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Contrastes por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del capitulo:

¡¡¡Hola, mis queridos amantes del FugaMina y del yaoi!!!

No los quiero entretener, sulo les contaré algo:

Que conste, en mi horario nacional aún es 16 de marzo...

¡Y hoy es mi cumpleaños! ( >.< )

Así que...

Bueno, no estoy tan contenta como esperaría pero... He pasado una semana malísima, creo aplacé la mitad de los exámenes que hice, descubrí que mi mamá es una de las personas más homofóbicas que existen y me siento cansada. Perdonen mi falta de entusiasmo.

En fin...

 

Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Masashi Kishimoto. Menos uno...

El cual disfruta restregándome eso en la cara.

 

¡Disfruten!

Capítulo 3

 

 

Nerviosa.

Así era como aquella secretaria se sentía a primera hora de la mañana. Llegó muy temprano al trabajo; quizá debido a su hiperactividad combinada con su nerviosismo creciente.

El señor Uchiha había solicitado muy amablemente su ayuda, ella notó sinceridad en los sentimientos que reflejaban sus ojos; su corazón le dictó decir que sí. Sin embargo, el hecho de pensar que su participación era tan importante como para unir o separar un matrimonio la abrumaba. Aunque no se dejaría amedrentar, haría todo lo posible por ayudar a su jefe a reconquistar al amor de su vida.

Desde que llegó a casa se esforzó por empezar a planear. Estuvo mucho tiempo planteándose ideas, leyendo “información”, caminando de aquí para allá en su cuarto hasta que se percató de que primero necesitaba esperar a averiguar cómo era el esposo de su jefe. Luego de conocer un poco de su personalidad podría empezar a planear más a fondo. Ahorita poseía muchas ideas en su cabecita, planes de respaldo que se combinarían con cualquier necesidad, por si las moscas.

Rezaba porque al señor Uchiha no se le hubiese olvidado lo que le pidió, ya que era de vital importancia.

Esperaba sentada en su escritorio sin tocar nada, meditando con los ojos cerrados. Trataba de relajarse para continuar esperando. Se notaba agitada como nunca, impresionada de saber que ni siquiera su primera entrevista de trabajo le había puesto tan angustiada.

Tenía que ser directa y concisa si quería ser de verdadera ayuda. No podía ser flexible, ya que su obligación era enseñarle muchas cosas a Fugaku acerca del delicado terreno del romance. Muchas cosas que aún no sabía, que tendría que saber y que debía de poner en práctica. Tendría que obligarlo a ello aunque no le gustase. No obstante, no quería que en ningún momento su jefe se decepcionase de su apoyo o que se enojase con ella si algo salía mal. Quería que al final de todo hubiera un final feliz.

Escuchó las firmes pisadas de un hombre acercándose. Reconoció dichos pasos como los de Fugaku Uchiha. Y entonces, la acción empezaba.

—Buenos días, señor Uchiha —saludó alegre y notoriamente impaciente la muchacha.

—Buenos días, ¿lista para empezar? —preguntó Fugaku vestido con un impecable traje mientras abría la puerta de su oficina y la invitaba a pasar.

—Claro —se introdujo en la habitación.

El moreno entró detrás de ella y se dirigió a su propio escritorio.

—Puede sentarse —dijo al ver que la chica se había quedado de pie—. ¿Qué trae para mí? —inquirió una vez sentado y expectante.

—Primero debe darme lo que le pedí, señor.

Por toda respuesta, el mayor revisó su portafolio y extrajo un folder. Se lo extendió a la muchacha. La secretaria lo tomó entre sus manos, lo abrió y leyó en su mente el título:

 

“Minato Namikaze de Uchiha”.

