Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Lazos de amor por Hotarubi_iga

[Reviews - 67]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Disclaimer: Gravitation no me pertenece. Es propiedad de Murakami Maki.

— Capítulo 3 —

Presentación

 

Mantas y sábanas de fina tela eran removidas con pereza por Shuichi a medida que abría y restregaba sus adormilados ojos, distinguiendo lo que parecía ser un dormitorio y no el sofá en el que se había quedado dormido. Confundido por eso, Shuichi recorrió visualmente la excéntrica habitación revestida con una vanguardista decoración, y comenzó a cuestionarse cómo había llegado a tan distintivo lugar.

—¿Dónde estoy? —pronunció entrecerrando los ojos por los molestos rayos del sol que se colaban entre el cortinaje de la habitación. Se puso de pie con pereza mientras se tallaba los ojos y abrió la puerta del cuarto. Un espacioso corredor le recibió y se encaminó con soñolientos pasos por él hasta la sala principal del penthouse. A medio camino, un ruido muy particular capturó la atención de Shuichi, por lo que se aproximó hasta la puerta de donde provenía el sonido. Se asomó por un resquicio y observó con adormilados ojos la silueta de Yuki frente a un escritorio.

Ceniceros de cristales rebosando en colillas de cigarrillos y tazones de café sin terminar, eran lo que mayormente adornaba el elegante escritorio de caoba negro que Yuki había adquirido hacía un año en una casa de antigüedades por simple capricho. El ambiente de la oficina estaba enrarecido debido la falta de ventilación, y el aroma del tabaco y café en grano se había impregnado en el aire, debiéndose principalmente a la negligencia de Yuki, porque si bien pudo haber avanzado en su trabajo, prefirió pasar el resto de la noche sumido en la lectura del diario de vida de Shuichi. Y tan concentrado y atareado estaba en su actual labor, que ni cuenta se había dado de la presencia de Shuichi bajo el dintel de la puerta, observándolo con fascinación.

—Buenos días, papá —recitó Shuichi con ánimo y elocuencia, tensando sorpresivamente a Yuki que, quedando con los dedos suspendidos sobre las teclas de su portátil, volteó hacia Shuichi, acuchillándolo con su aguda y gélida mirada.

—No vuelvas a llamarme así —sentenció.

Shuichi, ignorando aún el mal genio que Yuki padecía en las mañanas y más cuando se encontraba bajo la tensión y el estrés del trabajo, sintió una puntada en su pecho, pues deseaba llamar a Yuki de ese modo para sentirse parte de él.

—Está bien —respondió sin ánimo—. Y... ¿cómo puedo llamar...? —Shuichi no sabía tampoco si podía tutearle o mantener la línea del respeto entre padre e hijo. Sin embargo, Yuki adivinó sus inquietudes y aclaró:

—Ni se te ocurra tratarme de usted; me harás sentir viejo. Sólo llámame por mi nombre, ¿entendiste? Saca de tu sistema la idea de decirme papá. —Shuichi asintió suavemente.

—Eh... Yuki... —El llamado de Shuichi pasó por alto para Yuki; éste había reanudado su trabajo—. Yuki... —Cómo le irritaba a Yuki ser interrumpido en sus horas de trabajo. Pero la culpa de su retraso era enteramente suya porque ¿quién le mandaba a bancarse un diario de vida en plena fecha límite de trabajo? —. Yuki...

—¡QUÉ! —bramó al escuchar nuevamente su nombre. Golpeó la mesa súbitamente con la palma de su mano derecha y Shuichi, temeroso por el grito irascible de su padre, retrocedió dos pasos—. ¡¿Qué rayos quieres, mocoso?! ¡¿No ves que estoy trabajando?! —Yuki sentía la rabia fluir por sus venas como fuego líquido. No obstante, al ver en los ojos de Shuichi vestigios de dolor y temor, hizo amago de volver a sus sentidos y la ira se diluyó en un suspiro—. Dime ¿qué quieres? —serenó considerablemente su voz y aguardó paciente a que Shuichi le respondiera.

—Y-Yo... —Shuichi, luego de ver el frenesí que Yuki desplegaba por tan sólo pronunciar su nombre, optó guardar silencio y retroceder.

—¿No piensas hablar?

—Lo siento.

Shuichi dio media vuelta y abandonó la oficina.

Yuki observó la puerta de manera contemplativa, y, tras masajearse las sienes, presionándolas en el sentido de las manecillas del reloj producto de una molesta migraña, decidió seguir trabajando.

Shuichi llegó a la sala en donde yacían aún sus pertenencias y se cambió de ropa. Tras vestirse con una playera sencilla y unos jeans, tomó asiento en el sofá —no tenía otra cosa que hacer— y observó con cierta inquietud su entorno: todo el lugar era de alta tecnología. Por donde sus ojos miraban había algún artefacto sofisticado; de última generación, y eso no le agradaba. Su temor por dañarlos con tan sólo tocarlos había despertado. Sin embargo, Shuichi quería caminar, moverse, observar y tocar todo; no estaba acostumbrado a permanecer quieto en un mismo sitio. Para él, sus ojos estaban en sus manos y, con tan sólo quedarse quieto y admirar el entorno, no le era suficiente para saciar su curiosidad.

Un repentino y vergonzoso sonido proveniente del estómago de Shuichi, rompió el silencio de la sala. Shuichi sintió sus mejillas arder debido a ello, por lo que aferró su vientre con sus brazos para aplacar el molesto ruido. Mientras, Yuki seguía en su oficina, tecleando con el tiempo en contra. Sin embargo, la presencia de Shuichi en casa lo desconcentraba de manera inevitable. Le resultaba un distractor poderoso, inquietante, logrando inclusive que la migraña disfrutara en todo su apogeo dentro de su cabeza, martillando y zumbando; aturdiendo y saturando sus sentidos. Yuki golpeó su escritorio —una vez más— al sentirse completamente fastidiado por todas las emociones que le jugaban en contra. La inspiración y la frustración luchaban por predominar en él.

—Maldita sea —masculló enfurecido por lo que recientemente había ocurrido con Shuichi.

