obscenidades, órdenes o muy por lo bajo, ya casi llegando al orgasmo con su mente completamente nublada, susurraba quedamente: “Me amas ¿verdad?”.

 

A veces se preguntaba en las noches, mientras miraba el techo y la respiración del otro cuerpo a su lado era sólo un murmullo constante y lejano, ¿qué era todo eso? ¿A dónde quería llegar con todo eso?

 

Lo odiaba en la misma medida que lo deseaba en su cama a todas horas. Lo odiaba de la misma forma en que le enervaba que alguien más lo tocara. Y eso se estaba convirtiendo en algo aterrador. Porque no se suponía que las cosas iban a tomar ese rumbo. Porque él no quiere enamorarse, no puede. Y no está muy seguro de qué es lo que quiere el otro con todo eso.

 

Y los días pasan. Se ha hecho una rutina verse varios días a la semana. Ha dejado de ir con otras y con otros. Casi como si tuvieran una relación. Y se da cuenta de que en realidad la nueva rutina no le molesta. Bueno, no le molesta del todo porque no está seguro de qué es lo que tienen o qué es lo que debe esperar en el futuro. No sabe exactamente si hay un futuro porque ya no está seguro de nada. En un principio creyó que el otro le quería y la idea le resultó divertida. Pero nunca, ni por su parte ni la del otro, ha habido palabras de amor. Y, quizás, las cosas no van tan bien como el quiere creer. Todo puede ser un experimento por parte del otro, curiosidad. Quizás él asumió cosas que nunca han estado ahí y la idea comienza a aterrorizarle por las noches, cuando se encuentra totalmente solo en su casa, como siempre. Ha dejado de ser divertido.

 

También se da cuenta de que lo que más le aterra es que le de miedo la idea de no ser correspondido.

 

Cuando llega a esa conclusión se siente estúpido y piensa en el karma.

 

Puñetero karma.

 

Y niega que eso en sus ojos sean lágrimas.

 

2

 

Es una noche cualquiera. Está fumando en su cama después del sexo. Su compañero parece debatirse entre el mundo de la conciencia y el placentero sueño. Da una calada larga y exhala el humo con lentitud. Todo en un intento de no preguntarle sobre esos golpes en su cuerpo. Sabe que no fue en la escuela. Sería el primero en enterarse y el primero en arrancarle las pelotas a quien se atreviera a tocarle.

 

Las caladas en el cigarro se vuelven desesperadas y el humo inunda la habitación. Ni siquiera se siente con el puñetero derecho de preguntar.

 

Piensa, por primera vez en meses desde que se conocieron, que quizás la vida del otro no es tan perfecta como aparenta y que sonreír tanto es sólo la forma de protegerse, como el hace con su indiferencia y agresividad.

 

Y se siente como una mierda. Porque han pasado pocos meses y han cambiado tantas cosas. Y él sigue tan aterrado como al principio.

 

— ¿Qué sucede?

 

La voz a su lado le sorprende. La ceniza del cigarro cae de la cama y el maldice por lo bajo, tanto por el susto como por la posible mancha. Observa el cuerpo a su lado. Boca abajo, estirado perezosamente. Esos enromes ojos grises mirándole directamente, las mejillas perpetuamente sonrojadas en su presencia. Los cabellos castaños oscuros cayendo en mechones rebeldes por su rostro.

 

Suspira. Es tan hermoso como el es de cabrón. Tan condenadamente tierno y buena persona.

 

— Quizás me vaya de aquí —dice sólo para romper el silencio.

 

Aunque, después de pensarlo unos segundos, puede ser la solución a todo. Huir, irse. Lejos, muy, muy lejos. Donde no haya nada en lo que pensar. Ni unos ojos grises que lo miren de forma tan brillante.

 

— ¿A dónde?

 

Vuelve a escuchar esa voz tranquila, calmada, reflejando paz en cada letra. Siente una leve incomodidad al pensar que nunca hablan demasiado y se siente extraño hablar en ese momento.

 

— No sé, lejos.

 

El otro parpadea, confuso.

 

— ¿Y cuándo regresarías?

