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Lazos de amor por Hotarubi_iga

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Notas del capitulo:

Disclaimer: Gravitation no me pertenece. Es propiedad de Murakami Maki.

— Capítulo 2 —

Aceptación

 

Shuichi observaba sorprendido y con ojo escrutiñador el sofisticado penthouse que Yuki poseía. El aire que fluía por el lugar era solitario y frío, lo que lograba estremecer la piel de Shuichi, e inclusive, inquietar su corazón. Sin embargo, eso no fue suficiente para abrumarlo, por el contrario, se sintió a gusto entre aquellas empalidecidas paredes de cemento, pese al recibimiento de Yuki, el cual careció de toda condescendencia y afecto.

Shuichi se deslizó por el recibidor hasta el solemne salón que rebosaba de lujo, estilo y exclusividad. Y mientras acomodaba su bolso terciado sobre su pecho, pensaba que semejante ostento de condominio era demasiado para una sola persona. Pero también comprendió que, alguien como Yuki, valoraba y necesitaba de tales comodidades mundanas.

Sus ojos incautos y curiosos terminaron en la figura de Yuki. Se dedicó a observarlo con interés, consiguiendo que Yuki se sintiera incómodo y extraño. Yuki podía sentir los refulgentes ojos de Shuichi clavados en su persona. Estos lo desnudaban, entraban en él y lo exponían a sensaciones que no quería ni esperaba experimentar. Y no quería parecer débil, mucho menos dar su brazo a torcer; la soberbia que lo caracterizaba hacía mella en él con una fuerza impresionante.

Le devolvió la mirada a Shuichi y estas finalmente se encontraron; chocaron. Yuki enfiló sus ojos cargados de desconfianza. Se negaba a creer todavía que estaba viviendo la llegada inesperada e impensada de un hijo. Por instantes sentía que estaba siendo parte de una mala broma o una especie de cámara escondida, y contaba con que de pronto alguien le dijera «¡sorpresa! ¡Caíste!». Su fuero interno luchaba por esperar aquello, porque... ¿quién podía tragarse el cuento de que un hijo surgió de la nada?

En ese momento, en que su mirada inquisidora acuchillaba a Shuichi, el contacto visual se rompió; Shuichi bajó el rostro sorpresivamente y permaneció rígido y algo inquieto. Gracias a ello, Yuki tuvo la excusa perfecta para retirarse de la sala, porque la tensión le tenía los nervios destrozados.

—¡Espere! —musitó Shuichi con un dejo de ansiedad visiblemente cargada en la voz.

Yuki se detuvo y se volvió para enfrentar nuevamente los ojos expectantes de Shuichi.

—¿Qué quieres? —siseó con prepotencia.

—Bueno, yo... —Shuichi no sabía exactamente qué hacer ante la imperiosa presencia de Yuki, porque a pesar de existir ese lazo consanguíneo del que todo el mundo siempre hablaba, sentía que estaba tratando con un perfecto extraño. Sin embargo, eso no impedía que el pecho se le inflara de emoción y su corazón se aceleraba con estrépito al tener finalmente a su padre frente a sus ojos.

Lo había deseado conocer más que a nadie en este mundo, luego de enterarse de su existencia y paradero. Cuando niño, Shuichi siempre había imaginado cómo sería su padre, siempre pensando cómo sería su rostro, su voz, incluso su aroma. Ahora, luego de una larga espera, tenía la suerte de estar frente a él y regocijarse con su presencia.

Aquel sentimiento era algo que escapaba de su control, porque a pesar de haber tenido el amor de su madre incondicionalmente hasta el último momento, siempre había existido un profundo y triste vacío en su pecho que opacaba melancólicamente su corazón, como si pudiera sentir que alguien importante esperaba por él para llenar aquel espacio vacío que ni el más puro y gran amor maternal podía llenar.

Y, decidido a enfrentar a Yuki, Shuichi suspiró profundamente y clavó nuevamente sus ojos en los de él. Sabía que si no lo hacía, perdería la única oportunidad de permanecer a su lado.

—Yo... —La voz le temblaba. —Me siento feliz por haberlo encontrado, y... quisiera saber todo acerca de usted y de cómo se enamoró de mi mami. —Sus palabras fueron claras, aunque su voz aún le temblaba, pero con un mayor control.

Yuki estaba estupefacto; podía jurar que estaba bajo los efectos de un alucinógeno o atrapado en una siniestra pesadilla de la cual no podía despertar, aunque quisiera. No podía aceptar semejante situación, mucho menos aceptar el hecho de ser padre y de un adolescente.

—¿Qué edad tienes? —masculló de manera displicente.

—En tres meses más cumpliré dieciséis —respondió Shuichi, transmitiendo su regocijo en cada palabra al ver el interés de Yuki por conocerlo un poco más.

Yuki procuró de inmediato sacar cuentas mentales; era la única forma que tenía de asegurarse de que no lo estuvieran engañando. Pero las cuentas hablaban por si sola: las fechas coincidían perfectas y exactas, por lo que no tuvo más opción que resignarse a la cruda verdad, aunque a regañadientes.