 

<<¡Suena hermoso!>> pensó la señorita invadida por una gran emoción. A continuación decía:

 

Descripción general:

  • Sexo: Masculino
  • Cumpleaños: 25 de enero
  • Tipo de sangre: B+
  • Altura: 169.2 cm
  • Peso: 66.1 kg
  • Apariencia: Minato es bastante alto, de piel entre blanca y trigueña, tiene unos brillantes ojos azules y pelo rubio en punta. Tiene dos flequillos enmarcando ambos lados de la cara. Con normalidad gusta de vestir un traje que contenga el color azul. En su juventud, vestía un chándal blanco con tres rayas azules en cada manga, camiseta de rejilla, pantalones oscuros sandalias oscuras hasta la pantorrilla.
  • Personalidad: Minato es un hombre muy sincero, simpático y agradable, que siempre ha tenido como principal prioridad a su familia y la gente a su alrededor, factor que lo hace ser muy querido por todos. También es una persona muy astuta y valiente y no hace las cosas sin razón alguna que las sustentase. Le gusta muchísimo la lectura. Posee unas perfectas habilidades analíticas. No le gusta mucho hablar sobre su pasado y es un hombre con gran determinación.

 

Curiosidades:

 

  • Minato es considerado muy atractivo, evidenciado por las muchas mujeres que se enamoran locamente de él. Tiene una cuantiosa cantidad de admiradoras mujeres (y hombres).
  • Le gusta el color azul y sus diferentes tonalidades.
  • Minato significa "puerto" (港) y "Namikaze" significa "el viento y las olas" (波 风).
  • La afición de Minato es la lectura: las novelas de un escritor llamado Jiraiya son sus favoritas.
  • Su comida preferida es la comida casera y el ramen.
  • La frase favorita de Minato es "La sombra del fuego ilumina a la gente".
  • “Minato” también es el nombre de un barrio en Tokyo.
  • Tiene cierto parecido con “Lectro”, el líder del gimnasio de ciudad Marina de Pokemón. (1)

 

La secretaria casi se tira una carcajada limpia al leer lo último. Pero resumiendo, era una ficha realmente buena.

—Excelente, señor. Ahora voy yo —dijo para acto seguido extraer un cuadernillo especial de apuntes—. Comenzaré haciendo una serie de preguntas y con base a eso le diré lo que pienso y lo que se puede hacer al respecto… ¿Qué le parece?

—Muy bien. Comience.

—¿Qué es lo que más llama su atención del señor Minato?

—¿Físico o de su carácter?

—Lo que usted elija.

Fugaku desvió la mirada hacia los grandes ventanales mientras pensaba. De repente dijo:

—De su físico, me gustan sus ojos. Y de su carácter, la capacidad de sonreír.

—¿Alguna vez ha intentado decirle esto a su esposo?

—No.

—Pues he ahí su primer error, señor —dijo la chica con prontitud, mientras negaba reprobatoriamente con la cabeza—. Si bien es cierto que el señor Minato es un hombre de carácter sencillo, no significa que sea “simple”. No puede permitirse confundir los conceptos.

—Explíquese.

—Su esposo nunca le ha exigido nada hasta ahora, ¿no es cierto?

—Cierto.

—Probablemente se deba a que lo conoce. Él sabe de su personalidad y cualidades, y sabe que no puede exigirle más de lo que dan. Sin embargo, y me aventuraré a decirlo, es posible que a su esposo le gusten los mimos y cariños —Fugaku iba replicar, cuando la muchacha no le dio tregua y continuó—. No estoy hablando de ser acaramelados hasta rayar en lo ridículo, nada de eso. Hablo de que le guste pasar tiempo a solas con usted, que se acurruque en su pecho cuando es de noche y hace frío o que le guste que se fije en ciertos detalles que él hace únicamente por y para usted —a este punto la chica tenía estrellas en los ojos.

—¿Un ejemplo?

—Déjeme ver… Digamos que a usted le gusta como se le ve puesto el color azul y se lo dice, le puedo apostar a que él tratará de vestir ese color más seguido.

—¿De verdad lo cree?

—Estoy segura. Le recomendaría que todo lo que le gustase de su esposo, encontrara la manera de decírselo. Así él sería consciente de que usted está pendiente de su apariencia y su comportamiento. No le diré que lo haga de una manera escandalosa, no use ningún tipo de teatro y no tiene que hacer un circo para demostrarle una cosa. En lo absoluto, señor. Guiándome por la descripción que usted ha hecho, puede que esa pomposidad le moleste.

—¿Y qué me sugiere?

—Detalles sutiles, señor. La verdad no necesita gritarse para que sea escuchada, se oye más fuerte en un susurro. Use cosas que no llamen mucho la atención pero que usted esté seguro de que él se dará cuenta de ellas.

—Entiendo —dijo el moreno haciendo sus propias anotaciones mentales.