Resolvió aclararlo todo y dejar de sentirse culpable. Se puso de pie y salió de su oficina con la necesidad de hablar con Shuichi. Al salir del pasillo, vio a Shuichi sentado en el sofá, aferrado a su estómago, como si le doliera. Intrigado por aquel extraño comportamiento, Yuki se acercó a Shuichi. Una pequeña chispa de preocupación se había colado en su pecho.

—Oye, ¿qué te pasa?

Shuichi alzó parcialmente la mirada y observó a Yuki. Con serenidad, negó con la cabeza.

—Nada.

—¿Y entonces por qué estás así? Si tienes alguna enfermedad, más te vale que no me la contagies. —En esos momentos, el instinto paternal de Yuki, el cual aún no florecía, había sido reemplazado por uno lleno de recelos y temores.

—No, no estoy enfermo —respondió Shuichi, bajando el rostro con algo de pesar.

—¿Entonces?

—No es nada... —el suave tono de voz que Shuichi emitió fue acompañado por el gruñir de su estómago.

Yuki no tardó en comprender lo que estaba sucediendo.

En ese momento, la pizca de culpa que se había instalado en su pecho desde que le gritó a Shuichi se volvió aun más fuerte.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —se apresuró en preguntar, estudiando la palidez en el rostro de Shuichi.

—Eh... —Shuichi permanecía aún con los brazos alrededor de su estómago. Contó mentalmente las horas que había pasado en ayunas y respondió—: ayer, sólo alcancé a tomar desayuno.

Esas palabras fueron suficientes para que Yuki sintiera rabia de sí mismo.

—¿Y cuándo rayos pensabas decírmelo? —rezongó, sorprendiendo a Shuichi que, al querer objetar algo a su favor, fue interrumpido—. Ven.

Shuichi le siguió en silencio, escuchando aún el gruñir de su estómago. Cruzó el dintel de una puerta de vaivén al otro lado del pasillo, y sus ojos se encontraron con una amplia e iluminada cocina de estilo occidental. En uno de los mesones, Yuki se servía café. Shuichi se sintió repentinamente incómodo, debiéndose principalmente a los artefactos eléctricos que la opulenta cocina poseía.

—Puedes servirte lo que quieras —dijo Yuki, sosteniendo su humeante tazón de café—. Menos mis cervezas —agregó apoyándose de espaldas contra el refrigerador.

—Yo no bebo —aclaró Shuichi.

—Me parece bien. Eres un mocoso como para hacerlo a tan pronta edad.

—¿Y a qué edad es la adecuada?

Yuki clavó su mirada en Shuichi. Estaba claro que desconfiaba de su buen juicio.

—Cuando seas mayor de edad —gruñó— y tengas tu propio dinero para malgastarlo en lo que se te pegue la regalada gana. —Rechinó los dientes y dirigió sus pasos veleidosos hasta la puerta de la cocina.

—¿Pero qué tiene de beneficioso beber? —preguntó Shuichi, viendo la descortesía de su padre al pasar por su lado, sin siquiera dirigirle una simple mirada—. ¿Acaso eso te hace más hombre? —Yuki escupió abruptamente el café que estaba bebiendo de su tazón favorito al escuchar semejante pregunta.

—¿Qué clase de pregunta estúpida es esa? —cuestionó molesto; no le hacía gracia la perspicacia que Shuichi mostraba de manera imprudente.

—No es una pregunta estúpida —rebatió Shuichi—. Algún motivo debe haber para que la gente adulta beba. Quisiera saber el porqué lo hacen. Ya que no creo que sea simplemente para demostrar algo.

Yuki miró con recelo a Shuichi. No sabía qué responderle. Se sintió de pronto intimidado por su sagacidad y la intensidad de sus ojos. Pero comenzó a sospechar que Shuichi preguntaba sabiendo de antemano la respuesta, y que sólo quería poner a prueba su astucia e inteligencia.

—No tengo porqué responderte eso —respondió Yuki, defendiendo su posición, y abandonó la cocina.

—¿Entonces no sabes? —bateó Shuichi.

Yuki se detuvo y se devolvió para encarar a Shuichi. Definitivamente lo estaba desafiando.

—Mira, mocoso... —bufó, rechinando los dientes con disgusto—. No tengo porqué responder preguntas que no vienen al caso. No me corresponde hacerlo.

—Pero eres mi padre; y el deber de los padres es responder las inquietudes de sus hijos.

Shuichi supo manejar muy bien sus palabras, consiguiendo con ellas incomodar a Yuki.

—Apenas y te conocí ayer —espetó Yuki—. No me pidas que actúe como tu padre de buenas a primeras.

Y dicho eso abandonó la cocina, dejando una sensación de frustración y molestia en Shuichi que, tras respirar profundamente, para calmar su humor, comenzó con los preparativos del desayuno.

Observó los utensilios domésticos de la cocina con una pisca de recelo y temor. Se acercó a uno de ellos, tomando como primera instancia el hervidor eléctrico y vertió el agua ya calentada en un tazón de loza blanca, dejando a un lado todo tipo de pensamiento que pudiese perturbar su estado emocional. Sin embargo, la mente de Shuichi era a veces traicionera, por lo que súbitamente, la imagen de Yuki llegó a sus sentidos, consiguiendo que el corazón le diese un salto fragoso. Dejó el hervidor con cuidado sobre el mesón y tomó dos rebanadas de pan para colocarlas en el tostador eléctrico. Pero ante el primer ínfimo contacto de su mano con el artefacto, éste soltó un violento chispazo. Shuichi dio un instintivo y asustado brinco hacia atrás.

—¡Ay, no...! —murmuró abrumado. En su mano derecha sostenía las dos rebanadas de pan que se quedarían sin tostar.

 

 

Yuki se había encerrado en su oficina, retomando rápidamente su trabajo tras el pequeño encuentro en la cocina con Shuichi. Recordar sus palabras y la forma en la que le contradijo y cuestionado las cosas le provocó un malestar amargo en la boca del estómago.