—¿Qué fue exactamente lo que le sucedió a Akari? —preguntó con autoridad.

—A mi mami... —musitó Shuichi con tristeza— le detectaron leucemia cuando ya estaba muy avanzada. No tuvo tiempo de someterse a ningún tratamiento... —Shuichi no pudo evitar el fluir de sus lágrimas por sus pálidas mejillas, lo que no pasó por alto para Yuki. —Abandoné la escuela para acompañarla en el hospital todo el tiempo, y aunque ella se negó, porque no quería que abandonara mis estudios, permanecí a su lado hasta el final. —Hizo una pausa y luego agregó: —Falleció hace un par de semanas en el hospital de Nagasaki.

—¿Ustedes vivían allá? —inquirió Yuki con curiosidad, porque había conocido y sostenido una fugaz relación con Akari en Kioto.

—Sí, yo nací allá —respondió Shuichi. Observó en silencio la expresión de Yuki, atisbando hostilidad y recelo, además de una desconfianza e incomodidad aplastante y cansina.

Ambos permanecieron observándose unos instantes, como si se estuviesen analizando. Pero el más observador y meticuloso era Yuki. Él, con agudos ojos de inquisidor, intentaba encontrar algo de él en Shuichi, mas no podía hallar nada, sólo una abismal confusión que desorientaba sus pensamientos, dejándolo a la deriva y sin una salida viable.

—No sé como puedes ser mi hijo —espetó hostil, desconociendo su propio tono de voz. ¿En verdad había querido sonar así? —No te pareces en nada a mí. —Ante su eventual elocuencia, Shuichi sonrió con ternura.

—Es que... me parezco a mi mami —dijo. Su espontánea naturalidad sobrecogió a Yuki.

—Sí... te pareces mucho a ella —concordó reflexivamente—. Akari era muy hermosa.

Shuichi volvió a sonreír al recordar la belleza sin igual de su madre.

—Era la más linda de todas —musitó, recordando la sonrisa de su madre y las veces en que ella lo llenaba de mimos y abrazos.

El silencio volvió a predominar en el ambiente, marcando una pauta incómoda y acompañada por la tensión hostil que Yuki transmitía —incluso— por los poros.

—Cuando me contó que usted estaba vivo —comentó Shuichi— me puse muy contento, porque supe en ese instante que iba tener una oportunidad de conocerlo, a pesar de haber pasado mi infancia sin preocuparme de preguntar por usted. —Yuki volcó toda atención en la explicación de Shuichi. —Me comentó en el hospital, una tarde... que se habían conocido cuando tenían catorce años y que habían consumado su amor antes de que los separan.

Yuki se sorprendió del conocimiento que poseía Shuichi, y de la madurez con la que manejaba las cosas y las contaba.

—Me dijo también, que luego de ser descubiertos, fueron separados y que nunca más supo de usted. La familia de mi mami le dio la espalda y tuvo que cuidarme y criarme sola. Se vio en la necesidad de trabajar mucho para educarme, y cuando yo tenía cinco años, supo que usted era escritor. Pero fue cuando estaba muriendo que me contó toda la verdad.

—¿Y no me odias por haberlos dejado solos e ignorar tu existencia? —preguntó Yuki, sin siquiera saber el por qué de su pregunta. Más bien, era una imperiosa e impulsiva necesidad de saber lo que Shuichi pensaba.

—¿Por qué habría de odiarlo si usted nunca fue informado de mi nacimiento? Además, era menor de edad; no podía hacer mucho, ni siquiera cuidar a mi mami y a mí.

La respuesta de Shuichi alivió profundamente la consciencia de Yuki, quien a pesar de oír esas sinceras palabras, siguió teniendo ese sentimiento de culpabilidad y aprensión clavándose como una aguja en su pecho. Y llegó a pensar que, tal vez, su vida habría sido muy distinta si hubiese sabido que, en algún rincón del país, un hijo le esperaba.

Shuichi aguardó en silencio, y observó a su padre con expectación, con la esperanza de oír de sus labios alguna cosa luego de tan extraña conversación.

—Muy bien... —expuso Yuki, metiéndose la mano a los bolsillos de manera casual— realizaremos un examen de ADN para comprobar lo que dices, y luego... —Su comentario fue silenciado por la mirada de asombro y profundo dolor de Shuichi. Yuki comprendiendo en ese momento que sus palabras no habían sido del todo apropiadas—. ¿Qué te pasa? —preguntó, queriendo sonar displicente—. Deberías saber que nadie en este mundo puede decir o hacer algo sin tener pruebas fehacientes y certificadas que acrediten sus palabras. Lo que tú digas o lo que diga la carta de tu madre no son suficientes.

Shuichi retrocedió dos pasos y rápidamente dio media vuelta hacia la salida.

—¡Oye! —Yuki alcanzó a detenerlo antes que pudiese sujetar el pomo de la puerta y escapar. Se interpuso entre él y la madera, evitando así que se alejase de su lado—. ¡¿Qué es lo que haces?! —masculló prepotente por la extraña actitud de Shuichi, recordando inevitablemente las palabras de Akari dichas en la carta—. Te hice una pregunta, ¿no piensas responder?

