De esas veces
Por: chibiichigo
Por lo general no era algo que ocurriera, sin embargo, hoy era la excepción.
—¿No has visto el folder verde que dejé sobre la mesa hace un rato?
—Sí—contestó con la parquedad que le caracterizaba y apuntó con el dedo índice—. Está ahí, sobre la mesa.
Sasuke volteó con brusquedad, haciendo gala de unos movimientos cuasi-felinos que sólo se dejaban ver cuando estaba estresado.
—¿Ocurre algo?— cuestionó con cautela, a sabiendas de que era una pregunta necia de tan obvia. Sin embargo, cuando el Uchiha se ponía como fiera enjaulada (algo a lo que, dicho sea de paso, no terminaba de acostumbrarse), lo mejor era fingir un poco de demencia. De otro modo se podría encontrar a sí mismo como el blanco de su mal humor y, por salud mental, eso no podía ocurrirle.
—Perdí un papel que yo dejé en ese folder— contestó, tan alterado y molesto que casi no se le reconocía. Por un momento el pelirrojo lo estudió. Daba la impresión de que podía colapsar de un momento a otro, transformarse en Mr. Hyde o mutar en el clon moreno de Naruto. No supo cuál de los tres escenarios le parecía más aterrador.
Sin decir nada, se acercó a la mesa y tomó el folder azul que parecía burlarse de su pareja en silencio. El Uchiha lo seguía con la mirada, exhibiendo un poco de rencor por aquel pedazo de cartón y, tal vez, un poco de desprecio hacia él por no haberle creído.
La tensión empezó a invadir la atmósfera cuando Gaara, con sus delgadas manos, recorrió los papeles que había dentro de ese pedazo de celulosa procesada. Ninguno de los dos hablaba, pese a que sabían que era inminente que la discusión estallara de un momento al otro.
—Te digo que no está— le recriminó Sasuke con un dejo colérico en la voz— Yo puse el papel ahí y en verdad lo necesito.
—Dime qué papel es. Tal vez no lo viste— comentó Gaara, con un timbre sereno, aunque no complaciente. Estaba comenzando a impacientarse por la horrible actitud de Sasuke, que estaba tan fuera de sus cabales que perfectamente podría haber sido poseído por el espíritu de cualquier mequetrefe errante.
—Es el papel que avala que hice un depósito a la cuenta de la empresa, pero no está. Lo puse ahí, pero desapareció… Odio cuando esto pasa, ¿sabes?
El taheño lo miró con un poco de gracia, de ésa que generan los animales callejeros cuando están muriendo o los niños que sufren accidentes extraños en los juegos del parque y que inevitablemente terminan en algún hueso roto. Pero es que lucía tan poco Uchiha, tan despojado de su glamour y de su mala leche habitual…
—Sasuke, eres un inútil. Las cosas no simplemente se van, ¿seguro que lo metiste?
El moreno enserió el semblante y recuperó por un momento la entereza que lo caracterizaba y que tanto le encantaba. Por un momento la duda de si estaba entrando en sus cabales nuevamente o si estaba grabando mentalmente ese instante para después asfixiarlo mientras dormía lo consumió.
—¿Crees que padezco de mis facultades mentales, acaso? Porque si piensas que soy uno de esos insulsos alienados imberbes te digo de una vez que estás sumamente errado.
El Sabaku enarcó la ceja, o mejor expresado, el espacio donde debería estar, y movió la cabeza en un gesto negativo. ¡Qué raras costumbres tenía su familia política, demonios! La gente normal cuando está molesta gritaba improperios o por lo menos maldecía hasta quedarse relajada, pero ellos no. No, claro que no. Seguramente en su afán por sobresalir y demostrarle al mundo lo buenos y superiores que eran, habían decidido que iban a ponerse a hablar con cultismos y a decir las palabras más rebuscadas de su diccionario personal.
Le entregó el folder y, con un gesto que hacía evidente que no tenía ganas de seguir ni con esa charla con sabor a reclamo ni viéndolo en ese estado de enajenamiento, se marchó de la habitación. ¿Para qué lo negaba? Estaba algo indignado por la conducta adolescente que su pareja, de veinticinco años había mostrado.
—¿Qué se cree, que yo soy el idiota de su ex y que lo voy a consecuentar en todo? Pues no. Soy Sabaku no Gaara, no Naruto Uzumaki. ¡Reverendo imbécil de mierda, prepotente malparido! — musitó con indignación mientras caminaba hacia su habitación con el firme propósito de mirar uno de esos programas musicales que tanto molestaban a Sasuke con el volumen lo suficientemente alto como para desquiciarlo por completo. Tal vez así se aventaba por el balcón y lo dejaba en paz.
Se tiró en la cama con mala cara y se fijó en un papel blanco que estaba sobre la cama. Lo levantó y vio claramente el sello del banco y la firma de su pareja.
—Lo dicho, es un imbécil.
Prendió el televisor en espera de que el ruido trajera, como flautista de Hamelin, a Sasuke. Si quería su bendito papel, que le costara por lo menos un ataque de ira más… Ya lo había irritado los suficiente como para que no deseara decirle de buenas a primeras que su maldito papel había aparecido.
No tardó mucho en aparecer, serio y parco como si el odio le hubiese engarrotado los músculos.
—Eres un bueno para nada. Lo dejaste en la cama— le extendió el papel antes de que el moreno pudiera decir algo.
Sasuke le arrebató el papel y salió de la habitación irritado. No era que no estuviese feliz, eso Gaara lo sabía, sino que en apariencia a los Uchiha se les caída la lengua si se les ocurría agradecer. Además, en su extraña concepción del mundo, resultaba humillante recibir ayuda.
Sonrió para sus adentros, apagó la televisión y tomó un libro. ¿Qué más daba? Era sólo una de esas veces en las que a su pareja le daban los cinco minutos de locura. Sólo una de esas veces en las que un triste pedazo de celulosa manchada con tinta podía trastocar la, por lo general, inquebrantable serenidad de un Uchiha.