 

Es su turno de lucir confundido. Bueno, se dice, eso que escuché en su tono de voz definitivamente no es preocupación. Porque, a fin de cuentas, ¿qué les importa a ellos lo que haga cada uno con su vida? A dónde vayan o dónde estén.

 

— No sé. Nunca, probablemente —responde después de unos segundos, indiferente—. Sólo es una idea. Falta poco para graduarnos.

 

Y, no sabe si es su imaginación, pero el silencio en la habitación se vuelve ligeramente tenso. Piensa que ha dicho algo malo o, quizás, habló de más. Pero se quita rápidamente la idea de la cabeza. Puede que sea sólo el hecho de no estar acostumbrados a hablar. Las obscenidades y los “más fuerte” no cuentan, en definitiva.

 

— ¿Qué te ha pasado? —Pregunta para romper el silencio que ya no soporta y porque, joder, de verdad necesita saberlo.

 

Los ojos grises que se habían perdido por la ventana de la habitación se giran hasta observarle, confundidos. Pero él sólo está observando cada moretón y cada rasguño en su cuerpo. Su rostro adquiere un color tan rojo que, si no fuera por la oscuridad de la habitación sería alarmante.

 

Titubea torpemente y después se calla, incómodo.

 

Y algo en su cabeza hace click. Una idea que estaba ahí desde el principio se materializa y se siente tan estúpido por no darse cuenta desde el inicio. El castaño va de la escuela a su casa y viceversa. Sólo los días en que quedan para verse rompe esa rutina. Y puede que se sienta algo estúpido por indagar en cosas que, al parecer, no le conciernen demasiado.

 

Acaricia distraídamente uno de los muslos lastimados, murmurando quedamente un “ya veo” que puede significar todo o quizás nada. Pero los dos vuelven a quedarse en silencio.

 

— N-no… —comienza a tartamudear el castaño, pero los sollozos que escapan de su garganta le impiden continuar.

 

Retira su mano pensando que le ha lastimado, pero el otro la regresa a su lugar.

 

— ¿No qué? —Pregunta autoritario aunque no ha sido su intención.

 

Los ojos grises se conectan son los suyos, tan negros como la noche. Una mano. La mano que no presiona la otra contra su muslo, llega hasta su mejilla y aparta los oscuros mechones de cabello, en una caricia suave.

 

— No te vayas —murmura entre lágrimas y sin dejar de tocarle.

 

Eso en su pecho vuelve a comprimirse dolorosamente, como la primera vez que lo vio. Su mano libre limpia los rastros húmedos de las mejillas contrarias y sus labios se encuentran de forma torpe, como si fuera la primera vez que se besaran y las miles de veces en que se han robado besos por toda la escuela, por toda esa casa abandonada, no tuvieran ningún significado hasta ese momento.

 

El moreno piensa en lo bien que se siente besarlo, en la lengua torpe que roza la suya y logra siempre excitarle.

 

Se separan a penas unos centímetros, sin que sus manos abandonen el rostro del otro. Y  las que se encontraban en el muslo del castaño ya no están apoyadas, sino entrelazadas fuertemente, como si fueran a desaparecer.

 

— Vámonos juntos —murmura con miedo.

 

Porque en realidad no está muy seguro de a dónde podría llevarle o qué podría ofrecerle. Pero tampoco le seduce la idea de dejarlo. No sabe exactamente qué es lo que quiere de su vida ni dónde va a terminar. Y no tiene ganas de averiguarlo solo.

 

El de ojos grises sonríe hermosamente mientras vuelve a besarlo, rozando a penas sus labios.

 

Y, a pesar de toda la incertidumbre, se da cuenta de que ya no está tan aterrado como antes.

 

— Te amo —murmura alguien.

 

No sabe si fue él o el otro. Quizás los dos juntos o lo imaginaron. Pero los dos se recuestan con una sonrisa, abrazando fuertemente al otro. Porque, al final, las cosas si que están bien. Muy, muy bien.

Notas finales:

Y así...

 

Quiero una cerveza... no quiero regresar a la escuela aunque me aburro como ostra en mi casa...

 

En fin, mentadas, declaraciones de amor, chocolates, tomatazos. En un review.

 

Sino, vayan y lean otra historia. Ja!

 

... (?)


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