—Ese mocoso, ¿qué se ha creído? —rezongó mientras tecleaba rabiosamente sobre su laptop. Sin embargo y, pese a sus corajes, Yuki recordó de manera inevitable lo que había leído en el diario de vida de Shuichi. De inmediato, su mente comenzó a trabajar reflexivamente, tanto en las palabras de Akari manifestadas en la carta como en las del diario de vida de Shuichi, intentando hacer que ambos relatos embonaran. «¿Qué tiene ese niño que lo hace especial?». Yuki se lo cuestionaba sin encontrar respuestas. No hallaba ningún indicio de rareza o particularidad en Shuichi que ameritara pensar de manera sospechosa o intranquila. «Su mirada es un tanto diferente que la de cualquiera, pero no parece ser la gran cosa. No es más que un mocoso. Aunque...». Yuki observó pensativamente hacia la ventana de su oficina. El aroma del café de su tazón se había impregnado en el ambiente, y humeaba olvidado sobre el escritorio. «...No parece un niño de quince años.»

Inesperadamente y, rompiendo la armonía del lugar, se escuchó un grito proveniente de la cocina. Sobresaltado, Yuki salió eyectado de su oficina y corrió hasta la cocina en donde se suponía que estaba Shuichi. Al llegar, vio lo en el suelo, a un costado del mesón.

El corazón de Yuki dio un salto extraño en el pecho y la sangre se le congeló.

—¡Oye! ¡¿Estás bien?! ¡Qué diablos te pa...! —Luego de haber perdido el color del rostro, la expresión de Yuki pasó a la de una rabia mal contenida.

Shuichi le había dado el susto de su vida. El trayecto hasta la cocina le había resultado interminable, lo suficiente para pensar mil cosas sobre el posible accidente que pudo haberle sucedido a Shuichi para gritar del modo que lo hizo. Pero Shuichi estaba en el suelo, no precisamente porque algo malo le hubiera pasado; todo lo contrario. Reía a carcajadas bajo las juguetonas atenciones del bicho rastrero que a Yuki tantas veces le había hecho pasar más de un mal rato durante los años que llevaba viviendo en el departamento.

—Oye, maldito mocoso —masculló sin molestarse en ocultar su enfado.

—¡Ah! Yuki... no sabía que tenías mascota. ¡Es muy linda!

Shuichi sonreía efusivamente mientras se levantaba del suelo. Entre sus brazos, un hurón de color blanco jugueteaba inquieto. El animal subió ágilmente hasta su cuello. Y luego de advertir la presencia de Yuki, le echó un gruñido.

—Esa cosa no es mía —espetó despectivamente al hurón que no dejaba de gruñirle. Intentó acercársele para tomarlo y sacarlo de su departamento. Pero el animal mostró sus dientes y se reusó a moverse de Shuichi.

—Y si no es tuyo... ¿entonces de quién es? —preguntó Shuichi con el hurón enroscado en su cuello.

El timbre del penthouse sonó en ese momento. Shuichi vio a Yuki salir de la cocina para atender y le siguió en silencio.

—Es de la vieja de en frente —contestó abriendo la puerta.

Los ojos de Yuki chocaron con los de Abukara Tsubaki, la dueña del hurón blanco, a quien poco le importó la expresión hostil de Yuki. Sus ojos se posaron en su mascota que descansaba en el cuello de Shuichi.

—¡Da-chan! —exclamó la mujer—. ¡Oh, mi pequeño Da-chan! —sonrió Tsubaki, viendo cómo el pequeño animal bajaba del hombro de Shuichi para trepar de vuelta a sus brazos.

Shuichi observaba la escena con especial interés y gusto.

—Si ya tienes a tu bicho rastrero puedes irte por donde viniste —masculló Yuki fastidiado.

El hurón al escuchar la voz de Yuki lanzó un gruñido hostil.

—Parece que los animales saben cuando alguien no es de confianza —dijo Tsubaki con burla al ver la mirada colérica de Yuki.

—Déjate de estupideces y lárgate.

Yuki estuvo a punto de estampar la puerta en el rostro de Tsubaki, pero la carcajada de que soltó Shuichi fue suficiente para querer estampar la puerta contra él.

Con una curiosidad notable, Tsubaki estiró un poco el cuello y observó la figura menuda de Shuichi tras la de Yuki. No pudo evitar sentir cierta curiosidad por la presencia de un adolescente en la casa de un escritor arrogante y de malas costumbres como Yuki.

—Hola —saludó Tsubaki con una sonrisa. Ignoró por completo la figura autoritaria de Yuki en el dintel de la puerta y vio a Shuichi, quien le devolvió el gesto gentilmente.

—Hola —respondió—. Tiene una mascota muy linda —añadió, enfatizando el afecto que le había cogido al hurón al extender su mano, esperando que el animalito se le acercara.

—¿Te gusta? Se llama Da-chan, y es un hurón albino —aclaró Tsubaki mientras sostenía al animal para que Shuichi lo acariciara—. ¿Cómo te llamas?

—Shuichi —dijo—. ¿Y usted?

—Abukara Tsubaki.

Yuki observaba con fastidio la escena. Y movido por un impulso furioso del cual no poseía control, se interpuso entre ambos para echar de una buena vez a la odiosa mujer.

—Basta de presentaciones. Lárgate —masculló, empujando a Tsubaki. En un momento de descuido, su mano alcanzó a estar lo suficientemente cerca del hurón, quien no dudó en darle un duro mordisco—. ¡MALDITO ANIMAL! —gritó Yuki agitando la mano al ver cómo de ésta brotaba sangre por la mordida del hurón. La marca de los dientes del animal quedó clavada en su carne.

Shuichi vio con preocupación la herida en la mano de Yuki. Mientras, Tsubaki soltaba una risa burlona.

—Pobrecito —dijo, acariciando el lomo de su mascota.

—Nadie pidió tu compasión, vieja —gruñó Yuki.

—No lo decía por ti —respondió Tsubaki—. Lo decía por Da-chan, que tuvo la desgracia de probar carne venenosa.

Yuki no aguantó tanta estupidez y cerró la puerta de golpe. Su relación con Tsubaki era intratable; imposible de llegar a un entendimiento mutuo y ameno. El odio era recíproco; al menos así lo sentía Yuki desde que la conoció.

Con un andar prepotente fue hasta el baño y trató la herida de su mano mientras Shuichi lo observaba con expectación.

—¿Estás bien? —se atrevió a preguntar al ver un hilo de sangre caer sobre el lavabo.

—Eso a ti no te importa —masculló Yuki.

—No me trates así; no tengo la culpa que Da-chan te haya mordido. No deberías descargar tu rabia hacia mí.

