Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Desarraigo por Hisue

[Reviews - 12]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

KHR! No me pertenece, es de Amano-san.

Notas del capitulo:

Soy mala con los títulos. Por eso, le pongo los títulos de las canciones, tan imaginativa yo. Este fic nació por una parte de “Sin aliento”, que fue escribirlo y tener la idea (Kyoya. Dino. Y una mujer), por la música y porque se me dio la gana.

Es un capricho en realidad.

Bueno, este… tenía algo que decir, pero me he olvidado. Siempre he querido decir esto: ¡Sí quieren continuación, dejen un review! XD. Mentira, dejen review si les gustó, si quieren amenazarme de muerte, si quieren criticar, son bien recibidos ^_^ y me levantan el ánimo.

Voy perdidito y me he encontrado una princesa, me he encontrado entre sus labios cuando besa…

Desarraigo - Extremoduro

Lo que Dino estaba viendo era un espectáculo, en todo el sentido de la palabra, una oportunidad única en la vida que le estaba volviendo difícil aguantarse la sonrisa boba que amenazaba con pintársele en la cara. Lo que Dino estaba viendo, señoras y señores, era a Hibari Kyoya bailando. Y eso se merecía el Oscar. O lo que sea. Un premio. Se recordó a sí mismo agradecerle a Tsuna por haber convencido (a medias, Hibari aceptó porque no le dejaría un trabajo a Ryohei y Lambo, sabiendo lo inútiles que eran y los demás estaban ocupados) a Kyoya de asistir a la fiesta en cuestión en representación de los Vongola.

Dino se mordió el interior de la mejilla y se apoyó en una columna, siguiendo con los ojos los movimientos pausados de la chica en cuestión y de Kyoya. A ella, Dino la conocía todo lo que podía conocerla. La sonrisa vaciló en su rostro cuando vio la mano de Kyoya deslizarse lentamente por la cintura de ella, sonriéndole como le sonreía a Hibird o a Roll. Y eso hizo que Dino, después de recuperarse de la impresión, deseara tener una cámara de video. Se preguntó si la mansión tendría cámaras de vigilancia, porque el momento debía ser guardado para la posteridad. Porque ante sus ojos, Hibari Kyoya estaba seduciendo a una mujer. Sin necesidad de palabras vanas, sólo con la forma en cómo la envolvía con la mirada, como la tocaba sin necesidad de ser indiscreto. Dino esbozó una sonrisa maliciosa y se acomodó en su lugar, decidido a disfrutar de la función y planeando formas de sacar el tema a colación y burlarse de Kyoya.

---

A ella, Dino la conoció en un barrio pobre, en un callejón de paredes pintarrajeadas, tanto como las mujeres que se apoyaban en ellas. Ella, a pesar de eso, no era una de ellas. Se le acercó y lo primero que Dino notó fueron los movimientos pausados, elegantes de sus piernas al moverse y el vaivén de las ondas de su cabello, bailando al son del viento. Ella le dijo Cavallone con una voz segura que se volvió vacilante cuando le pidió ayuda en ingles. No porque ella vacilara, sino porque no dominaba el idioma. Dino le contestó en español y ella levantó los ojos, hizo que sus largas pestañas parpadearan con sorpresa y su blanca dentadura brilló por un segundo. Sólo cuando la tuvo a un metro, Dino notó el vestido raído y sucio que llevaba encima y las vendas en su hombro derecho. La trata de blancas era un negocio productivo que la familia Cavallone aún no podía eliminar. Aunque ella no era blanca. Era una diosa de piel color canela y ojos negros, de cabello azabache ondulado y parecía que no pisaba el suelo en el que caminaba. Dino prometió ayudarla y esa noche, ella durmió en la mansión Cavallone y le dijo su nombre y le dijo, además, que no lo usaba. Que volvería a usarlo cuando regresara a CASA (y cuando ella lo dijo, le pareció dicho así, en mayúsculas) y que por eso, ahora se llamaba Beverly. Tal vez mañana me llame Sue.

