Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Un amor imaginario por samadhi06yaoi

[Reviews - 6]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

esta vez el narrador es Sasuke.

Comencé a pensar lo ridícula que era la situación. Estaba con la cabeza escondida entre mis brazos, sintiendo las nauseas en la garganta, abochornado. Hacía demasiado calor en la habitación; era de un blanco descolorido, quizá había sido beige en otro tiempo. Sólo había lo necesario: una cama, un baño, una lámpara y un buró. La alfombra que pisaba apestaba y dejaba un horrible regusto a pelos en la boca.

Comenzaba a impacientarme, a pensar cómo saldría de ahí. Claro, no iba a venir. Sólo fue una vez, y dijimos que nunca más lo haríamos. Me sentí bastante bien, pues, a pesar de las náuseas y el calor que me llevaban a maldecirlo entre dientes, ahora podía levantar mi rostro sin ese pudor con el que salí de la habitación la vez anterior.

Punto final, jamás, nunca volveré a hundirme en el fango. Alégrate.

El calor era ahora sólo tibieza, mi sudor era fresco y sin aroma, tal como lo es después de la ducha; el bienestar me lamió las plantas de los pies y escaló por mi cuerpo. Comencé a ronronear como un gato, feliz de estar solo en ese motel, comenzando a pensar en nada, cerrando los párpados y respirando.

Me habría hundido en la inconsciencia, pero justo cuando comenzaba a desmoronarse la realidad para dar paso a esa placentera pesadilla que siempre tengo sobre él, unos labios suaves, un aliento cálido, me rozaron la punta de la oreja; no me alteré, lo disfrutaba; pensaba, aún metido en mi ilusión, que era el efecto del sol amarillo hasta el destello que entraba por la ventana, pero cuando escuché un leve murmullo, como el correr de un río a unos cuantos metros, el vaivén del sonido me arrastró de nuevo a mi cuerpo, y me vi entre el colchón y su cuerpo, sudado, con los ojos como rendijas, adormilados, y la ropa desacomodada.

Mi primer antojo y deseo fue cerrar los ojos y dejarme llevar por ese arrullo, esa tibieza en mi piel humedecida, sin embargo él siempre requería cierta excitación mental, cierta provocación, un vaivén de seducir y ser seducido; y esta vez era yo el que llevaba el mando.

Adormilado, giré mi torso, volviéndome hacia él, dejándome caer con languidez sobre las almidonadas e inodoras sábanas. Sin ánimo aún de moverme o incluso pensar, le mostré mi yugular, queriendo excitarlo como un ciervo a un león. No funcionó, él se quedó quieto.
Yo sabía que mis tobillos estaban bajo el lodo, pero él tiraba de mis pantorrillas también…

El entumecimiento recorría mis sienes, pero ya podía respirar y bombear la sangre con más velocidad. Comencé a ver cuán bajo caeríamos, y que pasarían otros dos años para volvernos a ver. Sí, así iba a ser, ya estaba todo tan bien escrito que incluso podríamos reservar esta habitación para esa fecha.

Inspiré, me erguí, con las caderas tremendamente cerca de su excitada pelvis, le pasé los brazos, que realmente parecían pequeños costales de tela, tirados por cuerdas, por su cuello; curioso como un ratón, jugueteé entretenido con su cabello largo, ondulándolo, desenredándolo, sintiéndolo e imaginando a qué olería.

Sentía su respiración chocar contra mi nuca, comenzaba a molestarme tanto calor, a querer deshacerme de la ropa, que ya tendría pegada al cuerpo húmedo. Sin darle más vueltas al asunto, gemí molesto, como un bebé con hambre, indicándole, si fuera tan amable, que me desvistiera.

Mi cara había enrojecido, y esa mueca de incomodidad me hacía parecer (él me lo comentó después) como si tuviera fiebre. Él, demasiado complacido de tener un cuerpo blando y flexible entre sus expertas manos, comenzó a desvestirme, con ritmo fluido, sin detenerse realmente a excitar mi cuerpo y piel con sus manos o dientes, como a veces era tentado a hacer.

Pronto me sentí cohibido, al ver mi desnudez contrastar con su ropa. Quise entonces tirar de los botones de su camisa y bajarle el pantalón hasta los tobillos, pero él agarró mis muñecas en el acto y las colocó sobre mi cabeza con tranquilidad. Entendí que lo haríamos a su modo. Me dolería, pero si me relajaba y me concentraba en la humedad que saldría de la herida de mi entrepierna, podría lograr gozar una pequeña porción de lo que él gozaría.

Desabrochó, sin mirar, su pantalón, y sólo lo bajó lo suficiente para que yo supiera qué iba a pasar. Automáticamente separé mis piernas frente a su pelvis y dejé caer los párpados. Él sonrió, lo supe por el tono de su voz, y dijo: “Te extrañé”, con tono burlesco, viéndonos a ambos tener sexo en aquel motel destartalado pero sin fisgones.