Shuichi, manteniendo una firme postura ante Yuki, decidió responder, a pesar del dolor que mermaba su corazón en esos momentos.

—Si las palabras honestas y verdaderas de mi mami no son suficientes para usted, no tengo nada que hacer aquí. —Esperaba que con ello Yuki le dejase ir, pero tal cosa no sucedió. La mano firme de Yuki lo sujetó del brazo, impidiendo que diese un solo paso fuera de casa.

—¿Y a dónde piensas ir? —soltó Yuki con ese maldito aire de arrogancia—. Según me dijiste, no tienes a quien más acudir.

—A cualquier parte en la que no me traten de mentiroso, ni mucho menos a mi mami —articuló Shuichi.

—¿Entonces quieres irte?

A Yuki no gustaba el camino que estaba tomando la conversación, por lo que decidió intentar aclarar las cosas de la mejor manera posible, sin dar su brazo a torcer del todo, pues no quería parecer débil ante Shuichi.

—Usted nos trata a mí y a mi mami de mentirosos. No creo que este sea un buen lugar para quedarme.

—Que quede claro que yo no he dicho que lo son —explicó Yuki. Shuichi, sorprendido, alzó el rostro con esperanza y se encontró la mirada enigmática de Yuki, maravillándose con el particular color de sus ojos. —Necesito un examen de ADN para tener los papeles que certifiquen que eres mi hijo y de esa forma poder reconocerte legalmente.

Shuichi sintió las palabras de Yuki como un bálsamo efectivo y poderoso para su corazón. El peso de éste se redujo, dejando espacio a la tranquilidad y la alegría, la cual se reflejó en los labios sonrientes de Shuichi. Yuki no pasó por alto aquel hermoso gesto, pero trajo extraños sentimientos que le estremecieron el corazón.

—Entonces... ¿cree en mí y en mi mami? —La voz de Shuichi se escuchó ansiosa y llena de esperanza. Yuki sólo pudo experimentar una sensación de rigidez en su cuerpo ante semejante pregunta.

—No me hagas preguntas estúpidas y deja tus cosas en el sofá —fue lo único que él pudo articular debido al descontrol de sus pensamientos. Decidió no dilatar más el momento y dio media vuelta en dirección hacia la sala, en donde esperó a Shuichi para que se acomodara.

Con un inusitado interés y discreción, Yuki observó el comportamiento de Shuichi, mientras éste depositaba su equipaje a un costado del sofá.

Shuichi no perdió el tiempo mientras ejecutaba con confianza y cuidado sus movimientos. Tuvo inclusive el tiempo suficiente para observar el entorno y cuestionarse el tipo de vida que llevaría en adelante, hasta que finalmente recayó su mirada en los ojos analíticos de Yuki, descubriendo que éste igualmente le observaba. 

—Ya es tarde —espetó Yuki, al sentir nuevamente ese molesto e inoportuno silencio que siempre resurgía en el peor de los momentos—, así que duérmete. Mañana tengo mucho que hacer.

Dio media vuelta y se retiró, organizando mentalmente los planes que tenía pendiente para mañana. No obstante, la voz de Shuichi cortó abruptamente sus pensamientos.

—Pero... ¿dónde voy a dormir?

Yuki escuchó la pregunta cargada de duda y aflicción, por lo que decidió responder sin vacilación:

—¿Qué no estás viendo? Detrás de ti está el sofá —dijo, señalando el cómodo mueble—. Arréglatelas como puedas.

Claramente el instinto paternal de Yuki era inexistente, pero Shuichi aún tenía la esperanza de ver en él una cuota de altruismo para que le convidara siquiera la cama de invitados.

—Pero... creí que...

—¿Qué esperabas: una habitación y una cama donde dormir? —soltó garbosamente Yuki—. Por si no te has dado cuenta, mocoso: vivo solo. Y no tenía pensado ni en mis pesadillas tener de la noche a la mañana a un niño metido en mi casa que interrumpiera mi vida. Así que, si me disculpas, me iré a descansar. No voy a seguir dándote explicaciones ni mucho menos mi tiempo, el cual es muy valioso. —Escupió cada una de sus palabras con tirria y dio media vuelta en dirección al corredor. Sin embargo, el repentino explotar de la bombilla de luz del living truncó su cometido—. ¡Maldita sea! —masculló molesto, buscando en medio de la penumbra a Shuichi.

—Lo lamento —susurró Shuichi, aún de pie a un costado del sofá.

Yuki lo miró con extrañez y preguntó:

—¿Y por qué lo lamentas? —La intención de Shuichi era responder, pero Yuki retomó su camino sin prestarle la mayor atención—. No tengo tiempo que perder con estupideces. Mañana cambiaré la estúpida bombilla.

Los remilgos de Yuki se perdieron en el oblongo pasillo. Shuichi quedó solo en medio de la tenue penumbra, escuchando un portazo proveniente del corredor. Con meditabundo actuar observó el sofá, y tras un suspiro cansino, fijó su atención en los restos de la bombilla de luz esparcidos en el suelo: «triste destino el de la pobre bombilla», pensó Shuichi mientras tomaba asiento en lo que sería su cama. «Explotó en miles de diminutos fragmentos tras un breve y duro trabajo de iluminar parte del sofisticado apartamento.»