Yuki no supo qué decir. Fulminó con la mirada a Shuichi y sólo atinó a empujarlo para luego cerrarle la puerta del baño en la cara. Shuichi quedó pasmado por el comportamiento agresivo y, de cierto modo, infantil que poseía Yuki.

Soltó un suspiro y fue a terminar de preparar su desayuno. Minutos después, Yuki hizo aparición en la cocina. Vestía traje. Shuichi supuso que iba a salir.

—¿Vas a sal...?

—Sí —espetó Yuki con hostilidad.

—¿Y regresarás pronto?

Yuki lo ignoró mientras se desplazaba por la cocina en busca de algo, y reparó en la tostadora.

—¿Qué pasó aquí?

Shuichi dio un leve respingo del cual Yuki no se percató.

—Te hice una pregunta —insistió, señalando las manchas negras que resaltaban del aparato.

—N-No lo sé.

Shuichi trató de hacerse el desentendido y no delatarse; no obstante, Yuki le restó importancia al percance de su tostadora, argumentando para sí que luego compraría otra. Cruzó el dintel de la puerta pero, antes de abandonar por completo la cocina, vio a Shuichi sentado a la mesa y le dijo:

—Hoy en la noche habrá una cena en casa de mi cuñado. —Shuichi lo observó intrigado. —Por lo tanto te quiero listo cuando llegue a buscarte.

—¡¿Qué?! —Shuichi saltó de la silla y siguió a Yuki, quien había retomado la marcha hacia la salida. Lo alcanzó en la sala y preguntó: —¿Estás diciendo que debo ir también?

Yuki se volvió mientras tomaba su saco, las llaves del departamento y sus cigarrillos.

—Si quieres quedarte aquí solo toda la noche por mí está bien. Pero prefiero salir del trago amargo de presentarte ante todos cuanto antes. —Shuichi bajó el rostro y guardó silencio. Parecía derrotado. —Pasaré por ti a las ocho. —Y tras decir eso, cerró la puerta por fuera de un solo golpe, dejando a Shuichi sumido en el silencio y la soledad.

Abrumado por el simple hecho de quedar solo, Shuichi regresó a la cocina, preguntándose si de casualidad Yuki había reparado en su presencia en la casa y si le importaba haberlo dejado sin almuerzo o dinero para comprar algo.

La respuesta saltaba a la vista.

Yuki se había marchado sin siquiera preguntarle si sabía cocinar o no. Lo había dejado solo en una casa que aún le resultaba extraña e incómoda.

Luego de haber terminado el desayuno, Shuichi se dio el tiempo de recorrer el departamento. Miró con detención cada detalle. Las excentricidades que revestían el penthouse le incomodaban porque eran sólo objetos que acompañaban la solitaria vida de Yuki, volviendo el ambiente frío. Shuichi no lograba captar la vida de Yuki en las paredes del departamento; todo resultaba demasiado frívolo y no transmitía nada. La casa no le decía quién era Yuki.

En su recorrido, Shuichi se adentró al pasillo y se detuvo frente a la puerta de la habitación en la que Yuki pasaba la mayor parte del tiempo. Curioso por descubrir un poco más de él y la vida que hasta ahora llevaba, Shuichi se asomó primero por un resquicio de la puerta; y sólo después de observar el entorno ingresó al cuarto. La oficina de Yuki distaba mucho del resto de la casa, pues estaba decorada con recuerdos que Shuichi no tardó en apreciar. Sobre una repisa se exhibían galardones y condecoraciones por el trabajo que Yuki desempeñaba; en las paredes había cuadros con fotografías. Shuichi contemplaba con fascinación la vida de Yuki reflejada en imágenes de papel y trofeos por su trabajo. 

Shuichi sentía la calidez y la esencia de Yuki en cada una de sus cosas, a diferencia con el resto de la casa.

De pronto, el teléfono principal comenzó a sonar. El eco del timbre se esparció por el espacioso penthouse.

Deje su mensaje después de la señal.

La voz de la grabadora se activó luego de cinco repicados.

Una voz masculina se escuchó a continuación.

Eiri-san, el vuelo de Mika se adelantó. Te llamo para recordar que la cena de bienvenida será hoy a las nueve. Quisiéramos contar con tu agradable presencia. Mika y yo te extrañamos. —El llamado finalizó y el pitido de la grabadora se activó tras guardar el mensaje.

Shuichi no pudo evitar sentir curiosidad por saber quién era Mika y la voz empalagosa de ese hombre que con tanta insistencia invitaba a Yuki a la cena. Recordó lo que Yuki le mencionó antes de dejarlo solo y no tardó en comprender que la cena de bienvenida era para su tía.

—¡Mi tía! —exclamó llevándose una mano a la boca, víctima de la emoción. Su estómago dio un vuelco y comenzó a imaginarse cómo sería Mika. También pensó en si su llegada a la vida de Yuki sería de agrado para la familia; si les molestaría o si sencillamente les daría lo mismo—. Tal vez les moleste —pensó con cierta angustia.

Sacudió su cabeza, tratando de sacar esas ideas de su mente y abandonó el despacho. Su intención era distraerse un momento en las afueras del edificio, pues había visto desde el ventanal de la sala la playa que se extendía kilómetros a la redonda.

Con esa idea en mente, Shuichi fue por su bolso y sacó de él su diario de vida. Y luego de asegurarse de coger las llaves correctas del penthouse salió del condominio. La apreciación de Shuichi de  los alrededores del edificio no lo dejaba indiferente. Desde que había bajado del autobús y posado su mirada en la fachada del condominio no había dejado de impresionarle lo diferente que podía ser vivir en un mundo lleno de comodidades y excentricidades. En su ciudad natal, jamás había aspirado a conocer ni mucho menos residir en un edificio como en el que Yuki vivía. ¿Cuánto dinero se requería para poseer semejantes lujos? La vida de Yuki debía de ser muy satisfactoria, pensó Shuichi; pero muy en el fondo sabía que no lo era del todo. Había visto en los ojos de Yuki soledad y un profundo vacío que al parecer el dinero no conseguía llenar del todo.

Shuichi deseaba descubrir qué era aquel vacío y de qué manera poder llenarlo.

Tras un recorrido de diez minutos por los alrededores del condominio, Shuichi llegó a la playa. No dudó en quitarse los tenis para tocar la arena blanca de la playa. Se acercó rápidamente a la orilla, contemplando el sutil oleaje que reventaba con elegancia en el borde, llegando hasta sus pies.