Cuando él se abrió paso entre mis dos paredes en las que no habría cabido un dedo, sentí que el corazón se me saldría por la boca, latiendo desbocado, y supe que también había esperado sentir eso: ese calor que fundía tu piel y la derretía hasta convertirla en sangre. Sí… ese placentero vaivén, como un taladro haciendo una grieta en el suelo… Sí…

Yo no abría la boca, pues habría gritado y comenzado a llorar al ver el camino despejado para hacerlo, sino que mantenía la dentadura apretada, sofocando contra el paladar los sofocos y sollozos.

Él se dio cuenta de cómo en mis párpados se acumulaba la humedad, dio un embate con sus caderas y, tan dentro de mí como le permitía mi cuerpo, se inclinó hasta que nuestras narices rozaron, me miró a los ojos (y estoy seguro que ambos nos perdimos en tal oscuridad) y me besó la mejilla, muy francés y delicado, tan fraternal y amoroso como debería haber sido este intento de affaire.

Las lágrimas, impulsadas por sentimentalismos que nunca me he permitido sentir, brotaron como margaritas en verano, él me sonrió y comenzó a recordarme, con movimientos que aumentaban en ritmo y consistencia, que él seguía, caliente y duro, dentro de mi moldeable interior.

Entonces lloré, no por dolor físico, no por aquella desgarradura fresca entre mis piernas, sino porque necesitaba aquel cuerpo cerca de mí, sintiendo ese aliento deliciosamente tibio sobre mi piel, ese sudor empapando mi abdomen, esas manos junto a las mías.

Comenzaba a acercarse el momento. El momento que nunca quería que llegara, pues era un reflejo, era un hecho consumado antes de pasar; sí, él comenzó a cabalgarme a ritmo inhumano, yo seguí llorando, rojo como un jitomate, sintiendo esa herida entre mis piernas tratar de cerrarse con violencia alrededor de su pilar de carne, al igual que las fauces de un carnívoro.

Sí… sí, comenzaban a vibrar los pliegues de carne en mi sexo, comenzaba a sentir que mi vientre se hacía cada vez más inmenso, como si estuviera a punto de parir un niño, lleno de placer en cada rincón de éste. Sí… por Dios… Y ahí, justo ahí, cometí el error de mi pesadilla:

- Te amo.

Nos quedamos inmóviles, a excepción de las contracciones rítmicas, placenteras e involuntarias mientras nos corríamos, él, rellenándome desde los intestinos hasta esa grieta ensangrentada, y yo, sobre nuestros abdómenes agitados. Nos miramos como idiotas, él asustado, yo enrojeciendo de vergüenza.

Él salió de mí, yo casi me desmayé. La sangre se fue de mis mejillas, sentía vértigo y el vómito atorado a la mitad de la garganta.

Él me dejó en la cama, tranquilo y a mis anchas para hundirme en las sábanas y balbucear qué tan idiota pude haber sido.

De seguro no me escuchó, lo confundiría con un gemido ronco y extraño, un gemido orgásmico, sí, lo alabaré y le diré que es gracias a su maravillosa forma de joder… Ni aunque lo alabe se lo creerá.

- Sasuke…-De nuevo aquel murmullo me sacó de mis cavilaciones. Estaba recién duchado, goteando en la alfombra, mirándome a través de las pestañas humedecidas por el agua. Y sentí que el vómito ascendía a mi boca, que el pulso de mi corazón descendía tan rápido como un vagón en una montaña rusa; sí, idiota, tú te escuchaste y él te ha escuchado.

Él me sonrió, ¿por qué? En sus palabras: porque parecía un niño a punto de orinarse del susto. Se acercó, sin dejar de sonreírme, cosa que me aterraba más que un cuchillo yendo hacia mi cuello, y me acarició el cabello: el flequillo, la nuca… Me estremecí y gemí al sentir sus dedos helados.

Entonces él simplemente se inclinó hacia mí, posó sus labios helados como una tormenta sobre los míos, y con una mirada tan afilada como un trozo de hielo, se dio la vuelta, cogiendo sus cosas en las manos, y salió de la habitación.

Sí, nunca más lo vería. Nunca más, nunca, nos hundiríamos en el fango. Ésa era la última vez… Estaba seguro.

 

Un roce de aire cálido acarició mi oído, murmurando una ininteligible melodía, meciéndome, rodeándome con sus brazos. Estaba encogido en su abrazo, con la cabeza hundida en su pecho, a punto de desfallecer, apenas podía respirar; si cerraba los ojos me asaltaba un vértigo criminal…

- Estabas dormido cuando llegué-murmuraron los labios contra mi oreja-. Parecía que te la estabas pasando bien solo, ¿eh?

Entonces sentí la humedad en mi entrepierna, aquella semilla no sólo fue derramada en mis sueños.

Lleno de placer, lo rodeé con mis brazos y pronuncié su nombre hasta saber que estaba ahí y que no se iría.

Fin

Notas finales:

Bien, gracias por leer la pequeña anécdota del motel y los dos hermanos.

Si disfrutaste con ella, qué bien, puedes decírmelo.

Si no lo hiciste, ni hablar, me gustaría saberlo igualmente.

Se acepta de todo, gracias por leer.

Samadhi.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).