Su acomedida reflexión dio paso a la atención de la maleta que reposaba olvidada a un costado del sofá. La abrió y sacó de ella su pijama, acomodando la tenida sobre sus piernas con descuido. Buscó luego en su bolso una fotografía, la cual observó tras sostenerla en sus manos, regalándole al papel una dulce sonrisa.

Algo especial tenía la fotografía; Shuichi la depositó con especial cuidado sobre el sofá para colocarse el pijama: un sencillo pantalón corto de algodón, más una camiseta sin mangas; ambas prendas de color verde pálido con simples vetados de verde turquesa, distribuidos desorganizadamente por la tela.

Shuichi se recostó sobre el cómodo sofá de cuero negro y contempló el entorno que a duras penas se podía apreciar debido a la escasez de luz. Tomó nuevamente la fotografía entre sus manos y la contempló en silencio, como si se tratase de algo exclusivo. De inmediato, sus ojos se llenaron de incontenibles lágrimas, las cuales no tardaron en deslizarse como un reguero por sus mejillas.

—Mami... te necesito... —murmuró en un débil sollozo, apegando el papel a su pecho mientras cerraba los ojos y permitía que las lágrimas terminaran de empapar sus mejillas.

Para Shuichi, su madre era su todo, su mundo, su vida, su felicidad y su resplandor. Pero su partida repentina significó un duro golpe. Un remezón tan potente que lo desestabilizó y desorientó; lo dejó a la deriva. Él sabía bien que, muy a su pesar, no existía nadie en este mundo que pudiera reemplazar los abrazos y la seguridad que su madre día a día le brindaba con esa devoción y esa ternura incondicional que desinteresadamente le demostraba, por lo que Shuichi quiso retribuirle, de algún modo, todo aquel amor a su madre: se quedó con ella hasta el final, soportando dolorosamente su agonizante partir. Luego, se encargó de su velorio y funeral, sin contar con el apoyo de nadie, pues Akari, tras haber sido descubierto su idilio con —en aquel entonces, joven— Uesugi Eiri, fue exiliada.

Shuichi tenía un claro conocimiento de todo aquel lamentable suceso. Akari se había encargado de comentarle su triste historia, porque quería que su hijo supiera el porqué no podía conocer a sus abuelos, ni mucho menos contactarse con ellos. Akari le contó que, tras revelarse aquel amorío, se desató un verdadero zafarrancho en el clan Shindou, incluso más cuando se descubrió que aquella prohibida relación había creado una vida. Pero a pesar de todo, Akari pudo estudiar, aunque sólo hasta que dio a luz: el internado de jovencitas en las inmediaciones de Nagasaki había sido el destino que el patriarca de la familia había trazado para ella, manteniendo así en secreto su embarazo y evitar las habladurías y el desprestigio del apellido Shindou.

Más tarde, cuando Akari dio a luz, fue expulsada del internado. Sin dinero ni explicaciones; sólo con su bebé recién nacido, y con la desesperación palpable de saber que su vida y la de su hijo dependían única y exclusivamente de la suerte y la compasión de Dios. Sin embargo, una de las monjas del internado se había encariñado mucho con Akari, debido a su bondad y sencillez, por lo que le dio la dirección de un sitio en el cual le brindarían refugio y comida, al menos hasta que lograra encontrar un lugar en el cual vivir, y un trabajo con el cual sostenerse y cuidar a su pequeño hijo.

Un ronco sonido hizo salir de sus pensamientos a Shuichi: su estómago rugió ávidamente, recordándole que no había comido nada desde ayer. El poco dinero que le había dejado su madre lo había tenido que utilizar en su velorio y sepultura, quedándole sólo una porción para comprar el boleto de tren.

Shuichi se aferró el estómago y se enrolló en posición fetal. El frío se estaba dejando sentir en la sala, haciéndole castañear los dientes. Ni siquiera tenía una manta con qué taparse. Menudo padre era el que tenía, pero Shuichi no lo culpaba; no podía hacerlo. Sólo dejó que el sueño lo embargara, observando entre el sopor del cansancio lo que era su nuevo hogar.

Y murmuró, antes de caer por completo en los brazos de Morfeo, las mismas palabras que cada noche le decía a su madre antes de dormir, con una sonrisa perfectamente trazada en los labios:

—Buenas noches, mami. Te quiero.

 

 

Yuki se encontraba sumido en sus más profundos pensamientos y razonamientos. Pensaba en lo descabellado que resultaba la idea de tener un hijo de casi dieciséis años. ¿Cómo era posible que en el salón de su adorado departamento estuviera un adolescente que aseguraba ser su hijo? ¿En dónde tenía la cabeza cuando a los catorce años se atrevió a tener relaciones con una niña de su misma edad?

—Tenía la cabeza en las pelotas —se respondió, molesto consigo mismo por haber cometido semejante imprudencia, el cual trajo como resultado al mocoso que dormía en la sala de su casa.