—¡Ah!, está fría... —exclamó emocionado.

Alzó el rostro al cielo y cerró los ojos, estirando los brazos hacia los lados para sentir el viento que, con arremetidos soplos, mecía todo a su paso. Shuichi suspiró al sentir esa brisa perfecta y se ubicó sobre la arena seca. Abrió su cuaderno y comenzó a registrar en las páginas lo que había vivido hasta esos momentos con Yuki.

Escribió durante unos minutos, hasta que vio cumplido su cometido. Había registrado en cinco planas la experiencia de haber pisado Tokio hasta conocer a su padre, y lo que él significaba ahora en su vida. Una vez satisfecho con su trabajo, Shuichi cerró el cuaderno y contempló el océano. La brisa fresca mecía sus cabellos y lo envolvía con su esencia salina. Cerró nuevamente los ojos y trató de concentrarse en las sensaciones que estaba experimentando, pero un suave cosquilleo en su espalda y luego en su cuello le hizo sobresaltar.

—¡Da-chan! —exclamó sorprendido al ver al pequeño hurón albino juguetear alrededor de su cuello.

Una sombra se posó a su lado y Shuichi alzó el rostro, encontrándose con el de Tsubaki.

—Abukara-san. —Una sonrisa adornó sus labios al reconocer a la mujer.

—Dime Tsubaki, cariño. Para ti soy Tsubaki. —Se sentó junto a Shuichi y Da-chan trepó sobre ella, acomodándose en su cuello para allí descansar. —¿No te estoy interrumpiendo?

—No, para nada —se apresuró en responder Shuichi—. Ya terminé lo que vine a hacer.

—¿Te gusta escribir?

—Me gusta escribir mi vida para no olvidar ningún detalle.

—Tienes toda la razón —dijo cerrando los ojos, dejando que la brisa del mar meciera sus cabellos lacios y negros que descansaban sobre sus hombros—. Todos deberían hacerlo. La vida es una sola y, como tal, no hay que olvidar jamás ningún detalle, sean estos buenos o malos.

Shuichi asintió con la cabeza y acarició el pelaje del hurón.

—¿Vive sola, Tsubaki-san?

Tsubaki ladeó el rostro y soltó un suspiro.

—Me basta con Da-chan —contestó sin mirar a Shuichi, tomando un puñado de arena para luego soltarla gentilmente.

—Entonces sí vivió con alguien —aseveró Shuichi.

La sonrisa de Tsubaki no tardó en llegar a sus labios.

—Eres muy listo —dijo—. ¿Cuántos años tienes?

—Quince —contestó Shuichi—. Y en tres meses más cumpliré los dieciséis —agregó con una radiante sonrisa.

—Vaya, creí que... entonces cómo... —Tsubaki comenzó a sacar cuentas, para luego soltar una carcajada que sorprendió a Shuichi. —No puedo creerlo... —dijo, intentando controlar su risa—. Ese escritor de cuarta sí que fue prematuro para hacer cosas de adultos. No me extraña que se haya vuelto un gay reprimido a tan pronta edad.

—¿Mi papá es gay? —preguntó Shuichi sin poder evitar sorpresa y curiosidad.

—¿Qué no le ves la pinta de gay? —Shuichi negó. —Eres muy pequeño e inocente para darte cuenta de esas cosas. —Sus ojos color avellana se fijaron por unos instantes en Shuichi. Luego sonrió. —Tienes un aura hermosa.

Ante esas palabras, Shuichi sonrió ampliamente.

—No creí que lo notase.

—¿Y por qué no? Sabes que puedo darme cuenta con facilidad, ¿verdad?

Shuichi asintió.

—Sí, lo supe al conocerla.

—Lo que no deja de sorprenderme es que alguien como tu haya caído en las manos de una persona amargada y superficial. ¿Estás seguro que es tu padre?

—¡Claro que sí! —exclamó Shuichi—. Mi mami jamás mentiría.

—No lo tomes a mal; pero resulta difícil asumir que un angelito como tú comparta la misma sangre venenosa que ese gay reprimido.

—Yuki es una buena persona. Lo sé y lo siento —aseguró Shuichi, mientras el hurón correteaba en la arena.

—Eso nadie lo niega —expresó Tsubaki—. Sé bien que pese a lo amargado y engreído que es, no deja de ser una buena persona.

Shuichi sonrió y no pudo evitar ruborizarse.

—Su aura es tan cálida pese a la frialdad que expresa.

—Que no te sorprenda; siempre habrá gente como él. Aunque no le costaría nada ser más simpático. No me explico por qué es así: tan encerrado en sí mismo.

—Eso mismo quisiera averiguar —musitó Shuichi.

Guardaron uno momentos de silencio, dejando que el viento y el sonido del mar ambientaran la situación.

—¿Y por qué viniste a vivir con tu simpático padre?

Shuichi soltó un suspiro, clavando su mirada en el horizonte.

—Porque no tengo a nadie más.

Tsubaki se mostró preocupada.

—Acaso tu mamá... —Shuichi asintió en silencio. Tsubaki no tardó en comprender. —Lo lamento.

—Descuide —se apresuró en responder Shuichi—. Ella me acompaña siempre. No me siento solo —añadió, sonriendo con ternura y simplicidad.

—De eso estoy segura —dijo Tsubaki—. Entonces es ella la que está ahora con nosotros.

—Sí.

—Qué agradable energía —murmuró. Cerró los ojos y dejó que el ambiente se volviera aún más ameno.

Shuichi observó a Tsubaki por unos instantes mientras ella se dejaba envolver por la energía que había alrededor, y, guiado por un súbito impulso, tocó su mano, sintiendo una incontenible necesidad de confortarla.

—Lamento su pérdida, Tsubaki-san. Sé cuán difícil es convivir con el dolor tras la partida de un ser querido.

Tsubaki miró fijamente a Shuichi y le ofreció una sonrisa melancólica.

—Gracias.

No había hecho falta entrar en detalles del porqué Shuichi sabía del dolor que Tsubaki guardaba en su interior; tampoco decir algo más en aquel momento; la complicidad se había manifestado en ambos de manera inconsciente. Las palabras de Shuichi habían bastado en Tsubaki para encontrar paz y consuelo a su dolor silencioso.