—Además, aparte de las cosas que sí nota del señor Minato, creo que debe fijarse en otras, en esas que nadie más se ha dado cuenta.

—¿A qué se refiere?

—Pues… —dijo la secretaria llevándose la mano atrás de la nuca—. Para que me entienda mejor le pondré un ejemplo personal, ¿no le molesta?

—Para nada. Continúe.

—La primera vez que un hombre me hizo daño, yo fui con mi papá a pedirle consejo. Él fue muy paciente y me ayudó. De repente tuve la necesidad de preguntarle una tontería que me rondaba en la cabeza. Le pregunté cómo estaba seguro de que mi mamá lo quería —la muchacha sonrió ante el recuerdo—. Y él me dijo: “Cuando tu madre cocina galletas y te da tu parte, siempre sobran unas cuantas. Eso que sobra lo comemos entre tú mamá y yo. Curiosamente, siempre sobra una y siempre termina partida en dos mitades. Pero nunca son dos mitades iguales, sino que una es más pequeña que la otra ¿Y sabes qué hace tu mamá cuando sucede eso?”.

—No —respondió Fugaku, tan concentrado en el relato que contestó sin darse cuenta.

—“Siempre agarra la parte más chiquita. Así me di cuenta de cuánto me quería”.

—Conmovedor. ¿Cuánto años tienen sus padres de casados?

—Veinticinco años, señor —dijo la chica orgullosa—. Y es eso en lo que quiero que se centre de ahora en adelante. En todos esos detalles que su esposo realiza pensando en usted. Y sobre todo hágale saber lo bien que se siente usted con esos detalles, él se sentirá muy complacido.

—Interesante teoría —concedió el mayor, mientras se balanceaba ligeramente en su silla.

—No es solo una teoría, puede poner a prueba todo lo que le he dicho a partir de hoy.

—Estoy de acuerdo. Pero, parafraseándola, lo que me ha dicho son detalles. ¿Cuál podría ser mi primer movimiento?

—¿Primer movimiento? —repitió la secretaria sin poder reprimir la sonrisa—. Parece que estamos hablando en términos militares, señor.

—Es una metáfora. Después de todo, es usted quien me da los planes de ataque —admitió Fugaku devolviendo una pequeña sonrisa.

La chica amplió su sonrisa para continuar.

—Prosigamos entonces —miró un momento el documento referente a Minato, meditó un rato y luego interrogó—. ¿Hay sirvientes en su casa?

—Sí pero solo los necesarios.

—Dígame cuantos hay.

—Los guardias de entrada y salidas de la casa (quince hombres), dos mujeres que hacen la limpieza en la mañana y el jardinero.

—¿Nada más? —inquirió asombrada la secretaria—. Con todo respeto, yo imaginaba su casa repleta de sirvientes.

—A Minato no le gustaba la idea de tener demasiada gente en su hogar por lo que me obligó a tener “únicamente los necesarios”.

—¿Entonces es él quien cocina para usted?

—Sí.

—¿Y él no trabaja?

—No.

—¡¿En serio?! —exclamó la muchacha, sin querer.

—¿Qué tiene de extraño?

—¡Mucho, señor! ¿Me podría comentar por qué el señor Minato no trabaja?

—Porque yo así lo decidí.

<<Es un seme imponente>> pensó la mujer entreabriendo la mandíbula.

—¿Y él lo aceptó?

—Claro que sí.

—¿Así sin más?

—Al principio dudó mucho, pero al final aceptó. ¿Qué es lo que le sorprende tanto?

—Pues… Es un hombre.

—¿Y?

—Como tal, creo que no debería de sentirse muy a gusto siendo tratado como una esposa y ama de casa, ¿no le parece?

—Nunca se me había ocurrido —murmuró Fugaku sinceramente sorprendido.

—Señor Uchiha —regañó la otra apretando los dientes y mirándolo con aprensión—. También tendremos que trabajar esa parte por lo que se ve. Entonces, como primer paso —se aclaró la garganta y dijo con voz solemne—, usted deberá cocinarle.

—¿Cocinarle? —ahí el moreno abrió grande los ojos.

—¡Por supuesto! A su esposo le encanta la comida casera, pero si solo pasa cocinando no creo que la disfrute. Es algo sencillo, pero estoy segura de que le asombrará mucho y creo que será capaz de apreciarlo.