Yuki pensó, reflexionó y llegó a la conclusión que, a pesar de todo, no se arrepentía de lo que había hecho; el amor que sentía en aquel entonces por Akari era lo único que le había hecho sentirse vivo y avanzar. Y el haber consumado aquel amor de infancia con ella había sido el mejor de todos, por lo que le resultaba imposible de negar y olvidar.

Yuki tomó la carta que Akari le había dejado y la leyó nuevamente. La repasó una y otra vez, sintiendo ese resquemor punzante y fastidioso por lo que estaba sucediendo y lo que debía de enfrentar a partir de ahora.

«Debes de estar sorprendido por estas palabras, pero es cierto. Esa noche, en la que tú y yo nos fugamos para entregarnos en cuerpo y alma, quedé embarazada, y el niño responsable de que ahora estés leyendo esta carta es nuestro hijo. Se llama Shuichi, y es el angelito más maravilloso que la vida y Dios pudieron haberme obsequiado.»

Ese fragmento aterraba a Yuki, pero a la vez lo emocionaba. Sobre todo al leer:

«[...] quedé embarazada, y el niño responsable de que ahora estés leyendo esta carta es nuestro hijo. Se llama Shuichi, y es el angelito más maravilloso que la vida y Dios pudieron haberme obsequiado.»

Un hijo... Yuki Eiri era padre de un niño de casi dieciséis años. Le resultaba una broma de muy mal gusto, pero ahí estaba: sentado frente a su escritorio, leyendo la carta de Akari; la mujer que amó profundamente en su adolescencia.

—Un hijo... —murmuró. Y sin saber como, sus labios hicieron un rictus de regocijo, porque la idea de ser padre, por muy extraña que le resultaba, no parecía ser tan mala después de todo. Y es que como todo hombre, si hubiera formado una familia tradicional, lo primero que habría encabezado la lista de sus planes de «vida perfecta», sería tener un hijo varón.

Y precisamente en esos momentos, en el salón del lujoso penthouse, dormía aquel hijo varón, que ni en las más locas pesadillas Yuki habría imaginado, porque su vida como soltero empedernido y liberal le hacía imposible dejar espacio siquiera a la remota posibilidad de ser padre. Eso era algo que escapaba de toda la razón lógica que envolvía el mundo de Yuki Eiri, por ser el famoso y aclamado escritor de novelas románticas.

Las siguientes horas, Yuki siguió leyendo los párrafos de la carta de Akari, deteniéndose particularmente en las últimas palabras que ella escribió: «[...] Shuichi es un ser especial, diferente de cualquier niño de su edad. Él requiere de un trato distinto. Lo que más te pido es que no hieras sus sentimientos y que lo ames profundamente. Con el tiempo te darás cuenta a lo que me refiero.»

«¿Qué significarán esas palabras? ¿Shuichi es un ser especial? ¿Qué tiene de especial ese niño, a parte de su mirada de ángel?», pensó Yuki tras recordar los ojos de Shuichi y como estos lo observaron llenos de emoción en el instante en que se conocieron.

Sin poder negarlo, Yuki admitió que Shuichi era demasiado lindo, llegando inclusive a confundirlo de buenas a primeras con una niña, debido a sus rasgos tan finos. Tampoco podía evitar advertir la similitud sorprendente de Shuichi con Akari. Con la salvedad de que el color del cabello de Shuichi era —definitivamente— más llamativo, pues el de Akari era más oscuro, como el color de la ciruela.

—Akari... —susurró Yuki, dejando escapar el humo de su cigarrillo que hacía unos instantes atrás había encendido— si no nos hubiesen separado, quizá nuestras vidas habrían sido distintas. Tal vez... hubiésemos sido felices. —Yuki observó el reloj sobre su escritorio. —La media noche... —murmuró, recargándose sobre el respaldo de su sillón de cuero. Pero recordó de pronto a Shuichi. —Mi hijo... es... mi hijo. —Repasó mentalmente esas palabras y el corazón se le apretó. —Maldita sea: tengo un hijo.

Tan pronto Yuki terminó de llegar a esa indiscutible resolución, se puso de pie y salió de su despacho, encaminándose a la sala que yacía en penumbras y en un silencio remiso. El cortinaje de los ventanales se movía con el viento fresco de la costa, inundando la habitación con una brisa fresca y salada. Yuki se percató del temblor y el castañeo de dientes sutil que Shuichi realizaba sobre el sofá, por lo que hermetizó rápidamente la habitación, sin poder evitar sentir un poco de culpa al ver el estado vulnerable de «su hijo», llegándose a cuestionar su gestión de padre para con él, y si lograría cumplir correctamente su rol.

Muy despacio, Yuki se acercó a Shuichi y observó sus rasgos finos y delicados, pese a la oscuridad que abrazaba el salón. Se detuvo a escasos centímetros de él para contemplarlo mejor. No pudo evitar sonreír al ver a Shuichi enrollado como un niño chiquito, y pensó que la similitud de éste con Akari era impresionante.