---

El día de la fiesta, se llamaba Antonella, un nombre que leyó en el periódico y había cubierto su metro setenta de estatura con un vestido negro. Era más alta que Kyoya, más aún con los tacos, pero Kyoya tenía la suficiente presencia y elegancia para que nadie lo notara. O le diera importancia. Dino lo había notado desde que lo vio poner un pie en el salón. Era un extranjero, un joven de diecinueve años en una fiesta de mafiosos viejos que se divertían humillando a quien pudieran y más si sabían que la víctima era uno de los guardianes Vongola. La popularidad de Tsuna no era la mejor precisamente entre los mafiosos, dado su carácter apacible y no-mafioso, y cualquiera relacionado con él no sería bienvenido. O por lo menos, no le harían sentir a gusto.

Dino lo sabía y esperaba que Kyoya hablara un poco más que de costumbre, por lo menos y que no arremetiera a golpes ante la primera burla, pero sólo verlo caminar le hizo ver que se preocupaba en vano. Era amable, saludaba con propiedad y su elegancia innata se hacía más visible rodeado de todas esas personas que se disponían a acabarlo en una batalla que Kyoya nunca había librado. De palabras. Kyoya no sólo la ganó. Los encantó con su aire de rebeldía, de ser indomable e incapaz de alcanzar.

En una lengua que no dominaba del todo, con gente a la que no conocía, Hibari Kyoya se desenvolvía como lo que era aunque nadie lo notara, ni pensara en ello en toda su extensión. La persona que pudo controlar una ciudad a los dieciséis años y hacer que se moviera a sus deseos. Y Dino lo vio de primera mano, sus argumentos simples, concisos y, precisamente por eso, casi imposibles de refutar, el aire de autoridad que llevaban impresas sus palabras, la forma en cómo marcaba como suyo el territorio en el que se movía. La primera prueba para entrar a la sociedad, los hombres y los negocios, aprobado.

Faltaba la segunda y, según Dino, la más importante. Cautivar a las damas. Tampoco falló. A la mitad de la fiesta, cada joven y no tan joven, seguía sus movimientos con los ojos, trataban de conversar con él y Kyoya las trataba a todas por igual. Con amable deferencia, haciéndoles notar que las atendía, sí, pero no estaba a su disposición.

Aunque, sinceramente, Dino pensó que acabaría bailando con una de las mujeres gráciles, de las jovencitas que lo miraban admiradas y no con la mujer que había conocido en su casa y a la que siempre parecía ignorar.

---

Se encontraron a la mitad de un pasillo y ambos se detuvieron. Kyoya con las manos en los bolsillos del pantalón y ella con las manos juntas en la espalda. Dino los vio mirarse, como si ambos decidieran que debían pensar del otro, acecharse, como si compararan sus voluntades. No fue demasiado tiempo. Kyoya pasó delante, sin darle mayor importancia y ella se quedó en  el pasillo y cuando Dino se le acercó, descartó a Kyoya con tres palabras.

-Es un  niño.

Antes de desaparecer y dejar el pasillo impregnado de su aroma, que a Dino le recordaba siempre a flores silvestres y a humo.

---

Sin embargo, ella ahora no parecía pensar que él era un niño. Le devolvía las sonrisas y se le pegaba al cuerpo, moviéndose suave, ondulando y cuando Dino vio que subía una mano y le tocaba el cabello, que Kyoya llevaba peinado hacia atrás, y él la acercó a su cuerpo, posando la mano en su cintura, supo que esta noche, terminarían ambos en una sola cama. Dejó de mirar, sintiéndose como un espía y decidió regresar a la mansión. Para esta hora, la fiesta era sólo una excusa para flirtear y él no se sentía especialmente con ganas para eso.

---

Su intención no era espiar. Pero era la primera vez que veía a Kyoya con una mujer, que lo veía de esa forma con una mujer y la curiosidad le hizo incapaz de retirarse a su cuarto. Lo mantuvo en su despacho, tamborileando los dedos sobre la mesa de madera. Nunca había pensado en Kyoya teniendo sexo con alguien (no tenía porque hacerlo). Ni siquiera se lo imaginaba hablando con una mujer. Ambas palabras (sexo y Kyoya) no le habían parecido, hasta ahora, hechas para estar en la misma frase.