—Bueno, puedo intentarlo —dijo el jefe enarcando una ceja con inseguridad.

—Ésa es la actitud. No se preocupe ni se desanime: poco a poco iremos ganando terreno —dijo la subordinada con aplomo y seguridad, causando que Fugaku sonriera internamente.

Pero ya eran las siete de la mañana y era la hora oficial de ponerse a trabajar.

 

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Minato volvía a su hogar luego de ir a pasear un rato.

Agradecía la compañía de las dos mucamas que lo atendían en la mañana, a las que solía escuchar y ayudarles con sus problemas de vez en cuando, también era muy agradable pasar un rato charlando y filosofando la vida por las tardes con el anciano jardinero.

Sin embargo, muchas veces la casa se sentía inmensa estando solo. No era una casa enorme. Era grande, pero no tenía un tamaño exorbitante. Había convencido a Fugaku de que no tenía que ser una mansión lujosa. Si lo fuese, posiblemente ya se habría vuelto loco.

Así que como método de distracción, salía a caminar un rato antes del atardecer. A veces caminaba hasta que el sol estaba a punto de ocultarse. A veces iba hasta una pequeña biblioteca a leer solo para sentirse acogido por el calor de las libreras, o bien andaba hasta llegar a una librería para comprar nuevos libros. No sabía si dar gracias porque existían los suficientes libros en el mundo como para que no alcanzase la vida para terminarlos o frustrarse por la misma razón.

Otras veces, su trayecto consistía en dirigirse a un parque local para encontrarse a una ancianita muy enérgica para su edad. Era el tipo de persona que no se quiere dejar de escuchar, porque es capaz de beber de sus palabras, ya que eran un oasis de sabiduría. En ocasiones, la señora no llegaba y era en esos días que se quedaba sentado en una banca, en una esquina solitaria.

Casi siempre cargaba una mochila ligera donde guardaba el libro que leía en ese momento y avanzaba en él. En otras ocasiones, sencillamente pasaba el tiempo concentrándose en sentir el viento que mecía sus cabellos y maravillándose con los colores que el cielo reproducía, sintiendo como la majestuosa inmensidad le devolvía la mirada, intentando asemejar inútilmente el azul de sus ojos.

Luego de esas eternas horas en la biblioteca, o después ese tiempo en el que se perdía en medio de miles de estantes con preciosa lectura o después de su abstracción con la Naturaleza, regresaba con parsimonia a su casa con la dolorosa sensación de que nadie lo esperaba en ella, sino a sabiendas de que era él el encargado de esperar.

No le molestaba la tarea asignada. En lo absoluto.

Pero su deseo de ver a Fugaku era tanto, era tan sofocante e inmenso el deseo de tenerlo pronto a su lado, que la espera lo carcomía lentamente, como una agonizante pero paciente tortura.

Y aún con todo, al saberse tan perdidamente enamorado del moreno, había llegado a una simple conclusión: estar enamorado, era comprobar en cuerpo y alma que la tarea de vivir es menos dura. Era padecer espacio y tiempo con dulzura. Era compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir su noche oscura.

Y Minato seguía tan enamorado como el primer día, muy a su pesar.

Al llegar se identificó como el dueño de la casa, saludó a los guardias con aspecto de gorilas y se dirigió al interior de su hogar, específicamente a la cocina para hacer la cena.

Escuchó unos ruidos extraños. Alguien se encontraba en la cocina… cocinando (óbviese la redundancia). Suceso peculiar. Quedaba descartada la idea de un ladrón, a causa de la buena seguridad y porque sería muy ilógico imaginarse a un bribón tan descarado como para prepararse comida en la casa que roba. No podía ser ninguno de los sirvientes, porque cada uno de ellos tenía una conducta irreprochable.

<<Esperen, esperen, esperen… ¿Huele a ramen?>> pensó el rubio sorprendido, seducido por el atrayente aroma que se colaba por las hendiduras de la puerta cerrada.

Esto ya se estaba pasando de extraño, definitivamente. ¿Quién demonios había tenido el descaro de introducirse en su cocina sin más, manejar los alimentos sin permiso de nadie y de cocinar su platillo preferido sin avisarle? Lo más gracioso era que quería privacidad ya que tenía la puerta cerrada. Le enseñaría a ese entrometido a comportarse…

Abrió la puerta en silencio y lo que vio lo noqueó momentáneamente.