—Es... mi hijo... —susurró, estudiando cada detalle de Shuichi, delineando tendidamente sus juveniles rasgos.

Yuki comenzó a pensar en Shuichi como el resultado del amor intenso que vivió con Akari, descubriendo que no estaba arrepentido de ello, por el contrario. Shuichi estaba reviviendo los recuerdos perdidos y olvidados que, con el transcurso de los años, habían dado paso a la frialdad y el lujo, convirtiendo a Yuki en un ser frío y arrogante.

Con cierto resquemor e inseguridad, Yuki llevó su mano derecha hasta el rostro de Shuichi, buscando reconocer en él algún rasgo suyo. Y aunque en un principio había desechado la idea de tocarlo, sentía una fuerte necesidad de establecer contacto con él para comprobar realmente que no se trataba de un sueño; uno que posiblemente comenzaba a resultarle confortable e inclusive, agradable.

Con mesura, el contacto finalmente se dio. Yuki tocó la expuesta piel de Shuichi sintiéndola tibia, a pesar de haber estado expuesta bajo el frío costero gracias al ventanal abierto.

Una sensación agradable y espontánea brotó del pecho de Yuki al recorrer la mejilla de Shuichi; simplemente no podía detener su viaje: estaba embelesado. Delineó la nariz de Shuichi con lentitud; esta era pequeña y respingada, demasiado para los rasgos de un muchacho adolescente. El corazón de Yuki no paraba de trepidar delirante. Quizá se debía al íntimo contacto que su mano tenía con la piel de Shuichi, o tal vez se debía a las gratas reminiscencias de la infancia que evocaba su memoria. De todas formas, el poder tocar a Shuichi, se había vuelto de pronto para Yuki una sensación demasiado grata y reconfortante para su cuerpo. Como si tocarlo le provocara un calor quemante y abrasador, elevando dulcemente su alma a una paz completa que le hacían olvidar hasta el mas mínimo detalle a su alrededor.

Yuki se perdió en el espacio tiempo al tocar a Shuichi y verlo entregado a un tranquilo sueño, despertándole incluso cierta envidia.

Con cuidado, cepilló algunos mechones que descansaban sobre la frente de Shuichi.

«Se ve tan pacífico y vulnerable», pensó, dirigiendo su atención a los labios de Shuichi, mientras las yemas de sus dedos recorrían en un vertical descenso la curva de su respingada nariz.

Sumido en sus pensamientos, Yuki se dio cuenta, tardíamente, del lugar en el que su dedo índice descansaba, alterando frenético su corazón. Sin embargo, no se apartó de aquel cálido lugar; los labios de Shuichi le entretuvieron por unos momentos, mientras repasaba nuevamente las palabras de Akari.

«[...] Shuichi es un ser especial, diferente de cualquier niño de su edad. Él requiere de un trato distinto.»

—Especial, ¿eh? —se cuestionó Yuki, absorto en el rostro pacífico de Shuichi.

«[...] Lo que más te pido es que no hieras sus sentimientos y que lo ames profundamente. Con el tiempo te darás cuenta a lo que me refiero.»

Yuki se cuestionó aquellas palabras, pero no les encontró ningún significado en particular. No lograba entender cómo un simple mocoso despertaba sensaciones de estabilidad tan repentinas en su interior. Parecía que la llegada de Shuichi había provocado un cambio completo en el ambiente, logrando traspasar las barreras de arrogancia y frialdad en Yuki, dejándolo vulnerable y expuesto a una desmesurada paz.

Yuki siguió deslizando sutilmente dos de sus dedos por los labios entreabiertos de Shuichi. Y antes de poder apartarlos de aquel cálido lugar, Shuichi atrapó entre sus labios el dedo índice de Yuki y lo chupó como si estuviese degustando un dulce. Yuki brincó sorprendiendo e intentó desesperadamente liberarse, pero fue imposible; Shuichi le había sujetado aprensivamente la mano.

«¡Pero qué le pasa a este mocoso!», exclamó Yuki, luchando inútilmente por liberar su pobre dedo. Pero comprendió pronto que sus intentos estaban siendo infructuosos, por lo que decidió resignarse y dejar que su delgada extremidad fuese el dulce de Shuichi.

No podía negar que estaba sintiéndose muy bien aquella peculiar atención; hasta podía disfrutarlo. La succión que Shuichi ejercía con sus labios y su lengua era exquisita. Transmitían a Yuki extrañas sensaciones, las que le hacían permanecer inmóvil, a la espera que Shuichi bajara la guardia para liberar su dedo. Cuando pudo finalmente liberarlo, contempló su empapada extremidad por un instante y la limpió con la punta de la camisa, mientras sus frugales ojos se dedicaron a observar la complexión de Shuichi y lo que parecía ser una fotografía oculta entre sus delgados brazos.

Yuki sintió curiosidad, y no pudo evitar tomar con sumo cuidado —para no despertar a Shuichi— el trozo de papel. Lo observó con detalle y se sorprendió al distinguir a la persona que aparecía en la imagen.

—Akari... —murmuró al reconocerla, abrazando con ternura a un Shuichi de diez años de edad.