Cuando transcurrió media hora, se levantó y fue hasta el cuarto de, hoy, Antonella. Vio la luz encendida, vio la puerta entreabierta y en vez de irse, como se lo dictaba el sentido común, se acercó a la puerta, escuchó un gemido y miró dentro de la habitación.

---

Ella era impasible. Hasta esa noche, Dino pensó que ella impasible. Pensó que no había nadie capaz de despojarla de su porte orgulloso, de su aire de gata callejera, que mordería a quien fuera que osara ponerle la mano encima. Se lo dijo a Dino la mañana siguiente de conocerse. Quisieron venderla, ella no quiso. Quisieron tocarla, ella se negó. La golpearon, ella regresó el golpe, atacó con una navaja que escondía, pero eran más y la dejaron en el callejón, con un par de costillas rotas y le advirtieron que la próxima vez o se dejaba o se moría.

La próxima vez, ella llevó un puñal escondido en la bota.

Sólo me tocan las personas que quiero que me toquen, había dicho y se había deslizado de su lado y Dino había sonreído, pensando en que estaría bien tocarla, pero que no lo haría, porque para personas imposibles de tratar, ya tenía una que le agotaba la paciencia.

---

Ella se dejaba tocar. Kyoya tenía las manos dentro de su vestido, en sus piernas y ella ronroneaba, se le apretaba y le iba quitando el terno, la corbata y él le besaba el cuello y dejaba sus piernas para tocar la espalda desnuda. Piel pálida como la leche contra piel tostada por el sol y Dino se tuvo que quedar quieto, incapaz de pensar, de moverse, con los ojos fijos en el cabello de Kyoya rozando la piel del hombro de ella, siguiendo el camino que las manos de Kyoya marcaban en su cuerpo.

Ella tembló. Dino la vio temblar, estremecerse, cuando Kyoya le besó en la boca y le acarició los muslos, le enredó los dedos en el cabello y le mordió el cuello y alzó la cabeza.

Ojos azul metálico que se clavaron en los de Dino, que esperaba algo. Un grito, una amenaza, a Kyoya tonfas en mano amenazando masacrarlo por espiar. Lo que sea. Menos lo que sucedió. Menos la sonrisa en sus labios, menos la lengua lamiendo el cuello de ella mientras lo miraba a él. Fijo. Sin parpadear. Sólo a él.

Fue el momento en el que reaccionó y se movió y se apoyó en la pared, diciéndose a sí mismo que debía irse, tal vez irse de la mansión hasta que la noche terminara.

----

Kyoya se fue dos días después. Ella se fue un mes después. Entró a su despacho, se sentó en su escritorio y miró a Dino y dijo gracias, en italiano mal hablado y él asintió con la cabeza y se mordió los labios para contener las ganas de preguntarle. Que había pasado esa noche con Kyoya, cómo y por qué.

Ella se encargó de responder, sin necesidad de que él preguntara. Se dio la vuelta cuando ya estaba en la puerta, sonrió y desplazó a Kyoya de su vida con las mismas palabras del principio.

-¿Tu alumno?- sonreía y esta vez, la voz ya no llevaba la marca de indiferencia y burla de la primera vez que habló de Kyoya- Es un niño.

Y a Dino le pareció que ella parecía encantada con eso y que si Kyoya hubiera estado allí, lo habría arrastrado a su cuarto, de nuevo.

---

Los dos se fueron y él se quedó. Atrapado. No tanto en la mansión Cavallane como en las ganas de saber. De saber que se sentía, cómo era, a que sabía, cómo demonios se sentiría su lengua en la boca de Kyoya. Como es que sería besar a Hibari Kyoya. 

Notas finales:

¡No me maten!- huye- En serio, no me maten. Bueno, dejen reviews ^^ (creo que eso ya lo dije) Mi día ha sido un asco, pero la música tiene el poder de levantar el ánimo. Nos vemos la próxima!!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).