 

 

Tsubaki decidió invitar a Shuichi a su apartamento y compartir con él para conocerlo un poco más. La plática en la playa los había acercado. Shuichi sentía que había encontrado en Tsubaki a una buena amiga, del mismo modo que Tsubaki había encontrado en Shuichi esa compañía especial que no encontraba en su hurón albino.

Shuichi descubrió que Tsubaki publicaba cuentos infantiles y su prestigio era reconocido a nivel nacional. Una similitud considerable con Yuki. No obstante y, a pesar de lo ostentoso que significaba residir en un condominio como el que Yuki poseía, la calidez que irradiaba el hogar de Tsubaki distaba demasiado con el de Yuki.

Poco después de las seis de la tarde, Shuichi recordó la cena de bienvenida a Mika, su tía, por lo que se despidió de Tsubaki, agradeciendo sus atenciones y su compañía.

—Gracias por todo, Tsubaki-san.

En el transcurso de la tarde, Tsubaki había reconocido en Shuichi un brillo especial que los distinguía de los demás. Lo había apreciado en la playa, cuando reparó en el color de su aura, pero el haber compartido con él casi todo el día, había conseguido aprender de él, sintiendo que habían desarrollado un lazo afectivo poderoso.

—No me lo agradezcas. Me sirvió mucho compartir contigo. Además, Da-chan se encariñó mucho contigo. Encontró un gran amigo.

—Da-chan es especial —dijo Shuichi, acariciando la cabeza del animalillo sobre el sofá.

—¡Oh! Aguarda un momento.

Tsubaki fue hasta su dormitorio y regresó rápidamente con Shuichi. Le extendió la mano, depositando en ella una pequeña gema amatista[1] sujeta a una fina cadena de plata.

—Quiero que lo uses siempre. De esa forma te protegerá.

—¡Gracias! —exclamó Shuichi con fascinación—. ¿Y qué significado tiene? —preguntó curioso, moviendo la piedra como un péndulo.

Tsubaki explicó el significado de la piedra. Shuichi agradecido por el obsequio, le ofreció a Tsubaki un efusivo y tierno abrazo. Luego regresó a casa.

Una vez en el penthouse de Yuki, se encerró en el baño y se desvistió con una inusitada calma. No dejaba de sorprenderle los lujos y excentricidades que revestían cada rincón de la casa. El baño no era la excepción.

—Fácilmente mi antiguo hogar cabría aquí —dijo observando el espacioso baño mientras ingresaba a la regadera.

Se dio una ducha, tomándose el tiempo de lavarse cada rincón del cuerpo, liberando así la tensión de sus músculos.

Ya bañado y fresco, Shuichi se vistió con su mejor tenida. Deseaba causar una buena impresión a su nueva familia y no avergonzar a Yuki. Cepilló sus cabellos rebeldes y se perfumó con la loción que su madre le había escogido tiempo atrás.

—¡Listo! —dijo al verse al espejo—. Shuichi, ¡te ves bien!

Guardó bajo su camiseta la piedra que le obsequió Tsubaki y la sortija que perteneció a su madre y salió del baño. Ordenó sus cosas para que no se notase el desorden que dejó en el baño y deambuló por la casa, observando de vez en cuando la hora. Al acercarse a la sala, observó la contestadora; el aparato registraba veinte mensajes guardados.

Cerca de las ocho, Shuichi comenzó a sentir los efectos del nerviosismo y la ansiedad por conocer a su familia. Desconocía la reacción que ellos tendrían. Posiblemente se enfadarían o se espantarían como lo había hecho Yuki. O tal vez les agradaría conocerlo y lo aceptaría. Shuichi era lo que más deseaba; temía no ser aceptado.

—¡No pienses tonterías! —se dijo así mismo, revolviéndose el cabello con molestia ante la inquietud que experimentaba. No le gustaba sentirse así.

La puerta principal hizo un estrepitoso ruido, seguido por las pisadas de Yuki cruzando el recibidor. Shuichi saltó del sofá y vio a Yuki arrojar las llaves con mal talante sobre el buró al costado de la puerta. Lo vio quitarse los zapatos con enfado y cruzar hacia el pasillo, ignorándolo por completo.

—Papá —lo llamó para hacerse notar en medio de la penumbra, pues la bombilla de luz de la sala no había sido cambiada.

Yuki lo ignoró olímpicamente y se encerró en el dormitorio. Shuichi le siguió en silencio y se atrevió a asomarse por un resquicio de la puerta que Yuki había dejado, viéndolo ingresar a su baño privado. No quiso interrumpirlo, por lo que aguardó fuera de la habitación, escuchando el ruido del agua que tras cinco minutos dejó de sonar.

Con una curiosidad determinada, Shuichi volvió a asomarse por el resquicio de la puerta, sorprendiendo a Yuki saliendo del baño con una toalla en la cintura y otra sobre la cabeza. Absorto, y sin poder apartar la mirada, vio a Yuki retirarse la toalla de la cintura para vestirse. Contemplar la desnudez de Yuki hizo que Shuichi volviera a sus sentidos, resolviendo regresar a la sala y aguardar paciente en el sofá.

Dos minutos después, Yuki apareció en la estancia, terminando de acomodarse la camisa y el saco. Shuichi quedó prendado por la sofisticada apariencia de Yuki y su garboso andar.

—Yuki... —musitó, haciéndose notar, pues Yuki simplemente parecía ignorarlo por completo.

—¿Ya estás listo? —espetó sin mirarlo. Su atención estaba en su cajetilla de cigarrillos y su encendedor que guardaba con diligencia en el bolsillo de su pantalón.

—Sí.

—Vamos —rezongó Yuki—. Quiero librarme rápido de esa odiosa cena.

—Si te molesta que vaya puedo quedarme en casa —objetó Shuichi sin moverse del sofá.

Yuki se detuvo en seco y volvió el rostro. Sus ojos fríos se clavaron en Shuichi con hostilidad.

—¿Se puede saber dónde mierda estuviste metido todo el día? —masculló.

—¿Eh?

—No me vengas con un «¿Eh?». Te estuve llamando todo el maldito día y no fuiste capaz de responder ninguna de mis llamadas.

—P-Pero...