La escena conmovió a Yuki: su antiguo amor lucía tan radiante junto a Shuichi bajo un árbol de cerezos en primavera. Por un instante, Yuki sintió la necesidad de haber formado parte del proceso de lucha, sacrificio y vida de Akari y Shuichi, porque sabía bien lo que había significado para ella tener que sobrevivir con un niño a cuestas.

Yuki estaba consciente que retroceder el tiempo era imposible, pero también sabía que se le estaba dando la oportunidad de enmendar su ignorancia y respetar los deseos de Akari.

«Akari... cumpliré tu petición», concluyó reflexivamente, descubriendo y comprendiendo que, conjuntamente, se le sumaban grandes cambios a los que debería de enfrentarse, aun cuando estos representaran una adaptación a largo plazo.

Con cuidado, Yuki alzó a Shuichi en brazos y sintió de inmediato el calor de su cuerpo contra su pecho, despertándole un sentimiento extraño y confuso. Quizá se debía al amor de padre que comenzaba a emerger de él por instinto. Y, tras observar a Shuichi por unos cuantos segundos, Yuki caminó por el pasillo hasta llegar a su lujoso, espacioso y cómodo dormitorio. Dejó a Shuichi sobre la cama y lo cobijó con las mantas, observando en silencio como Shuichi se acomodaba en posición fetal y desplegaba una sonrisa, debido al calor que rápidamente abrigó su cuerpo.

Inevitablemente, Yuki permaneció al lado de Shuichi por unos momentos, observándolo en el más absoluto de los silencios, mientras la tentación por acariciarlo lo seducía y atraía como un poderoso imán a su piel. Yuki conocía los riesgos, pero él era un temerario, así que, valiéndose de sus profusos impulsos, llevó su mano al rostro de Shuichi, retirando dóciles hebras de cabello de su rostro. Shuichi no despertó, pero llevó su dedo pulgar a su boca y empezó aquel acto infantil y enternecedor que desplegó una sonrisa frugal en Yuki.

—Es un tonto —murmuró, y se alejó de la cama rumbo a la salida de la habitación. Sin embargo, cuando dio un paso, un débil murmullo proveniente de Shuichi capturó deliberadamente su atención.

—Mami... —fue el balbuceo sutil que Shuichi emitió, acompañado por una solitaria lágrima que rodó por su mejilla expuesta.

Yuki escuchó aquel débil susurro, provocándole inquietud y pesar a su corazón ante el dolor que debía de estar sintiendo Shuichi la pérdida de su madre. Se retiró de la habitación con un escozor punzante en el pecho y arrastró los pies hasta el living. Una vez en él, echó un vistazo casual a las pertenencias de Shuichi, las cuales yacían a un costado del sofá. Su atención recayó finalmente en el bolso de Shuichi, y no pudo aguantar la tentación de registrarlo.

—¿Qué estoy haciendo?

Yuki cuestionaba su imprudente acción cuando sus manos ya sostenían un cuaderno de portada sencilla y de material ligero. Al ver que el acto imprudente ya estaba consumado, sólo le restó abrir la libreta para leer su contenido, no sin antes ver hacia el pasillo como medida de precaución.

Al interior del cuaderno estaba la vida de Shuichi, como si se tratase de un diario de vida.

   Octubre 15

   Hoy tuve que levantarme muy temprano. En la noche me llamaron del hospital, diciendo que mi mami había sufrido una descompensación y que tuvieron que suministrarle morfina para el dolor. Me angustié tanto, que a penas y logré dormir. Quise ir con ella de inmediato, pero el doctor me lo impidió; dijo que podría visitarla al día siguiente a primera hora, y eso fue lo que hice; le llevé un ramo de flores —sus favoritas— y le sonreí como siempre, para que no se preocupara ni se sintiera mal por mí. No quiero que ella sienta mi dolor, sólo quiero que esté tranquila hasta que llegue su hora de partir.

   No puedo evitar sentirme triste por haber dejado la escuela, pero lo hice por mi mami, porque le prometí permanecer a su lado hasta el final.

   Daría lo que fuera por tomar su lugar. No soporto verla sufrir; si tiene que partir, no debería hacerlo de esta manera. Si Dios quiere llevársela, no debería obligarla a pasar por esta agonía.

   Me pregunto... ¿qué será de mí cuando ella me falte?

Tras leer la última oración del diario, Yuki sintió un grueso y amargo nudo en la garganta. Era una sensación extraña la que repercutía en su pecho luego de leer lo que su hijo había plasmado en el cuaderno. Pero determinado a continuar con la lectura, Yuki decidió ir a su oficina y encerrarse en ella, pasando por alto el trabajo pendiente que tenía que entregar mañana.

Yuki retrocedió un par de hojas del sencillo diario y prosiguió con la lectura.

   Julio 20

   Hoy fue un gran día: recorrí todo el parque con mi mami y comimos helado de fresa y crema. Estuvimos fuera de casa para celebrar su cumpleaños. Mi mami cumplió veintinueve años y luce más hermosa que nunca. Aunque ha estado sintiéndose mal desde hace un par de días, pero me dijo que eran sólo simples malestares y que no debía de darle mayor importancia.