Fugaku, con un divertido delantal, estaba terminando de cocinar un ramen casero mientras se disponía a llevar al lavatrastos lo que ya no necesitaba.

El moreno parecía terriblemente cansado. Exhausto, en una palabra. Se había quitado el saco y tenía las mangas dobladas hacia arriba para no ensuciarlas, luciendo el pantalón del traje y los zapatos lustrosos, dándole un aspecto sexy y desordenado. Eso sí, tenía el mandil lleno de comida y en la cocina parecía que había pasado un remolino. Tenía muchos ingredientes fuera de los muebles, muchas cosas puestas en la mesa y un monumento de platos sucios.

<<Como si lo hubiese estado intentando una y otra vez>> reflexionó Minato sorprendiéndose a sí mismo con la deducción.

Porque sin lugar a dudas, esa era la evidencia que proporcionaba aquel curioso escenario y su principal actor.

Cuando Fugaku se deshizo de los utensilios sucios y sujetó el plato humeante para llevarlo a la mesa, se dio cuenta de que Minato estaba parado en la puerta.

Se quedaron mirando un rato en silencio, sorprendidos por la presencia del otro. El moreno rompió el silencio mientras colocaba el platillo en la mesa:

—Creía que vendrías más tarde.

El rubio se descolocó un instante, pero rápido preguntó:

—¿Más tarde?

—Sí, hoy volví temprano y al no verte pregunté por ti. Me dijeron que salías por las tardes y que no volvías hasta el atardecer —comentó Fugaku como quien no quiere la cosa, pero con la mirada interrogante.

Minato entendió la pregunta sutilmente puesta en los ojos negros y respondió:

—Salgo desde que teníamos dos meses de casados.

—¿Desde hace tanto tiempo? —inquirió el otro asombrado.

—Sí.

—Interesante —murmuró el mayor para sí, pensativo—. Bueno, ya que volviste déjame decirte que te he estado esperando y decidí hacernos la cena.

Al escuchar eso, Minato tembló. Fugaku lo había estado esperando.

<<Te esperaba. Cocinó para ti. Te esperaba. Cocinó para ti. >> se repetía en la mente de Minato, sin cesar.

—¿Puedes cocinar? —fue lo único que su atolondrada mente logró estructurar y sin querer utilizó un tono incrédulo.

—Hey, no soy un completo inútil —se defendió el moreno—. Solo estaba falto de práctica.

—¿Y qué cocinaste?

—Ramen.

—Pero no te gusta el ramen.

—Pero a ti sí y yo quería cocinarlo para ti en lo que volvías.

Cuando Fugaku terminó de decir eso, solo alcanzó a ver como Minato se soltaba la mochila del hombro y vislumbró a duras penas un rayo amarillo atravesar la cocina a una velocidad imposible, para luego sentir la deliciosa presión de los labios del rubio sobre los suyos y los brazos colgados de su cuello.

El moreno no desperdició ni un segundo y colocó sus manos en la caderas del rubio; y de un beso pasaron a devorarse mutuamente, con hambre y gula. Una lluvia de besos acompañada de caricias. Cuando el aire, desgraciado e inoportuno, los hizo separarse, Fugaku tuvo que preguntar sin dejar de estrechar contra sí el cuerpo de Minato:

—¿A qué se debe este magnífico premio?

—Digamos que es un muy buen avance —susurró el otro con su voz melodiosa y con una sonrisa esplendorosa.

—Que alegría —murmuró por lo bajo Fugaku, completamente feliz de que hubiese dado resultado.

Al contemplar la sonrisa de su amado sintió una gran paz instalarse en su pecho, una paz que llevaba bastante tiempo sin sentir. Sabía que necesitaba ver a su rubio feliz para sentirse feliz. Juntó su frente con la de Minato y cerró los ojos mientras la punta de su nariz rozaba con ternura la contraria, creando un beso esquimal.

Se sorprendió muchísimo al sentir como el calor de Minato se alejaba de su cuerpo.

—No, no, no, no, no… ¿Por qué te vas? —dijo Fugaku agarrando la mano del que se escapaba.