—¿O me vas a decir que no sabes usar un teléfono? —protestó encarando a Shuichi, quien parecía muy afectado por sus palabras.

—Lo lamento. Estuve en la playa y luego...

—¿Y luego qué? —farfulló Yuki—. ¡Habla mocoso!

—Tsubaki-san me invitó a su casa a almorzar.

—¡Ah, qué bien! —exclamó Yuki de manera mordaz—; sociabilizando con el enemigo.

—Ella no es enemigo de nadie, Yuki —le aclaró Shuichi.

—Lo es para mí. Así que te prohíbo que le dirijas la palabra a esa vieja loca.

—¡No está loca y es mi amiga!

—¡Te prohíbo que hables con ella!

—¡¿Por qué?!

—¡Porque lo digo yo!

—¡Esa no es una respuesta, Yuki!

—¡No me contradigas!

—¡¿Por qué no puedo?!

—¡Porque soy tu padre, maldita sea!

Shuichi se quedó callado y Yuki se dio cuenta de lo que había dicho, sintiéndose incómodo y confundido.

—Eres mi padre cuando te conviene —masculló Shuichi, cruzándose de brazos.

—¡¿Qué quieres decir con eso, maldito mocoso?! —protestó Yuki, acercándose a Shuichi para encararlo.

—¡Porque en la mañana me dejaste solo sin siquiera asegurarte que fuese a comer algo decente! —respondió con rabia, dejando perplejo a Yuki por sus palabras.

—Era obvio que...

—¿Qué era obvio? —preguntó Shuichi de manera retórica—. Me dejaste solo y ni preguntaste si yo sabía cocinar o qué me gustaría almorzar.

—Supuse que sabrías como valértelas por ti mismo. No me hagas sentir culpable por algo así —se apresuró en responder Yuki para defenderse.

—Por eso te digo que cuando te conviene eres mi padre. Un padre jamás haría eso. —Shuichi dejó caer en el sofá, dándole la espalda a Yuki.

—Deja de comportarte como un mocoso y vamos que se me hace tarde.

—¡No quiero ir! ¡Ve tú solo! —espetó Shuichi.

—¡Lo único que me faltaba! —exclamó Yuki—. Me harás la vida imposible con tus berrinches y caprichos.

—¡No son berrinches ni caprichos!— protesto Shuichi, intentando controlar su genio para no arruinar nada a su alrededor.

—¡Entones si no es berrinche ni capricho, párate y vamos a la maldita cena!

—¡Ni siquiera tú quieres ir y me estás obligando!

Yuki notaba cómo su paciencia se estaba agotando gracias al carácter insostenible de Shuichi. Simplemente no les tenía paciencia a los niños. Sin embargo, haciendo acopio de su autocontrol, se acercó a Shuichi para hablar de frente y tratar de llegar a algún acuerdo para llevar una mejor convivencia en la casa.

—Oye. —Se inclinó frente a él para mirarlo fijamente al rostro. —Te estoy hablando; mírame. —Shuichi había esquivado el contacto visual y se negaba a prestar atención. Yuki, masajeándose la sien derecha, trató de calmar su dolor de cabeza y no perder la compostura frente a Shuichi. —Escucha: sé que partimos con el pie izquierdo, pero si queremos que esto resulte y podamos llevar una convivencia amena para la salud mental de ambos, debemos poner de nuestra parte. —Shuichi le echó una fugaz mirada, pareciendo soltarse un poco de la tensión que lo embargaba. —Yo me comprometo a ser más comprensivo y tú a ser obediente.

—Pero...

—¡Déjame terminar! —le regañó al ver que pretendía interrumpirle—. Debes entender que esto es completamente nuevo para mí. ¿Lo entiendes? —Shuichi asintió con la cabeza. —Entonces... ambos nos comprometemos a poner de nuestra parte para lograr una sana convivencia. ¿De acuerdo?

Shuichi lo miró con algo de molestia por la situación que se suscitó y luego soltó un suspiro, logrando así, botar de su cuerpo la mala energía que había acumulado por la discusión.

—De acuerdo —dijo.

—Bien. —Yuki se puso de pie y extendió su mano. Shuichi dudó un momento ante aquel gesto; pero no dudó demasiado en aceptarla, sintiendo en ese instante su calidez. —Salgamos de una buena vez de esa mierda de compromiso.

Abandonaron rápidamente el penthouse. Tomaron el primer ascensor disponible y llegaron a la losa del estacionamiento. Yuki retiró la alarma de su ostentoso vehículo, sorprendiendo a Shuichi por el lujoso modelo.

—Tienes un auto muy bonito —comentó, subiendo al carro.

—Es un capricho que quise tener —respondió Yuki tomando posición frente al volante. Su sonrisa jactanciosa y segura se vio reflejada en el espejo retrovisor.

Shuichi se abrochó en silencio el cinturón de seguridad. Yuki metió la llave al contacto y la giró. Con un perfecto ronroneo el auto partió y salió del aparcadero. Las calles estaban parcialmente iluminadas por las farolas artificiales y las nubes se habían abierto dando paso a un cielo estrellado con una media luna. Yuki esquivaba sin mayor dificultad los vehículos que se cruzaban en su camino, percatándose de pronto cómo Shuichi contemplaba todo desde su ventanilla.

—¿Nunca antes habías visitado Tokio? —preguntó.

—Viví con mi mami todos estos años en Nagasaki —respondió Shuichi sin apartar la vista del paisaje capitalino.

—¿Y no conoces a tus abuelos?

Sabía bien que no, pero debía sonsacarle a Shuichi su historia para parecer natural al querer saber de su vida.

Shuichi
apartó la mirada de la ventanilla y se acomodó en el asiento.

—Mis abuelos no saben que existo. De seguro piensan que estoy muerto —respondió con una voz tenue y apacible, pero cargando un triste dolor silencioso que Yuki no pudo ignorar. Una puntada atravesó su pecho por haberle recordado algo así a Shuichi.

—Mañana llamaré al decorador para que arregle un dormitorio para ti —soltó sin mirar a Shuichi, quien lo observó asombrado—. No creo que sea saludable que duermas en un sofá. Y mi cama es MI cama; no pienso compartirla contigo.

—Lo sé —dijo Shuichi—. Gracias.

—¿Por qué me agradeces?