   Admiro mucho a mi mami porque supo salir adelante y criarme a pesar de haber sido abandonada por su familia. Me pregunto muchas veces cómo son mis abuelos. Mi mami no tiene fotos de ellos, y cada vez que le pregunto por la familia, veo el dolor en sus ojos. Ese dolor que trata de ocultarme pero que yo sé muy bien identificar.

   Le hice un lindo obsequio de cumpleaños porque se merece lo mejor. Logré juntar algo de dinero gracias a las mesadas que me ha dado, y pude comprarle un hermoso alhajero, y que al abrirlo suena una hermosa melodía de piano.

   Me dijo una vez que, cuando era niña, tenía un alhajero, similar al que yo le di, en donde guardaba las cartas que mi papá le dejaba a escondidas, junto con el anillo que él le había dado como símbolo de su compromiso secreto. Pero cuando la echaron de casa, perdió todos sus tesoros; sólo pudo rescatar la sortija que mi papá le dio. La porta cuidadosamente en su cuello con una cadena de oro. Y dijo que me la obsequiaría cuando muera.

   Cuando le di el alhajero, vi como sus ojos se llenaron de lágrimas que no quiso derramar. Me abrazó con fuerza, diciendo entre sollozos que lo mejor que pudo haberle pasado en la vida fue el haberme tenido. Y que daba gracias a Dios todos los días por haberle dado las fuerzas suficientes para cuidarme y educarme.

   Yo siempre me río cada vez que ella me dice que soy su angelito, y es por eso que todos los días le digo cuánto la amo y que es todo para mi.

Yuki no podía evitar sentirse abatido al leer las palabras de Shuichi, porque comprendía que era demasiado el amor que se tenían madre e hijo; era algo inclusive palpable. Y podía apostar que la partida de Akari significaba para Shuichi algo difícil de asimilar y superar, todavía.

Con ese pensamiento, decidió continuar la lectura.

   Julio 25

   Nuevamente no pude controlarme: dañé la cafetera eléctrica de mi mami. Me puse a llorar porque ella la había comprado con mucho esfuerzo, pero por mi culpa ahora no sirve. Me dijo que me calmara y que yo no tenía la culpa de ser como soy... que es un don, un regalo, y que no debía sentirme mal por ello...

—¿«Un don»? —repitió Yuki con intriga. Podía apreciar cómo Akari parecía tomarse con demasiada naturalidad «el don» de Shuichi, y eso lo confundía.

Decidió seguir leyendo para saber si más abajo se esclarecía su duda.

   Sé que no es mi culpa, pero me da rabia a veces no poder controlar mi energía. Es algo que me supera y que tantas veces me ha ocasionado problemas. Tanto en la escuela como en cualquier otro lugar en el cual no me sienta a gusto...

¿Qué significaba todo eso? Se cuestionó Yuki, cada vez más confundido. ¿Qué clase de don tenía Shuichi que le ocasionaba problemas?

   Ya estoy cansado de ocasionarle esos problemas a mi mami. Ya no quiero que la llamen de la escuela por mi culpa...

«¡Perfecto!», masculló mentalmente Yuki. «Resulta que tengo un niño problemático y busca pleitos.»

   Sin embargo... soy plenamente consciente que sólo muy pocos como yo nacen en este mundo. Y aunque me cueste adaptarme a mi entorno, debo aprender ha aceptarme y valorar mi poder.

Con cada palabra, Yuki caía más y más en la confusión. Estaba peor que un principio; debía preguntarle a Shuichi personalmente a qué se refería con «el don», y los problemas que ocasionaba en la escuela. Sin embargo, si le preguntaba, era un hecho que Shuichi se daría cuenta que estuvo husmeando en su diario de vida.

—Maldición —resopló Yuki, mientras encendía un cigarrillo para calmar sus ansias y continuar leyendo.

   Septiembre 5

   La vida muchas veces es injusta, pero siempre tiene un propósito específico en cada uno de nosotros. No obstante, no entiendo por qué le ha llegado tan pronto la hora de partir a mi mami. Anoche me contó que está muy enferma; está desahuciada. Dijo que sólo quedaba esperar para el momento en que tuviera que partir a una nueva vida, en la cual yo no podré estar.

   El único consuelo que tengo, es saber que tarde o temprano la alcanzaré. Y, aunque tal vez me tarde, sé que nos encontrarnos nuevamente.

Yuki quedó pasmado. No pensó que alguien como Shuichi —tan sólo un mocoso— tuviese una mentalidad tan madura para asimilar la muerte de un ser amado.

 

 

El resto de la noche, Yuki continuó leyendo el diario de vida de Shuichi, sumergiéndose así en la vida de su hijo de —casi— dieciséis años. Y llegó incluso a pensar que Shuichi había heredado sus dotes artísticos como escritor; no porque se tratase de una fluida y envolvente narración, sino porque en aquel cuaderno se hablaba de una vida con un significado tan único, profundo y especial, que Yuki, durante la lectura, pudo sentirse parte de ella.

 

...Continuará...

 


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