—No voy a dejar enfriar la comida y mucho menos desperdiciarla —contestó totalmente divertido al ver la frustración en los ojos del moreno—. Vamos, la has hecho tú solito. Tengo que comerla.

—No te burles de mí.

—¡No me atrevería!

El rubio tenía una sonrisa ligeramente burlona que lo desmentía, mientras se sentaba a degustar su platillo.

—Me las voy a cobrar todas después.

—Eso ni lo dudo —dijo Minato al tiempo en que comenzaba a probar su cena con verdadera delicia.

Estuvieron comiendo todo el rato en silencio hasta que terminaron. Luego de comer, Fugaku estuvo interrogando a Minato acerca de sus salidas vespertinas. El rubio estuvo contando las pequeñas aventuras sucedidas en sus paseos mientras el moreno escuchaba atentamente, haciendo una pregunta de vez en cuando para comprender mejor las cosas que su consorte narraba con emoción.

Minato experimentó muchas cosas esa noche: sintió la dicha de saberse atendido y esperado, disfrutó pasando un rato a solas charlando a con su esposo, si se le puede llamar charlar a que él hablara todo el tiempo mientras Fugaku lo miraba con cara de embobado. En definitiva, pasó tan feliz durante todas esas horas que no las sintió pasar. Como si en la cocina se hubiese formado una burbuja que los alejaba del mundo.

Sin querer, miró el reloj de repente y vio que ya eran las once pasadas.

—¡Qué tarde es y tú debes irte temprano! —dijo el rubio incorporándose de golpe, yendo al lado del moreno y tomándolo de un brazo para que lo siguiera—. Vamos, apúrate.

—Pero los platos…

—¡Olvídate de eso! —le regañó Minato, jaloneándolo por las escaleras—. Ya lo haré mañana. Ahorita debes acostarte y descansar.

—Sí, mamá —bromeo el otro, ocasionando que Minato lo mirase enfadado.

—No soy tu mamá, pero soy tu esposo y como tal debo cuidar de ti —dijo en un tono serio y regañón.

Mas lo dijo sin saber que provocó en Fugaku una culpabilidad ascendente. El moreno se detuvo en seco al escuchar esas palabras y agachó el rostro, cuyo movimiento logró que su cabello ocultara parte de su faz descompuesta por la rabia que se dirigía a sí mismo.

—¿Qué pasa? —preguntó Minato al no poder seguir avanzando por la repentina pausa.

—Tienes razón, discúlpame por hablar sin sentido. No sé qué haría si no estuvieras, no duraría ni un día por mi cuenta.

El rubio se quedó en blanco al oír eso. Fugaku lo había dicho en un murmullo, pero no fue lo suficientemente bajo como para que su fino oído no lo escuchara.

Sonrío con ternura y alegría, compuso en su rostro una de esas sonrisas que iluminaban el día de cualquiera y se acercó al mayor despacio, con el justo silencio como para que el otro no se percatara. Teniéndolo cerca, le abrazó con amor y no dijo nada, mientras se sentía pleno notando los brazos de Fugaku estrecharlo.

Una vez separados del abrazo ninguno habló, ya que cualquier palabra arruinaría el momento y se retiró cada quién a su habitación.

Minato se dejó caer en la cama, en lo que sujetaba una almohada y la apretujaba fuerte. En su cara había una gloriosa y enamorada sonrisa y con ella se durmió, esperanzado e impaciente por un nuevo día.

 

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10%

Eso se calculaba Fugaku como el avance del día.

Había sido productivo y no iba a negar ante nadie que le encantó pasar el tiempo con su rubio.

¿De verdad se perdía de tanto, todos los días?

Increíble. De verdad tenía que erradicar ese obstáculo, a como dé lugar.

Y de paso aumentar el salario de su secretaria.

Ya querría saber que le tendría preparado el día siguiente…

 

Notas finales:

(1) Utilizé cierta información extraída de Wikipedia y Naruto Wiki, aunque transformando, omitiendo y quitando a mi conveniencia. Espero nadie se moleste...

 

Espero les haya gustado mucho o aunque sea un poco...

¿Me dejan un rr, como regalo de cumpleaños? ( ^^? ) Me alegrarían muchísimo.

¡Hasta pronto!


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