—Por ser como eres conmigo.

En ese momento, Yuki agradeció la oscuridad del auto. No habría tenido excusas para justificar el porqué la mirada de Shuichi le perturbaba y le acentuaba un sutil rubor en las mejillas. Nunca nadie le había hecho sentir de ese modo.

—Mejor cállate y no molestes —espetó con molestia, intentando cambiar el tema—. Ahora iremos a visitar a mi hermana mayor que llegó de Europa hoy en la tarde. —Shuichi lo miró atento. —Te presentaré ante todos como mi hijo y les explicaré lo ocurrido.

—¿Te preocupa lo que ellos dirán? —preguntó Shuichi con curiosidad.

—Me importa una mierda lo que ellos digan. No dependo de ellos ni les debo nada.

—Entonces ¿por qué estás nervioso? —Yuki dio un respingo al verse descubierto por la perspicacia de Shuichi.

—No estoy nervioso, mocoso. El que debería estarlo eres tú, no yo.

—Sí, y lo estoy —respondió algo inquieto—. Voy a conocer a mi tía y a mi tío. Y no sé si les vaya a agradar saber que soy tu hijo. De seguro no se lo esperan.

Yuki esgrimió una sonrisa de burla.

—Estoy seguro que a Mika le dará uno de sus típicos ataques. Será divertido ver eso.

—¿No te llevas bien con ellos? —preguntó Shuichi, viendo el rostro de su padre a través de las luces que los faroles de la calle proyectaban fugaz e intermitentemente.

—Eso no es de tu incumbencia —espetó Yuki—. Simplemente me dan lo mismo.

¿Qué clase de padre se había conseguido? Se preguntó Shuichi, observando de manera contemplativa el perfil de Yuki. Había descubierto en las pocas horas que lo conocía, que no era muy sociable ni tampoco expresivo. Pero tenía la esperanza de encontrar una pequeña brecha que le permitiese entrar a la dura coraza que Yuki había construido alrededor de su corazón. Tenía la certeza que, amar a su padre, le tomaría trabajo, tiempo y entera dedicación.

El vehículo se alejó de la avenida y se adentró a una vía residencial. Al final de esta, doblando una esquina, una ostentosa mansión se alzaba soberbia en medio de una vegetación sobria y elegante. Shuichi contempló el paisaje con fascinación.

Yuki cruzó los terrenos de la propiedad y aparcó en un especio reservado sólo para él. Shuichi no dejaba de sorprenderse por tanto lujo mientras bajaba del vehículo.

—Vamos —dijo Yuki, sacando a Shuichi de sus pensamientos.

Subieron las escaleras de la entrada principal y fueron recibidos por el mayordomo de la propiedad que, cortésmente, les dio la bienvenida, invitándolos a pasar al gran salón en donde la familia esperaba.

—No digas nada y quédate dos pasos detrás de mí —le advirtió Yuki mientras cruzaban el corredor hacia la sala principal.

—De acuerdo —musitó Shuichi, sintiendo cómo el nerviosismo y la ansiedad comenzaban a dominarlo.

Ingresaron a una amplia y lujosa sala, revestida con las más modernas y sofisticadas decoraciones que hacían del sitio un lugar magnánimo. Las paredes blancas, los muebles finos y perfectamente distribuidos y los amplios ventanales hacia un jardín extenso daban una sensación de espacio excelso que transportaba a Shuichi a un mundo que jamás había siquiera imaginado.

La familia anfitriona de la propiedad se puso de pie al ver entrar a Yuki.

—¡Eiri! —exclamó Mika, saludándolo afectuosamente—. Qué gusto verte.

—No seas exagerada —le contestó Yuki con apatía—. No te queda esa actitud de hermana afectuosa; me da náuseas.

Mika conocía la personalidad arisca de Yuki. Sabía que sus respuestas y reacciones siempre serían crueles e hirientes.

—Cuando me ausento por cuestiones de negocio y durante días, el apego por la familia es inevitable —dijo ella.

—Eiri-san —le saludó cordialmente su cuñado: Seguchi Tohma, con el cual no tenía muy buenos términos, al menos de su parte, pues éste era alguien demasiado empalagoso para su gusto—. Nos hace tremendamente feliz el que hayas aceptado nuestra invitación. —El alabo con ese notorio cinismo siempre le irritaba a Yuki.

—No necesitas ser tan elocuente, Seguchi —espetó mordaz.

Al empalagoso saludo de Tohma, le siguió el de su sobrino Suguru; un muchachito igual de arrogante y majadero que su padre. Había sacado su mismo carácter airoso. Yuki no soportaba eso de su familia.

—¿Y quién es él, Eiri-san? —habló Suguru al notar la presencia de Shuichi.

Las miradas curiosas y despectivas de Tohma y Mika recayeron en Shuichi.

—¿Quién es, Eiri? —habló Mika, escrutando displicente la apariencia de Shuichi.

Yuki sujetó de un brazo a Shuichi y, con una determinación aplastante, lo situó a su lado.

—Él es Shuichi, y es mi hijo.

Un silencio sepulcral le siguió a sus palabras frías y directas.

Shuichi experimentó una incómoda tensión en el cuerpo y no pudo evitar sentirse abrumado por las miradas que recayeron duramente sobre él. El temor que se había apoderado de él en la espera de la llegada de Yuki al departamento se había hecho realidad: su familia no lo iba a aceptar.

 

...Continuará...

 

Notas finales:

[1] El influjo benéfico de la amatista es muy amplio y comprende tanto aspectos físicos como psíquicos y esotéricos.

La tradición asegura que esta piedra atrae la suerte, convoca el amor, favorece la videncia, aleja los miedos e incrementa la actividad intelectual (favorece la memoria), por lo que se recomienda llevar siempre encima una amatista, así como colocar una de estas gemas bajo la almohada para ahuyentar pesadillas y disfrutar de sueños apacibles e incluso proféticos.

Las vibraciones de la amatista calman los estados irascibles, favorecen la paz del espíritu, aumentan el coraje y agudizan la intuición. También se utiliza para aliviar dolores de cabeza y, en especial, se le confiere el poder de ayudar a abandonar los malos hábitos o las adicciones.

* Decidí cambiarle el nombre a la vecina (por si alguien recuerda; el personaje tenía otro nombre).


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).